Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 13 de mayo de 2016

Ni un pelo de tonto

No es extraño que Sansón se dejara seducir por Dalila si ésta se parecía a Hedy Lamarr (y él, a Víctor Mature) como en la película de 1949 de Cecil B. DeMille. A estas alturas de la película, supongo que todos los presentes en la sala saben quiénes son estos personajes (tanto los bíblicos como los cinematográficos), así que no vamos a describir otra vez lo que pasa entre ellos, más allá del asuntillo de la peluquería por el cual se hicieron famosos: ese Sansón trasunto de Herakles al que le rapan el pelo al cero y se queda sin fuerza para enfrentarse con sus enemigos... Pero me gustaría destacar un par de hechos interesantes de este relato. Primero, el nombre de Sansón ha sido traducido como "servidor de los dioses" (sí, amigos..., lo siento pero Elohim, uno de los nombres con que suele designarse a la divinidad judía, no significa dios en singular, sino dioses en plural: uuups, un enigma bíblico más, del que ya hablaremos otro día, si se tercia) y, como suele hacerse en casi todas las mitologías, asociado a las características solares. De hecho,  normalmente se hace derivar el nombre de la palabra hebrea shemesh, que significa sol y que, como tantos otros términos, leyendas y conceptos culturales del judaísmo, está plagiada de la civilización mesopotámica, donde Shamash era precisamente el dios del Sol. Aún más, en la leyenda de este héroe aparecen otros símbolos solares, como el león que derrota en su juventud. Y, por cierto, que Sansón tenía los poderes que tenía por su dedicación a la divinidad desde antes de nacer: al haber sido consagrado a ella se había convertido en un nazareo..., como el amigo Jesús el Cristo, también llamado nazareno por derivación de nazareo y no por su supuesto nacimiento en Nazaret, algo completamente imposible ya que Nazaret no existía cuando él nació..., pero no nos separemos del hilo principal. Segundo hecho interesante: Dalila significa "la que debilitó, empobreció o desarraigó". Su verdadero nombre se desconoce; pasó a la historia sólo porque al cortarle el cabello le privó de su fuerza consumando la traición para que sus enemigos pudieran capturarle.

La concesión de ciertos "poderes mágicos" a la cabellera está presente en muchas historias y leyendas de la antigüedad. En Europa, sin ir más lejos, encontramos la curiosa estirpe de los reyes merovingios, que han sido relacionados por algunos autores con la plausible herencia física del propio Jesús, nada menos. La Historia -esa simpática mentirosilla- lo único que nos cuenta al respecto es que el fundador de la dinastía que gobernó parte de Francia, Alemania, Suiza y Bélgica entre los siglos V y VIII fue un caudillo franco llamado Meroveo, coetáneo del famoso rey Arturo y como él de orígenes inciertos pues según el mito nació de las relaciones entre su madre (esposa de otro jefe llamado Clodión "el cabelludo" precisamente) y un extraño monstruo marino conocido como Quinotauro. Según los autores antedichos, en realidad Meroveo, y sus descendientes, tendrían por ancestro a la hija de Jesús, puesta a salvo de la persecución que sufrieron su padre y sus discípulos al ser embarcada por sus seguidores desde el Mediterráneo oriental con destino al sur de Francia. Por ello los reyes merovingios, que eran famosos por no cortarse el pelo, dispondrían de poderes "mágicos" como por ejemplo el de curar a sus vasallos con la simple imposición de manos. Sólo los miembros de la familia real disfrutaban del privilegio de llevar la melena al viento, mientras que el resto de los francos podían lucir hasta cierto punto sus cabellos según su grado de nobleza y, en consecuencia, los esclavos llevaban la cabeza rapada. De esta forma, cortarle el cabello a un franco era uno de los peores insultos que se le podía infligir.



Pipino el Breve, gran mayordomo del último rey merovingio (Childerico III), puso fin a este estado de cosas con la traición que le reportó el trono para instaurar su propia dinastía, la carolingia. Su hijo fue Carlomagno, quien ha pasado a la Historia como una figura épica y unificadora, pero que esconde en su biografía ciertos aspectos oscuros que los bien versados en las conspiraciones no tardarán en identificar, si profundizan en ella. Lo cierto es que relacionar el pelo largo con la realeza y con ciertos poderes no fue una costumbre exclusiva de los francos, en la primera Edad Media. En otros puntos de Europa, incluyendo la misma España, arrancarle el cabello a un príncipe le privaba de privilegios e incluso podía impedirle sentarse en el trono. Sucedió por ejemplo  con el rey visigodo Wamba, que fue drogado por partidarios de su rival Ervigio para dejarle pelón. Cuando Wamba recobró el conocimiento, él mismo renunció a su calidad de monarca y se encerró en un monasterio hasta el final de sus días.


