Como saben los lectores habituales de esta bitácora, en la presente reencarnación me gano la vida como escritor (especialmente en el subgénero periodista), así que no me queda más remedio que prestar atención a las expresiones y los giros del lenguaje que utiliza la sociedad contemporánea, aunque me guste más la forma de hablar de otras épocas (me parece particularmente graciosa, por ejemplo, la recreación del habla en el antiguo imperio romano que practican los guionistas de la serie televisiva Spartacus, la que catapultó hacia una efímera fama al malogrado Andy Whitfield, cuando dicen por ejemplo "Gratitud" en lugar de "Gracias" y cosas similares). De esta forma he descubierto construcciones tan divertidas como "eres más cursi que un unicornio vomitando arco iris", muy utilizada hoy por hoy entre adolescentes y jóvenes españoles. Resulta muy adecuada para describir ciertas situaciones como la que hemos padecido, y seguimos padeciendo, a lo largo de toda esta semana a raíz del fallecimiento de Nelson Mandela: después de lo de los últimos días, me veo obligado a nadar con el mayor entusiasmo para no hundirme en un océano de colores...
Aunque más que Mandela quizá deberíamos mejor decir: San Nelson Mandela. Desde luego, si los miembros de alguna delegación extraterrestre recién llegados a nuestro planeta y convenientemente camuflados para no ser reconocidos entre los homo sapiens se hubieran entretenido en seguir las noticias llegadas desde Suráfrica, con tan extraordinaria sucesión de homenajes y ceremoniales para encumbrar la memoria de este icono del África Negra, habrían llegado a la conclusión de que el personaje que acaba de fallecer era poco menos que un avatar divino. Es normal que cuando uno se muere todo el mundo empiece a alabarle y a recordar lo mejor que ha dejado durante su vida en este mundo (de hecho, en España es la única manera de escuchar algún halago de tus compañeros de profesión), pero lo que ha pasado y lo que aún está pasando en Suráfrica estos días va mucho más allá. Algunas de las descripciones que hemos podido escuchar no son sólo exageradas sino sonrojantes, no ya por su carácter hagiográfico, sino por la ignorancia (o la manipulación intencionada) que demuestran en labios de los personajes que de manera tan rimbombante las han pronunciado. Citaremos sólo tres declaraciones, aunque cada una de ellas espectacular por el nivel de tontería alcanzado en semejantes palabras por aquéllos que las emplearon en sus respectivos discursos.
La primera es la de la presidenta de Brasil Dilma Rousseff, cuando decía, tan ufana ella durante los desmedidos funerales organizados en el estadio de fútbol FNB de Johannesburgo (sólo el escenario elegido para el postrer homenaje, ese moderno templo para masas fanáticas de victorias insustanciales, ya debería sugerir alguna interesante reflexión a todos aquéllos todavía capaces de utilizar ese órgano tan desconocido que tenemos dentro del cráneo y que se llama cerebro) que Mandela fue "la personalidad más extraordinaria del siglo XX". ¡¿Cómo se puede decir eso en un siglo que ha visto multitud de personalidades verdaderamente extraordinarias, para bien o para mal, por su influencia real en todo el mundo desde Stalin a Krishnamurti, pasando por Picasso, Lindbergh, Fleming, Churchill, Ortega y Gasset, Presley, Hawking, Watson, Jobs, Hitler, Kennedy, Mao, Ben Gurion, Juan XXIII y tantos otros?! Si yo fuera amiga o pariente de Rousseff ya sé lo que podría regalarle para estas Navidades: una buena enciclopedia histórica. La misma que me serviría para quedar bien con Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, autor
de la segunda declaración oficial en la que calificaba a Mandela como "uno de los más grandes ejemplos (como ser humano) de la Historia". Si el líder surafricano pierde a la hora de ser comparado con "grandes ejemplos" no sólo durante el siglo XX, no digamos ya si tenemos que empezar a compararlo con Sócrates, Cervantes, Miguel Ángel, Jesucristo, Newton, Galileo, Buda, Shakespeare, Napoleón, Da Vinci, Platón, Buda, Gutenberg, César..., por citar sólo un puñado de "pequeños" ejemplos. La tercera declaración (incluyo sólo tres, pero ésta es mi selección: cualquiera puede hacer la suya propia escogiendo de entre el catálogo de elogios que han regado nuestros oídos durante estos últimos días) es española y la pronunció el jefe de la oposición política celtibérica: el actual secretario general del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba, quien en un guiño obvio a los Amos que gobiernan realmente tras el telón afirmaba sin despeinarse que "Mandela merecía ser el presidente de la Humanidad". ¡De la Humanidad! ¿Y por qué no de todo el Sistema Solar? Ahí queda eso...
