La Universidad de Dios en la que tengo el privilegio de estudiar desde hace ya casi treinta años (aunque no he pasado de tercer curso..., la verdad es que es una carrera francamente difícil pero tampoco me extraña, teniendo en cuenta la licenciatura que obtienen los pocos graduados que consiguen terminarla) es un lugar muy especial, poblado de gente muy especial. Quiero decir, que no se trata sólo del profesorado tan particular que tenemos (con sabios de todas las épocas y de todos los lugares del mundo), ni de las actividades que desarrollamos (se me dan bien algunas cosas como la materialización mágica cuando me pongo a ello y estoy haciendo mis pinitos con otras como la telepatía, pero sigo suspendiendo exámenes básicos como los de omnipresencia) en nuestro campus, que brilla esplendoroso en medio de una conocida ciudad que no mencionaré habitada por homo sapiens (para quienes paradójicamente, resulta invisible precisamente por brillar tanto: la luz ilumina, pero también ciega). Esa gente especial también son los propios estudiantes que compartimos estas bizarras aulas universitarias. He conocido aquí a algunos verdaderamente interesantes y también me he reencontrado con otros con los que ya compartí diversas aventuras en vidas anteriores. Hay pocos momentos tan gratificantes como volver a encontrar a un viejo camarada de armas y constatar que sigue en la lucha a pesar del tiempo y las vicisitudes.
Pues bien, el otro día me fui a trasegar vodka con hielo con uno de estos antiguos conocidos. La última vez que vi con vida a Art el Hiperbóreo -la última vez antes de la existencia actual- partía con otro grupo de soldados con intención de plantar una defensa desesperada contra un enemigo muy numeroso que había abierto brecha, algo más al norte de donde yo estaba inmovilizado con mi propia unidad en un trance similar. Sabía que iba a la muerte, por supuesto. Su grupo era reducido y no tendrían refuerzos. Nosotros tampoco los tendríamos y no nos esperaba un futuro mejor. Todos habíamos recibido órdenes de aguantar en nuestras respectivas posiciones y tapar los huecos que se produjeran, pero sin retirarnos. Disparar hasta el último cartucho y luego defendernos a bayonetazos o a pedradas si era preciso. Art era el único de los que quedaban en su regimiento que no tenía miedo al desastre inminente que se cernía sobre nuestras cabezas y por ello sus compañeros le llamaban "el loco". A mí me pasaba lo mismo pero, como además me reía entonces igual que lo sigo haciendo ahora hasta de las situaciones más dramáticas, mi apodo era "el bufón". El loco y el bufón éramos amigos desde tiempos anteriores, claro. De hecho, llevamos ya varias vidas juntos aunque ahora mismo no recuerdo cuántas. Sabíamos que, después de todo, lo de morir no es tan dramático..., siempre que seas un ser humano de verdad y no un simple homo sapiens, claro, así que jugábamos con ventaja en eso de no tener miedo. Bueno, el caso es que nos mataron a los dos, como era de esperar, y cada uno lo hizo en compañía de sus respectivos colegas de armas, no sin antes dar cuenta de un buen puñado de enemigos... Y años después, ya en la vida actual, volvimos a encontrarnos en la Universidad de Dios. Esta semana quedamos a tomar algo después de las clases un poco para charlar sobre los viejos tiempos y otro poco para especular sobre los próximos.
- Estoy leyendo mucho sobre mitología últimamente -me dijo Art, entre sorbo y sorbo de su vodka con hielo- y me he quedado impresionado al comprobar cómo están de retorcidos los viejos mitos.
- Sí, aunque todavía puedes encontrar el significado si buceas lo suficiente -le contesté.
- A veces hay que bucear mucho. Hasta profundidades impensables en un primer momento. ¿Conoces el mito de Pandora?
