Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 16 de junio de 2017

Televicio

Malas noticias para los chavales que piensen que han terminado de estudiar cuando acaban la carrera: esto nunca se acaba. Sobre todo en nuestros días, en los que la tecnología no es que avance, sino que va pilotando un Ferrari, y uno se ve obligado a reciclarse una y otra vez, constantemente, si no quiere acabar empleado en uno de esos oficios fáciles pero que, por eso mismo, el día de mañana -más pronto que tarde- estarán ocupados por robots y, por tanto, ya ni siquiera ésos estarán disponibles. Estoy hablando ahora de la formación técnica, puramente laboral, no de la Bildung que protagonizó artículos anteriores. Como soy el ejemplo que tengo más cerca de mí mismo, lo cuento: el título de licenciado en Ciencias de la Información que está por ahí en alguna parte del apartamento (si es que Mac Namara no ha decidido eliminarlo sin consultar, en la última "renovación" que hizo de libros y documentos a su juicio sobrantes) está expedido en noviembre de 1986, o sea que hace 31 años que se supone que debería haber dejado de preocuparme por exámenes y estudios diversos... Pues no señor. Desde entonces he terminado no se cuántas decenas de cursos sobre diferentes materias, la gran mayoría relacionados con mi trabajo, donde es preciso actualizarse casi cada día.

Uno de esos cursos incluía la edición de televisión y en él aprendías a preparar una noticia paso por paso: desde la grabación (qué ángulo y qué encuadre utilizar con la cámara, cómo controlar la luz, hacia dónde debe mirar el entrevistado, cuándo usar imagen fija y cuándo no, etc.) hasta el montaje final (con sintonías y todo lo que hiciera falta). Siempre atento con objeto de descubrir todos los trucos posibles de la manipulación informativa (no para emplearlos, obviamente, sino para reconocerlos y no caer en ellos cuando me encontrara en el lado de la audiencia), recuerdo que lo que más me llamó la atención fue cómo, dependiendo del montaje con el que fuera elaborada, la misma noticia podía tener un impacto muy diferente. De hecho, una de las informaciones con la que trabajamos fue un reportaje sobre un tema social, relacionado con la atención en las farmacias. Nada especialmente complicado. Vimos la misma noticia en las versiones elaboradas por TVE, Antena 3 y Telecinco (en aquella época no había otros informativos de importancia en las televisiones españolas..., aunque la situación no ha cambiado gran cosa en ese sentido) y, aunque los textos eran muy similares, la impresión final que te quedaba en cada caso era muy distinta debido al montaje de imagen y sonido.

 Fue una comprobación más en un asunto que, para entonces, ya tenía testado por otras vías. Esto es, que se puede manipular a las personas sutil y eficazmente sin necesidad de emplear la palabra (no es lo mismo un titular que diga "Los sindicatos piden mejoras al gobierno" que otro que diga "Los sindicatos exigen mejoras al gobierno" y sólo cambia una palabra), sólo con una presentación de las imágenes orientada al fin perseguido (no es lo mismo presentar la imagen de un sindicalista solo que arropado por otros, en una imagen picada que le minimiza que en un contrapicado que le convierte en un gigante, con menos luz para darle un toque siniestro que en la calle a pleno sol, con una canción protesta de fondo para reforzar su mensaje que con una sintonía triste para inspirar desconfianza en sus palabras, etc.). La manipulación de la imagen y el sonido, sin tocar para nada un texto que puede ser incluso aséptico, resulta, además, especialmente eficiente pues muchos ingenuos creen que sólo las palabras son peligrosas y, aunque ponen todo tipo de alertas en sus oídos, tienden a creerse lo que entra por sus ojos.

Sin embargo, el 90 % de los estímulos que recibe a diario una persona media en nuestra sociedad actual accede al cerebro a través de la vista, precisamente. De ahí que los directivos de las grandes empresas tecnológicas estén como locos por invertir y desarrollar todo tipo de dispositivos visuales -y el software adecuado para ellos-. La nomofobia nos ofrece a diario un delirante espectáculo en nuestras calles, donde podemos ver a multitud de personas que van caminando (¡incluso conduciendo, he visto a más de un descerebrado!) mientras al mismo tiempo no levantan la vista de su smartphones, como si fueran zombies, presos de una brillante pantalla llena de tuits, guasaps, minijuegos, telegrams y otros múltiples anzuelos de la atención. Pero esa situación va a parecer una tontería cuando demos el próximo salto en la realidad virtual. Ese salto no quiere decir que vayamos a ir todos andando por la calle con unas aparatosas gafas como las que existen ahora sino que ese wearable mejorará lo suficiente como para reducir su tamaño al de unas lentillas.