Y no sólo en la cultura europea. El indio Gurú Nanak, fundador de la religión sij, estableció los llamados cinco K o artículos de fe, que consisten en un kara o brazalete metálico, un kirpán o arma de filo, la kashera o ropa interior de algodón, un khanga o pequeño peine de madera para recogerse el pelo y el kesh o pelo largo sin cortar. Porque está prohibido cortarlo, ya que es una manera de conectar con lo divino. De ahí esos espectaculares turbantes que lucen incluso a día de hoy y bajo los cuales se esconde la pesadilla de un peluquero vago. Los sijs, que en su día llegaron a dominar una amplia confederación de reinos en Asia, han sufrido discriminación y persecución a lo largo de los últimos siglos. Tienen algunos preceptos muy interesantes como el que indica que las penitencias, las peregrinaciones o las ceremonias religiosas son en realidad inútiles para el verdadero creyente porque el mundo está gobernado por Maya (la ilusión) y lo que hay que hacer es buscar a Dios en cada una de las personas, recordarle constantemente (esto se parece mucho al concepto del "recuerdo de sí" en la tradición iniciática) para actuar de acuerdo con valores como la alegría, la humildad, el amor o la compasión y evitar vicios como la lujuria, la ira, la codicia o el apego material, que se consideran reflejos del Antidiós (lo cual es significativamente maniqueísta).


Yendo aún más atrás en el tiempo, los antiguos egipcios tampoco eran muy amigos de rasurarse la cabeza, por más que Hollywood se empeñe en mostrarnos a los habitantes de esta gran civilización como una raza de calvos que por algún extraño motivo tenían fijación con usar pelucas en lugar de su propio cabello. Lo podemos comprobar en multitud de pinturas y esculturas de distintas épocas donde aparecen algunos calvos, sí, pero la mayoría de los representados posee una abundante cabellera. Un viejo mito cuenta que, estando fuera de su país, el dios Osiris juró no raparse ni el pelo ni la barba (oh, sí, claro que tenía barba, igual que todos los primeros egipcios, porque esta gente procedía originalmente de Europa, no de Asia ni de África, aunque lo políticamente correcto insista en ocultarlo) hasta regresar a su tierra. Diodoro de Sicilia contaba que por esa razón los egipcios viajeros tenían la costumbre de hacer lo mismo que su dios hasta volver a casa y, de ahí, algún listillo moderno ha inferido que tenían la costumbre de rasurarse la cabeza completamente, lo cual es absurdo. La lógica dice que el viajero egipcio se arreglaría sus cabellos y su barba al regresar pero eso es una cosa y otra muy diferente pensar que haría tabula rasa con su cabeza. Otros testimonios de griegos y romanos tampoco son demasiado fiables. Es el caso de Heródoto, quien explicaba que los sacerdotes egipcios, incluyendo los que le iniciaron a él en los Misterios, no sólo se rapaban la cabeza sino todo el cuerpo..., pero el gran viajero e historiador visitó Egipto durante el Imperio Tardío, en la época de los sátrapas persas, que aportaron sus propias costumbres a ritos, vestimentas y ornamentos. Recordemos que estamos hablando de una cultura, la egipcia, que se remonta al 3.000 a.C., quizás antes. Cuando Heródoto visitó este país, hacía muchos siglos que los propios egipcios no eran dueños de sí mismos sino de manos extranjeras.

Sí es cierto que los egipcios sacrificaban su cabello, entre otras cosas, como ofrenda a los dioses. Hay algunos testimonios acerca de la costumbre de llevar a los hijos, una vez curados gracias a la intervención divina, hasta los templos. Una vez allí se cortaba su cabello y se colocaba en una balanza y a continuación los padres pagaban ese peso en oro como agradecimiento. Los antiguos griegos hacían algo parecido. Las chicas que iban a contraer matrimonio se cortaban su cabello el día antes de casarse y lo ofrecían a la diosa Artemisa, a veces a las Moiras, mientras que los chicos lo hacían a Apolo o Asclepio. Jóvenes de diversas ciudades tenían la misma costumbre pero consagraciones diferentes: por ejemplo, los de Atenas como es lógico

dedicaban su cabello cortado a Atenea. Y hasta héroes como Teseo hicieron lo propio, en su caso al dios de Delfos. También los romanos siguieron esta misma costumbre. Incluso el cristianismo medieval instituyó (probablemente no hizo más que continuar una costumbre pagana anterior) la tonsura de la coronilla, en sacrificio al dios del Vaticano. De todo esto se deduce que el pelo era un bien muy preciado para nuestros ancestros, mientras que en la actualidad se ha convertido en una molestia prescindible. O eso parece al menos cuando observamos la costumbre moderna de muchos occidentales empeñados en afeitarse la cabeza (aquéllos que todavía tienen pelo ahí y no se les ha caído por el abuso de champúes, geles, tintes) y en depilarse hasta el más recóndito rincón de su cuerpo (no hay más que ver los programas de televisión, sobre todo en sus ediciones veraniegas).


