Dicen los clásicos que todas las narraciones que hemos oído o leído a lo largo de nuestra vida, da igual su apariencia externa (un cuento de hadas, un relato épico, una anécdota terrorífica, una novela del Oeste..., y cualquier otra cosa que se nos pueda ocurrir), se basan en el fondo en el mismo y único tema. Es EL tema primigenio, sobre el que se construyen todos los demás. Y no se trata del amor, ni del miedo, ni de la aventura, ni del poder, ni de la muerte, ni..., sino del conflicto, de la lucha entre el Bien y el Mal. A pesar de las reticencias y argumentos en contra de tantos contemporáneos que opinan que este razonamiento es antiguo y se halla más que superado (lo que se traduce en las enormes y aburridas montañas de nada que producen estos contemporáneos desde el punto de vista creativo), si examinamos las obras que han trascendido de verdad tiempo y espacio, y no sólo en el campo de la literatura, nos daremos cuenta de que ciertamente ese conflicto está latente, cuando no a simple vista, en todas y cada una de ellas.
Los libros, como las pinturas, las esculturas, las canciones y todas las demás obras generadas por el hombre a lo largo de su devenir histórico no son otra cosa sino intentos de explicar el mundo: quiénes somos, qué es lo que nos rodea y para qué estamos aquí en este mismo momento. Es la función suprema del Arte, más allá de reflejar la belleza. Un puñado de estas obras lograron su objetivo y su mera comprensión ha conducido a la iluminación a gentes de sucesivas generaciones; otras, sólo lo han hecho parcialmente y por ello sirven como pistas preciosas en el camino aunque no son imprescindibles para avanzar; pero la mayoría de ellas sólo ha aportado confusión y caos, obstáculos para el objetivo final. Sin embargo, ¿no es así como funciona la Naturaleza? Para que surja un solo, brillante y valioso diamante, primero debe existir una inmensa cantidad de carbón vulgar, sucio y prescindible.
La lucha entre el Bien y el Mal es, de hecho, el escenario perfecto sobre el que proyectar la existencia y todas las aventuras que lleva aparejado el mismo hecho de vivir. Es lo que da sentido a todos nuestros actos. ¿Para qué hacer tal o cual cosa en cada momento, si no existe una razón última en nuestra forma de actuar, algo que lo justifique? Una de las funciones básicas de las historias sobre héroes y villanos contenidas en los mitos, las leyendas y la misma historia de las naciones es recordar permanentemente la existencia de esa guerra eterna, que lo es por la misma
naturaleza de la vida, la cual precisa del contraste y enfrentamiento entre dos polos opuestos (que en el fondo no son sino grados opuestos de la misma cosa) para desarrollarse. Cuando esa tensión no existe, se produce lo que desde el punto de vista físico se conoce como muerte térmica o entrópica. Es por esta razón por lo que la historia de los pueblos no es sino la historia de sus guerras, entre sí o contra otros. Incluso contra sí mismos. Ahora que tanto se habla de las bondades o maldades del Islam, hay que recordar que la doctrina musulmana reconoce la existencia de una yihad menor o lucha física, que es la guerra entre hombres, y de una yihad mayor o lucha interior, que es la guerra de un hombre contra sí mismo. La segunda se considera superior a la primera. Pero no es un concepto exclusivo del Islam. Todas las religiones hablan de la necesidad de convertirse en guerrero para conseguir la realización: desde las cruzadas cristianas o la iniciación de los pueblos nativos norteamericanos hasta los Berserkrs de Odín. Incluso aquellas creencias consideradas "de paz" como el budismo contienen en su corpus de creencias relatos sobre las luchas contra demonios y seres infernales, aspectos de la guerra interna que pueden encontrarse también en la vida física.
