Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Medicinas

No es mi siglo favorito, precisamente, pero hay que reconocer que a finales del XVIII se registraba una actividad especialmente interesante en Europa, dentro de la eterna guerra que enfrenta desde tiempos inmemoriales a "buenos" y "malos" a espaldas de los homo sapiens, que son incapaces de separar la mirada del escenario del teatro con el que se les entretiene todos los días. En aquella época, por ejemplo, claudicaba definitivamente uno de los ejércitos espirituales tradicionalmente asociados a los "buenos": una discreta sociedad que había sido infiltrada desde principios de siglo por los "malos" y que a partir de entonces sirve a éstos, aunque sus miembros inferiores (y aún bastantes en algunas jerarquías intermedias) sigan creyendo sinceramente a día de hoy que están ubicados en un lugar diferente... Fieles a su estrategia más habitual, los infiltrados fueron desviando el destino de esta sociedad con tanta lentitud como precisión, de manera que sus confiados integrantes no se percataran de que habían perdido el control primero y luego el rumbo de la nave hasta que ya no pudieron hacer nada por recuperarlo. Después, ya fue tarde para cualquier reacción. Esa época salvaje que muchos ignorantes siguen celebrando a día de hoy como si fuera una de las cumbres de la libertad y la sabiduría en el confuso devenir de la Humanidad ofreció la cobertura perfecta para hacer "desaparecer" a los elementos más molestos o peligrosos (aunque sólo fuera porque sabían lo que había ocurrido) que quedaban, acusándoles de contrarrevolucionarios. Así se completó la operación que, entre otros, permitió ejecutar a uno de los mejores músicos de la Historia conocida, perteneciente a esa sociedad y en el secreto de ciertas cosas..., aunque oficialmente murió por culpa de una enfermedad no aclarada.

En aquellos años turbulentos vivió un personaje muy curioso (uno de tantos, entonces) de origen alemán llamado Franz Anton Mesmer. Tuvo la fortuna de poder desarrollar su intelecto gracias a la educación en universidades jesuitas que (aparte del condicionante religioso) eran entonces como lo son ahora un grado más que elevado dentro de la enseñanza universitaria internacional. Mac Namara me ha sugerido en alguna ocasión que compaginó esa enseñanza oficial con otra más excéntrica en centros de enseñanza, digamos, un tanto etéreos. Lo cierto es que durante su carrera como médico comenzó a experimentar primero con imanes y más tarde con el magnetismo y el hipnotismo, con todo lo cual desarrolló lo que aún hoy se conoce como "mesmerismo" o "método mesmérico". Con él, alcanzó bastante éxito en la curación de algunas enfermedades (no todas) y ello despertó la irritación de los médicos "normales" que, en unos años donde el materialismo comenzaba a florecer, despreciaban sus peculiares métodos de tratamiento. Instalado en París, fue allí sometido a una suerte de juicio médico de "expertos" que destruyeron su credibilidad (ay, los franceses..., que siempre se venden como defensores de la libertad cuando a la hora de la verdad se han contado y siguen contando entre los mejores censores y sicarios del "lado oscuro").

Parece significativo que entre los miembros de la comisión que lo arruinó al decidir, no que sus métodos no servían para curar a la gente (esto no se pudo demostrar, por lo que se achacó la recuperación de la salud de sus pacientes al hecho de que habrían sido convencidos por Mesmer de que lo que les dolía antes de pasar por su consulta ya ni siquiera les molestaba un poquito), sino que el médico germano no había descubierto ningún fluido magnético natural de los animales, figuraban entre otros dos personajes de carrera también muy característica con claros muy conocidos y oscuros no tanto. Hablamos del médico Joseph Ignace Guillotin y el entonces embajador de los recién nacidos EE.UU. Benjamin Franklin. En todo caso Mesmer terminó abandonando París y se perdió, desprestigiada su figura, en las nieblas de los siglos...  Hoy, el valor terapéutico del mesmerismo está reconocido y de hecho se utiliza para distintos tratamientos, aunque ya no se llama así. Ahora se le llama sofrología y también hipnotismo, pero básicamente se trata de un método semejante.

