La mentira y la hipocresía han acompañado al mono sapiens (sí, está bien escrito, he decidido cambiar lo de homo por mono definitivamente, teniendo en cuenta los niveles de salvajismo moral -y del otro- a nuestro alrededor) desde tiempos inmemoriales, pero en estos apasionantes días del Kaly Yuga que vivimos ahora mismo multiplican su presencia y su potencia hasta límites insospechados. Cada vez se miente más y cada vez los engaños son de mayor calibre. ¡Y cada vez menos gente se da cuenta de ello! Es cierto que aumenta el número de personas que se sienten incómodas porque intuyen que están sucediendo cosas "raras" y que nadie les está contando la verdad, incluso podría ser que se esté incrementando el de las personas que están empezando a descubrir cómo funciona todo esto... Pero, como también aumenta -y aumenta más, proporcionalmente- el de las personas dormidas que actúan como simples engranajes mecánicos del sistema, la verdad es que el porcentaje real de humanos con capacidad de abrir los ojos no sólo no crece sino que disminuye (o al menos ésa es mi impresión personal, pero de eso va un blog: de impresiones personales).
Este hiperdesarrollo de los embustes y las falacias en muchos campos de la experiencia diaria es muy fácil de comprobar con un simple vistazo a las publicaciones en redes sociales -donde cada vez es más fácil encontrar el rebuzno de un indocumentado que la opinión sólida de quien habla con conocimiento de causa, y no digamos una noticia- o con un somero análisis con criterio de las informaciones con que nos machacan regularmente los grandes medios de comunicación (nunca agradeceré lo bastante a los dioses el hecho de que durante esta vida me hayan dado la oportunidad de trabajar como periodista, para poder así comparar los dos lados del teatrillo: lo que el público ve desde sus butacas y cree honestamente que está sucediendo y lo que está pasando en realidad y que sólo puede apreciarse entre bambalinas).
Un ejemplo de cómo los decorados no tienen mucho que ver con lo que hay detrás de ellos es el de las grandes marcas. Me refiero a las que tienen muchos años de recorrido y por tanto son materia de examen a cierta profundidad, porque se puede comparar cómo funcionaban en un principio y cómo funcionan ahora y, de esta manera, llegar a conclusiones verídicas de acuerdo con aquel viejo refrán de una cosa es predicar y otra dar trigo. Un ejemplo fácil: Disney. Nunca he ocultado mi admiración por Walt Disney, un hombre del que ya hemos comentado algo en esta bitácora y en el que, cuando se profundiza un poco en su vida, resulta ser más misterioso de lo que en un primer momento pareciera. En su momento hizo un gran trabajo, no ya de entretenimiento puro y duro -que también- sino de formación moral e incluso espiritual de la sociedad -sobre todo en el inconsciente, puesto que el nivel es el que es- en la que vivió y trabajó. Su arma fue el cine de animación. A través de una serie de películas "para niños" consiguió recuperar y modernizar la tradición oral de ciertos cuentos "de hadas", transmitiendo con extraordinaria calidez y habilidad su enseñanza oculta. Ahí están para demostrarlo largometrajes como Blancanieves y los siete enanitos, La Bella Durmiente, Pinocho, La Cenicienta o Mary Poppins. Esas cinco obras (todas ellas de obligado visionado para los exámenes de ingreso en el primer curso de la Universidad de Dios) contienen, bajo una inocente factura infantil y siempre que uno sea capaz de ir pelando las distintas capas de cebolla, bastante más sabiduría que el 99 % de las películas infantiles rodadas desde entonces.