naturaleza de la vida, la cual precisa del contraste y enfrentamiento entre dos polos opuestos (que en el fondo no son sino grados opuestos de la misma cosa) para desarrollarse. Cuando esa tensión no existe, se produce lo que desde el punto de vista físico se conoce como muerte térmica o entrópica. Es por esta razón por lo que la historia de los pueblos no es sino la historia de sus guerras, entre sí o contra otros. Incluso contra sí mismos. Ahora que tanto se habla de las bondades o maldades del Islam, hay que recordar que la doctrina musulmana reconoce la existencia de una yihad menor o lucha física, que es la guerra entre hombres, y de una yihad mayor o lucha interior, que es la guerra de un hombre contra sí mismo. La segunda se considera superior a la primera. Pero no es un concepto exclusivo del Islam. Todas las religiones hablan de la necesidad de convertirse en guerrero para conseguir la realización: desde las cruzadas cristianas o la iniciación de los pueblos nativos norteamericanos hasta los Berserkrs de Odín. Incluso aquellas creencias consideradas "de paz" como el budismo contienen en su corpus de creencias relatos sobre las luchas contra demonios y seres infernales, aspectos de la guerra interna que pueden encontrarse también en la vida física.
El hombre, en cualquiera de sus niveles desde el homo sapiens más tarugo hasta el ser humano más excelso, debe luchar sí o sí, porque es la regla básica del Gran Juego. Gracias a esa regla tiene la oportunidad de encontrar no sólo la sabiduría (da igual que gane o que pierda, lo que importa es el combate, de la misma forma que en el viaje da igual llegar o no el destino porque lo que importa es el hecho mismo del trayecto) sino cantidades fenomenales de energía para seguir adelante. Por supuesto, esta verdad no significa que uno deba armarse hasta los dientes y, desatando su furia y agresividad, salga a la calle a matar a quien tenga una opinión política, religiosa, económica o social diferente aunque muchos menguados psicosociales así lo hayan interpretado a lo largo de los siglos. Simplemente, se trata de aceptar el hecho de que no podemos escapar a esa guerra entre el Bien y el Mal y de que en algún momento (mejor dicho, en la mayoría de los momentos) estaremos obligados a tomar partido por uno u otro bando, incluso aunque no nos percatemos de ello o aunque no lo deseemos. Y no necesariamente dando un puñetazo a alguien, porque tan acto de guerra es el lanzamiento de una bomba o el disparo de un arma reglamentaria como la maledicencia gratuita o la denegación de ayuda en circunstancias que lo merecen.
Éstas y otras cosas se reflejaban en los relatos antiguos y faltan en los relatos contemporáneos, porque la Tradición ha sido censurada, secuestrada e incluso ahogada y las actuales generaciones crecen con minusvalías internas, sin conocer una parte esencial de su herencia, como esos príncipes de los cuentos que ignoran que lo son porque por algún motivo fueron alejados de palacio durante su infancia. Éste es uno de los motivos prácticos que explican la pavorosa decadencia de Europa, el motor que ha civilizado el mundo en los últimos miles de años y que hoy continúa gripado porque sus actuales ciudadanos viven (tras la monstruosa carnicería que lo destruyó todo, que lo cambió todo en los años 40' del siglo pasado, aunque la gente corriente no sea capaz de percibir más que los efectos físicos, que son lo de menos) cegados por el brillo tecnológico y el mareo de los sentidos, pensando que son afortunados por encontrase en la época más "avanzada" y "prometedora" de la Historia, cuando se están despeñando por un barranco. Eso sí, provistos de comodidades extraordinarias que los han convertido en niñatos caprichosos, inconscientes y no ya incapaces de enfrentar los peligros reales sino ni siquiera de verlos, aunque estén rodeados por todas partes.