Toda esta historia viene a cuento de tantos enemigos declarados que le han salido en los últimos años a la homeopatía, la acupuntura y otros tratamientos tradicionales que funcionan (por supuesto que funcionan: si no lo hicieran, hubieran dejado de practicarse hace mucho tiempo; la gente puede ser analfabeta pero no es idiota y nadie va a gastar su tiempo, su dinero y sus esfuerzos con algo que no haya tenido ocasión de comprobar fehacientemente) al margen del llamado "método científico" estrictamente materialista. Contrasta, además, cómo los mayores críticos de la medicina no controlada oficialmente hasta épocas muy recientes se desgañitan bramando contra la supuesta charlatanería de sus practicantes y la supuesta estupidez de sus beneficiarios mientras miran para otro lado en lo que respecta a las denuncias contra las crecientes irregularidades de la medicina oficial que, vaya, vaya, resulta no ser la panacea universal que se vende tan a menudo.

El pasado mes de septiembre se presentó en Madrid un libro especialmente llamativo en lo que se refiere a este asunto, con el indiscreto título de Medicamentos que matan y crimen organizado: cómo las farmacéuticas han corrompido el sistema de salud (Los libros del Lince) del danés Peter Gotzsche. Aunque la presentación fue en la sede de la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) no tuvo demasiada repercusión en los medios de comunicación..., aunque eso es decir que obtuvo alguna, lo que parece una entelequia en un país como el nuestro donde mucha gente se gasta la exigua cantidad de la que dispone para invertir en libros comprando auténticos buñuelos de nada, como las memorias de Belén Esteban o cualquiera de las innumerables secuelas de ese texto porno para mamás reprimidas llamado Cincuenta sombras de Grey. Sin embargo, Goztsche sabe de qué habla, puesto que además de conocimientos de química y biología ejerció la medicina en varios hospitales de Copenhague, la capital de su país... El caso es que su libro mete el dedo en el ojo de una manera un tanto molesta para el sistema pues denuncia con datos reales y casos prácticos algo que sólo las personas bien informadas (es decir, muy pocas) ya conocen: el inmenso negocio a nivel mundial que suponen los medicamentos y su comercialización. Una máquina capaz de imprimir tal cantidad de dinero  que, según cuentan algunos (empezando por el propio Mac Namara, que siempre ha sido muy rotundo al respecto), por su culpa siguen existiendo gravísimas enfermedades a día de hoy que podrían disponer de una cura..., y que no la poseen porque resulta mucho más rentable que siga muriendo gente afectada, gente que es tratada con medicinas ineficientes pero caras y que generan buenos beneficios.

Me hizo gracia encontrar en el libro un párrafo en el que Gotzsche recuerda cuando el directivo de una farmacéutica le dijo textualmente a un visitador médico que "debemos darle la mano a los médicos y susurrarles en la oreja que receten Neurontin para los dolores, Neurontin para el tratamiento con monoterapia, Neurontin para tratar el trastorno bipolar... ¡Neurontin para todo! Y no quiero escuchar ni una palabra sobre esa mierda de la seguridad." Me hizo gracia porque, de manera totalmente sorprendente tanto para mi gato conspiranoico como para mí mismo, el artículo sobre este medicamento que apareció en esta bitácora a finales de noviembre de 2009 es aún hoy, según las estadísticas informáticas, el más leído y comentado en toda la corta historia de Fácil para nosotros. Tal y como recuerda el autor de este fascinante texto, las consecuencias de la comercialización del Neurontin fueron la razón por la que la empresa Pfizer fue condenada en 2010 por cargos, textualmente, de "crimen organizado y conspiración"

La industria del medicamento invierte más del doble en mercadotecnia que en innovación, señalaba en aquella charla Gotzsche. Pero cuando hablamos de mercadotecnia no nos referimos sólo al diseño de los envases farmacéuticos.  Por ejemplo, cualquier periodista que se dedique a cubrir información sanitaria y tenga cierto peso en el sector o que, como un servidor, conozca a otros periodistas que trabajen en ello puede dar testimonio de la existencia de viajes fabulosos, auténticas vacaciones pagadas de una o dos semanas en verdaderos paraísos tropicales bajo la denominación oficial de "presentación del medicamento tal" o de la "solución médica de la pastilla cual". Durante esos días, el profesional de la información tendrá que cubrir una, a lo sumo dos ruedas de prensa no especialmente largas y quizá visitar alguna fábrica de medicamentos. Y dedicar el resto del tiempo a disfrutar de las vacaciones. ¿Alguien cree realmente que cuando vuelva el periodista a su casa va a hablar mal, no ya del nuevo producto medicinal, sino de la entera compañía que lo fabrica? 