La muerte de Disney fue una verdadera tragedia para la cultura real, pues su empresa cayó en manos de vulgares marionetas de los Amos, como les llama MacNamara, que no sólo lograron transformar una empresa maravillosa en una fábrica de ganar dinero sino que además la convirtieron en una de sus armas principales para transmitir eficazmente la tiranía ideológica bajo la cual han crecido -y siguen haciéndolo- las últimas y desorientadas generaciones de niños y jóvenes occidentales. Desde la desaparición de su fundador, esta compañía sólo ha conseguido producir una película de categoría extraordinaria, similar al quinteto ya citado: La Bella y la Bestia (la versión de dibujos animados de 1991, no la "humanizada" de 2017, que resulta francamente prescindible, aunque a primera vista parezca ser la misma), si bien es justo reconocer algunos detalles interesantes en su participada Pixar (especialmente en Los increíbles, Up, Coco y la maravillosamente gnóstica Brave). La mejor prueba de la buena labor que hizo Walt con sus películas es la campaña de ataques contra su persona que ha sufrido durante los últimos años, en la cual los neoinquisidores que hoy proliferan como chinches le han acusado de casi todo: simpatizante del fascismo, ladrón de ideas, neocolonialista, agente del FBI, cazador de "brujas" comunistas, explotador de trabajadores, masón, machista heteropatriarcal y no sé cuántas cosas más. Antes, los ladridos identificaban a los criminales que intentaban violar los hogares privados pero, en nuestro mundo al revés, a menudo sucede lo contrario: una campaña de protestas puede señalar a alguien que está haciendo lo que debe hacerse y por ello es preciso desautorizarle, desprestigiarle y finalmente eliminarle (en cualquier acepción que pueda tener esta última palabra). El caso es que lo que hoy llamamos Disney poco tiene que ver con el Disney original, aunque muchos "expertos" traten de convencernos de que sí.
Otro ejemplo de marca desvalorizada y destruida es Volkswagen. El coche-para-el-pueblo, que es lo que significa este nombre en alemán, nació en la época del Tercer Reich por orden directa de Adolf Hitler, que mandó organizar un concurso público destinado a empresarios del automóvil para construir un vehículo que debía reunir tres condiciones: ser fiable, sencillo y barato. El objetivo era que el mayor número posible de ciudadanos alemanes pudiera adquirir uno de estos coches para moverse a su aire y así impulsar la industria y el empleo nacionales, además de proyectar una expansión internacional y competir con anglosajones y franceses. Ferdinand Porsche ganó ese concurso y diseñó el famoso Escarabajo, cuyos planos originales fueron modificados por el propio Führer quien modernizó los faros y le dio un aire más deportivo aplicando una varilla lateral. La idea era edificar toda una ciudad al lado de la macrofábrica encargada de la construcción de los coches para alojar allí a sus trabajadores y sus familias. Del apoyo popular de que gozó este proyecto da idea la concentración de más de 70.000 personas en la ceremonia de inauguración en la que Hitler pudo probar personalmente uno de estos vehículos descapotables conducido por el mismo Porsche a finales de mayo de 1938, como se aprecia en la foto adjunta. Pero..., vino la guerra y el sueño de los ciudadanos motorizados se fue al traste. O, mejor dicho, se retrasó hasta después del conflicto porque lo cierto es que el Escarabajo se convirtió en el coche de moda a partir de los años 50 y, con el tiempo, en un auténtico icono de la industria automovilística, especialmente de la alemana, que adquirió así fama de calidad, seguridad y eficiencia.
Durante decenios, Volkswagen fue sinónimo de buen hacer, una marca de confianza donde las hubiera. Sin embargo, y al igual que sucedió con Disney, los nuevos tiempos trajeron nuevos gestores para los que lo importante dejó de ser el producto en sí y, todavía menos, la satisfacción de los compradores..., para pasar a ser el beneficio económico y poco más. Y así estalló en septiembre de 2015 el llamado "dieselgate", cuando funcionarios de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos descubrieron que los directivos de la empresa automovilística habían dado el visto bueno a la instalación de un software ilegal en algunos de sus vehículos diesel -más de 11 millones vendidos durante seis años, nada menos- para ocultar que sus emisiones del contaminante NOx -óxido de nitrógeno- superaban ampliamente lo permitido por las autoridades medioambientales: hasta 40 veces más que la cantidad legal. Con el tiempo, se ha sabido que el entonces presidente -tuvo que dimitir a raíz de este escándalo- de Volkswagen, Martin Winterkorn, y el director ejecutivo de la empresa en EE.UU., Michael Horn, conocían la investigación a la que estaba siendo sometida la compañía desde al menos mayo de 2014. Este escándalo generó pérdidas millonarias en concepto de multas, indemnizaciones y pérdidas bursátiles, además de, aún peor, en prestigio. Un duro golpe para una marca tan segura de sí misma que, hasta poco antes de que se conociera este fraude, se permitía hacer unas campañas publicitarias con el eslógan: ¿Te gusta conducir? en las que no aparecían imágenes de sus coches, porque no hacía falta... Se suponía que eran tan extraordinarios que no hacía falta enseñarlos en la publicidad. "Codicia y ambición" son, textualmente según una de las demandas colectivas por fraude, incumplimiento de contrato, publicidad engañosa y competencia desleal presentadas contra la marca en la localidad norteamericana de San Francisco, los factores que condujeron al "crimen corporativo más descarado de la historia".