Existe una curiosa historia rondando por Internet, de las llamadas leyendas urbanas y por tanto difícil de comprobar, pero que no me extrañaría en absoluto que fuera cierta. Nos sitúa a comienzos de los años noventa del siglo XX y su protagonista es una mujer llamada Sally, casada con un psicólogo que trabajaba en un hospital norteamericano con veteranos de combate con desórdenes de estrés postraumático. Muchos de estos veteranos habían estado en Vietnam. Sally explica que su marido regresó un día con unos documentos oficiales en los que se explicaba que, durante el conflicto bélico en el sur de Asia, los responsables de las fuerzas especiales del ejército de los EE.UU. habían comprobado un hecho extraordinario. Los militares habían querido seleccionar a jóvenes nativos norteamericanos (de los pocos que aún sobreviven tras las matanzas generalizadas de indios durante siglo XIX) por su habilidad para labores de exploración, rastreo y supervivencia en el medio salvaje, con el fin de aprovechar esas capacidades en las selvas vietnamitas. Pero, a pesar del riguroso sistema de selección y el posterior entrenamiento para quedarse sólo con los mejores, cuando los indios llegaban a Vietnam perdían su talento de manera inexplicable y fallaban en todas las misiones.

Intrigados por lo que ocurría, los militares abrieron una investigación en profundidad en el curso de la cual los indios de mayor edad explicaron casi siempre con idénticas palabras lo que según ellos estaba ocurriendo: el problema era el corte de pelo militar. Al privar a los jóvenes de sus largas cabelleras tradicionales, éstos perdían su "sexto sentido", la intuición que les permitía conectar con la Naturaleza, interpretar sus señales y aprovechar estas habilidades de su pueblo. Escépticos, los responsables de selección de rastreadores decidieron comprobar si era cierto: algunos de los nuevos reclutas recibieron el corte de pelo habitual antes de ser enviados a Vietnam y a otros se les dejó que siguieran llevándolo largo. Luego les sometieron a las mismas pruebas. El resultado es que los indios con el pelo largo conseguían los mejores resultados invariablemente. Una de las pruebas citada por Sally era hacer dormir al recluta en el bosque. En plena noche, un "enemigo" armado se acercaría a él para sorprenderle. Si el recluta tenía el pelo corto, era apurado una y otra vez. Si lo tenía largo, se despertaba de su sueño con sensación de peligro y se alejaba o bien fingía dormir y sorprendía él al "enemigo". Es más, el mismo recluta con éxito era después sometido al rapado y obtenía los mismos malos resultados que al compañero al que le habían cortado el pelo antes. La conclusión final del informe que se facilitó a los mandos en Vietnam es que los rastreadores indios no fueran sometidos al corte militar y pudieran conservar su cabellera en estado natural.


Después de aquello, tanto el marido de Sally como otros profesionales que trabajaban en el mismo hospital y habían tenido acceso a los documentos, se dejaron el pelo y la barba largos y nunca quisieron volver a cortárselos.

Bueno, la verdad es que el pelo no es un mero adorno del cuerpo. Ni siquiera es un simple protector para evitar la fuga de calor o para retener el sudor. Es, de hecho, una continuación del cuero cabelludo y éste no es otra cosa que la piel que reviste el cráneo del ser humano (donde se encierra el órgano más importante, porque es el que le hace conectar con esta realidad: el cerebro). Tampoco olvidemos que el pelo tiene sangre: es ella la que lo nutre y lo hace crecer... Hay quien lo ha definido como un especie de "nervios exteriores" del cuerpo humano, una extensión hacia fuera del sistema nervioso con el cual el cerebro humano recibe información a través de multitud de estímulos y envía órdenes de vuelta como reacción a esos estímulos. En ese sentido, podría ser más importante de lo que puede parecer a primera vista. ¿Quién sabe lo que podríamos descubrir el día de mañana acerca de funciones hasta ahora desconocidas por los científicos?


Las imágenes de los hombres del futuro a las que estamos acostumbrados a través de la ciencia ficción nos muestran habitualmente sociedades asépticas, dominadas por el cristal, el plástico, la tecnología, los colores blanco y gris..., y las personas calvas, tan inteligentes como infelices, que no son sino meras termitas del sistema. Podría ser un aviso. Otro más, disfrazado como tantos otros de "historia fantástica".





  



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