En cierta ocasión, el escritor y guionista británico Alan Moore comentó en una entrevista que él no creía en las teorías de la conspiración porque no eran necesarias para explicar todas las cosas malas, y también las raras, que suceden en el mundo. Bastaba, a su juicio, con la estupidez humana: el vicio supremo que estaría en la base de prácticamente todas las barbaridades que ha cometido -y sigue cometiendo a día de hoy- el homo sapiens con un empeño digno de mejor causa, como reza el tópico. Es una opinión curiosa y desde luego discutible, viniendo de un autor que ha reconocido practicar, entre sus actividades privadas, magia ceremonial y cuya obra incluye algunas de las piezas fundamentales del cómic contemporáneo como Watchmen -un gran tebeo illuminati, muy bien contado- o V de Vendetta -esa descripción del futuro que es cada vez más presente-, sólo por citar las dos más conocidas y, por cierto, imprescindibles para todos los lectores de esta bitácora.
Cuando uno lleva tanto tiempo estudiando en la Universidad de Dios, y encima con un compañero de piso como MacNamara, no puede sino sonreír cuando alguien le mira por encima del hombro mientras le reprocha que "creas en todas esas tonterías de sociedades secretas y gobiernos ocultos, sacadas de una novela de Dan Brown, como si fueras un adolescente o un tipo inculto y sin estudios". En realidad sucede al revés: es Brown -y otros muchos autores que escriben novelas sobre este tema- quien extrae algunos apuntes de la realidad para escribir luego las tramas de sus ficciones que, a menudo, no lo son tanto. Y también resulta interesante este otro punto: precisamente los mayores teóricos de la conspiración con los que he tenido ocasión de hablar durante estos años y los que más sabían sobre el tema -incluyendo a MacNamara, por supuesto- no eran frikis supersticiosos y enloquecidos del estilo del Jerry Fletcher interpretado por Mel Gibson en Conspiracy Theory, sino gente muy bien educada, con los pies en el suelo, con conocimientos, posición social y contactos y, de puertas para afuera, desinteresados por todas estas cosas aunque en privado fueran más apasionados que mi gato conspiranoico.
Según estos expertos, uno de los principales objetivos de los Amos, pasaría por reducir sensiblemente la población mundial para poder "guiarla" mejor y evitar, de paso, que un número excesivo de personas terminara destruyendo los recursos naturales del planeta. Como no habrían sido capaces de conseguirlo, digamos, por las buenas -creación de todo tipo de anticonceptivos, promoción gigantesca del aborto, control de la natalidad limitando incluso por ley el número de hijos permitidos, etc.- ahora estarían en camino de hacerlo por las malas a través de diversos métodos -desatando una nueva guerra mundial, creando una epidemia masiva, desarrollando armas climáticas que generaran colosales catástrofes incluyendo la ruina de la agricultura para provocar grandes hambrunas, etc.- y encima lo habrían anunciado de distintas formas para jactarse de ello. Una de ellas, bien conocida entre los aficionados a la conspiranoia, mereció su propia entrada en este blog ya durante sus comienzos, allá por febrero de 2010, y se refería a las misteriosas Piedras Guía de Georgia en EE.UU., que nadie sabe -públicamente- quién edificó.
Se trata de varias losas de granito colocadas en forma de aspa en las que aparece grabada, en ocho idiomas diferentes entre los que se incluye el español, una serie de normas pro globalización y gobierno mundial que se supone deben conducir al homo sapiens hacia una nueva era de prosperidad basada en la razón. El primero de los "mandamientos" allí inscritos reclama "mantener la humanidad por debajo de los 500 millones en perpetuo equilibrio con la naturaleza" y el último también hace referencia a la misma advirtiendo que el hombre no puede ser un "cancro" o cáncer para el planeta, al que es necesario "dejarle espacio". Confieso que la primera vez que tuve noticia de la existencia de este peculiar monumento me inquieté pensando en el sacrificio masivo, el gran holocausto, que supondría inmolar sobre el altar de la "razón" a la mayor parte de la humanidad. Según los últimos datos facilitados por la ONU, en este momento existen unos 7.350 millones de homo sapiens sobre la Tierra así que, para reducir esta cantidad a los 500 exigidos por las piedras de Georgia, ¡haría falta asesinar, como mínimo, a 6.850 millones de personas!
