Hace un par de años Fácil para nosotros sufrió un ataque muy sutil y muy cobarde, continuado en el tiempo y disimulado como "tendencias de Internet" que cortó las alas a su crecimiento. Publiqué entonces un artículo en el que me refería crípticamente a ello (no sé si algún lector avispado logró traducir mis palabras) porque decidí tomármelo con filosofía. Al fin y al cabo, son riesgos que se corren cuando uno se encarga de una bitácora que no es excesivamente popular (porque no publica fotos de mujeres desnudas ni opiniones de famosos diciendo estupideces) y que además habla de cosas "raras", a veces incómodas tanto en la forma como en el fondo y que, soy consciente, molestan muchísimo a determinados homo sapiens de cortas entendederas. Tampoco estaba entre mis objetivos llegar a miles de millones de personas sino simplemente a un puñado de gente que estuviera preocupada por asuntos afines y con la que pudiera compartir algunas de las ideas que no se pueden expresar en los supuestos foros libres de la sociedad contemporánea. Y hablar en libertad completa y absoluta: la libertad es un atributo exclusivo del hombre, aunque se paga (lo sé bien) carísima.
El caso es que esta noche este blog ha sufrido un asalto mucho más directo. Tenía ya buena parte del artículo terminado cuando, de pronto y sin venir a cuento, la pantalla se ha puesto en blanco y todo el texto ha desaparecido en un santiamén mientras escribía, como si alguien hubiera accedido al mismo desde fuera de mi ordenador y lo hubiera borrado sobre la marcha para a continuación presionar el botón de guardar de forma que no hubiera posibilidad de recuperar lo escrito antes. Probablemente, porque es lo que ha sucedido. Llevo ya demasiado tiempo trabajando con Internet como para detectar cuándo hay que hablar de torpeza utilizando el teclado con malas combinaciones de letras, cuándo podemos achacar lo que ocurre a la inestabilidad de un programa o de una conexión y cuándo está pasando algo "que no debería pasar". De hecho, mientras escribo estas líneas, el escritorio sigue haciendo cosas raras, aunque ahora estoy tomando ciertas precauciones para evitar que vuelva a suceder lo mismo.
Soy muy terco. Si me atacan y me borran el texto entero, lo empiezo otra vez. Y si lo vuelven a borrar, una vez más. La lástima es que el primer artículo me estaba gustando mucho y no puedo recuperar ni una coma. En él hablaba de un asunto interesante que, seguro, ahora no sabré explicar con las mismas palabras y razonamientos con los que lo llevaba expuesto hasta el momento de esta intervención foránea. El asunto era la inexistencia de los mesías. Algo básico en la carrera de la Universidad de Dios, que uno aprende incluso antes de comenzar a cursarla, cuando está preparándose para la prueba de acceso, pero que por motivos fáciles de entender es una de las fantasías favoritas del aprendiz de ser humano. A qué homo sapiens no le gusta imaginar que de pronto aparece un ser divino, dotado de poderes, dispuesto a resolverle todos los problemas, incluso a sacrificarse por él si es necesario, porque sí y sin pagar nada a cambio... Pero los mesías no existen. Son fruto de otro de esos bonitos cuentos escritos hace miles de años por un vago redomado (o un vago muy listo) que tuvo mucho éxito porque sirvió para justificar los intereses de una amplia audiencia de vagos redomados, que ha ido creciendo con el tiempo. La verdad es que nadie va a venir a salvar a la Humanidad, ni dios, ni extraterrestre, ni brujo con poderes... Nadie te va a salvar a ti ni tú puedes salvar a nadie, ni siquiera a las personas que más quieres en el mundo: la única forma de salvación que existe es la de uno mismo para sí mismo, a través de un trabajo específico y continuado en el tiempo.