Pero resulta que hay más. Estos días hemos conocido que poco después de que estallara el escándalo del trucaje de los motores diesel, en otoño de 2015, uno de los directivos de Volkswagen condujo personalmente uno de los coches de la marca al laboratorio del Lovelace Biomedical de la localidad norteamericana de Albuquerque. Allí se utilizarían diez monos, que serían directamente expuestos a los gases del vehículo, para demostrar que sus efectos no eran tan nocivos como se suponía. Siendo este acción bastante denigrante, por decirlo con cierta fineza -entre otras cosas, porque existen ya numerosos estudios que demuestran los problemas derivados del NO2 sin necesidad de seguir gaseando primates alegremente-, uno de los diarios más importantes de Alemania, el Süddeutsche Zeitung, ha revelado que un experimento similar se llevó a cabo en Europa, bajo la supervisión de la Asociación Europea de Estudios sobre la Salud y el Medio Ambiente en el Transporte -una entidad creada por Volkswagen, al alimón con Daimler y BMW-. La diferencia es que en este segundo caso se utilizaron mono sapiens. O sea, seres humanos. 25 en concreto fueron sometidos a la inhalación de NO2 durante varias horas en distintas concentraciones en un laboratorio de la Clínica Universitaria de Aachen. Es un hecho confirmado por Thomas Kraus, director de esta asociación europea, quien añadió que el estudio se publicó en 2016 aunque se consideró que el resultado no podía extrapolarse a toda la población porque el aire tiene más contaminantes que el dióxido de nitrógeno...
Lógicamente, medio gobierno alemán se echó encima de los responsables de Volkswagen, algunos de los cuales han intentado saltar del barco antes de que se hunda. Es el caso del austríaco Hans Dieter Pötsch, presidente del llamado Consejo de Vigilancia de la marca (en la foto aquí al lado), que se apresuraba a declarar que en nombre del conjunto del susodicho consejo "me distancio con total determinación de este tipo de prácticas", porque estos experimentos "no son de ningún modo comprensibles". Una reacción absolutamente infantil. De hecho, como la de ese niño mayor que vigila a su hermano pequeño y, cuando éste rompe un plato y la madre viene a pedir explicaciones, contesta que no ha tenido nada que ver y que le parece muy mal lo que ha hecho su hermano. Se distancia de unas práctica incomprensibles, dice, pero no las impidió..., si es que estaba cumpliendo su labor, que era vigilar, porque también es posible que estuviera mirando para otro lado...
Como suele suceder en estos casos, todo se ha resuelto con un "pedimos disculpas" y un "tomaremos las medidas para que no vuelva a pasar" -hasta que vuelva a pasar claro-. No creo que el tema vaya mucho más allá ni que caigan demasiadas cabezas, pese a todo. Como decía al principio de este artículo, el número de personas dormidas es muy superior al de despiertas y, a pesar del alboroto que se ha montado durante unos días con estos ignominiosos experimentos, es cuestión de muy poco tiempo que caigan en el olvido absoluto, sepultados por la avalancha de nuevos escándalos -siempre hay más de uno esperando en la recámara, cuando el anterior ha cumplido su función- y por nuevas campañas de publicidad de la marca -a la fuerza, menos soberbias que las anteriores- (entre paréntesis, me pregunto si realmente VW es la única gran empresa automovilística que ha falseado esos parámetros o hay otras que están haciendo lo mismo y no se sabe -o no se quiere saber, por determinados intereses- si lo están haciendo).
Una muestra del nivel de sueño que alcanza la sociedad fue la lectura de comentarios de lectores en los diarios digitales que publicaron la noticia de los experimentos con gases, monos y monos sapiens, con el tópico: "ya se sabe, los alemanes y los gaseamientos, lo llevan en el ADN..." y otras estupideces semejantes, animadas además por el origen de Volkswagen, ya explicado un poco más arriba, Pero la verdad es que los experimentos con seres humanos no son patrimonio de los regímenes autoritarios (por cierto, cuántas barbaridades "médicas" se llevaron a cabo en la URSS en la misma época en la que Alemania se llenaba de "doctores locos" de bata blanca y cuánta información no se ha publicado todavía sobre ello..., porque ya sabemos que el comunismo es un sistema político seráfico que no ha sido "bien llevado a la práctica real" como dicen algunas oscuras luminarias que se tienen por grandes líderes políticos contemporáneos). Ni siquiera son un recuerdo lejano de los años 30 en el siglo XX. Ni mucho menos.
