Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 13 de abril de 2012

El gozo de inventar

Uno de los motivos que debería inducirnos al optimismo por muchos nubarrones que veamos sobre nosotros es la sorprendente capacidad de invención del ser humano, que suele hacer de la necesidad virtud. Es precisamente en los momentos de mayor crisis cuando se estruja más la cabeza para salir adelante y, con un poquito de suerte, lo consigue. Hay estudios por ahí que explican la pujanza y preeminencia de la cultura europea (y su directa heredera norteamericana) sobre la de otros ámbitos geográficos y políticos del planeta, en teoría más beneficiados por el clima o la ubicación, precisamente apelando a razones de dificultad: cuanto más complicado y más duro sea el día a día, cuantos más obstáculos encontremos para sobrevivir y salir adelante, más posibilidades hay de conseguirlo o, al menos, de mejorar nuestro ámbito de vida en el intento por conseguirlo. La Historia de la Guerra nos ofrece también buenos ejemplos de cómo un grupo reducido de soldados ha obtenido extraordinarios éxitos frente a ejércitos mucho más numerosos o mejor situados en principio, a condición de que el primero estuviera compuesto por hombres curtidos, acostumbrados a las penalidades y a la exigencia sobre sí mismos, mientras los segundos estuvieran integrados por gentes corrientes no especialmente sometidas a grandes esfuerzos. La batalla de Azincourt es un buen ejemplo, con la épica victoria de los algo más de 9.000 veteranos ingleses comandados por el decidido Enrique V sobre los aproximadamente 20.000 franceses dirigidos por el condestable Carlos d'Albret y el mariscal Juan Le Maingre.

La clave es la exigencia sobre uno mismo. En el blando mundo contemporáneo, hemos fijado nuestro umbral de tolerancia al dolor y el esfuerzo más o menos a la altura de las suelas de nuestros zapatos. Estamos acostumbrados a quejarnos y exigir, a poner siempre por encima el respeto a nuestros derechos en lugar del respeto a nuestros deberes, a que nos den las cosas hechas o al menos previamente "masticadas"..., y en cuanto nos encontramos un problema más grande de lo habitual o diferente o varios problemas juntos en lugar de una secuencia ordenada y conocida de ellos, nos entra el pánico, nos quedamos en blanco y nos despeñamos por la primera curva. No deberíamos tener tanto miedo a los problemas. Es más: tendríamos que acostumbrarnos más bien a buscarlos, si es que tenemos una vida tan tranquila y sosegada que no llegan por sí mismos. ¿Por qué?  Pues porque la única forma de crecer,
 aprender cosas nuevas y fortalecernos pasa precisamente por enfrentarnos a retos y desafíos de todo tipo. El gran Gurdjieff, que sabía esto muy bien, cuenta en sus libros cómo durante su juventud montó una tienda con el rótulo "Arreglamos todo"... Y eso era lo que hacía exactamente, admitiendo todo tipo de encargos. Lo mismo tenía que enfrentarse a una radio que no funcionaba que a una máquina de escribir rota o a una plancha inutilizada. Lo grande es que no tenía ni idea de cómo arreglar ninguna de esas cosas, porque no era en absoluto especialista en ellas, así que lo que hacía era desmontarlas cuidadosamente y estudiarlas hasta descubrir lógicamente dónde estaba el problema y proceder entonces al arreglo. Con esta curiosa y autodidacta manera de actuar, acabó aprendiendo un montón de profesiones en poco tiempo.

Enfrentarnos a los desafíos diarios nos permite desarrollar la imaginación y al creatividad e inventar nuestras propias, originales y, si están bien trabajadas, efectivas maneras de resolver nuestros asuntos, sin tener que atender a las directrices impartidas por nadie en especial. El de inventor es un oficio antiguo, nobilísimo además de práctico que, por si fuera poco, sirve para beneficiar a los demás, aparte de a uno mismo. Tiene mucha relación con la labor del artista..., es de hecho el que lo ejerce un tipo de artista, aunque en lugar de pintar cuadros, tallar estatuas, entonar canciones o crear mundos literarios fabrica artilugios técnicos, adaptados al uso diario. Admiro a las personas que poseen esa capacidad a lo MacGyver para diseñar, por ejemplo, un motor nuclear a base de trastear con tres alambres, una linterna, una bobina de hilo de pescar y una caja de cerillas. Por desgracia, la globalización y la comodidad ha reducido brutalmente el número de inventores (y de inventos de interés) en todo el mundo.