Venía a cuento todo esto a raíz del estreno en Madrid de una de esas obras de teatro que debería formar parte de la educación de cualquier aspirante a ingresar en la Universidad de Dios. La Ola, que así se llama, está escrita por el dramaturgo Ignacio García May (ese apellido me suena) y dirigida por Marc Montserrat Drukker y se puede ver hasta el 22 de marzo en el Teatro Valle-Inclán. En realidad es un reestreno, pues llegó por vez primera a la escena en Barcelona, en catalán, hace un par de años. Allí ha estado triunfando desde entonces y hace unos días ha desembarcado en la capital con la intención de tener el mismo o aún más éxito. El argumento está basado en una historia real que ya pudimos ver en la versión cinematográfica (Die Welle) que rodó en 2008 el director germano Dennis Gansel. Entonces tuvo un moderado éxito en Alemania pero la película pasó casi inadvertida en el resto de Europa, donde prácticamente nadie se tomó la molestia de promocionarla. La versión de Gansel es bastante curiosa aunque se inventaba un muerto y un herido para darle más morbo a los hechos... No obstante, lo que sucedió en realidad fue suficientemente impactante para no necesitar adornos sangrientos y en ese sentido la versión española es mucho más interesante, ya que está basada en los propios recuerdos del profesor y los alumnos que los protagonizaron en 1963 (un año importante..., ya te digo).
¿Y qué sucedió entonces? Pues que Ron Jones, un carismático y joven profesor de Historia del Cubberley High School, un instituto de Palo Alto, en California, puso en práctica un curioso experimento entre sus alumnos para tratar de explicarles cómo funciona la Historia, la vida misma. Lo hizo con resultados tan exitosos como abracadabrantes. Ya hemos hablado en otros artículos de experimentos como el de Milgram o el de Zimbardo, también de aquella época, gracias a los cuales se demostró de una manera científica la facilidad con que se puede manipular a un homo sapiens. Éste se puede encuadrar en una línea parecida y surgió de las preguntas y las dudas planteadas por los estudiantes de Jones acerca de cómo fue posible la instalación con tanta rapidez del régimen nacionalsocialista en Alemania. Hay dos explicaciones a esa pregunta, pero aquí sólo vamos a referirnos a la exotérica, no a la esotérica, entre otras cosas porque de eso iba el experimento: de tratar de desentrañar y comprender lo que sucedió en los años treinta en ese país viéndolo desde fuera y de acuerdo con la actual interpretación de lo que ocurrió, lo cual implica perderse ciertos detalles muy interesantes y, obviamente, la comprensión definitiva de este complejo tema.
En todo caso, Jones explicó a sus alumnos (en la foto, un momento de la obra teatral) que la instauración de un régimen totalitario es algo mucho más fácil de lograr de lo que la inmensa mayoría de ingenuos ciudadanos cree (y eso incluye también a nuestros contemporáneos absolutos, a los de ahora mismo, no sólo a los de los años 60 del siglo pasado) y se dispuso a demostrárselo invitándoles a participar en su experimento que consistía, ni más ni menos, que en crear un régimen totalitario dentro del mismo instituto y con el apoyo de los propios estudiantes de su clase. Para ello se inventó el nombre de un grupo, la Tercera Ola (una referencia surfera porque la creencia popular de los practicantes de la tabla en las playas californianas siempre comentaban que, en una serie de olas consecutivas en el mar, la tercera es siempre la más fuerte..., y la más divertida para surfear). Luego se inventó un lema largo pero rotundo ("Fuerza mediante la disciplina, fuerza mediante la comunidad, fuerza mediante la acción, fuerza mediante el orgullo") que pacientemente explicó y aplicó entre sus cada vez más fascinados alumnos.