En otra parte hemos hablado de los más de 5.500 ciudadanos guatemaltecos, incluyendo niños muy pequeños y también soldados, con los que experimentó Estados Unidos entre 1946 y 1948 -sin que ellos lo supieran- sometiéndoles a distintos tratamientos e incluso infectándolos directamente para ver cómo progresaban las enfermedades en ellos. O del experimento de Tuskegee (Alabama), en el que el Servicio Público de Salud norteamericano trató al menos a 600 trabajadores del campo negros, suministrándoles placebos durante su infección de gonorrea, para estudiar cómo progresaba la enfermedad. Algo hemos hablado también de los chemtrails, ese fenómeno tan real que puede ser comprobado por uno mismo simplemente levantando la vista al cielo, pese a que oficialmente no existen. Pero hay mucho más.
Por ejemplo, en 1997 se reveló que Suecia -ese país tan moderno- había esterilizado a 230.000 personas entre 1935 y 1996 por "razones de higiene social y racial", con su consentimiento o sin él, según la comisión investigadora del caso. Y todo legalmente, con normas aprobadas por unanimidad en el Riksdag o parlamento sueco. "Claro, es que los suecos son primos hermanos de los alemanes y por tanto les va esto de esterilizar a la gente que no les gusta", se oye una vocecita al fondo de la sala. Pero..., mala suerte para el consumidor de tópicos porque en los últimos años varias investigaciones periodísticas han destapado que algo parecido ocurrió también en Francia, Suiza, Dinamarca, Finlandia, Austria, Canadá y (otra vez por aquí) Estados Unidos. Otros países democráticos y desarrollados no esterilizaron a nadie a esta escala, pero no por ello dejaron de experimentar ilegalmente con su propia población: ésa que se supone tenían que proteger. Por ejemplo, más de un millón de ciudadanos británicos sirvieron de cobayas -no pocos murieron o sufrieron graves secuelas- en operaciones secretas impulsadas por el gobierno y el ejército del Reino Unido (más de 750 operaciones entre 1953 y 1964, según una investigación de la universidad de Kent, aunque un informe oficial publicado en 2015 hablaba de un centenar más de pruebas que habrían durado al menos hasta 1979), oficialmente para evaluar lo que sucedería en caso de ataques químicos o biológicos sobre su territorio.
Entre esas acciones figura desde el desparrame de 4.700 kilogramos de zinc y sulfuro de cadmio desde aviones y otros vehículos en zonas como las áreas residenciales de varias ciudades hasta la dispersión en el metro de Londres de la bacteria Bacillus globigii (en la foto se ve la cajita en la que se transportó al metro las esporas de este agente contaminante) pasando por la administración de todo tipo de sustancias peligrosas -ántrax, gas sarín, ácido lisérgico, mescalina, fosgeno...- a más de 21.000 militares a los que se les dijo que estaban participando en ensayos de medicamentos y se les dio una pequeña recompensa económica "por las molestias". Una de las coberturas utilizadas por los científicos locos británicos para justificar sus actividades si es que alguien preguntaba demasiado era explicar que lo que hacían formaba parte de "proyectos de investigación sobre el clima y la contaminación atmosférica". Vaya, vaya...
Sue Ellison es una portavoz de Porton Down, la considerada como instalación militar secreta más importante del Reino Unido y donde se prepararon muchos de esos experimentos antes citados en los que el gobierno británico usó a sus propios ciudadanos como conejillos de indias (hoy sabemos que experimentaban con seres humanos al menos desde 1917). Al conocerse recientemente sus peculiares actividades, argumentó que informes "independientes" realizados por científicos "eminentes" habían demostrado que nunca hubo peligro para la salud pública en sus experimentos. Una opinión que obviamente no comparten los familiares y amigos de algunas de sus presuntas víctimas, que exigen una investigación pública que probablemente no llegará nunca. Pero más interesante fue su respuesta cuando le preguntaron si ese tipo de pruebas aún se están llevando a cabo. Contestó: "No es nuestra política hablar sobre las investigaciones en curso".