La ausencia de esos "cuentos", de esas historias que explicaban el mundo (tanto al niño pequeño como al hombre en el crepúsculo de su vida) definiendo lo que podía o debía entenderse como el Bueno en lucha contra el Malo, que inspiraban a quienes los escuchaban y les ayudaban a descubrir su propio papel y a tomar su responsabilidad personal en el campo de batalla que ciertamente es la Tierra ha generado un vacío absoluto en el alma de millones. Un vacío en el que ha crecido la depresión, enfermedad básica del hombre moderno que no sabe qué hacer consigo mismo y que ha alimentado el mayor número de suicidios sin sentido de todos los tiempos (¿Puede haber un suicidio con sentido? Sí, precisamente en la guerra tenemos un ejemplo claro: el de quien se sacrifica por los suyos con el afán de salvar al mayor número posible de camaradas). Un vacío que los agentes del Mal han ocultado hábilmente con eslóganes, frases hechas, conceptos falsos presentados como Grandes Verdades -así, con mayúsculas- y pensamientos políticamente correctos. Sobre este menú se ha abalanzado la gente común, necesitada de saciar sus atormentados apetitos interiores y, aunque lo han devorado hasta la raspa, no les ha satisfecho pues continúan hambrientos. Lo que sí ha hecho es envenenarles con ideas equívocas como el pacifismo (la paz no la consigue el que renuncia a luchar, sino el que se entrena de la forma adecuada para luchar y precisamente por eso se pone a salvo de posibles agresores -que preferirán atacar al que no sabe luchar- y él mismo no agredirá a nadie -pues conoce en su propia carne el coste que conlleva la lucha-) o la igualdad por decreto ley (el valor de las cosas o de las personas lo fijan ellas mismas, no ninguna autoridad, y es absurdo pretender que un hombre honesto vale lo mismo que un criminal..., este concepto va directamente contra uno de los principales tesoros reales del ser humano: la Libertad). Estas ideas no son sino gelatina intelectual: muy bonitas y brillantes a primera vista, se deshacen en cuanto uno pretende saborearlas.
Pero, atención, no sólo hay Malos actuando. A menudo nos olvidamos de que también hay Buenos. Y que gracias a ellos seguimos teniendo una oportunidad, puesto que su silencioso trabajo evita que los Amos hayan llegado más allá, hasta constituirse en Dioses absolutos del planeta. El símbolo del Yin y el Yang expresa a la perfección cómo, a pesar de que la ola de un color sea gigantesca y preponderante, siempre queda un punto del color contrario que la resiste y que a la larga será la generadora de una ola alternativa que cambiará las tornas. Es cuestión de ciclos. Y, aunque la mayor parte de ideas fuerza que recorren nuestro mundo en este momento son disolventes, destructoras y desesperanzadas, también existen otras (ahora mismo reducidas, en menor escala, con menor capacidad de impacto) que aguantan el siniestro maremoto que todo lo inunda y que son el germen del próximo cambio de ciclo.
En el mundo de la creación sucede igual. La industria del cine está poseída en la actualidad por grupos impulsores de basura, de aniquilación filosófica y espiritual, bien maquillada, adornada y abrillantada para hacerla pasar por lo que no es. Porquería envuelta en papel de regalo. Pero también existen creadores capaces de producir películas dotadas de significado. Hemos hablado en esta bitácora de algunas de ellas. Generalmente,tienen una vida corta en las carteleras y críticas demoledoras en los grandes medios de comunicación, pues su influencia positiva "no puede ser tolerada" por parte de los Amos. Además, resultan difíciles de ver en las programaciones televisivas e incluso de adquirir a nivel comercial cuando salen a la venta por sus bajas tiradas y el escaso tiempo que permanecen en las estanterías. Con la excusa de "actualizarlas" y el deseo oculto de quitarlas de en medio, a veces la industria produce remakes que invierten o incluso destruyen el sentido de las producciones originales. Y, en el caso de aquéllas que han tenido un éxito inesperado y no pueden darse de lado sin levantar sospechas, se dedican a fabricar secuela tras secuela, cada vez con mayor brillantez tecnológica y de efectos especiales y con un contenido más ramplón, hasta diluir completamente su significado primero.