Confieso también que, a día de hoy, me doy cada vez más miedo a mí mismo porque empiezo a estar de acuerdo con la necesidad de reducir el personal que se pasea por el planeta (aunque no eliminándolo físicamente, como es lógico), viendo cómo anda el mundo a todos los niveles... Porque nadie medianamente informado puede negar que vivimos una verdadera decadencia global, disfrazada de "era dorada" gracias a los avances científicos y tecnológicos. Como no puede negar que, por mucho que esto pueda escandalizar a la gente desinformada, existen demasiadas supuestas personas que en realidad no son tales, sino animales disfrazados de personas (capaces de maltratar, violar, asesinar y saquear sin ningún problema) o, peor, robots con esa misma apariencia pero completamente muertos por dentro. La sociedad está desequilibrada y tambaleante, por completo atemorizada y muy confusa respecto a lo que debe hacer. Sin salir de España, la hipocresía y la corrupción que campan a sus anchas en los partidos de derecha mantienen un duro pulso con el odio y la incompetencia que rezuman los partidos de izquierda, mientras unos y otros alientan la irresponsabilidad, el hedonismo y la destrucción moral de la ciudadanía en general con un sistema que demasiado a menudo prima la injusticia, el oportunismo y la ausencia de valores personales y comunitarios. Eso sí, todo muy bien cubierto por bellas palabras, gestos de magnanimidad y concentraciones sentidas. Ojo, esto no está pasando sólo aquí, sino a nivel europeo (lo de los últimos años ha sido, sencillamente, escandaloso, aunque no se pueda contar en voz alta en la Europa de la "libertad" de prensa) y, aún más allá, a nivel mundial.
Cada vez que alguien expone este tipo de razonamientos, siempre surge un ingenuo que justifica la situación: "sí, pero a pesar de todo vivimos mucho mejor que en cualquier otra época de la antigüedad, con comida para todos, asistencia sanitaria, seguridad social y otros avances por los cuales prefiero mil veces vivir ahora que en la época de los faraones, los césares o los templarios". ¿De verdad las mejoras materiales compensan la esterilidad espiritual? ¿La comodidad física es preferible a la riqueza interna? ¿El sedentarismo y la esclavitud de la pantalla valen más que el descubrimiento personal del mundo? Sugiero a estos ingenuos que recuerden bien sus argumentos el día de su muerte y que traten de emplearlos consigo mismos cuando tengan que juzgar lo que hicieron durante su existencia y echen la vista atrás. Homero lo explicó en su Ilíada cuando relató cómo Aquiles hubo de escoger entre una vida corta pero luminosa, que le proporcionaría gloria y reputación, y otra larga y pacífica pero anodina, mediocre y, a la postre, inútil. Sabemos cuál eligió y, durante mucho tiempo, su ejemplo inspiró a generaciones. Hoy, la mayoría de chavales ni sabe quién fue Aquiles ni, mucho menos, Homero: su inspiración está en un jugador de fútbol, un personaje de un programa de telebasura o un youtuber...
¿Qué se puede hacer ante el desolador panorama del Kaly Yuga que se despliega a nuestro alrededor? Se lo he preguntado muchas veces a MacNamara -y a otras personas de cierto peso- y siempre he obtenido la misma respuesta: nada. Nada a nivel global, ni siquiera a nivel nacional o local... Sin embargo, sí podemos hacer todo, a nivel personal. Epícteto, nuestro profesor de Filosofía en la Universidad de Dios, lo dejó escrito hace mucho tiempo y nos lo repite de manera periódica en clase: sólo se puede controlar lo que de uno directamente depende y, por tanto, sólo de ello debemos preocuparnos. Así que ahí está nuestro único objetivo a la hora de trabajar: nosotros mismos. No es egoísmo. Es que, simplemente, nos está vetado hacer absolutamente nada por nadie. La tarea es individual. Por ello, debemos escoger el camino de Aquiles y "vivir peligrosamente" puesto que, como decía mi querido Hölderlin, "donde impera el peligro, crece también lo que nos salva". La tarea es, pues, mejorarnos a nosotros mismos cada día, alimentar nuestro fuego interior, autoconstruirnos con fuerza y dedicación, limpiar nuestros vicios e imperfecciones, pulir nuestras virtudes, tallarnos y limpiarnos una y otra vez sin desfallecer, crecer en todos los sentidos y campos posibles. Emular aquel conocido poema de Kipling: If... (Si...) Y todo ello, despreciando el miedo a la muerte o a cualquier otro tipo de catástrofe, la incertidumbre política o económica, las chucherías del entretenimiento fútil, los anzuelos del sistema para nuestro narcisismo o nuestra envidia..., así como el resto de imaginativas trampas que encontraremos por el camino.