Entre tanto incienso y cántico celestial, muy pocos se han atrevido a poner el dedo en la llaga acerca del perfil completo del homenajeado. Y algunos lo han hecho incluso sin querer seguramente hacerlo, como José Luis Centella, un político español de izquierdas, que ha denunciado el "cinismo" y las "lágrimas de cocodrilo" en las palabras de algunos de los dirigentes mundiales presentes en el gran homenaje del martes pasado teniendo en cuenta que ellos nunca le apreciaron demasiado y que de hecho le tuvieron durante mucho tiempo catalogado en la lista de peligrosos terroristas internacionales. Un momento, un momento..., ¿terrorista? ¿Mandela? ¿Nuestro entrañable Madiba? Pero, ¿cómo es posible? ¿Este ángel de la Humanidad que se abraza lo mismo con el presidente norteamericano que con el dictador cubano, este abuelito canoso, simpático y sonriente y siempre rodeado de niños agradecidos, este moderno tío Tom de llamativas camisas de colores..., un terrorista (lo peor que se puede ser según los cánones políticos contemporáneos, después de un nazi)?
Pues..., sí. Resulta un poco incómodo despertar al mundo real cuando uno lleva años instalado en la dulce siesta de la manipulación mediática y el olvido del pasado, pero ahí están las hemerotecas para recordarnos esa verdad que, de manera no tan increíble para aquéllos que conocen lo sencillo que es manejar a la opinión pública, nadie puede cambiar. Y es que desde 1961 Mandela dirigía el Unkhonto We Sizwe ("Lanza de la Nación"), el "brazo armado" (léase: el grupo terrorista) del Congreso Nacional Africano encargado de robar, extorsionar y asesinar para garantizarse la supremacía en el movimiento surafricano contra el régimen de apartheid y para, a continuación, luchar contra éste de la forma más violenta posible. Y cualquiera que esté tentado de emplear ese razonamiento (que determinados "intelectuales" modernos ven suficiente para
justificar todo tipo de barbaridades, siempre que vengan exclusivamente desde la izquierda política) según el cual todo vale para luchar contra un régimen totalitario, harían bien en compararlo con el caso de España, especialmente durante la época de Franco, pero no sólo entonces. Unkhonto We Sizwe era el equivalente a ETA, igual que el prosoviético Congreso Nacional Africano podría compararse con los partidos abertzales vascos. Los 19 asesinados y más de 200 heridos en el atentado con bomba aprobado directamente por Mandela en Church Street en Pretoria en 1983 no se diferencian mucho de los 21 asesinados y cerca de medio centenar de heridos en el atentado con bomba autorizado por Santiago Arróspide Sarasola, alias Santi Potros, en el centro comercial Hipercor de Barcelona en 1987. Desde luego, las fotografías de las víctimas de ambos cobardes ataques con explosivos se parecen bastante entre sí. Y no me cuesta mucho imaginar la frustración y el envenenamiento del alma de los familiares de las víctimas surafricanas (y de los supervivientes a los atentados) ante el panegírico de estos días en favor del responsable último de aquel crimen, de la misma forma que comprendo sentimientos parecidos en los familiares y supervivientes españoles cuando un sistema legal, pero profundamente inmoral e injusto, permite que tantos etarras puedan salir con tranquilidad de la cárcel tras pagar penas de uno o dos años de prisión por cada asesinato que cometieron en sus indiscriminados y rastreros mazazos con explosivos.
