Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 14 de octubre de 2016

Brainstorm

En 1983 se estrenó una de mis películas de ciencia ficción favoritas, Proyecto Brainstorm (el título original, en inglés, era simplemente Brainstorm), quizá el aporte más personal de una verdadera institución en el género: el norteamericano Douglas Trumbull. Si hay alguien en la sala a quien no le suene su nombre, me limitaré a mencionar algunos de los grandes largometrajes en los que participó de una u otra forma: 2001, una odisea del espacio (ésta no es una simple película favorita sino LA película favorita), Blade Runner, Encuentros en la tercera fase o Stark Trek (la primera adaptación al cine de la serie televisiva). Por citar algunos ejemplos. 

En Proyecto Brainstorm, Trumbull dirigió la historia de dos científicos entusiasmados con la creación de un dispositivo insertado en un casco capaz de captar, almacenar y reproducir al gusto del consumidor todo tipo de experiencias, impulsos, sentimientos y sensaciones mediante la grabación de ondas cerebrales. De esta forma, por ejemplo, un piloto de carreras puede registrar la impresión concreta de una competición, incluyendo la descarga de adrenalina, el miedo a estrellarse, la emoción deportiva y el triunfo de la victoria..., y otra persona cómodamente sentada en un sofá, al emplear el aparato y reproducir esa impresión, siente luego exactamente lo mismo que él, como si hubiera migrado de su cuerpo físico y se hubiera incorporado al del 
piloto. Y así todas las veces que quiera. Los encargados de las grabaciones de prueba experimentan todo tipo de actividades con el casco para dejar registro de ellas e impresionar a los responsables financieros de los laboratorios, con el
 fin de que apoyen económicamente el desarrollo del proyecto. Hay una secuencia particularmente interesante, cuando uno de estos "cobayas" se graba practicando el acto sexual con una rubia despampanante y luego uno de los ejecutivos monta un bucle con los segundos del orgasmo y lo reproduce infinitas veces en la intimidad de su casa, en un novedoso modo de masturbación mental por así decir, aunque con resultados inesperados.

El bucólico mundo de investigación en el que viven los científicos, el doctor Michael Brace (interpretado por el siempre inquietante Christopher Walken) y la doctora Lillian Reynolds (personificada por Louise Fletcher), se deshace en cuanto alguien se percata del espectacular panorama de utilidades prácticas (especialmente, en el campo militar y el de seguridad y control) que ofrece esta novedosa tecnología, más allá de las asesorías sentimentales (Brace/Walken usa el casco para tratar de recomponer su matrimonio con la doctora Karen Brace/Natalie Wood grabando para ella un "grandes éxitos" de su relación, con los mejores recuerdos y emociones de su relación en común). Y todo se lía definitivamente cuando, estando sola en el laboratorio, Reynods/Fletcher sufre un infarto y tiene el cuajo de aprovechar sus últimos segundos de vida para colocarse el casco y grabar su propia muerte..., y lo que sucede después. A partir de ese momento, el objetivo de los principales personajes será hacerse con esa grabación post mortem para verla y averiguar qué pudo captar la científica después de su fallecimiento físico.

La película quedó severamente lastrada y, en última instancia, casi marginada por culpa de una muerte real: la de Natalie Wood. Esta hermosa actriz de origen ruso, que se había hecho muy famosa por sus aplaudidas interpretaciones en películas como West Side Story, Rebelde sin causaEsplendor en la hierba y hasta Centauros del desierto, entre otras, falleció en circunstancias todavía por aclarar al caer de noche desde la cubierta del yate en el que viajaba. A bordo también viajaban su marido Robert Wagner, su compañero de reparto Christopher Walken y el capitán del barco, Dennis Davern. Los actores celebraban el final del rodaje y habían bebido bastante. El yate estaba fondeado junto a la isla de Catalina, cerca de Los Ángeles, y, 35 años después, todavía no está claro cómo, cuándo ni por qué cayó la actriz al agua. Ha habido teorías para todos los gustos: desde la más popular que considera a Wagner como supuesto asesino, más o menos involuntario, cegado por los celos, hasta la más extravagante según la cual la actriz encontró a sus dos colegas entregados a la sodomía el uno con el otro y no pudo soportarlo. Sin embargo, a fecha de hoy es uno de esos morbosos (por los implicados) casos no resueltos.

 Lo único que se sabe a ciencia cierta es que el cadáver de la mujer fue encontrado a las ocho de la mañana flotando en el agua, con varios golpes que oficialmente no fue posible determinar si los había recibido antes o después de caer al mar. Por cierto, que según la leyenda, la actriz nunca aprendió a nadar por deseo de su madre quien, estando embarazada, recibió una advertencia de una vidente en el mejor estilo de los dramas griegos, ya que predijo que su bebé sería "una gran estrella" pero debería apartarse de "las aguas oscuras"...