Ahora, seguid haciendo películas sobre lo malos que eran algunos en los años 30, seguid con los ojos cerrados respecto a lo que han hecho los buenos en la misma época -y posteriormente- durante muchos más años en el tiempo. Y no tratéis de imaginar lo que estarán haciendo en este mismo momento con nosotros.
Otro ejemplo de marca desvalorizada y destruida es Volkswagen. El coche-para-el-pueblo, que es lo que significa este nombre en alemán, nació en la época del Tercer Reich por orden directa de Adolf Hitler, que mandó organizar un concurso público destinado a empresarios del automóvil para construir un vehículo que debía reunir tres condiciones: ser fiable, sencillo y barato. El objetivo era que el mayor número posible de ciudadanos alemanes pudiera adquirir uno de estos coches para moverse a su aire y así impulsar la industria y el empleo nacionales, además de proyectar una expansión internacional y competir con anglosajones y franceses. Ferdinand Porsche ganó ese concurso y diseñó el famoso Escarabajo, cuyos planos originales fueron modificados por el propio Führer quien modernizó los faros y le dio un aire más deportivo aplicando una varilla lateral. La idea era edificar toda una ciudad al lado de la macrofábrica encargada de la construcción de los coches para alojar allí a sus trabajadores y sus familias. Del apoyo popular de que gozó este proyecto da idea la concentración de más de 70.000 personas en la ceremonia de inauguración en la que Hitler pudo probar personalmente uno de estos vehículos descapotables conducido por el mismo Porsche a finales de mayo de 1938, como se aprecia en la foto adjunta. Pero..., vino la guerra y el sueño de los ciudadanos motorizados se fue al traste. O, mejor dicho, se retrasó hasta después del conflicto porque lo cierto es que el Escarabajo se convirtió en el coche de moda a partir de los años 50 y, con el tiempo, en un auténtico icono de la industria automovilística, especialmente de la alemana, que adquirió así fama de calidad, seguridad y eficiencia.
Durante decenios, Volkswagen fue sinónimo de buen hacer, una marca de confianza donde las hubiera. Sin embargo, y al igual que sucedió con Disney, los nuevos tiempos trajeron nuevos gestores para los que lo importante dejó de ser el producto en sí y, todavía menos, la satisfacción de los compradores..., para pasar a ser el beneficio económico y poco más. Y así estalló en septiembre de 2015 el llamado "dieselgate", cuando funcionarios de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos descubrieron que los directivos de la empresa automovilística habían dado el visto bueno a la instalación de un software ilegal en algunos de sus vehículos diesel -más de 11 millones vendidos durante seis años, nada menos- para ocultar que sus emisiones del contaminante NOx -óxido de nitrógeno- superaban ampliamente lo permitido por las autoridades medioambientales: hasta 40 veces más que la cantidad legal. Con el tiempo, se ha sabido que el entonces presidente -tuvo que dimitir a raíz de este escándalo- de Volkswagen, Martin Winterkorn, y el director ejecutivo de la empresa en EE.UU., Michael Horn, conocían la investigación a la que estaba siendo sometida la compañía desde al menos mayo de 2014. Este escándalo generó pérdidas millonarias en concepto de multas, indemnizaciones y pérdidas bursátiles, además de, aún peor, en prestigio. Un duro golpe para una marca tan segura de sí misma que, hasta poco antes de que se conociera este fraude, se permitía hacer unas campañas publicitarias con el eslógan: ¿Te gusta conducir? en las que no aparecían imágenes de sus coches, porque no hacía falta... Se suponía que eran tan extraordinarios que no hacía falta enseñarlos en la publicidad. "Codicia y ambición" son, textualmente según una de las demandas colectivas por fraude, incumplimiento de contrato, publicidad engañosa y competencia desleal presentadas contra la marca en la localidad norteamericana de San Francisco, los factores que condujeron al "crimen corporativo más descarado de la historia".