Cada vez que los profesionales de las loas gratuitas repiten que la grandeza de Mandela está en que perdonó a aquéllos que le maltrataron y encarcelaron y que trabajó por la concordia en su país me acuerdo de la superior grandeza de todos aquéllos (y de sus familiares) a los que él ordenó maltratar y, peor, asesinar, que a su vez se vieron obligados a perdonarle a él trabajando tanto o más por la misma concordia..., y sin que nadie se lo reconozca a día de hoy. De
hecho, a estas alturas son pocos los que se acuerdan siquiera del abogado y político Frederik de Klerk: él y no Mandela fue el verdadero artífice del fin del apartheid surafricano. Como presidente de su país tras el mandato de Pieter Botha, De Klerk decidió terminar con ese régimen derogando las leyes segregacionistas, puso en libertad a Mandela (junto con otros políticos negros encarcelados) y legalizó el Congreso Nacional Africano para a continuación ofrecerle trabajar conjuntamente en la construcción de un nuevo país del que pudiera disfrutar todo el mundo con independencia del color de su piel. Fue De Klerk quien impulsó definitivamente la evolución democrática de Suráfrica: si él hubiera deseado que las cosas siguieran como hasta entonces, no habría pasado nada, absolutamente nada. En su época se lo reconocieron con la concesión del Premio Nobel de la Paz y también del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, ambos ex aequo con Mandela. A pesar de ello, dudo mucho de que, si hoy se diera un paseo por alguno de los barrios exclusivamente habitados por ciudadanos negros la mayoría de sus habitantes le reconocieran y se pararan a saludarle y agradecerle lo que hizo por ellos. Lo más probable es que terminara sufriendo algún tipo de desprecio, insulto o agresión por el simple hecho de ser un blanco y, por tanto, un fascista-esclavista-explotador, pues ésa es la demagógica ecuación (blanco=malvado porque sí) impuesta poco a poco en el mundo entero por los Amos para sus propios fines.
¿Y, a todo esto, por qué estaba encarcelado Nelson Mandela? ¿Por qué transcurrieron casi 30 años de su vida entre rejas? La respuesta "oficial" que tanto hemos oído esta semana es, como insistía Jacob Zuma, el actual presidente surafricano y uno de sus antiguos colaboradores (tanto en el Congreso Nacional Africano como en el Unkhonto We Sizwe), porque era "un luchador por la libertad" que "siguió inspirándonos incluso desde el interior de los muros de la prisión". Sí, ya sabemos que dio el visto bueno al sangriento atentado de Church Street desde la cárcel... No suele contarse que, en un principio, el Congreso Nacional Africano luchaba contra el apartheid a través de la vía política y que fue la llegada de Mandela y de su colega Joe Slovo lo que cambió esta tendencia ya que ambos se convirtieron en los jefes del grupo terrorista que comenzó sus atentados, sabotajes y asesinatos en 1961. El grupo
Aunque más que Mandela quizá deberíamos mejor decir: San Nelson Mandela. Desde luego, si los miembros de alguna delegación extraterrestre recién llegados a nuestro planeta y convenientemente camuflados para no ser reconocidos entre los homo sapiens se hubieran entretenido en seguir las noticias llegadas desde Suráfrica, con tan extraordinaria sucesión de homenajes y ceremoniales para encumbrar la memoria de este icono del África Negra, habrían llegado a la conclusión de que el personaje que acaba de fallecer era poco menos que un avatar divino. Es normal que cuando uno se muere todo el mundo empiece a alabarle y a recordar lo mejor que ha dejado durante su vida en este mundo (de hecho, en España es la única manera de escuchar algún halago de tus compañeros de profesión), pero lo que ha pasado y lo que aún está pasando en Suráfrica estos días va mucho más allá. Algunas de las descripciones que hemos podido escuchar no son sólo exageradas sino sonrojantes, no ya por su carácter hagiográfico, sino por la ignorancia (o la manipulación intencionada) que demuestran en labios de los personajes que de manera tan rimbombante las han pronunciado. Citaremos sólo tres declaraciones, aunque cada una de ellas espectacular por el nivel de tontería alcanzado en semejantes palabras por aquéllos que las emplearon en sus respectivos discursos.