¿Cómo no voy a conocerlo? Está entroncado con el mismo origen de la existencia del homo sapiens, tal y como lo cuentan diversas civilizaciones antiguas, por cierto en franca contradicción con el punto de vista del judeocristianismo (que lleva dos mil años empeñado en hacernos creer que hombre y mujer son poco menos que el pináculo de la Creación, lo más grande que jamás se le ocurrió hacer a Dios), pues en ellas se explica claramente que el origen de los seres humanos no fue otro sino el de servir a los dioses y que sólo la intervención de un Rebelde permitió el milagro de darles la oportunidad de convertirlos a ellos también en divinidades. En la leyenda griega, por ejemplo, los dos hermanos titanes conocidos como Prometeo y Epimeteo, nietos de Gea, la diosa Tierra, reciben el encargo de poner orden entre las criaturas recién creadas para el planeta: dándoles nombre, concediéndoles alguna cualidad concreta y entregándoles una misión a cada uno de ellos. También al homo sapiens, un ser con una capacidad superior al resto de los animales pero inferior a la de los dioses, con objeto de que se ocupe de todas aquellas tareas indignas para los habitantes del Olimpo. En alguna variante de la mitología, Prometeo modela incluso el cuerpo humano a partir del barro, aunque tiene que recurrir a dioses
más poderosos para animar su muñeco material. Lo cierto es que los dos hermanos tenían caracteres muy diferentes: Prometeo era activo, resolutivo y podía prever los acontecimientos gracias a su perspicacia e inteligencia. Epimeteo era más pasivo, lento e incapaz de entender las cosas hasta que ya habían sucedido. Esa falta de previsión le llevó a entregar dones a todos los animales..., menos al humano. Cuando le tocó el turno al homo sapiens, ya se le habían terminado las cualidades a repartir. Apiadándose de esta especie intermedia, ni animal ni divina, a la que los dioses no sólo estaban decididos a explotar sino a utilizar para su diversión, Prometeo aprovechó que los dioses descansaban tras un banquete para entrar en el Olimpo y, tras robar el fuego a Hefesto y la sabiduría a Atenea, llevar sus regalos a los humanos. Así cambió su destino y les dio la oportunidad de llegar realmente a convertirse ellos mismos en seres divinos en algún momento, si eran capaces de perseverar en el camino adecuado.
Zeus montó en cólera, naturalmente, cuando se enteró de lo ocurrido y organizó una de sus elaboradas venganzas. En primer lugar hizo prender a Prometeo quien fue trasladado al Cáucaso y, allí encadenado a una roca que debía ser permanentemente castigada por la luz y el calor de Helios, el Sol. Era como decirle: "¿No querías fuego? Pues te vas a hartar". No sólo eso sino que hizo llamar a una de sus águilas para que devorara el hígado del titán. Como éste era inmortal, el órgano le volvía a crecer cada día y cada día volvía a ser devorado por el águila. Este brutal suplicio duró mucho tiempo, hasta que Herakles acertó a pasar por allí en sus búsqueda de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. El semidiós mató al ave solar de un flechazo y liberó a Prometeo, quien a su vez le ayudó a conseguir su propósito y triunfar en otro de sus doce trabajos. Zeus no se enojó esta vez cuando se enteró de lo ocurrido, porque Herakles era su hijo y pensó que una hazaña así ayudaría a inmortalizar su memoria entre los hombres y entre los dioses. De esta manera fue liberado el Rebelde, según los griegos, aunque llevaría consigo a partir de entonces un anillo con un pedazo de la roca donde había sufrido su tortura. Casi diríamos que inmortalizó esa roca junto con su experiencia...