En realidad, Proyecto Brainstorm no es más que otro ejemplo de cómo algunos autores tratan de alertar a la sociedad sobre lo que se les viene encima, a través de una obra "de ficción" porque hace tres decenios ya estaba en marcha -tal vez comenzara incluso antes- el proceso de investigación de una tecnología que sólo en nuestros días ha empezado a ponerse a disposición del público en general con un nombre que no engaña absolutamente a nadie (aunque pocos parecen entender lo que significa de verdad), que no es otro que Realidad Virtual. O sea, una realidad falsa, inventada, inexistente..., pero que con la adecuada estimulación de los sentidos se nos aparece tan cierta como la que manejamos en el día a día, aunque en ella podamos transformarnos temporalmente en poderosos guerreros medievales, hábiles futbolistas o comandantes de tanques, entre otros roles disponibles. Bueno,
la verdad es que lo se está poniendo ahora al alcance del usuario es la Realidad Virtual Inmersiva, porque la otra hace tiempo que está entre nosotros en forma de videos, transmisiones de chats con imagen y demás. La Inmersiva, la que aparece en la película de Trumbull, es la que ha llegado ahora al mercado en forma de gafas que absorben la atención y te trasladan a un mundo no ya ajeno sino completamente inexistente. Igual que el pesado casco inicial de la película, encadenado por aparatosos cables a grandes ordenadores, evolucionaba luego hacia un ligero dispositivo independiente a modo de diadema, no es en absoluto descabellado deducir que los visores del estilo Oculus que ya se están vendiendo para utilizar esta tecnología se convertirán, a no mucho tardar, en lentillas fáciles de quitar y poner. O incluso de insertar dentro del ojo humano, como las lentillas intraoculares que ya existen. Una vez tengamos esa no-realidad dentro de nosotros mismos, ¿cómo diferenciar realidad de fantasía? Máxime cuando empiece a comercializarse el resto del equipo, ahora también en fase de experimentación: un traje visualmente similar al del neopreno que suele emplearse para el submarinismo y que se convertirá en una especie de segunda piel, gracias al cual no sólo veremos sino que sentiremos en el interior de ese mundo falso cuyo principal problema (en el que, al parecer, resulta difícil reparar) es que viene a sustituir a nuestro mundo real.

No hay nada malo en evadirse de vez en cuando. De hecho, fantasear, soñar despierto, imaginar..., es algo imprescindible para nuestra salud mental, según suelen repetir los especialistas. Pero, como sucede con todas las cosas, es bueno siempre que esa evasión esté bajo control. En el mismo instante en el que preferimos mantenernos "fuera de juego", en un mundo aparte y exclusivamente de nuestra propiedad, uso y disfrute, empezamos a rozar el desequilibrio de la mente con un creciente riesgo de
 que se manifieste en distintas enfermedades. Me viene a la mente otra obra anterior a Proyecto Brainstorm, pero en cómic, y que advierte precisamente de este extremo. Se trata de Cuidado con el mundo real, Howie, una historieta de Richard Corben publicada en 1970 en la que, en un mundo futuro, una pareja vive unas vacaciones de ensueño (y nunca mejor dicho) hasta que deja de utilizar la tecnología (en este caso, deja de tomar unas pastillas que el Estado les obliga a ingerir) y descubre de forma dramática que las playas paradisíacas de las que están disfrutando son en realidad apestosos vertederos, que sus propios cuerpos atléticos y hermosos son una ruina y que todo aquello tan en apariencia fabuloso que les rodea no existe de verdad: son fantasías creadas para ocultar el espanto diario y permitirles vivir felices.

No estoy hablando de un futuro a largo plazo sino de uno mucho más próximo de lo que pudiera parecer. Y con una facilidad increíble para ser aceptado por unos homo sapiens cada vez más alejados de su apellido biológico, cada vez más asustados, más entontecidos, más egoístas, más orgullosos y más pobres de espíritu, que critican hipócritamente los grilletes de las drogas o el alcohol mientras se autoesclavizan a las pantallas. Resulta un ejercicio interesante pararse a pensar cuántas horas al día pasamos delante de una pantalla. Si incluimos el tiempo que invertimos mirando la televisión, sentados ante el ordenador o revisando los teléfonos móviles nos daremos cuenta de que, en buena medida, hace mucho tiempo ya que vivimos más en el mundo de la fantasía virtual que en el de la realidad, por más que lo que vemos en esas pantallas sea cierto..., en otra parte del planeta que seguramente no pisaremos jamás y con la que no tendremos ninguna relación directa ni indirecta a pesar de que inunde nuestros pensamientos.