La primera es la de la presidenta de Brasil Dilma Rousseff, cuando decía, tan ufana ella durante los desmedidos funerales organizados en el estadio de fútbol FNB de Johannesburgo (sólo el escenario elegido para el postrer homenaje, ese moderno templo para masas fanáticas de victorias insustanciales, ya debería sugerir alguna interesante reflexión a todos aquéllos todavía capaces de utilizar ese órgano tan desconocido que tenemos dentro del cráneo y que se llama cerebro) que Mandela fue "la personalidad más extraordinaria del siglo XX". ¡¿Cómo se puede decir eso en un siglo que ha visto multitud de personalidades verdaderamente extraordinarias, para bien o para mal, por su influencia real en todo el mundo desde Stalin a Krishnamurti, pasando por Picasso, Lindbergh, Fleming, Churchill, Ortega y Gasset, Presley, Hawking, Watson, Jobs, Hitler, Kennedy, Mao, Ben Gurion, Juan XXIII y tantos otros?! Si yo fuera amiga o pariente de Rousseff ya sé lo que podría regalarle para estas Navidades: una buena enciclopedia histórica. La misma que me serviría para quedar bien con Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, autor
de la segunda declaración oficial en la que calificaba a Mandela como "uno de los más grandes ejemplos (como ser humano) de la Historia". Si el líder surafricano pierde a la hora de ser comparado con "grandes ejemplos" no sólo durante el siglo XX, no digamos ya si tenemos que empezar a compararlo con Sócrates, Cervantes, Miguel Ángel, Jesucristo, Newton, Galileo, Buda, Shakespeare, Napoleón, Da Vinci, Platón, Buda, Gutenberg, César..., por citar sólo un puñado de "pequeños" ejemplos. La tercera declaración (incluyo sólo tres, pero ésta es mi selección: cualquiera puede hacer la suya propia escogiendo de entre el catálogo de elogios que han regado nuestros oídos durante estos últimos días) es española y la pronunció el jefe de la oposición política celtibérica: el actual secretario general del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba, quien en un guiño obvio a los Amos que gobiernan realmente tras el telón afirmaba sin despeinarse que "Mandela merecía ser el presidente de la Humanidad". ¡De la Humanidad! ¿Y por qué no de todo el Sistema Solar? Ahí queda eso...
Entre tanto incienso y cántico celestial, muy pocos se han atrevido a poner el dedo en la llaga acerca del perfil completo del homenajeado. Y algunos lo han hecho incluso sin querer seguramente hacerlo, como José Luis Centella, un político español de izquierdas, que ha denunciado el "cinismo" y las "lágrimas de cocodrilo" en las palabras de algunos de los dirigentes mundiales presentes en el gran homenaje del martes pasado teniendo en cuenta que ellos nunca le apreciaron demasiado y que de hecho le tuvieron durante mucho tiempo catalogado en la lista de peligrosos terroristas internacionales. Un momento, un momento..., ¿terrorista? ¿Mandela? ¿Nuestro entrañable Madiba? Pero, ¿cómo es posible? ¿Este ángel de la Humanidad que se abraza lo mismo con el presidente norteamericano que con el dictador cubano, este abuelito canoso, simpático y sonriente y siempre rodeado de niños agradecidos, este moderno tío Tom de llamativas camisas de colores..., un terrorista (lo peor que se puede ser según los cánones políticos contemporáneos, después de un nazi)?
Pues..., sí. Resulta un poco incómodo despertar al mundo real cuando uno lleva años instalado en la dulce siesta de la manipulación mediática y el olvido del pasado, pero ahí están las hemerotecas para recordarnos esa verdad que, de manera no tan increíble para aquéllos que conocen lo sencillo que es manejar a la opinión pública, nadie puede cambiar. Y es que desde 1961 Mandela dirigía el Unkhonto We Sizwe ("Lanza de la Nación"), el "brazo armado" (léase: el grupo terrorista) del Congreso Nacional Africano encargado de robar, extorsionar y asesinar para garantizarse la supremacía en el movimiento surafricano contra el régimen de apartheid y para, a continuación, luchar contra éste de la forma más violenta posible. Y cualquiera que esté tentado de emplear ese razonamiento (que determinados "intelectuales" modernos ven suficiente para
justificar todo tipo de barbaridades, siempre que vengan exclusivamente desde la izquierda política) según el cual todo vale para luchar contra un régimen totalitario, harían bien en compararlo con el caso de España, especialmente durante la época de Franco, pero no sólo entonces. Unkhonto We Sizwe era el equivalente a ETA, igual que el prosoviético Congreso Nacional Africano podría compararse con los partidos abertzales vascos. Los 19 asesinados y más de 200 heridos en el atentado con bomba aprobado directamente por Mandela en Church Street en Pretoria en 1983 no se diferencian mucho de los 21 asesinados y cerca de medio centenar de heridos en el atentado con bomba autorizado por Santiago Arróspide Sarasola, alias Santi Potros, en el centro comercial Hipercor de Barcelona en 1987. Desde luego, las fotografías de las víctimas de ambos cobardes ataques con explosivos se parecen bastante entre sí. Y no me cuesta mucho imaginar la frustración y el envenenamiento del alma de los familiares de las víctimas surafricanas (y de los supervivientes a los atentados) ante el panegírico de estos días en favor del responsable último de aquel crimen, de la misma forma que comprendo sentimientos parecidos en los familiares y supervivientes españoles cuando un sistema legal, pero profundamente inmoral e injusto, permite que tantos etarras puedan salir con tranquilidad de la cárcel tras pagar penas de uno o dos años de prisión por cada asesinato que cometieron en sus indiscriminados y rastreros mazazos con explosivos.