Una vez que llevemos esas lentillas -y más cuando se complete el disfraz con el añadido de un traje "inteligente" de aspecto similar al de neopreno de submarinista, como los que se están ensayando en los últimos años- la inmersión en otra realidad o, mejor dicho, en un mundo aún más ilusorio que éste en el que vivimos hoy día, será fácil y absorbente. Mucho más que algunos de los adictivos videojuegos que tanto enganchan a una creciente comunidad de usuarios... Y caeremos aún más abajo en el pozo, aunque nuestras autoridades proclamen que nunca antes la especie humana había conseguido alcanzar tan altas cotas de tecnología e innovación. Será así porque simplemente renunciaremos a lo que llamamos ahora mismo vida real, en la que estaremos sólo el tiempo imprescindible, antes de sumirnos, en cuanto podamos, en el sopor de nuestras fantasías favoritas que desfilarán ante nuestros ojos -y por tanto ante nuestra mente hasta constituir la única percepción que nos interese- y con las cuales actuaremos a través de los estímulos de nuestro traje "inteligente". Ya tenemos guantes para experimentar en ese inexistente mundo paralelo y, el resto, llegará a no mucho tardar.

La esclavitud será a partir de entonces el estado común del ser humano. No es que hoy el homo sapiens no sea ya un esclavo de facto, pero aún posee una posibilidad de dejar de serlo -aunque, cada día que pasa, esa posibilidad se reduce más y más- ya que todavía puede rebelarse y empezar a usar su propio cerebro para pensar. Puede hacerlo. Mas el día en el que dedique todo su tiempo libre a sumergirse en los mundos paralelos de la realidad virtual, perderá esa opción. Y será muy difícil que la recupere. ¿Exageraciones? Pongamos un ejemplo: un tipo que vive en un espacio reducido en una ciudad ruidosa, contaminada e insegura, en un empleo que no le satisface especialmente y con unas relaciones personales francamente mejorables, llega a casa cansado de trabajar y harto de su sociedad. Hoy, ese tipo pone la televisión y se tumba en el sofá. Pero puede no ponerla o aburrirse con lo que le ofrecen en los canales y cambiar de actividad. Mañana, no se lo pensará tanto. En cuanto llegue a casa, se enfundará el traje y las lentillas y se irá de viaje a las Seychelles a tumbarse en la playa, visitará a una estrella famosa de la televisión para acostarse con ella o se irá a esquiar a los Alpes franceses o hará cualquier otra actividad que le apetezca..., sin salir de casa, sin hacerla de verdad aunque los estímulos que esté recibiendo le convenzan de que todo es real. Gracias a la realidad virtual. Teniendo una hermosa fantasía para pasar el tiempo, ¿quién quiere enfrentarse al desagradable mundo real?

Ésa es una de las advertencias que contiene la película Matrix, donde hay una escena aterradora en la que el traidor, harto de enfrentarse a la realidad, decide vender a sus amigos a los "malos" a cambio de la promesa de que le respeten la vida y le reintegren en el mundo ilusorio, pues no puede soportar durante más tiempo la verdad y las hamburguesas "de mentira" son más sabrosas que la sopa de vitaminas del mundo real. Es aterradora porque esto sucede también fuera de la pantalla. Un elevadísimo porcentaje de las personas que vociferan y exigen conocer la verdad no están en absoluto interesadas en conocerla, por mucho que se engañen a sí mismas gritando consignas con rima y haciendo como que se indignan.

Mientras llega ese momento de esclavitud vía lentillas/traje, se hace lo que se puede con una de las más poderosas armas de control social jamás inventadas: el televisor. ¿Cómo es posible que esa pantalla se haya convertido en el centro de la casa, en el sancta sanctorum en torno al cual se reúne la familia un día sí y otro también, en actitud de adoradora atención? Sobre todo cuando hay tantas personas que se quejan de la escasa calidad de la programación en casi todos los canales, así como de las obvias manipulaciones políticas de unos y de otros... La razón que se aduce normalmente para justificar esa facilidad con la que la tele nos llama la atención es el hecho de que lo que vemos ante nosotros no es una simple sucesión de imágenes como en el cine, sino que estamos ante un brillante y continuado parpadeo de píxeles, que nos hipnotizan de la misma manera que el balanceo de un péndulo o el sonido de un metrónomo, debido a su carácter rítmico. Pero...

Aunque la noticia no ha trascendido en exceso y, de hecho, no la he visto publicada en ningún gran medio de información español, hace al menos dos años se filtró la existencia de cierta patente registrada en los Estados Unidos con el número US6506148B2, de acuerdo con la cual se puede alterar el estado de ánimo y la resonancia sensorial de un individuo o un grupo de personas a través de la pantalla del televisor. Ojo, la patente es de entonces. El modus operandi y los efectos descritos en ella de conocerán seguramente desde hace mucho más tiempo. Se trata de manipular "frecuencias de impulsos de entre ½ Hz y hasta 2,4 Hz” sobre las imágenes proyectadas, de manera que se crea un estado de "incredulidad suspendida sin previo aviso". Esto se produce gracias a los campos electromagnéticos generados por las propias pantallas, con lo que "es posible manipular el sistema nervioso de un sujeto mediante la emisión de estas imágenes" que pueden ser "incrustadas en el contenido mismo del programa o bien superpuestas por la modulación del flujo de video, ya sea como señal de radiofrecuencia o como señal de video" con ayuda de un "programa informático sencillo" y un equipo que define como "rudimentario, teniendo en cuenta los actuales estándares de tecnología".