"¿Y qué? Aunque consiguieras convertirte en un superhombre moral y espiritual, aunque tú te salvaras de manera individual, ¿de qué le serviría eso al mundo?", reprocha una de las muchas personas desesperanzadas que nos rodean..., sin darse cuenta de que la Historia de nuestra civilización, la de todas las culturas que han existido desde que la Humanidad comenzó su aventura, nunca ha estado protagonizada por pueblos, ni por países, ni siquiera por imperios, sino por individualidades. Han sido hombres y mujeres concretos, con nombres y apellidos, los que con sus decisiones y acciones particulares han movido los acontecimientos históricos generales afectando a miles, cientos de miles, a millones de personas cuyas vidas hubieran sido muy diferentes si esos seres únicos, cada uno de ellos, no hubiera intervenido en el devenir de sus respectivas sociedades en un momento dado. Nadie puede dar lo que no tiene en sí mismo.
Por tanto, prohibido caer en el desánimo, por impactante que sea el desfile de monstruos al que nuestra época nos obliga a asistir. Si hay algo que he aprendido, a lo largo de tantas vidas ya, es que, a pesar de las apariencias, todo tiene un sentido. Incluso las piezas más extravagantes, crueles, dolorosas o incomprensibles de nuestra vida terminan encajando de alguna forma en el rompecabezas final. Todo tiene, en el fondo, un porqué, una razón de ser, aunque en este momento exacto de nuestra existencia seamos incapaces de verlo o desentrañarlo.
Y a seguir trabajando, cada uno en lo suyo. En lo que a mí respecta, regreso a mi Valhalla natal tras el cierre de un nuevo curso, como todos los años por estas fechas, para descansar un poco (que me lo tengo merecido, por cierto) así que éste es el último artículo de la temporada en Fácil para nosotros. A no ser que a Mac Namara se le ocurra pasarse por aquí durante los próximos meses para dejar su huella con algún texto sorpresa, no habrá novedades hasta el próximo mes de octubre. No obstante, dejo a mis pacientes lectores con dos novedades para que se entretengan hasta entonces. La primera es mi último ensayo, Errores militares (recentísimamente publicado por Redbook Ediciones dentro de su colección de Historia Bélica), que constituye mi tercer libro dedicado a la Segunda Guerra Mundial en los últimos cuatro años. Contiene, como los anteriores, una serie de informaciones que, honestamente, creo que serán útiles para los interesados por este asunto ya que no aparecen en la mayoría de los libros de este género.
La segunda novedad es mi nueva novela, la cuarta ya, que publicaré -dentro de pocos días- con el título de Tuerto (en Alberto Santos Editores). Es la primera incursión dentro del ciclo de fantasía heroica bautizado como Crónicas del Dios Demente que, en principio está compuesto por tres libros y que, estoy convencido, va a sorprender a más de uno. Llevo varios años trabajando en el desarrollo de este universo. Hablaremos de ella más adelante. Y de otros libros que espero aparecerán también en próximas fechas...
La verdad es que 2017 va a ser uno de mis mejores años de publicación. Ahora falta por ver qué respuesta tienen los textos entre los lectores. Pero de eso me preocuparé cuando regrese de Valhalla. Ahora sólo deseo olvidarme de las tontas preocupaciones humanas y regresar a los salones de Wotan, para reencontrarme con las walkirias, decapitar cabezas de gigantes y ducharme con cerveza e hidromiel...
¡Salud!
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