Cada vez que los profesionales de las loas gratuitas repiten que la grandeza de Mandela está en que perdonó a aquéllos que le maltrataron y encarcelaron y que trabajó por la concordia en su país me acuerdo de la superior grandeza de todos aquéllos (y de sus familiares) a los que él ordenó maltratar y, peor, asesinar, que a su vez se vieron obligados a perdonarle a él trabajando tanto o más por la misma concordia..., y sin que nadie se lo reconozca a día de hoy. De
¿Y, a todo esto, por qué estaba encarcelado Nelson Mandela? ¿Por qué transcurrieron casi 30 años de su vida entre rejas? La respuesta "oficial" que tanto hemos oído esta semana es, como insistía Jacob Zuma, el actual presidente surafricano y uno de sus antiguos colaboradores (tanto en el Congreso Nacional Africano como en el Unkhonto We Sizwe), porque era "un luchador por la libertad" que "siguió inspirándonos incluso desde el interior de los muros de la prisión". Sí, ya sabemos que dio el visto bueno al sangriento atentado de Church Street desde la cárcel... No suele contarse que, en un principio, el Congreso Nacional Africano luchaba contra el apartheid a través de la vía política y que fue la llegada de Mandela y de su colega Joe Slovo lo que cambió esta tendencia ya que ambos se convirtieron en los jefes del grupo terrorista que comenzó sus atentados, sabotajes y asesinatos en 1961. El grupo
se radicalizó en el decenio de los años 80 del siglo XX cuando organizaron sucesivos ataques contra objetivos industriales, militares y civiles. Por ejemplo, en diciembre de 1985, en un centro comercial de Amanzimtoti, una localidad de vacaciones, asesinaron a cinco personas de las cuales tres eran niños. La organización de Mandela fue considerada terrorista por la mismísima ONU (en la imagen de al lado, aparece una lista de las "acciones" más devastadoras autorizadas por el homenajeado) y es bastante significativo que sus actividades no recibieran el visto bueno ni siquiera por parte de Amnistía Internacional, ONG que suele tener bastante "manga ancha" con los grupos "armados" que "luchan" por la "liberación" de diversos pueblos.
Un aspecto especialmente terrible del "luchador" Mandela en aquella época fue la promoción del necklacing: una forma de tortura y asesinato tan horrible como barata, consistente en colocar uno o varios neumáticos alrededor del cuello, la cintura, los brazos..., de la víctima y prenderle fuego a continuación. Sus entusiastas partidarios lo aplicaron con miles de granjeros y campesinos blancos pero también con otros tantos negros que no estaban de acuerdo con los métodos del Unkhonto We Sizwe o que buscaban resolver el problema del apartheid a través de sus propias organizaciones políticas o que, simplemente, no estaban por la labor de ayudar en los objetivos finales del Congreso Nacional Africano porque vivían a su aire sin preocuparse de nada más... Muchos de aquellos torturadores entraron después a las fuerzas armadas surafricanas y aún está por ver que algún partido político o alguna organización no gubernamental de dentro o de fuera del país exija una investigación seria para depurar responsabilidades como por ejemplo se hizo en Argentina con los torturadores que durante la época de la dictadura se refugiaron en las filas militares (o ya estaban en ellas). Las brutalidades alimentadas por este grupo llegaron a tal extremo que hasta el duro de Botha, el Gran Cocodrilo, llegó a ofrecer a Mandela, el preso 46664 (sí..., qué número más sugerente, ¿verdad?) de la isla de Robben, la libertad e incluso el comienzo de negociaciones como las que posteriormente llevaría a cabo con más éxito su sucesor De Klerk si él y su grupo renunciaban oficialmente a la violencia. Mandela el pacifista no lo hizo: de hecho, tras conseguir su libertad habló mucho y en muchas partes acerca de la necesidad de concordia pero no llegó a renunciar en público al ejercicio de la violencia. Es un sugerente ejercicio de imaginación plantearse por qué existen tantas fotografías y películas del Mandela presidente de Suráfrica y los años posteriores (ya investido de su imagen de Santa Klaus negro) y en cambio resulta tan difícil encontrar imágenes suyas antes de ser llevado a prisión: sería interesante tener acceso a fotografías de esa época para ver lo que revelaban...