La patente, cuyo texto original en inglés puede encontrarse en Internet, no explica qué tipo de manipulaciones se puede ejecutar con los usuarios, pero no hace falta pensar demasiado para llegar a la conclusión de que si alguien es capaz de afectar mentalmente, en secreto y sin permiso, los cerebros ajenos no va a ser para inculcar sentimientos de amor, bondad y belleza. Todo esto está relacionado, aunque no directamente, con el tema de la información subliminal aunque es un paso más allá.  Y, por cierto, no basta con apagar la televisión. Este registro dice bien claro que se puede usar "un aparato de televisión o una pantalla de computadora" y, más adelante, añade también que "teléfonos celulares y tabletas". En el momento de trabajar en este artículo yo podría estar sufriendo esta invasión mental sin enterarme y lo mismo cualquiera de mis lectores una vez accedan al mismo. Porque la manipulación del sistema nervioso a través de frecuencias no es detectable por la persona que la está sufriendo.

¿Qué efectos tiene todo esto? A lo largo de los últimos decenios hemos visto un incremento espectacular del uso de violencia, sexo, terror, corrupción y otros delicados vicios en la llamada "caja tonta".  Tanto en las producciones de Hollywood que llegan tarde o temprano a la pequeña pantalla, como en las que se ruedan directamente para ella. Si alguien recuerda las antiguas películas de gangsters de los años 40', cuando uno de los personajes tiroteaba a otro hasta la muerte, a menudo no se veía el crimen en sí, sino a un tipo disparando y, en una escena posterior, al fallecido. Poco a poco fuimos viendo escenas cada vez más "liberales" y "atrevidas", con la víctima cayendo primero de espaldas junto a su asesino, más tarde con la sangre brotando de la herida, desplomándose de forma llamativa... Hoy, se nos muestra el proceso del asesinato con todo lujo de detalles, con la piel reventando, fragmentos de hueso volando, sangre salpicándolo todo, gritos desgarradores, gestos de dolor en primer plano... De hecho, algunas secuencias son tan violentas que cuesta imaginar que se trata de actores fingiendo y, en algunos casos, han corrido todo tipo de rumores sobre si lo que estamos viendo en una película es real o no. No hace mucho se reavivó la polémica por la tristemente famosa escena de la violación con mantequilla incluida de El último tango en París, en la que Bernardo Bertolucci y Marlon Brando engañaron a la actriz María Schneider quien no sabía lo que iba a rodar y nunca pudo superar el trauma que ello le causó.

Este paulatino incremento de las imágenes de brutalidad, sexo, explosiones y agresividad gratuita en las programaciones televisivas no sólo han conseguido elevar la insensibilidad del público -al que ahora una "simple" historia de amor  y, ya no digamos, de crecimiento personal, le puede aburrir enormemente- sino que se convierten en vehículo perfecto para esconder imágenes y mensajes subliminales que van directos al inconsciente del espectador con todo tipo de mandatos mientras nuestra atención está deslumbrada y prisionera del puñetazo visual. Si se combina todo con el efecto de la manipulación vía electromagnetismo, ¿qué tenemos? La capacidad de manipular inclulcando en la mente ajena absolutamente todo lo que se les ocurra a quienes controlan esta tecnología. Y cuando digo todo, es todo. Por 
poner un simple ejemplo, quizás ahí radique parte de la explicación de por qué en tan poco tiempo tan alto porcentaje de la sociedad catalana ha empezado a creerse las delirantes invenciones históricas del independentismo catalán, para quien desde Cervantes hasta Santa Teresa de Ávila fueron parte del "glorioso" pasado catalán robado por los "pérfidos" españoles, mientras obvia que los verdaderos ladrones de su sociedad -y de sus mentes- han sido algunos de los políticos precisamente nacionalistas catalanes que han dirigido su comunidad autónoma durante muchos años...

La buena noticia es que todavía podemos defendernos contra la manipulación mental. ¿Cómo? Informándonos sobre ello y cuanto más, mejor. Internet está llena de basura pero también de documentos muy útiles, que son auténticas joyas informativas, a las que resulta muy difícil acceder a través de un medio no digital. También es preciso desconectarse del discurso oficial de que sólo los medios de información "serios" son fiables. Hace unos días hemos visto el making off de una manipulación muy habitual en nuestros días: un reportaje falso preparado por la CNN en Londres, a raíz de uno de los últimos atentados protagonizado por  otro "caso aislado"  de musulmán "loco". La popular cadena de televisión norteamericana organizó una pequeña manifestación de musulmanes contraria a este ataque, ante la falta de manifestaciones reales. Para que no cunda la islamofobia, decían... En realidad, para que la gente corriente continúe dormida y bien dormida, como hasta ahora. Eso sí: el problema son las fake news de medios independientes en Internet...



Por supuesto, lo más importante es volverse hacia el interior, mirar dentro de uno, donde se halla la verdadera realidad. A través de la introspección, la concentración y la meditación se puede ampliar la propia conciencia y, por tanto, encontrar más fragmentos de verdad que a través de todos nuestros cinco sentidos corporales juntos. 







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