Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 17 de diciembre de 2012

La plaga

Los expertos llaman patologías blancas a aquellas enfermedades tan corrientes y generalizadas en la sociedad (a menudo, de carácter psicológico) que no sólo no lo parecen sino que incluso no llegan a tratarse como dolencias, puesto que se han extendido tanto que han alcanzado la casi intocable categoría de la normalidad, de la mediocridad. Es decir, logran instalarse en ese ansiado término medio que resulta tan difícil de abandonar, por cuanto arropa psicológicamente a su usuario (el pensamiento trampa es más o menos el siguiente: "soy como los demás, ergo soy normal y estoy donde debo estar, no debo moverme de aquí"). 

Supongamos por ejemplo una sociedad realmente normal en la que todos sus ciudadanos sean honrados y estén acostumbrados a decir siempre la verdad. Un día aparece un negociante extranjero, liante y mentiroso, y empieza a aplicar sus "malas artes" para prosperar. Si se descubre su deshonestidad y sus mentiras, será de inmediato avergonzado y tal vez incluso penado con multa o cárcel. Pero si no, acabará subiendo en la escala social y económica gracias a su habilidad para engañar y, con el tiempo, enseñará a otros (al menos, a sus colaboradores) a actuar de la misma forma para beneficiarse de la buena fe ajena. Sus discípulos también progresarán e infectarán a su vez a un creciente número de ciudadanos. Al final, la sociedad entera estará acostumbrada a la mentira, la estafa, el incumplimiento de las condiciones acordadas y hasta a la burla respecto a "conceptos añejos" como el uso de la palabra de honor. Estará enferma, mas no le preocupará estarlo, porque ése es el estado corriente de la mayoría. En una sociedad de mentirosos, el mentiroso es lo normal, el término medio, y por tanto ya no extraña a nadie que el comportamiento habitual implique no respetar la verdad. Por contra, la persona con fuertes valores internos (o que simplemente ha sido educada según los criterios anteriores) y que sigue guardando su palabra termina calificada como una excéntrica de la que hay que desconfiar porque "seguro que en el fondo oculta algo".

  Nuestra sociedad actual, aquí y ahora padece esa enfermedad (la de la mentira compulsiva, patológicamente blanquísima)..., y muchas más. De hecho, ésa es la razón principal por la que soportamos a los líderes políticos, religiosos, financieros, económicos y sociales que soportamos. ¡Es que no podemos tener otros, porque todos ellos emanan del cuerpo social común y ese cuerpo está, en general, tan podrido como aquéllos que le representan! Salvo excepciones, por supuesto... Excepciones tan obvias a veces que, si las encontramos, preferimos mirar hacia otro lado a fin de no sentirnos mal, ya que nos recuerdan nuestro propio ínfimo nivel interno. Esta dolencia terrible nos conduce a un estado de insatisfacción permanente y casi siempre irresoluble, porque la enfermedad tiene cura pero pocos son los que se atreven a someterse a la cura necesaria, que pasa por la revisión verdadera y comprometida de uno consigo mismo y la posterior purificación interior de sus propios defectos. En lugar de aplicar la necesaria cirugía para extirpar tumores profundos como el egoísmo, el narcisismo o la corrupción buscamos simples aspirinas para el ánimo. Muchas de estas aspirinas se venden en libros de autoayuda como el de Rafael Santandreu, El arte de no amargarse la vida, que se ha convertido en un éxito editorial.

 Como buen psicólogo, Santandreu no ha tenido ningún problema en determinar que transitamos por una sociedad "mentalmente enferma" en la que "tres de cada diez personas padecen problemas emocionales, lo que constituye una plaga sin precedentes que tendrá consecuencias económicas y de la que sólo podremos salvarnos a nivel individual" (personalmente creo que el porcentaje es bastante mayor que las tres décimas partes de la sociedad, pero como diagnóstico ya va bien). En su libro recoge una serie de cuentos,
metáforas e historias reales para tratar de reconvertir a "hombres y mujeres deprimidos, neuróticos, obsesionados ansiosos o cascarrabias en personas serenas, alegres, optimistas y capaces de disfrutar de la vida de forma racional, incluso en las circunstancias más adversas" pues la vida "es para disfrutarla, amar, aprender, descubrir..., y todo eso sólo se puede hacer si hemos superado la neurosis o el miedo, que es su principal síntoma". Muchas veces hemos repetido en esta bitácora aquella legendaria advertencia de Mac Namara: el miedo es, junto a la culpa, la mejor estrategia de dominación por parte de los que de verdad controlan este mundo.

Santandreu dice que para salir adelante hay que tener una mente fuerte (más fácil de decir que de hacer...) libre de miedo (una utopía en la mayor parte de los casos, por desgracia) y que haya conseguido librarse de la "necesititis" (según su definición: "confundir los deseos con la necesidad", una dolencia muy característica de los tiempos actuales en los que queremos todo y lo queremos ya, incluso lo que en realidad nunca nos ha interesado lo más mínimo pero que de pronto sentimos necesidad de poseer porque lo tiene el vecino) y la "terribilitis" (en su estudio, "tomarse todo a la tremenda y anticipar todo tipo de desgracias", otra forma de actuar basada en el pesimisimo y muy común hoy día, sobre todo entre unas generaciones jóvenes que jamás han tenido que afrontar grandes dificultades durante su época de formación y que, ante la presencia de la crisis actual -una más de muchas crisis en la Historia contemporánea, y no la más grave-, se vienen abajo enseguida porque nadie les ha enseñado que la vida es precisamente eso: una crisis permanente).

Algún consejo más de Santandreu: lo primero es evaluar todo aquello que nos sucede en la vida diaria de acuerdo con criterios objetivos, constructivos y "con una cierta conciencia filosófica de la vida" (primero habría que explicar al homo sapiens qué es la Filosofía, porque la mayoría de la sociedad suele definirla como una actividad inútil que se inventó para que cuatro desocupados pudieran pasearse por ahí elucubrando sobre la existencia). Después mantener la tranquilidad y la calma. Y finalmente desechar las creencias irracionales que, siendo de muy variado pelaje, en estos tiempos de Kaly Yuga suelen resumirse en tres muy concretas, según su opinión: hago o debo hacer las cosas siempre bien, la gente me tiene que tratar siempre bien, todo en la vida debe serme favorable (¿alguien se acuerda de tonterías newage como las del famoso librito aquél que decía que basta con querer algo para que todo en el Universo empiece a "conspirar" para hacerlo realidad?).

Lo peor de las previsiones de este psicólogo es, seguramente, lo más sólido de sus tesis: dado el actual estado de la plaga en nuestra sociedad, todo hace pensar que para el año 2040 (esto es, para dentro de sólo 28 años más) al menos el 50% de los occidentales estarán aquejados de alguna enfermedad mental. Las estadísticas son muy claras. Según recuerda, "cada vez hay más adultos y niños con problemas" y los antidepresivos son los fármacos más vendidos del mundo, si exceptuamos a los que controlan la tensión arterial. Y una ligera esperanza: "No nos podremos salvar colectivamente, pero sí individualmente". Para ello, me insiste Mac Namarra que está leyendo todo esto por encima de mi hombro, no servirá con limitarse a leer libros como los de Santandreu. Aquéllos que deseen de verdad salvarse tendrán que comprometerse consigo mismos en una aventura muy personal.

Y estar dispuestos a aplicar la cirugía consigo mismos.




 

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