El honorable canciller marciano Karl Burrp observó con indisimulada insatisfacción el caótico panorama de Esperanza, la capital de la ya ex colonia humana en el planeta rojo, desde el gran ventanal polarizado de su despacho en el Palacio de San Jorge. Las llamas habían calcinado al menos la cuarta parte de la ciudad y una humareda sucia cubría parte del cielo. Los enfrentamientos en las calles se habían generalizado desde hacía horas, aunque la gran plaza frente al edificio, tantas veces rebosante de enfervorizados seguidores, estaba tranquila y semidesierta. Sólo se veía, aquí y allí, a algunos de los fornidos agentes de la policía local, la Guardia Escarlata, que se paseaban con tranquilidad charlando sin aspavientos. ¿Cuántos habían muerto ya aquella tarde, sólo en Esperanza? ¿Mil personas? ¿Dos mil? ¿Diez mil? Cualquier número de vidas humanas perdidas le parecía barato, teniendo en cuenta que estaban viviendo un momento histórico: la independencia de la Tierra. A partir de aquella jornada, Marte había asumido un nuevo papel como república planetaria libre, independiente y próspera, nunca más estrangulada por las garras de la corrupta democracia terrestre. No era descabellado suponer que pronto se convertiría en el mundo más importante del Sistema Solar.
Recordó sus tiempos jóvenes, cuando todavía se creía los cuentos, las invenciones y las manipulaciones de los degenerados políticos terrestres. Se habían aprovechado durante tanto tiempo de él y del resto de los patriotas marcianos... Sus padres habían sido terrestres pero él tenía el orgullo de haber nacido en el estupendo Hospital del Valle del Carbón, el primero construido en el planeta para atender las necesidades de los mineros que en aquella época empezaron a explotar los enormes yacimientos del peculiar carbón marciano, de similar poder calorífico al terrestre pero con una composición interna mucho más ligera que reducía sus emisiones contaminantes en más de un 40 %. Aquel hospital funcionó muy bien, al principio. Las hordas de inmigrantes terrestres que se habían sucedido durante el último medio siglo, sin embargo, lo habían saturado. Como todos los servicios de Marte. Pero..., sonrió con malicia, pronto volvería a funcionar estupendamente. Todos los servicios volverían a hacerlo.
Repasó su carrera mentalmente, deleitándose en los momentos de dificultades que había atravesado desde que abrazara la fe independentista, más de treinta años terrestres atrás -eso también iba a cambiar: la necesidad de calcular siempre con los años de otro planeta que no fuera el propio Marte, que contaba en su calendario con casi el doble de días que la Tierra-. Su época como agitador encubierto, su errático paso por los medios de comunicación, su primer reclutamiento para un partido moderado en favor de obtener mayor poder local, su crisis personal por aquel lío de faldas y cómo otra falda mucho más joven que él vino a arreglar la situación, su ingreso en cierto grupo discreto en el que encontró el apoyo político, económico y moral que necesitaba para afrontar la heroica tarea nacional que tenía ante él .., y sobre todo los últimos cinco años terrestres, llenos de creciente tensión y enfrentamiento con el gobierno de la Tierra, reacio a reconocer la realidad: los marcianos no sólo eran más inteligentes, más emprendedores y más productivos que los terrestres, sino que, en general, eran claramente superiores a éstos últimos. En todos los campos que a uno se le pudiera ocurrir. Sólo por eso, merecían ser tratados como nativos del planeta diferente que eran. Aún más, la Tierra debería ser una colonia de Marte y no al revés.
- Honorable canciller... -el holograma le sacó de sus pensamientos; su secretaria personal, transfigurada en una imagen de luz sedosa y trémula, sonreía ante él sin moverse, a la espera de recibir respuesta.
Burrp se acercó a su mesa de trabajo y presionó el botón de creación de hologramas. Ahora una imagen suya se habría formado delante de su secretaria real, tres pisos más abajo en el edificio, y ella sabía que estaba atendiéndola. No dijo nada, se limitó a mirarla.