A lo largo de cinco intensos días, una semana laboral, la antigua y bulliciosa clase cambió completamente de actitud a gran velocidad siguiendo la progresiva imposición del indiscutible y autoritario liderazgo del profesor, antes conocido entre los chavales como Ron y ahora como el Señor Jones. Un liderazgo que implicaba una disciplina absoluta a la hora de entrar y salir del aula, de estar sentados de una forma concreta, de asistir a las clases con completa atención, de dirigirse al profesor de una manera determinada, de saludarse entre sí dentro y fuera de clase con un signo específico... La puesta en marcha de todas estas medidas, por cierto, no sólo mejoró el orden y la limpieza en el instituto, sino que incrementó de manera espectacular el rendimiento escolar de los participantes, conclusión que turbaría mucho a más de una persona implicada. Al tercer día del experimento, la Tercera Ola había desbordado las paredes de la clase y a los 30 alumnos que lo habían iniciado se les sumaba otra docena de otras clases del instituto. Pocas horas después, eran ya más de 200... Los miembros del grupo recibieron tarjetas de identificación y tareas específicas a cumplir. Algunos empezaron a chivarse al Señor Jones denunciando a aquellos miembros del naciente movimiento que no cumplían estrictamente las normas impuestas. En aquel momento, el profesor se dio cuenta de que el tema se le había ido de las manos y podía terminar muy mal, y decidió poner punto final. "Reveló" a sus "leales seguidores" que en realidad la Tercera Ola formaba parte de un movimiento político a nivel nacional que se había puesto en marcha al mismo tiempo en todo el país y que el viernes una persona desconocida hasta entonces se mostraría públicamente como líder de una fuerza recién nacida dispuesta a cambiar (para bien, claro) los Estados Unidos de arriba a abajo.
Los alumnos se entusiasmaron con esta noticia, que les hizo sentirse aún más especiales, y acudieron en masa a la reunión convocada al día siguiente para ver el anuncio del líder misterioso. Entonces, el profesor les puso delante un televisor en el que teóricamente se iba a poder ver la rueda de prensa de presentación del movimiento..., pero lo único que los ansiosos asistentes pudieron ver allí era un canal desintonizado. Después de esperar durante unos nerviosos y larguísimos minutos, Ron Jones se adelantó y contó la verdad: "habéis sido víctimas de un experimento sobre algo que nunca ha existido más que en vuestras mentes..." El movimiento y el líder nacional no existían, todo era un cuento, el culmen de una experiencia demostrativa que, recordó, siempre había sido anunciada y tratada como tal pero en la que los alumnos se habían implicado deseando en su fuero interno que se tratara de algo real. Para terminar, les proyectó una película contra el nacionalsocialismo.
Fue como despertar de un sueño muy agradable cayéndose bruscamente de la cama. El shock que vivieron muchos de los chavales al comprobar la facilidad con la que habían sido engañados en una ficción a la que se habían entregado con armas y bagajes desde el primer momento les marcó para siempre y, según los testimonios de algunos de ellos, les condicionó desde el punto de vista político. Y también a Jones, que quedó personalmente muy impresionado por los resultados obtenidos y comprendió que había obtenido un éxito mucho mayor de lo imaginado..., lo cual hablaba bastante mal del homo sapiens y las expectativas de que hubiera aprendido algo tras la guerra más sangrienta y decisiva de los últimos siglos. Que se sepa, no volvió a intentarlo con ninguna otra clase en los cursos de los siguientes años.
