Comentando el otro día en la cafetería de la Universidad de Dios acerca de nuestras vidas pasadas y la perspectiva de la inmortalidad, algunos estudiantes empezaron a alardear de si habían vivido más existencias, y más interesantes, que otros en este planeta que los homo sapiens conocen como la Tierra. Yo no me acuerdo de todas mis vidas pasadas, sólo de diez o doce (que ya está bien) desde que llegué de Aldebarán y nací por vez primera en este mundo. Pero, claro, sólo estoy en Tercero de carrera...
Había un tipo que decía que estaba en un curso superior (aunque no aclaraba cuál) y que por eso podría contarnos con pelos y señales hasta 666 vidas anteriores que recordaba. Lo cierto es que yo no tenía muy claro si estaba bromeando o no. La mía es una carrera muy seria -esto sí que son estudios superiores y no la ingeniería de caminos- pero de todos es sabido que, cuanto más alto ha llegado en ella un alumno, más y mejor debe utilizar el sentido del humor para digerir la verdadera Sabiduría. El que dijo aquello de que el saber no ocupa lugar, sin duda se estaba refiriendo al saber común, al conocimiento científico o técnico o incluso al filosófico, pero cuando te encuentras con Sabiduría con mayúsculas, ya te digo yo si ocupa o no lugar en tu interior todo lo que vas aprendiendo... De hecho, se multiplica, porque empieza a operar en ti efectos asombrosos. Y pesa. Es un poco como disfrutar de un buen queso azul: el sabor es intenso, gustosísimo, pero la digestión será lenta sí o sí.
Pero me estoy yendo del tema. A lo que iba es a que todo el mundo presumía de la cantidad de vidas que había vivido o de la intensidad de las mismas (es asombroso el número de personas que dicen haber sido Napoleón o Julio César..., me recordaban a esas miles de iglesias, monasterios y ermitas medievales que decían atesorar como reliquia un fragmento de la cruz real donde clavaron a Jesús el Cristo de forma que, si de verdad todos esos trozos fueran parte de la misma, habría que pensar que era una cruz más grande que la Trump Tower...). Yo les escuchaba con atención porque, aunque la mayoría no lo sabe, luego utilizo a mis compañeros de estudios como modelos para los personajes de mis cuentos y novelas.
El caso es que en ese momento apareció por la cafetería mi profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Nasrudin, tan campechano como de costumbre y, tras pedirse su té favorito, tuvo a bien intervenir en la conversación sin pedir permiso. Nadie se molestó, porque es uno de los profesores más queridos de la Universidad de Dios y sus comentarios siempre están llenos de Sabiduría..., y de humor. Nos dijo:
- Habláis mucho de todo lo que habéis vivido, pero lo cierto es que la mayor parte de vuestras vidas anteriores y probablemente de ésta que tenéis ahora se os ha escapado de las manos sin que os hayáis enterado.
Al principio pensamos que se refería a la velocidad a la que transcurre la existencia: la vida es breve, tempus fugit y todo eso. Sin embargo, aclaró la cuestión enseguida contando uno de sus múltiples sucedidos personales.
- En cierta ocasión visité en la India un enorme cementerio. Allí yacían los restos de muchas personas: ricos, pobres, jóvenes, viejos, hombres, mujeres, niños, adultos, valientes, cobardes... Todos juntos en el viaje al Otro Mundo. Paseando por entre las tumbas encontré una especialmente grande, con estatuas funerarias bellamente esculpidas, muy rica y adornada. Leí el texto tallado en el marfil que adornaba la sepultura y donde se podía leer "Aquí yace el mayor gobernante que jamás conoció nuestro país. Un sultán justo y educado. Construyó escuelas y alojamientos para los más pobres. Alimentó a su pueblo. Condujo personalmente a sus ejércitos a la batalla para defender sus tierras de los enemigos que querían arrasarlas. Su valor, su caridad y su bondad le convirtieron en una leyenda ya en vida. Este noble gobernante falleció a los 5 años de edad"...
- ¿Sólo 5 años? ¡Caramba! ¿Cómo le dio tiempo a hacer tantas cosas si se murió siendo un niño pequeño? -se burló el tipo de las 666 vidas, interrumpiendo al mulá.
- Eso mismo me pregunté yo -contestó Nasrudin sin abandonar su eterna sonrisa- y por eso pedí al sepulturero que me iluminara al respecto.
A continuación, el mulá puso a prueba nuestra paciencia tomando un largo sorbo de su taza de té, mientras esperábamos expectantes a que nos explicara la solución al curioso enigma. Luego, miró durante unos instantes por la ventana, como si quisiera recordar las palabras exactas con que le contestó el sepulturero, y finalmente declaró:
- Resulta que el sultán había llegado al trono a los 20 años y gobernó durante otros 60. En su lecho de muerte, justo el día de su 80 cumpleaños, dijo a sus allegados, como despedida, las siguientes palabras: "He pasado 7 años estudiando, 8 guerreando y 60 preocupado por los asuntos de Estado. Así que en realidad sólo he vivido de verdad 5 años de mi vida. Ésta es la edad que quiero que se recuerde en mi lápida mortuoria, porque es la que tengo en realidad". Así supe que el sultán era también un hombre sabio, pues conocía la diferencia entre la vida corriente del hombre corriente, dormido en sus actividades e incapaz de aprovechar la experiencia de sus años, y la vida consciente del hombre consciente, que sabe quién es y actúa en consecuencia aprovechando hasta el último de los segundos de los pocos años que los dioses le concedieron. Y después de conocer su historia, no pude hacer otra cosa que pedirle al sepulturero que, si yo moría estando en su tierra, se asegurara de que en mi epitafio apareciera una sola frase: "Aquí yace Nasrudin, el hombre que nunca nació".
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