- Honorable canciller -retomó ella la palabra-, el mayor comandante Turpin, de la Guardia Escarlata, ha llegado al edificio.
- Estupendo, estupendo... Hágale subir a mi despacho -contestó Burrp con magnánima displicencia y, a continuación, cortó la comunicación y se aisló de nuevo con rapidez.
No quería que su secretaria se diera cuenta del temblor que se acababa de apoderar de sus manos, ni del sudor que había empezado a resbalar por su frente. Hasta aquel momento, había tomado todas las decisiones sin titubear, incluso las más duras, como el apresamiento a deshoras y sin previo aviso de los dirigentes políticos de los partidos a favor de mantener la unión con la Tierra. Alguno de ellos se había mostrado, digamos, un poco exigente con los agentes de la Guardia Escarlata que habían acudido a detenerle y en consecuencia había recibido un contundente correctivo físico que, según le habían comunicado, probablemente le impediría volver a caminar en su vida. Ese imbécil de Rivers... Se lo tenía merecido: él y sus mentiras ante la opinión pública habían sido el principal problema político para avanzar más rápidamente en el camino hacia la libertad de Marte. Recordó la última conversación en aquel mismo despacho, hacía sólo cuatro días.
- Eres un enfermo, Karl -le había llegado a decir, el insolente de Rivers-, tú y todos los independentistas sois unos auténticos enfermos. Creéis que los terrestres nos explotan y viven de fiesta en fiesta gracias a vuestro trabajo y que nos sangran financieramente..., pero, de verdad, ¿cuánto tiempo hace que no has ido a la Tierra? Y la última vez que fuiste, ¿te pasaste por alguna parte que no fueran los lujosos hoteles, los lujosos restaurantes, los lujosos centros comerciales, sólo al alcance de las élites y donde tan cómodo te sientes..., tan cómodos os sentís tú y los vuestros, que no habéis trabajado de verdad en vuestra miserable vida? ¿Por qué te crees que en Marte no os apoyan los trabajadores ni los obreros: sólo vuestros funcionarios, vuestros empleados públicos o vuestros desocupados? Maldito ignorante, ¿quién te crees que sostiene Marte? ¿De verdad piensas que este planeta sobreviviría él solo? ¿Con qué productos agrícolas nos alimentarás a los que vivimos aquí? ¿A quién venderás la tecnología o las materias primas de las tierras marcianas? ¿Crees que no hay competencia? ¿No has oído hablar de las nuevas explotaciones de los asteroides?
- Si yo y los míos somos enfermos, tú y los tuyos sois unos traidores -le había replicado Burrp, enfurecido-, habéis traicionado al planeta que os vio nacer, a sus tradiciones, a sus gentes... Nosotros somos mucho mejores que los terrestres, somos...
- ¡No digas más estupideces! -le interrumpió el político unionista- ¿Cómo podéis haber olvidado con tanta facilidad tantos siglos de lucha en la Tierra contra la xenofobia, contra el diferente? ¡Tantos siglos tratando de hacer la paz entre los propios seres humanos, para hermanarlos y poder afrontar juntos la exploración y la conquista de otros mundos! Tú no eres marciano, Karl Burrp, los auténticos marcianos vivieron en este planeta hace millones de años y desaparecieron entonces, hemos encontrado los restos de su cultura y lo sabemos a ciencia cierta. Tú sólo eres un terrestre que vive en Marte: eso es lo único que te diferencia de los terrestres que viven en la Tierra, porque por lo demás eres exactamente igual. Con los mismos miedos, las mismas esperanzas, las mismas ilusiones, las mismas preocupaciones... Y, por lo que veo, la misma soberbia.
Le había echado del despacho, rojo de ira. O se había ido el propio Rivers, congestionado por la discusión. No lo recordaba bien.