Uno de los últimos acerca de los cuales he tenido noticia es Santi Trias Bonet quien, tratando de resolver un problema relacionado con el buceo, descubrió por casualidad una forma de energía limpia y barata. Este hombre descubrió que la fuerza de succión que se genera en una columna de agua (que conoce muy bien cualquiera que se haya sumergido con botella un buen puñado de metros bajo el mar) podría utilizarse también para la producción de este tipo de energía cien por cien libre de elementos contaminantes. A fin de divulgar su idea, la ha desarrollado en el proyecto STBSYSTEMS, después de ganar con ella la última edición del Innovation Festival Lab Barcelona..., lo cual le ha abierto la posibilidad de negociar con diversas empresas e instituciones que pudieran estar interesadas en la producción industrial de su diseño para generar el bien más codiciado de cualquier sociedad contemporánea: la energía abundante y a precio asequible. Falta ahora que su proyecto no acabe, como otras tantas buenas ideas antes de la suya, encerrado bajo llave en un cajón. Las presiones de las grandes empresas energéticas del mundo, que son muy pocas pero muy poderosas, ha enviado al cubo de la basura muchos inventos de este tipo antes del de Trias Bonet que hubieran permitido el empleo, desde hace ya mucho tiempo, de energías realmente alternativas, limpias y eficientes que pudieran sustituir al petróleo, el carbón y demás. A estas multinacionales no les interesa que este tipo de energías se desarrollen porque perderían no sólo mucho dinero sino sobre todo mucho control sobre el planeta: tanto el que ejercen sobre los países productores como el que ejercen sobre los consumidores.

Muchos otros inventos que hoy nos parecen de uso corriente nacieron casi por azar, cuando sus desarrolladores investigaban otras cosas. Hay ejemplos muy conocidos como el de los Post it, cuyo limitado poder adhesivo se constituyó en un gran éxito, siendo así que inicialmente había sido un fracaso ya que el químico Spencer Silver pretendía crear un pegamento superfuerte y consiguió justamente lo contrario. O el velcro, palabra que proviene de la suma de un término francés (Velours, que significa terciopelo) y otro inglés (Crochet, o sea, gancho), ya que su inventor, el ingeniero suizo George de Mestral, descubrió cómo fijar con facilidad dos cintas de tela teniendo una de ellas cosido un conjunto de pequeñas púas flexibles en forma de gancho que se pegan por simple presión a la otra cinta cubierta de fibras enmarañadas de un tipo aterciopelado.

Ahora que estamos en crisis debería ser en todo caso un buen momento para contemplar la aparición de nuevos inventos. Cuando no hay necesidades que colmar, cuando uno no está agobiado por nada y vive la vida disfrutando del dolce far niente, es justo cuando nadie se toma la molestia de imaginar otra manera de conducirse, pero cuando tenemos la soga al cuello como en este momento el cerebro empieza a trabajar a toda máquina. Durante el período de entreguerras, en el siglo XX, aparecieron por ejemplo la penicilina, los semáforos o los cristales blindados, entre otras muchas cosas (algunas de ellas delirantes como un sombrero radio para no aburrirse cuando uno pasea, un primitivo GPS que consistía en un artefacto que permitía mostrar un mapa enrrollado en función de la velocidad del coche de época, una chaqueta con calefacción eléctrica para que los policías de tráfico norteamericanos no pasaran frío durante su trabajo o un revólver Colt 38 equipado con una pequeña cámara que se disparaba en el momento de apretar el gatillo).


Incluso durante la época del Nacionalsocialismo se desarrollaron inventos e iniciativas de interés aunque no se suelen destacar porque está prohibido contar algo bueno de aquella época pero la Alemania del Reich fue el primer Estado del mundo que estableció leyes de protección a los animales incluyendo la prohibición de su vivisección y el primero en lanzar campañas antitabaco para mejorar la salud de la gente con eslóganes como: "Tú no devoras los cigarrillos, sino que son ellos los que te devoran a ti". También en ese momento se inventaron muchas de las técnicas cinematográficas (gracias a Leni Riefenstahl) que posteriormente utilizarían directores de todo el mundo, así como los principales avances tecnológicos de cohetería (empezando por Werner von Braun, el antiguo oficial de las SS posteriormente reciclado como "padre de la carrera espacial de EE.UU.", junto con muchos otros de sus colegas que fueron los verdaderos impulsores de las agencias espaciales norteamericana y rusa) y hasta el Coche del Pueblo, que es lo que significa literalmente Volkswagen. La famosa marca alemana, que recientemente protagonizaba una gran campaña publicitaria en la televisión mostrando imágenes desde los años 60 de los años XX en adelante, nació por expreso deseo de Adolf Hitler (esto no aparece nunca en su publicidad, claro), que deseaba para el ciudadano alemán medio lo mismo que le había proporcionado Henry Ford al ciudadano norteamericano medio: la posibilidad de hacerse con un coche asequible (hasta entonces eran auténticos artículos de lujo) que le diera libertad de movimiento a la gente. Hitler fue quien propuso, incluso, la forma del escarabajo, quizá inspirado en este animal sagrado para los antiguos egipcios.
  
Así que no hay excusa posible: para el próximo lunes quiero que todos y cada uno de los lectores traiga a clase su invento particular que ayude a mejorar su vida y la del resto de la Humanidad. El mejor invento se llevará un punto positivo para esta próxima evaluación.






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