Mas la venganza del llamado padre de los dioses tuvo una segunda parte destinada a las criaturas humanas que, gracias a los obsequios de su titánico benefactor, vivían francamente bien. Sucedió antes de la ordalía prometeica. Resulta que todos los males del mundo estaban todavía por distribuir y se amontonaban en el interior de, según versiones, un baúl, una jarra, un ánfora o una caja. Allí se hallaban el dolor, la pobreza, el egoísmo, el hambre, el crimen, el rencor, la enfermedad... Epimeteo era el encargado de guardar ese peligroso recipiente cuidadosamente precintado. Sabiendo esto, Zeus creó a una mujer, Pandora, que poseía todas las cualidades para deslumbrar a cualquier hombre: era hermosa, simpática, agradable, de conversación amena, hábil con la música... De hecho, su nombre griego Panta dora significa la que tiene todos los dones. No obstante, como todas las mujeres era también muy curiosa. Pandora fue enviada a conocer a Prometeo y Epimeteo y se enamoró del primero.
Éste no confiaba, con razón, en los regalos de los dioses y gracias al sexto sentido que le permitía prever el futuro no sólo no quiso nada con la mujer sino que advirtió a su hermano de que tampoco se relacionara con ella. Epimeteo, que no se caracterizaba como sabemos por ser alguien muy despierto, hizo caso omiso y se rindió a los encantos de Pandora. Se casó con ella y se la llevó a vivir a su casa. Y poco después sucedió lo que Zeus había previsto que sucediera. Cuando Pandora se enteró de la existencia de la misteriosa tinaja cerrada quiso saber lo que había en su interior y, ni corta ni perezosa, la abrió inocentemente. Espantada, contempló cómo surgían de allí las cosas malas que desde entonces atormentan al homo sapiens. Cuando quiso sellar de nuevo el recipiente, todos los desastres ya se habían escapado, dispuestos a hacer de las suyas a partir de ese mismo momento... No obstante, aún faltaba algo por salir: Elpis, el espíritu de la esperanza, que se quedó encerrada en el interior. De ahí viene, por cierto, ese antiguo refrán de la esperanza es lo último que se pierde.
- Claro que conozco el mito de Pandora -contesté a Art el Hiperbóreo.
- ¿Lo conoces de verdad? -insistió él, enigmático, antes de añadir:- Fíjate hasta qué punto han sido deformados los mitos originales. O la explicación de los mismos. ¿No resulta extraño que la esperanza, algo en teoría tan positivo para el hombre, estuviera encerrada como un mal más, dentro del baúl de Epimeteo? Si era algo bueno, ¿por qué la mantendrían a buen recaudo los dos hermanos en lugar de haberla dejado suelta por el mundo para beneficio de las criaturas humanas?
- Pues... -confieso que Art me tomó desprevenido, nunca me había planteado algo así pero tenía toda la lógica: si habían dejado salir a la belleza, la bondad, el amor, la inteligencia..., ¿por qué no a la esperanza?
- Aún más. ¿No resulta también raro que Elpis no se liberara junto con el resto de espíritus allí cautivos cuando tuvo el mismo tiempo que los demás para hacerlo y que Pandora pudiera volver a cerrar el recipiente con ella dentro? ¿Por qué no salió? ¿Tal vez porque tenía orden de Zeus de no escapar y convertirse así en la tercera parte de su venganza?
- ¿A dónde quieres llegar a parar?
- Querido hermano de armas, tú sabes que una de las diferencias fundamentales entre el 'homo sapiens' vulgar y el ser humano real, una de las fuerzas que diferencian al esclavo del libre, es la voluntad. Ésta constituye el gran poder oculto del mago, el que le permite actuar con las fuerzas de arriba tanto como con las de abajo. Querer es poder. Pero, para ejercer la voluntad eficientemente, uno primero debe ser consciente de sí mismo y de su lugar en el mundo. El que ocupa en este momento y el que quiere llegar a ocupar. Luego debe entrenarla a diario para fortalecerla, como quien va al gimnasio a entrenar músculos físicos, porque la voluntad es un músculo espiritual. Y finalmente, cuando está en condiciones de actuar, lo hace de acuerdo con su inteligencia y su mapa personal. Pero, ¿qué hace el hombre que tiene esperanza? ¿De dónde viene la palabra 'esperanza'?