En todo caso, era por su culpa por lo que se estaba derramando tanta sangre en el planeta rojo que, hoy más que nunca, respondía realmente a su nombre. Si Rivers y los suyos no hubieran enardecido a los tibios, a los descreídos, si no hubieran animado a tantos a enfrentarse contra el maravilloso sueño de la independencia, no habría sido necesario desplegar tanta violencia como la que habían empleado los cuerpos paramilitares entrenados y armados en secreto por la propia Guardia Escarlata, que habían tomado por la fuerza el control de distintas poblaciones marcianas cuyos ciudadanos habían apoyado a los unionistas para seguir siendo una simple colonia. Idiotas consumados. La Historia, con mayúsculas, les había arrollado. Y la Historia la estaba haciendo él, dirigiendo aquel movimiento de ilusión, de optimismo, de libertad..., hacia una nueva era de prosperidad y maravilla para los marcianos.
Turpin.
Turpin subía y le traía una información importante, que necesitaba conocer cuanto antes: ¿había conseguido su equipo de élite apoderarse por sorpresa de la base militar terrestre de Marvin? Aquel punto era crucial para el triunfo de la independencia. En esa base estaba el único PCD o Portal de Conexión Directa con la Tierra que no estaba bajo control civil y que por tanto no había sido neutralizado desde primera hora por los patriotas marcianos. Este tipo de accesos rápidos entre planetas, basados en tecnología de miniagujeros de gusano, permitían el paso casi instantáneo desde un punto a otro del sistema solar. Podías empezar a caminar en la Tierra y, dos pasos más allá, estar ya transitando en Marte o en la Luna o en alguno de los satélites jovianos y saturninos donde también había colonias terrestres. Pero su manejo era muy delicado y exigía una coordinación extraordinaria entre el punto de salida y el de llegada. Al comienzo de la revolución, los independentistas habían cortado de inmediato todos los accesos desde la Tierra y desde cualquier otro lugar del sistema solar. Para evitar que grupos de unionistas pudieran tomar el control de algún PCD, habían destruido todos, en lugar de limitarse a tomar el control y cerrar el acceso. Marte había quedado, así, aislado por completo y la única posibilidad de llegar al planeta rojo en ese momento radicaba en hacerlo a bordo de una nave espacial. Debido a la evolución de sus órbitas, la Tierra y Marte se encontraban ahora mismo a unos 300 días terrestres de distancia uno del otro. Y eso, suponiendo que la nave en cuestión pudiera despegar en aquel mismo instante.
Los mediocres políticos terrestres no se habían atrevido a desplegar unidades de combate en el planeta rojo en su momento, por temor a una revolución abierta, y en las últimas semanas se habían limitado a enviar a algunas unidades especiales de la Federación Policial Mundial que, nada más llegar, habían mantenido una relación muy tensa y más de un roce con la Guardia Escarlata, aunque no había pasado a mayores..., hasta el comienzo de la revolución aquella misma tarde. La resistencia de los agentes de la Federación a someterse al nuevo orden marciano y el apoyo que habían recibido de ciudadanos unionistas había desatado el enfrentamiento puro y duro. Burrp y los suyos contaban con ventaja, llevaban mucho tiempo planeando aquello y jugaban en casa. Pero, para el triunfo definitivo de la independencia marciana, era preciso apoderarse de la base de Marvin e inutilizar también su PCD. En caso contrario, la Tierra podría enviar de inmediato, a través de ese medio, todo tipo de unidades militares con sus correspondientes pertrechos y munición a las que sería difícil hacer frente y que frustrarían la independencia.