Un ejemplo claro de esta última técnica es lo que está sucediendo con la serie de La guerra de las galaxias o Star Wars en el original, cuyo desmantelamiento se está llevando a cabo de manera sistemática ante el crédulo embobamiento de millones de espectadores deslumbrados por el ruido, los colorines y el diseño de producción. Y el merchandising. Por los comentarios que se puede leer diariamente en las redes sociales y en las webs, por las conversaciones que se escucha entre los aficionados al género de Ciencia Ficción y entre los que no lo son pero que están "obligados" a ver la película para poder participar en la conversación de moda, estos espectadores están convencidos de que el espejismo de El despertar de la fuerza tiene algo que ver con su modelo original y lo defienden hasta extremos ridículos (para los más conspiranoicos: ¿no está suficientemente claro el símbolo a medias oculto que domina el principal cartel promocional?). Los muy pocos críticos que he podido leer que se hayan atrevido a señalar la desnudez del rey públicamente han sido duramente despreciados e incluso acusados de ser unos amargados inconscientes que han perdido "el niño que todos llevamos dentro" de acuerdo con este afortunado eslógan que, por cierto, no tiene en cuenta que la mayoría de los niños que llevan dentro las personas adultas no son precisamente inocentes angelitos. Estas pasadas Navidades Internet en España nos ofrecía un curioso espectáculo adicional en el que las mismas personas que escribían contras las tradiciones y a las que les parecía muy bien desmitificar (y hasta destruir) a Papa Nöel y los Reyes Magos revelando su gran secreto a los niños pequeños pedían al mismo tiempo y de manera a menudo patética que nadie les revelara a ellos los detalles de la película a través de lo que hoy se conoce como spoiler. La industria cinematográfica tiene tal capacidad de manipulación que esa advertencia antispoiler se podía encontrar incluso entre los sitios personales de gente acostumbrada a destripar otras películas sin ningún problema.
Y todo, por una película decepcionante que no es más que la cáscara de la primera de la serie: La guerra de las galaxias, rebautizada como Episodio IV o Una nueva esperanza muchos años después de su estreno durante una gigantesca operación de mercadotecnia para justificar el rodaje de tres precuelas. Al menos esas precuelas contenían un par de ideas y también algo de significado interno en la descripción de lo fácil (y a la vez, imperceptible para la propia víctima) que resulta destruir a una persona con poder a través de la corrupción. Pero El despertar de la fuerza no tiene nada de lo que hizo grande a la saga originalmente ideada por George Lucas. Su director ha hecho honor a su nombre riéndose públicamente de sus propios espectadores: J(a) J(a) Abrams se limita a copiar la película de Lucas de 1977 con la excusa del "homenaje" al "espíritu" de la saga. Y así, volvemos a tener a un huérfano como Luke Skywalker, que ahora es huérfana porque la moda impone que las princesas desplacen a los príncipes de su lugar y la intención queda muy clara con el mismo nombre del personaje, Rey, viviendo en un planeta desértico. Por cierto que Luke era arrastrado a la aventura por las circunstancias pero también por su propio y verdadero entusiasmo, por su personalidad y anhelos internos, mientras que Rey no tiene horizonte personal más allá de la supervivencia diaria y se deja llevar por los acontecimientos sin implicarse emocionalmente en ellos. Volvemos a tener un simpático e ininteligible robot guardián de secretos sólo que BB8 es completamente redondo mientras R2D2 era completamente rechoncho. Volvemos a tener un Imperio que ya no se llama Imperio sino Primera Orden pero que por lo demás parece que sigue siendo exactamente lo mismo que era en la primera trilogía y de hecho cuenta con el mismo tipo de naves, el mismo tipo de oficiales y el mismo tipo de soldados (aunque aquí nos cuelan la inevitable secuencia para identificar una vez más el totalitarismo de forma exclusiva con el III Reich, en ese discurso a los soldados imperiales formados al estilo de las concentraciones de Nuremberg; nunca veo en las películas de Hollywood referencias al totalitarismo aún más criminal de la antigua Unión Soviética, la China de Mao o los Jemeres Rojos..., ¿por qué será?).