Bien, pues ya tenemos a Madiba en libertad, ganando elecciones gracias al voto concedido a los ciudadanos negros, mayoritarios en Suráfrica debido a la constante emigración a lo largo de muchos años de distintas tribus hacia las zonas inicialmente colonizadas, trabajadas y hechas fructificar por los emigrantes europeos que llegaron a unas tierras salvajes y desocupadas. Ya le tenemos convirtiéndose en presidente del, hasta su llegada al poder, régimen más próspero (racista, pero próspero) de toda África... ¿Qué hizo Mandela como presidente de su país, aparte de conceder a sus hermanos de raza la ilusión de que su voto servía para algo (en eso, todos los homo sapiens son iguales, con independencia del color que tengan, de su sexo, su edad o condición)? La verdad es que no gran cosa. Durante el homenaje de esta semana en el estadio FNB de Johannesburgo la multitud abucheó constantemente a Zuma por considerar que él era el culpable de lo mal que están las cosas, pero Zuma no ha hecho más que aplicar las mismas políticas que Mandela y sus sucesores, todos del mismo origen. Políticas que han arruinado el país en poco tiempo. Un país hoy muy supuestamente colorido, multirracial y alegre, sí..., pero en realidad con una de las mayores tasas de violencia e inseguridad del mundo, el récord de infectados por SIDA, porcentajes nunca vistos de pobreza y desempleo (todos los datos muy superiores a los registrados hasta la época de De Klerk) y, por si fuera poco, tan racista como antes. Porque ni siquiera eso se ha salvado. A pesar del desnortado titular con el que el diario El País encabezaba hace unos días el informe especial de su muerte (Mandela, el hombre que derrotó al racismo), la cruda verdad que nadie quiere oír, ni siquiera los propios surafricanos, es que el racismo no sólo no ha muerto sino que se ha radicalizado en su tierra. Y no ya el racismo antiblanco, como en la "buena época" de la lucha contra el apartheid, sino contra los negros de etnias diferentes, como la de los zulúes. En un año muy cercano a nosotros, 2008, los "luchadores" negros del Congreso Nacional Africano cometieron multitud de asesinatos contra inmigrantes negros cuyo delito era ser pobres y atreverse a viajar desde otros países como Mozambique, Malawi o Zimbabwe en busca de un futuro mejor. Pensaban hallarlo entre hermanos..., pero se encontraron con un montón de caínes.
Un aspecto especialmente terrible del "luchador" Mandela en aquella época fue la promoción del necklacing: una forma de tortura y asesinato tan horrible como barata, consistente en colocar uno o varios neumáticos alrededor del cuello, la cintura, los brazos..., de la víctima y prenderle fuego a continuación. Sus entusiastas partidarios lo aplicaron con miles de granjeros y campesinos blancos pero también con otros tantos negros que no estaban de acuerdo con los métodos del Unkhonto We Sizwe o que buscaban resolver el problema del apartheid a través de sus propias organizaciones políticas o que, simplemente, no estaban por la labor de ayudar en los objetivos finales del Congreso Nacional Africano porque vivían a su aire sin preocuparse de nada más... Muchos de aquellos torturadores entraron después a las fuerzas armadas surafricanas y aún está por ver que algún partido político o alguna organización no gubernamental de dentro o de fuera del país exija una investigación seria para depurar responsabilidades como por ejemplo se hizo en Argentina con los torturadores que durante la época de la dictadura se refugiaron en las filas militares (o ya estaban en ellas). Las brutalidades alimentadas por este grupo llegaron a tal extremo que hasta el duro de Botha, el Gran Cocodrilo, llegó a ofrecer a Mandela, el preso 46664 (sí..., qué número más sugerente, ¿verdad?) de la isla de Robben, la libertad e incluso el comienzo de negociaciones como las que posteriormente llevaría a cabo con más éxito su sucesor De Klerk si él y su grupo renunciaban oficialmente a la violencia. Mandela el pacifista no lo hizo: de hecho, tras conseguir su libertad habló mucho y en muchas partes acerca de la necesidad de concordia pero no llegó a renunciar en público al ejercicio de la violencia. Es un sugerente ejercicio de imaginación plantearse por qué existen tantas fotografías y películas del Mandela presidente de Suráfrica y los años posteriores (ya investido de su imagen de Santa Klaus negro) y en cambio resulta tan difícil encontrar imágenes suyas antes de ser llevado a prisión: sería interesante tener acceso a fotografías de esa época para ver lo que revelaban...