Ahora bien, en el caso de que la unidad especial de la Guardia Escarlata hubiera triunfado, Marte quedaría aislado por tiempo indefinido. Aunque sólo fueran esos 300 días, contarían con un tiempo precioso para consolidar sus posiciones, deshacerse de todos los no patriotas e imponer sus condiciones como planeta libre frente a la tiranía terrestre, organizando incluso unas elecciones generales que permitieran fundar la primera Asamblea Parlamentaria Marciana completamente independiente. Sería muy difícil, por no decir imposible, que la Tierra volviera a esclavizarles tras un año terrestre de libertad, a no ser que les declarara la guerra. Y prácticamente a nadie en la cómoda, decadente y corrupta sociedad terrestre le gustaba ya la guerra.
Un leve toque a la puerta del despacho devolvió al honorable canciller a la realidad. Se metió las manos en los bolsillos para que no se apreciara fácilmente su temblor y adoptó la pose más serena que pudo.
- Adelante -dijo, sin levantar mucho la voz y tratando de parecer entero.
El mayor comandante apareció ante él, con cara de preocupación, y Burrp se temió lo peor.
- Honorable canciller, yo...
- ¿Qué sucede? ¿Ha caído la base de Marvin? ¿Habéis logrado destruir el PCD?
- Sí, hemos tenido un completo éxito. Les hemos cogido por sorpresa y hemos neutralizado enseguida el portal de los militares. Hemos tenido algunas bajas, pocas, pero nos hemos apoderado de toda la base y...
Burrp no se contuvo más tiempo. Cruzó a grandes zancadas el espacio entre ambos y, alegre como nunca en su vida, gritando de contento, abrazó a Turpin con fuerza. ¡La nueva república planetaria estaba salvada! ¡La independencia estaba a punto de coronar su proceso con total éxito!
No prestó atención al hecho de que Turpin no le devolviera el abrazo. Se acercó a un pequeño dispositivo frigorífico en el despacho y extrajo una botella de vino espumoso.
- Ahora vamos a brindar. Estoy guardando esto desde... ¿Qué sucede, Turpin?
El mayor comandante se dejó caer pesadamente en uno de los sillones frente a la mesa del despacho de Burrp, mientras éste dejaba la botella sobre la mesa y se acercaba, preocupado.
- No lo va a creer, honorable canciller.
- ¿Qué pasa? ¡Ya sé! Esos canallas de los militares terrestres tenían otro PCD oculto y no habéis podido...
- ¡Olvídese por un momento de ellos! Los va a echar de menos... Olvídese y escúcheme. Sí, hemos tomado el PCD de la base de Marvin y lo hemos destruido, como todos los demás. No hay un sólo portal operativo en todo Marte. Estamos completamente aislados, lejos de todo y de todos.
- Pero entonces, no entiendo que...
- ¡Maldición! ¡Ponga su visor en marcha, entérese de lo que está pasando de verdad, más allá de sus ensoñaciones independentistas! -bramó el mayor comandante empleando el mando a distancia de la gran pantalla en la pared contigua al dispositivo frigorífico.
El visor se iluminó y apareció una reportera en primer plano, delante de unos edificios en llamas. Al principio, Burrp pensó que estaba trasmitiendo desde algún punto donde hubiera enfrentamientos entre la Guardia Escarlata y agentes de la Federación, pero cuando empezó a prestar atención a las palabras de la reportera, sintió un escalofrío recorriendo su espalda.
-...han llegado a las afueras de Esperanza, después de destruir por completo las poblaciones del sur de la capital marciana. Hemos hablado con fuentes oficiales de la Guardia Escarlata, que nos han confirmado que no tienen nada que ver con los traidores unionistas ni con las brutales fuerzas de ocupación de la Federación Policial Mundial sino que son -su voz tembló un instante- seres..., seres alienígenas. No sabemos si han llegado desde el espacio exterior o estamos ante una raza que habitaba Marte cuando la humanidad llegó por primera vez y que se había mantenido oculta hasta ahora, pero hemos comprobado que se trata de unos seres muy peligrosos, destructores y asesinos, que no respetan nada ni nadie y...