El libro de Gotzsche da cifras. Por ejemplo, cuenta cómo en su propio país, donde viven unos 5,5 millones de personas se consumen ¡8 millones de dosis diarias! de medicación. Y que uno de cada 8 daneses toma al menos 5 medicinas cada día... También recoge la carta abierta al primer ministro británico David Cameron que firmaron varias decenas de científicos en la revista de este mismo país The Lancet (una de las "biblias" actuales de la medicina y la ciencia) denunciando que en la Unión Europea mueren cada año ¡casi 200.000 personas! por culpa de los efectos adversos de medicinas que se recetan o se venden sin más. En el caso de los EE.UU., los llamados fármacos antiarrítmicos provocan el fallecimiento de otros 50.000 pacientes anuales. Un solo producto, el rofecoxib, está según sus análisis tras la muerte por trombosis de 120.000 personas en todo el planeta... Tanto en la UE como en Estados Unidos, los medicamentos prescritos, recuerda, figuran como la tercera causa de muerte tras las enfermedades cardíacas y el cáncer.  Hay que tener en cuenta que el fenómeno no es nuevo: recordemos el caso de la talidomida, ese fármaco tan bueno para las embarazadas gracias al cual nacieron tantos niños malformados que, muchos años después, hoy día, siguen al menos en España reclamando en los tribunales una indemnización decente a la farmacéutica Grünenthal. Incluso en el caso de los tratamientos que funcionan sin contraindicaciones, la actitud de las empresas farmacéuticas, denuncia el autor del libro, es "mafiosa" porque todos los nuevos fármacos cuestan mucho dinero..., aunque no lo cuesten. Dice Gotzsche que no existe relación lógica alguna entre lo que cuesta elaborar un medicamento y lo que luego se cobra por ello.

En ese sentido, las instituciones encargadas de controlar estos artículos no protegen a los ciudadanos como debieran hacerlo: ni la europea ni la norteamericana. En el caso de ésta última, la FDA (Food and Drug Administration o Agencia para los Alimentos y los Medicamentos), uno de sus directores asociados, David Graham, reconoció que esta institución "desprecia la seguridad de un producto porque para ella no existen daños que no puedan controlarse con una vigilancia post-comercialización". Su manera de pensar es "no podemos tener un 95 % de seguridad sobre qué medicamento puede matar, pero lo asumimos y lo autorizamos". Y cita casos como los del vioxx, la warfarina o la cisaprida... Todo esto por no hablar de enfermedades prácticamente inventadas como el famoso TDAH (Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad) que según explica el autor del libro "no es más que un nombre..., carece de entidad biológica y se diagnostica principalmente a partir de quejas de los maestros; pero se le podría aplicar a muchas personas que no son niños en edad escolar". Los medicamentos que se aplican para "combatir" este diagnóstico "tienen un mecanismo de acción similar al de la cocaína o la anfetamina" pues el objetivo principal "no es mejorar los resultados académicos de los niños sino conseguir que sean más manejables en clase". Eso, al precio de reducir su capacidad de interacción social o su curiosidad y, a largo plazo, incluso como adultos, crearles cuadros de ansiedad, depresión, pérdida de interés sexual, menor tolerancia al estrés e incluso daños cerebrales.

Hay muchos más datos desasosegantes en este libro que recomiendo estudiar con calma. La conclusión de este científico danés es clara: no hay que tomar medicinas más que en un caso de extrema necesidad (personalmente, he visto a compañeros de trabajo y otros conocidos ingiriendo pastillas de ibuprofeno casi como si fueran gominolas, con cualquier excusa..., también he visto las graves consecuencias que este "alegre" consumo de medicamentos -drogas, al fin y al cabo- han producido en algunos de ellos).










No hay comentarios:

Publicar un comentario