Bien, pues ya tenemos a Madiba en libertad, ganando elecciones gracias al voto concedido a los ciudadanos negros, mayoritarios en Suráfrica debido a la constante emigración a lo largo de muchos años de distintas tribus hacia las zonas inicialmente colonizadas, trabajadas y hechas fructificar por los emigrantes europeos que llegaron a unas tierras salvajes y desocupadas. Ya le tenemos convirtiéndose en presidente del, hasta su llegada al poder, régimen más próspero (racista, pero próspero) de toda África... ¿Qué hizo Mandela como presidente de su país, aparte de conceder a sus hermanos de raza la ilusión de que su voto servía para algo (en eso, todos los homo sapiens son iguales, con independencia del color que tengan, de su sexo, su edad o condición)? La verdad es que no gran cosa. Durante el homenaje de esta semana en el estadio FNB de Johannesburgo la multitud abucheó constantemente a Zuma por considerar que él era el culpable de lo mal que están las cosas, pero Zuma no ha hecho más que aplicar las mismas políticas que Mandela y sus sucesores, todos del mismo origen. Políticas que han arruinado el país en poco tiempo. Un país hoy muy supuestamente colorido, multirracial y alegre, sí..., pero en realidad con una de las mayores tasas de violencia e inseguridad del mundo, el récord de infectados por SIDA, porcentajes nunca vistos de pobreza y desempleo (todos los datos muy superiores a los registrados hasta la época de De Klerk) y, por si fuera poco, tan racista como antes. Porque ni siquiera eso se ha salvado. A pesar del desnortado titular con el que el diario El País encabezaba hace unos días el informe especial de su muerte (Mandela, el hombre que derrotó al racismo), la cruda verdad que nadie quiere oír, ni siquiera los propios surafricanos, es que el racismo no sólo no ha muerto sino que se ha radicalizado en su tierra. Y no ya el racismo antiblanco, como en la "buena época" de la lucha contra el apartheid, sino contra los negros de etnias diferentes, como la de los zulúes. En un año muy cercano a nosotros, 2008, los "luchadores" negros del Congreso Nacional Africano cometieron multitud de asesinatos contra inmigrantes negros cuyo delito era ser pobres y atreverse a viajar desde otros países como Mozambique, Malawi o Zimbabwe en busca de un futuro mejor. Pensaban hallarlo entre hermanos..., pero se encontraron con un montón de caínes.
Es lo que tiene la ingeniería social, qué fácil es crear un héroe hoy en día y enterrar las evidencias que afirman todo lo contrario. Mandela evidentemente fue un líder carismático que vivio una situación que quizá no muchos hubieran podido hacer mejor, pero la verdad es que desde juzgar a la persona en su contexto histórico y las dificultades que representaba la lucha en esa época teniendo en cuenta los errores del pasado, el terrorismo... a santificar, divinizar, mitificar e incluso llegar a decir que fue la persona más importante del siglo XX me parece una soberana gilipollez. La actitud de la gente, falta de valores críticos, apertura y reflexión nos conduce a un mundo gobernado por subnormales. Lo mismo pudiera decirse del Obama y el we can, que ya huele a latigillo desfasado, ganando las elecciones prometiendo cosas que nunca ha hecho ni piensa hacer y sin embargo, es vendida en españa como el presidente "negro y de izquierdas" americano. En fin... un saludo.
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