La reportera terminó su informe de urgencia abriendo mucho los ojos y gritando de pavor mientras la cámara que la enfocaba caía al suelo y la imagen se desvanecía lentamente, como si el mundo fuera engullido por una neblina tenebrosa. Antes de quedar completamente a oscuras, los espectadores pudieron ver los pies de la mujer intentando huir de una masa amorfa y purulenta que saltó sobre ella y la derribó. Duró menos de dos segundos. La imagen cambió y ofreció un plano medio del presentador del programa para el que trabajaba la reportera. Estaba pálido e inmóvil, en shock. Alguien con mayor entereza decidió cortar la emisión y empezar a programar anuncios.
- ¿Qué..., era..., eso? -preguntó Burrp, sin apartar la vista del visor.
- ¿Es que no lo ha escuchado? ¡No lo sabemos! -contestó Turpin a la desesperada- ¡No tenemos ni idea! Aparecieron de pronto, hace menos de una hora, en todo Marte. O, al menos, en todas las zonas de Marte donde hay gente. No tienen aspecto humano, ni tampoco animal. Son como..., como una especie de grandes y asquerosos flanes que se deslizan con una rapidez extraordinaria y que atacan sin atacar: simplemente reptan sobre sus propias babas y caen sobre ti y te destrozan porque están compuestos de algún tipo de elemento químico que quema el cuerpo humano. Les disparas o les golpeas y les da igual: absorben tus balas y tus golpes. Les arrojas una granada y explotan en mil pedazos, pero eso tampoco los mata. Los pedazos siguen su rumbo, cada uno por su lado, destrozando y haciendo daño según su mermada capacidad, mientras tienden a reunirse de nuevo para recuperar el tamaño original. Maldita sea, ni siquiera sabemos si son inteligentes.
- Y..., ha dicho..., la mujer ha dicho que estaban en las afueras de la capital...
- Sí, he visto los suburbios del sur. Han matado a todo el mundo. No sólo a la gente: arrasan todo, también animales y plantas. Y queman igualmente los materiales comunes. Destrozan los pilares o los muros de carga de edificios y convierten a éstos en un montón de escombros en cuestión de pocos minutos. ¿No se da cuenta de lo que todos esto significa? ¡No podemos detenerlos, nos matarán a todos! Es horrible, ¡horrible!
- ¡Hay que organizar la evacuación! -reaccionó el honorable canciller- ¡Hay que sacar a la gente de aquí, empezando por mi gobierno! Esos seres maléficos no podían haber llegado en el peor momento, para destruir el sueño de la nueva república planetaria marciana, pero lo primero es lo primero y debemos salvar a la sociedad marciana, debemos movilizarnos de inmediato por la gente. Turpin, emplearemos los vehículos policiales para trasladar a los ciudadanos a los PCD más cercanos y sacarlos de Marte. No, usaremos la mitad de los PCD, la otra mitad será para que la Tierra nos envíe tropas de inmediato para que se encarguen de este problema. ¿De dónde han salido estos extraterrestres anormales?
El mayor comandante no se movió del sillón. Le miró con ojos cansados y empezó a reír quedamente.
- ¿Qué demonios le pasa ahora Turpin? -protestó Burrp.
- ¿Se está oyendo a sí mismo, honorable canciller? La mitad de los portales para evacuar y la otra mitad para traer a soldados de la Tierra. Eso hace un total de cero PCD para una tarea y cero PCD para la otra. Porque le recuerdo que, siguiendo sus órdenes, los hemos destruido todos. Estamos a 300 días de distancia de la Tierra. No..., a más, porque allí no saben lo que está sucediendo ahora mismo. Y cuando lo sepan, cuando lleguen aquí dentro de un año o más, ya llevaremos todos muertos mucho tiempo.
El honorable canciller Karl Burrp había soñado con hacer de Marte la gran república planetaria que iluminara como un nuevo sol la política del sistema solar, pero acababa de comprender que sólo podría aspirar a la categoría de estrella fugaz.
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