Pero resulta que hay más. Estos días hemos conocido que poco después de que estallara el escándalo del trucaje de los motores diesel, en otoño de 2015, uno de los directivos de Volkswagen condujo personalmente uno de los coches de la marca al laboratorio del Lovelace Biomedical de la localidad norteamericana de Albuquerque. Allí se utilizarían diez monos, que serían directamente expuestos a los gases del vehículo, para demostrar que sus efectos no eran tan nocivos como se suponía. Siendo este acción bastante denigrante, por decirlo con cierta fineza -entre otras cosas, porque existen ya numerosos estudios que demuestran los problemas derivados del NO2 sin necesidad de seguir gaseando primates alegremente-, uno de los diarios más importantes de Alemania, el Süddeutsche Zeitung, ha revelado que un experimento similar se llevó a cabo en Europa, bajo la supervisión de la Asociación Europea de Estudios sobre la Salud y el Medio Ambiente en el Transporte -una entidad creada por Volkswagen, al alimón con Daimler y BMW-. La diferencia es que en este segundo caso se utilizaron mono sapiens. O sea, seres humanos. 25 en concreto fueron sometidos a la inhalación de NO2 durante varias horas en distintas concentraciones en un laboratorio de la Clínica Universitaria de Aachen. Es un hecho confirmado por Thomas Kraus, director de esta asociación europea, quien añadió que el estudio se publicó en 2016 aunque se consideró que el resultado no podía extrapolarse a toda la población porque el aire tiene más contaminantes que el dióxido de nitrógeno...
Lógicamente, medio gobierno alemán se echó encima de los responsables de Volkswagen, algunos de los cuales han intentado saltar del barco antes de que se hunda. Es el caso del austríaco Hans Dieter Pötsch, presidente del llamado Consejo de Vigilancia de la marca (en la foto aquí al lado), que se apresuraba a declarar que en nombre del conjunto del susodicho consejo "me distancio con total determinación de este tipo de prácticas", porque estos experimentos "no son de ningún modo comprensibles". Una reacción absolutamente infantil. De hecho, como la de ese niño mayor que vigila a su hermano pequeño y, cuando éste rompe un plato y la madre viene a pedir explicaciones, contesta que no ha tenido nada que ver y que le parece muy mal lo que ha hecho su hermano. Se distancia de unas práctica incomprensibles, dice, pero no las impidió..., si es que estaba cumpliendo su labor, que era vigilar, porque también es posible que estuviera mirando para otro lado...
Como suele suceder en estos casos, todo se ha resuelto con un "pedimos disculpas" y un "tomaremos las medidas para que no vuelva a pasar" -hasta que vuelva a pasar claro-. No creo que el tema vaya mucho más allá ni que caigan demasiadas cabezas, pese a todo. Como decía al principio de este artículo, el número de personas dormidas es muy superior al de despiertas y, a pesar del alboroto que se ha montado durante unos días con estos ignominiosos experimentos, es cuestión de muy poco tiempo que caigan en el olvido absoluto, sepultados por la avalancha de nuevos escándalos -siempre hay más de uno esperando en la recámara, cuando el anterior ha cumplido su función- y por nuevas campañas de publicidad de la marca -a la fuerza, menos soberbias que las anteriores- (entre paréntesis, me pregunto si realmente VW es la única gran empresa automovilística que ha falseado esos parámetros o hay otras que están haciendo lo mismo y no se sabe -o no se quiere saber, por determinados intereses- si lo están haciendo).
Una muestra del nivel de sueño que alcanza la sociedad fue la lectura de comentarios de lectores en los diarios digitales que publicaron la noticia de los experimentos con gases, monos y monos sapiens, con el tópico: "ya se sabe, los alemanes y los gaseamientos, lo llevan en el ADN..." y otras estupideces semejantes, animadas además por el origen de Volkswagen, ya explicado un poco más arriba, Pero la verdad es que los experimentos con seres humanos no son patrimonio de los regímenes autoritarios (por cierto, cuántas barbaridades "médicas" se llevaron a cabo en la URSS en la misma época en la que Alemania se llenaba de "doctores locos" de bata blanca y cuánta información no se ha publicado todavía sobre ello..., porque ya sabemos que el comunismo es un sistema político seráfico que no ha sido "bien llevado a la práctica real" como dicen algunas oscuras luminarias que se tienen por grandes líderes políticos contemporáneos). Ni siquiera son un recuerdo lejano de los años 30 en el siglo XX. Ni mucho menos.
