Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Vampiros y plantas

Una de las más interesantes secuencias de una película per se muy interesante (Las aventuras del barón de Münchausen, de Terry Gillian)
porque se presenta como una especie de comedieta de aventuras juveniles y no lo es (o no es sólo eso, para ser exactos), nos muestra cómo la Muerte, en su imagen más tradicional para los humanos corrientes (esqueleto, guadaña y etcétera), se apodera del espíritu de las persona a través de una especie de místico e intangible beso que extrae la energía del moribundo de su boca y la lleva a la Cosechadora de Dios, por llamarla de algún modo. Luego, ella se marcha con su botín sagrado, en busca de nuevos objetivos.

Conocemos la historia de los vampiros: seres tan siniestros como parasitarios que, gracias a la estúpida educación contemporánea en la que ya no hay ni buenos ni malos de acuerdo con la doctrina políticamente correcta imperante del relativismo, se han convertido en lánguidas presencias del mundo de la ambigüedad, seres simplemente "diferentes", dignos al menos de compasión y comprensión, a los que no es posible "marginar" por más tiempo. Después de todo, ellos no tienen culpa de ser lo que son...

Pues sí, sí la tienen. En contra de la creencia generalizada hoy sobre todo entre los incultos adolescentes lectores de supuestos tratados vampíricos que harían carcajearse a cualquier estudioso serio del tema, no ya en estos tiempos sino en cualquier otro anterior, uno no "se hace" vampiro porque le muerdan en el cuello y le sorban la sangre, sin más. Con eso, simplemente uno se muere porque se queda sin sangre. Una cosa es ser una víctima de un monstruo como éste y otra, muy distinta, ser un aspirante a convertirse en uno de ellos puesto que los tratados más antiguos se refieren a los mismos como una "raza aparte". Es decir, uno nace vampiro o no. Esto, sin tener en cuenta el carácter simbólico de esta figura: Bram Stoker, el autor de Drácula, la obra de vampiros más famosa de todos los tiempos, describió en su poco conocido texto a cierto tipo concreto de parásitos de la sociedad de su época, que por cierto siguen existiendo en la actualidad igual que existieron mucho antes en todas las sociedades humanas y que, para su supervivencia, precisan el derramamiento de sangre de cierta forma ritual. Stoker tenía conocimiento suficiente para hablar de estas cosas, aunque la mayoría de sus lectores no hayan llegado a captar sus sutilezas por falta de información, pues no en vano fue miembro de la Golden Dawn, la sociedad discreta más popular en aquel entonces en el Reino Unido.

La sangre es un elemento preciosísimo no sólo desde el punto de vista físico (sin sangre no se mueve el corazón ni se transporta oxígeno a las células ni...) sino desde el punto de vista tradicionalmente esotérico, ya que según se cuenta en ella radica la energía vital imprescindible para vivir en este mundo (y por ello a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI diversos ocultistas han pronosticado reiteradamente que nunca se conseguirá "sintentizar" sangre artificial, una vieja aspiración de la medicina occidental, ya que haría falta disponer de algunos elementos no físicos que no están al alcance de la ciencia contemporánea). Desde este punto de vista, lo importante de la sangre no es ella misma sino lo que es capaz de contener y transportar. Por eso no existen tan sólo los "vampiros de sangre" (o más bien de esa sutil energía que corre por la sangre) sino los capaces de apoderarse de la misma con otro tipo de técnicas. Así lo hemos visto descrito en algunos cuentos de "fantasía" o en algunos libros de autoayuda donde se confunden a menudo los términos y los conceptos al hablar de éstas y otras cosas curiosas. 

Es cuestión de tiempo que la ciencia moderna confirme que las "supersticiones de nuestros antepasados" tienen su sentido después de todo, aunque sea dándoles un nombre diferente (como comentamos el otro día respecto al mesmerismo, hoy llamado sofrología e hipnosis) porque, nunca lo repetiremos lo bastante, nuestros antepasados no eran idiotas por el simple hecho de precedernos en el tiempo (más bien, es al contrario: tenían más tiempo que nosotros para pensar y razonar) y cuando una sociedad insiste en repetir ciertos ritos y creencias a los que se adjudica la capacidad de materializar cosas concretas, es porque esas cosas se materializan, porque esa manera de actuar funciona (independientemente de que se conozca o no la razón última de ese funcionamiento). Si no, habrían dejado de practicarlos con rapidez.

Pues hablando de vampirismo, resulta que un equipo de investigación alemán dirigido por el doctor Olaf Kruse, de la Universidad de Bielefeld, ha descubierto que algunas plantas pueden llegar a extraer energía alternativa de otras plantas. Es decir, pueden vampirizarse entre sí. La noticia aparecía en el Nature Communications, donde los científicos explicaban cómo confirmaron por primera vez que un alga verde, la Chlamydomonas reinhartii, no sólo utiliza la fotosíntesis como forma de conseguir la energía que precisa para vivir, sino que la puede robar a otras plantas próximas. Según esta publicación, lo más interesante del hallazgo es el planteamiento de que con las personas puede suceder algo similar. Así, el texto pronostica que "a medida que avancen los estudios energéticos en los próximos años, confirmaremos que esto se puede producir también con los seres humanos" porque su organismo "es muy parecido a una planta, al tomar la energía necesaria para alimentar los estados emocionales; esta esencia puede energizar las células".

Hablamos de bioenergía, por supuesto, un campo "en constante evolución" y que según la doctora Olivia Bader-Lee demuestra que "los humanos pueden curarse entre sí, simplemente a través de la transferencia de energía al igual que las plantas." En su opinión, los homo sapiens pueden apoderarse de esa energía mediante la aproximación a la Naturaleza, motivo por el cual acercarse a ella "es estimulante para tanta gente".

Bader-Lee sugiere cinco herramientas para garantizar que nadie nos roba esa energía: 1º) mantenerse centrado espiritualmente (lo que permite saber cuándo hay movimientos energéticos en nuestro entorno); 2º)  permanecer en la medida de lo posible en un estado de no-resistencia (similar al agua, de manera que cualquier energía negativa atraviese a la persona sin dañarla); 3º) Vigilar y controlar el espacio personal (el "aura" o, lo que es lo mismo, el espacio comprendido a una distancia máxima de cerca de un brazo alrededor de nuestro cuerpo); 4º) limpiarse periódicamente desde el punto de vista energético (hay diversas técnicas para eso); 5º) llenar nuestro espacio personal con nuestra propia energía (lo que supone la barrera más eficaz para impedir el paso de energías ajenas). 

De esta manera se puede evitar a los vampiros energéticos que, a menudo, ni siquiera son conscientes de ser tales. En realidad, el vampiro es básicamente un gandul, un irresponsable que se niega a asumir el esfuerzo de trabajar para conseguir su propia energía y se limita a robar la de los demás, sin importarle las consecuencias que eso tenga para ellos, aunque sea la muerte.








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