Hace poco, uno de los grandes maestros de títeres (entre aquéllos que se dejan ver públicamente, siempre menos peligrosos que los que actúan desde el anonimato), Mark Zuckerberg, anunciaba en California que Facebook (su principal proyecto personal y una de las patas del dominio invisible que nos empuja centímetro a centímetro hacia el tenebroso gobierno mundial) estaba muy cerca de reconvertirse en la primera gran red social capaz de hacer interactuar virtualmente a las personas, de manera que su popular muro "dará el salto a las tres dimensiones" o, lo que es lo mismo, se convertirá en una verdadera prisión (más de lo que ya lo es para muchos usuarios). De hecho, pronosticó que "en el futuro, muchos de los objetos físicos actuales como la televisión serán simples aplicaciones que comprar en una tienda de realidad virtual" de manera que el día de la mañana no necesitaremos, para vivir, apenas más que una habitación más o menos espaciosa y "unos dispositivos parecidos a unas gafas normales que serán capaces de reproducir experiencias tanto de realidad virtual como de realidad aumentada".

De esta manera, nuestra existencia se podría ver confinada a esa habitación de la que nunca saldríamos porque no necesitaríamos hacerlo: ¿Queremos hacer deporte? Nos ponemos las gafas de realidad virtual (que, insisto, ya serán lentillas) y podemos ir a jugar al fútbol o a hacer footing sin necesidad de salir de allí, porque nos moveremos "libremente" en el mundo virtual. ¿Queremos viajar y conocer tal o cual museo, monumento, país...? Nos ponemos las gafas y a viajar sin movernos tampoco del cuarto. ¿Queremos buscar amigos, ir a una fiesta, hacer el amor? Más de lo mismo: no hay más que escoger el perfil adecuado y proceder..., y con la comodidad de que estamos siempre seguros y calentitos dentro de nuestra celda..., digo, de nuestro hogar. Y con el tiempo..., ¿quién necesita una habitación? ¿No sería mejor acostarnos en algún lugar mullido, sin cansarnos más de lo necesario? Digamos, por ejemplo..., ¿uno de esos ataúdes de cristal que aparecen en la película Matrix en donde despierta el protagonista, Neo?

No, el futuro no parece muy halagüeño, cuando uno hace un poco de prospectiva. Estamos aquí entretenidos con un gran circo, en el que tenemos fieras guerras en todo el mundo, equilibristas del espectáculo, magos de las finanzas, gladiadores deportivos, payasos de la política..., mientras a nuestro alrededor los Amos van construyendo, en silencio, las herramientas con las que pretenden encadenar definitivamente a la humanidad.

Que no cunda el pánico, de todas formas. Una cosa es que construyan sus herramientas y otra diferente es que consigan su objetivo. Lo cierto es que llevan ya algunos milenios dedicados a ello y todavía no han tenido éxito, ni (aunque todavía no lo han comprendido) lo tendrán jamás. Porque el gran secreto, que está a la vista de cualquiera y tal vez por eso sea un gran secreto, reside en que la vida no puede sobrevivir sin la polaridad, sin la tensión permanente de las dos fuerzas cuyo roce genera la existencia. Hoy puede mandar el Yin, pero el Yang es indestructible y el día de mañana será él quien mande y, así, se van sustituyendo uno al otro en un ciclo interminable.

Cabría una reflexión final, de todas formas: ¿No resulta sorprendentemente familiar ese proceso de abandono de nuestra identidad, olvidando nuestro universo real, para asumir un avatar virtual y dejarnos absorber por un mundo irreal, que no es el nuestro aunque lo parezca y en el que, si lo pensamos bien, nada puede dañarnos si no dejamos que lo haga? ¿No nos recuerda a algo que ya sucedió hace tiempo? ¿Acaso no somos estrellas caídas, temporalmente, en este mundo físico?



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Postdata: Quiero agradecer algunos cariñosos comentarios que he recibido tanto en el blog como en mi correo durante los últimos meses (también mientras estaba de vacaciones en Walhalla) por parte de sufridos lectores con una extraordinaria capacidad de aguante, ya que habitualmente logran terminar de leer los sucesivos artículos de esta bitácora. Por lo general, no contesto mensajes ni intervengo en los comentarios (a no ser para borrar opiniones improcedentes o con insultos, en alguno especialmente polémico, pero parece que hace tiempo que no publico ninguno de ellos), pues ya hablo bastante en cada uno de los artículos. Gracias de nuevo.

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