La Alianza Rebelde también sigue siendo la misma, con idénticos problemas y equipos (por ejemplo, esos cazas X-Wing minúsculos pero capaces de mantener a raya a los destructores imperiales..., lo que no ha sucedido nunca en ningún conflicto bélico de ninguna parte), aunque ahora se llama la Resistencia. Naturalmente, hay una cantina con todo tipo de fauna entre los parroquianos y con una orquesta de extraterrestres a la que casi no se escucha porque nadie les hace caso. Hay un Halcón Milenario con Solo y Chewbacca perseguidos por otros contrabandistas, como siempre. Hay..., casi cualquier cosa que ya hubiera antes. En fin, si tuviera que resumir El despertar de la fuerza con una breve frase, creo que sería "volvemos a tener" porque el número de plagios que Abrams ejecuta sobre la obra de Lucas es interminable, aunque el más obvio resulta ser el arma "definitiva" del Imp..., de la Primera Orden: la enésima Estrella de la Muerte, que sigue teniendo el mismo fallo que modelos anteriores, ya que los rebel..., los "resistentes" la destruyen como siempre. O sea, con un ataque combinado desde fuera para aniquilar los escudos que la protegen y desde dentro para que un simple misil de un X-Wing la destruya por completo.
Por no hablar de la escena de la pasarela (sí, otra escena de la pasarela) entre Kylo Ren y Han Solo, cuyo resultado era previsible desde la primera toma. Y para los incautos que aún se esperen otra cosa, es obvio que igual que aquí desaparece el amigo Solo para dar paso a nuevos personajes, en las dos próximas películas veremos desaparecer de la misma u otra heroica forma tanto a Luke como a Leia por la misma razón. Por cierto que aquí está uno de los más grandes errores de toda esta película: la elección del villano. ¿Por qué Darth Vader sigue siendo a día de hoy quizás el personaje más atractivo y absolutamente imprescindible en cualquier recreación del universo Star Wars? No es sólo debido a su papel de padre de Luke sino fundamentalmente a su poder, a su maldad, a su fuerza como villano. Kylo Ren no es más que un memo con poderes que se pone una máscara porque así da más miedo, no porque la necesite o porque cumpla ninguna función. Es un niñato que se encoleriza y lo rompe todo igual que el irritable pato Donald (tampoco es casual que haya sido la Disney, hoy en manos muy alejadas de aquéllos que la pusieron marcha, la encargada de destruir el verdadero espíritu de la saga) de los dibujos animados. No es, en absoluto, el villano que necesita la que ya se ve claramente como peor de las tres trilogías aunque sólo se haya rodado la primera película, como no lo es tampoco el etéreo teleñeco llamado Líder Supremo Snoke al que se supone que sirve.
Añadamos a esto personajes tan absurdos e incoherentes como el de Finn: al principio es un soldado imperial con su casco y todo, luego resulta que no sólo es un miedoso sino que tiene dudas existenciales del bando en el que está y por eso deserta, más tarde dice que en realidad es una especie de fontanero de la Estrella de la Muerte (ningún fontanero en ningún ejército del universo ha sido seleccionado y enrolado jamás como tropa de asalto, porque los stormtrooper son eso: no simple infantería, sino tropas de asalto), un poco más adelante resulta que no sólo sabe luchar sino que lucha como un maestro ¡y con una espada láser! Y para ponerle la gota que desborda definitivamente el vaso, encontrémonos con una Leia Organa más envejecida que los perros de escayola que adornaban las mansiones de los ricachones durante el siglo pasado y a la que los guionistas han sido incapaces de sacar partido. Una de las mayores decepciones de esta película, sin duda, porque tanto Solo como Luke aparecen muy mayores (Chewbacca no, pero es lo bueno que tiene ser un perro de lanas gigante) pero creíbles, mientras que el papel de Leia se deshace con sólo mirarlo. Y sin que nadie se tome la molestia de explicar cómo se pasa con tanta naturalidad de ser una princesa cósmica a una simple generala, en plan Simeón de Bulgaria.
¿Qué tiene que ver la primera parte de este artículo con la segunda? Más de lo que parece y está explicado en varios de los párrafos precedentes que no voy a volver a escribir.
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