- Del verbo 'esperar', claro... -deduje; en ese momento comencé a entender lo que me quería decir- La esperanza es un estado de ánimo en el que uno desea algo y cree que lo conseguirá..., aunque finalmente no sea así. Una persona puede tener una esperanza de vida de 80 años y morirse a los 30, por ejemplo.
- Una persona con esperanza es una persona encadenada, inmovilizada, autoengrilletada -sentenció Art rotundamente-. Existe ese otro refrán que advierte de que "El que espera, desespera". Los romanos llamaron Spes a Elis. Y la consideraban hermana..., ¿sabes de quién? ¡Del Sueño y de la Muerte! Su color característico era el verde, supuestamente el color de la vegetación nueva..., pero Osiris, el dios egipcio de los muertos, también era de color verde. Y además la representaban alada, porque era imposible retenerla consigo, siempre lograba escaparse de los atribulados humanos. Entendamos esto: la esperanza promete..., pero es lo habitual que no cumpla. Después de todo, no llegó a salir del interior del recipiente abierto por Pandora.
- Hermana del Sueño y de la Muerte... -reflexioné en voz alta, asombrado ante las implicaciones que ello descubre, cuando uno es capaz de pensar como lo hacían nuestros ancestros en lugar de divagar como nuestros contemporáneos.
- La gente que se abraza a la esperanza nunca hará nada por liberarse del poder de los Amos ni del Demonio al que sirven, por la sencilla razón de que aguarda que otros lo hagan por ella. Nunca buscará la sabiduría por sí misma, ni cruzará el Puente Peligroso, ni buscará el Santo Grial o el Vellocino de Oro. No descubrirá al Dios que vive en sí ni podrá asaltar los Cielos. Preferirá perder su vida como los cerdos enfangados en la granja, en estado de semiinconsciencia, el único que ha conocido, aunque posea fuertes sospechas, incluso indicios, de que no es el mejor al que puede aspirar. La gente que vive de esperanza no vive de realidad: aguarda permanentemente la llegada de un líder, de un rey, de un salvador, de un mesías, de un extraterrestre..., de un dios. En todo caso, de alguien que haga el
trabajo que tiene que hacer ella consigo misma. Querrá que un superhombre, o una supermujer, le guíe, le proporcione una vida cómoda, le indique lo que es necesario hacer o dejar de hacer, le proteja, le adelante el futuro, le lave los pecados, le haga feliz... Un ser ideal que nunca llegará, por más que su anhelo se transmita generación tras generación. Porque todo eso que desea que otro haga por uno nadie puede hacerlo si no es uno mismo, cada cual de manera personal e intransferible con sus propias e inimitables circunstancias en su lucha particular. Esa gente, vencida por la cultura y la religión, nunca levantará la vista del suelo, no se atreverá a mirar fuera de la caverna de la que habló Platón, derrochará los días de su vida como el ganado que pace tranquilamente aguardando sin saber el día de su sacrificio. Por supuesto, jamás conocerá el camino del Guerrero, la única senda que permite escapar de la gran prisión sin barrotes que le agobia, le oprime, le atormenta..., pero de la que no se atreve a fugarse. Y aún más: si tuviera la fortuna de conocer a uno de estos guerreros de verdad, le temería y le odiaría y lucharía contra él y le perjudicaría en lo posible, por inconsciente envidia y por desesperado pavor a ver la Verdad desnuda ante sí misma... Así que la esperanza es la última gran trampa. La peor de las trampas, que Zeus destinó como castigo para los protegidos de Prometeo pues sólo el hombre desesperado, el que comprende su profunda soledad en medio de la multitud, puede decidir movilizarse, actuar por sí mismo e iniciarse como Guerrero.
Quedé pensativo mirando cómo se derretía el hielo de mi vaso de vodka. Y sólo pude recordar aquel texto de Friedrich Schiller, Wallensteins Lager, en el que un soldado llamaba al combate a sus camaradas porque "si no arriesgáis la vida, jamás os la habréis ganado"...
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