La obra de teatro explica todo esto magistralmente de forma que este breve resumen del argumento palidece ante el desarrollo de la actuación, en la que uno ve y comprende perfectamente en vivo cómo funcionan los mecanismos para abducir mentalmente cualquier voluntad y ponerla a los pies de un régimen totalitario, con independencia de si éste es de derechas o de izquierdas. Porque ésa es una conclusión de especial interés: aunque a lo largo de la obra, como sucedió en la realidad, sólo se hace referencia a la formación de un movimiento totalitario de corte fascista (después de todo, el propio Jones reconoce ser judío y por tanto tener una sensibilidad especial en todo este asunto), el asalto y dominio de las mentes ajenas funciona para cualquier actividad política, no sólo para los totalitarismos de un extremo sino también para los del otro. De hecho, una profesora alemana trató de
reproducir el experimento el año pasado (ojo, hace apenas unos pocos meses) en Alemania pero cambiándole el sesgo político a su movimiento. Heidemarie Schwalbe, conocida militante del partido de izquierdas Die Linke, hizo lo mismo que Ron Jones pero en su instituto de secundaria de Shul, en Turingia, trasladando a sus alumnos a la "gloriosa" época de la RDA, la Alemania comunista de la Guerra Fría. Cambió las normas del colegio, hizo que todos los chavales se vistieran como en la época, impartió clases de marxismo-leninismo, impuso exclusivamente la música de los años ochenta, obligó a saludar a la manera de las Juventudes Comunistas... En este caso la experiencia no la detuvo la profesora, sino los padres de los alumnos (algunos de los cuales seguro que habían visto Die Welle) que iniciaron una rápida protesta y forzaron al director a intervenir y detener lo que estaba ocurriendo. Schwalbe pidió una baja por enfermedad, quitándose de en medio, mientras sus alumnos, desconcertados, concedían entrevistas a medios de comunicación locales preguntándose qué estaba mal en aquel juego tan divertido... Sí, el homo sapiens no termina de aprender.
reproducir el experimento el año pasado (ojo, hace apenas unos pocos meses) en Alemania pero cambiándole el sesgo político a su movimiento. Heidemarie Schwalbe, conocida militante del partido de izquierdas Die Linke, hizo lo mismo que Ron Jones pero en su instituto de secundaria de Shul, en Turingia, trasladando a sus alumnos a la "gloriosa" época de la RDA, la Alemania comunista de la Guerra Fría. Cambió las normas del colegio, hizo que todos los chavales se vistieran como en la época, impartió clases de marxismo-leninismo, impuso exclusivamente la música de los años ochenta, obligó a saludar a la manera de las Juventudes Comunistas... En este caso la experiencia no la detuvo la profesora, sino los padres de los alumnos (algunos de los cuales seguro que habían visto Die Welle) que iniciaron una rápida protesta y forzaron al director a intervenir y detener lo que estaba ocurriendo. Schwalbe pidió una baja por enfermedad, quitándose de en medio, mientras sus alumnos, desconcertados, concedían entrevistas a medios de comunicación locales preguntándose qué estaba mal en aquel juego tan divertido... Sí, el homo sapiens no termina de aprender.
Lo sucedido en Turingia demuestra que lo mismo que les sucedió a los chavales de los años sesenta en los EE.UU. puede pasarles a los de 2015 en el mismo país, o en Alemania o en España o en México o en cualquier otra parte del mundo. De hecho, está pasando ya de nuevo y no hay más que ver cómo funcionan los partidos políticos en toda Europa, sobre todo los surgidos en los últimos años merced a la crisis financiera (y moral y de valores) que está sacudiendo el Viejo Continente. En los medios de comunicación europeos se advierte mucho acerca de los llamados partidos neonazis o populistas que están tomando fuerza en Grecia, en Ucrania, en los países nórdicos..., a raíz de la corrupción y descomposición de las fuerzas políticas tradicionales, pero lo mismo está sucediendo con los de índole comunista. Es muy significativo, en el caso de España, lo que está ocurriendo con Podemos, una formación que se presenta públicamente como un partido "ni de izquierdas ni de derechas, sino de la gente, del pueblo" dispuesto a "regenerar" el panorama político de la piel de toro "acabando con la casta", cuando la verdad es que todos sus líderes provienen del PCE o Partido Comunista Español e incluyen un ideario (el que han hecho público, aunque ha ido variando como una veleta en los últimos meses) profundamente escorado hacia la izquierda. Hablar con algunos miembros de Podemos me ha recordado la actitud de los alumnos en la obra de La Ola.
Y todo esto en relación con los mesías (el mesías de Podemos es, naturalmente, el impoluto, sabio y valeroso Pablo Iglesias), de los cuales habrá que hablar más tranquilamente otro día, visto lo visto.
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