En otra parte hemos hablado de los más de 5.500 ciudadanos guatemaltecos, incluyendo niños muy pequeños y también soldados, con los que experimentó Estados Unidos entre 1946 y 1948 -sin que ellos lo supieran- sometiéndoles a distintos tratamientos e incluso infectándolos directamente para ver cómo progresaban las enfermedades en ellos. O del experimento de Tuskegee (Alabama), en el que el Servicio Público de Salud norteamericano trató al menos a 600 trabajadores del campo negros, suministrándoles placebos durante su infección de gonorrea, para estudiar cómo progresaba la enfermedad. Algo hemos hablado también de los chemtrails, ese fenómeno tan real que puede ser comprobado por uno mismo simplemente levantando la vista al cielo, pese a que oficialmente no existen. Pero hay mucho más.
Por ejemplo, en 1997 se reveló que Suecia -ese país tan moderno- había esterilizado a 230.000 personas entre 1935 y 1996 por "razones de higiene social y racial", con su consentimiento o sin él, según la comisión investigadora del caso. Y todo legalmente, con normas aprobadas por unanimidad en el Riksdag o parlamento sueco. "Claro, es que los suecos son primos hermanos de los alemanes y por tanto les va esto de esterilizar a la gente que no les gusta", se oye una vocecita al fondo de la sala. Pero..., mala suerte para el consumidor de tópicos porque en los últimos años varias investigaciones periodísticas han destapado que algo parecido ocurrió también en Francia, Suiza, Dinamarca, Finlandia, Austria, Canadá y (otra vez por aquí) Estados Unidos. Otros países democráticos y desarrollados no esterilizaron a nadie a esta escala, pero no por ello dejaron de experimentar ilegalmente con su propia población: ésa que se supone tenían que proteger. Por ejemplo, más de un millón de ciudadanos británicos sirvieron de cobayas -no pocos murieron o sufrieron graves secuelas- en operaciones secretas impulsadas por el gobierno y el ejército del Reino Unido (más de 750 operaciones entre 1953 y 1964, según una investigación de la universidad de Kent, aunque un informe oficial publicado en 2015 hablaba de un centenar más de pruebas que habrían durado al menos hasta 1979), oficialmente para evaluar lo que sucedería en caso de ataques químicos o biológicos sobre su territorio.
Entre esas acciones figura desde el desparrame de 4.700 kilogramos de zinc y sulfuro de cadmio desde aviones y otros vehículos en zonas como las áreas residenciales de varias ciudades hasta la dispersión en el metro de Londres de la bacteria Bacillus globigii (en la foto se ve la cajita en la que se transportó al metro las esporas de este agente contaminante) pasando por la administración de todo tipo de sustancias peligrosas -ántrax, gas sarín, ácido lisérgico, mescalina, fosgeno...- a más de 21.000 militares a los que se les dijo que estaban participando en ensayos de medicamentos y se les dio una pequeña recompensa económica "por las molestias". Una de las coberturas utilizadas por los científicos locos británicos para justificar sus actividades si es que alguien preguntaba demasiado era explicar que lo que hacían formaba parte de "proyectos de investigación sobre el clima y la contaminación atmosférica". Vaya, vaya...
Sue Ellison es una portavoz de Porton Down, la considerada como instalación militar secreta más importante del Reino Unido y donde se prepararon muchos de esos experimentos antes citados en los que el gobierno británico usó a sus propios ciudadanos como conejillos de indias (hoy sabemos que experimentaban con seres humanos al menos desde 1917). Al conocerse recientemente sus peculiares actividades, argumentó que informes "independientes" realizados por científicos "eminentes" habían demostrado que nunca hubo peligro para la salud pública en sus experimentos. Una opinión que obviamente no comparten los familiares y amigos de algunas de sus presuntas víctimas, que exigen una investigación pública que probablemente no llegará nunca. Pero más interesante fue su respuesta cuando le preguntaron si ese tipo de pruebas aún se están llevando a cabo. Contestó: "No es nuestra política hablar sobre las investigaciones en curso".
Ahora, seguid haciendo películas sobre lo malos que eran algunos en los años 30, seguid con los ojos cerrados respecto a lo que han hecho los buenos en la misma época -y posteriormente- durante muchos más años en el tiempo. Y no tratéis de imaginar lo que estarán haciendo en este mismo momento con nosotros.
Lo de ¿Te gusta conducir? fue cosa de sus paisanos de la Bayerische, si no recuerdo mal.
ResponderEliminarPensé que los experimentos se hacían únicamente con los condenados a muerte, mira tú.
Tiene toda la razón. Me confundí en el eslógan, al ser otra marca alemana. Errare humanum est. ;-)
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