Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 18 de mayo de 2018

Parásitos tecnológicos

Uno de los mejores relatos españoles de terror que he leído es bastante reciente: se titula El otro niño y, firmado por Eduardo Delgado Zahíno, fue publicado por la revista Delirio. Aunque el arranque resulta algo lento para mi gusto, la progresión del relato es fascinante. Cuenta la historia de un chaval que en realidad no es tal, sino un parásito -no se explica quién es ni de dónde sale- que se alimenta de los miembros -humanos- de su familia de acogida, a los que va devorando uno por uno. Lo más terrorífico es que tiene la capacidad no ya de pasar inadvertido sino, aún más, de hacer olvidar a sus víctimas su propia presencia, así como su responsabilidad en los hechos siniestros que protagoniza..., y hasta esos mismos hechos. Su padre y su profesor sospechan que algo raro sucede con él y con el resto de la menguante familia, pero, cada vez que deciden ponerse en marcha para investigar qué es, un velo de olvido cae sobre ellos, pierden el impulso inicial y así el monstruo puede continuar a lo suyo. 

Me parece un argumento genial, porque describe bastante bien lo que sucede en el mundo, a distintos niveles. Estamos rodeados de parásitos. Dentro de nuestro cuerpo viven multitud de ellos, aunque no nos demos cuenta. Los propios Amos sobre los que tanto he debatido con Mac Namara son, antes que otra cosa, parásitos a escala colosal. Y a nuestro alrededor también abundan, a veces con forma humana y, otras, asumiendo un aspecto institucional, político, religioso o digital, entre muchos otros campos de actuación. Sólo es cuestión de elevar ligeramente el estado de conciencia y acumular unos pocos años en el morral para aprender a verlos desplegándose y actuando en todo su perverso esplendor.

Hacerse pasar por otro es una de las especialidades de los parásitos. Un informe presentado hace ahora un año por Hocelot, una compañía española especializada en la verificación de personas físicas en tiempo real -enfocada a los clientes que actúan a través de Internet-, explicaba que sólo en España el fraude de identidad en la red provoca unos 1.600 millones de euros en pérdidas, una cifra que aumenta hasta los 80.000 millones a nivel mundial, que se dice pronto. Lo más probable es que un año después esas cantidades hayan ido en aumento. Y aunque ese fraude se produce por culpa de criminales humanos -criminales parásitos, que pretenden vivir a costa de los demás-, se ejecuta a través de máquinas, un tipo de actividad que también irá in crescendo, gracias a la extensión de la llamada "inteligencia artificial".

La IA está tomando cada vez más posiciones a nuestro alrededor, en silencio pero con creciente rapidez, y pronto controlará el mundo hasta límites que la mayoría de las personas ni siquiera son capaces de imaginar. De hecho, ya han tomado buena parte del control..., no hay más que echar un vistazo a ciertas funciones de nuestros teléfonos "inteligentes". El mismo Facebook, un abanderado de las supuestas bondades de la IA, desactivó hace poco -o eso nos dijeron, no sabemos si continúa en marcha, después de todo- un experimento muy interesante en este sentido. 

Un equipo de esta red social programó dos robots para interactuar y aprender a negociar entre ellos sin intervención humana, ayudando así a desarrollar un protocolo que permitiera agilizar la actividad comercial en Internet. El problema es que las máquinas terminaron desechando el lenguaje humano e inventaron su propio idioma, más manejable para ellas y..., absolutamente incomprensible para nosotros. Los responsables en Facebook y otros expertos en informática se sorprendieron mucho por lo ocurrido, lo cual demuestra que no han leído Ciencia Ficción en su vida, porque los autores de este género llevan mucho tiempo alertándonos a través de innumerables relatos, novelas y películas, algunas de ellas, muy populares- de lo que pasará en cuanto la IA se escape del control humano. Y eso es sólo cuestión de tiempo, como todo en esta vida, por muchas precauciones que se le ocurran a los "expertos" en seguridad. Hasta el hoy casi venerado Stephen Hawking lo advirtió en su día. 

Los robots de Facebook no son los únicos. Otros siguen actuando e influyendo en nuestras vidas y no precisamente en un nivel experimental, como los que se dedican a la inversión en Bolsa. Un informe reciente calculaba que, en Estados Unidos, casi 7 de cada 10 decisiones de inversión en el mercado de renta variable no son tomadas por el buitre financiero de turno, armado con su camisa blanca y tirantes, su gomina para el pelo y su taza de café frío, sino por frías máquinas que les sustituyen porque son más rápidas evaluando riesgos y tomando decisiones. Al menos, en teoría. Atención, otro informe que se remonta a 2004, hace sólo 14 años, apuntaba que el porcentaje de robots que se encargaban de tareas de este tipo era del 25 % y ahora hemos llegado prácticamente al 70 %, lo que quiere decir que no tardaremos mucho más en llegar al 100 %. 

Así pues, si alguien en la sala tiene intención de dedicarse a esta profesión en el futuro, debería ir cambiando de opinión, por más que en otro tipo de inversiones la presencia robótica no sea tan invasiva..., todavía. Así, en el mercado de futuros alcanzan ya más del 50 %, en el de divisas algo más del 40 %, en el de opciones cerca del 30 % y en el de renta fija poco más del 10 %. En todo caso, cualquier lector habitual de este blog, sobre todo los que mejor conocen a Mac Namara, sabe que la Bolsa no se inventó precisamente para que los pequeños inversores ganaran dinero o para que las empresas consiguieran financiación -o no sólo- sino para manipular la economía de los países con mayor facilidad y, además, de manera anónima. Una decisión tomada por un robot resulta, en este sentido, ideal para quitarse culpas de encima, por dañina que pueda ser para las personas de carne y hueso. Siempre se puede achacar a un "fallo técnico", obviando que alguien tuvo que programar de determinada manera al robot.

"Bueno, ya estás con tus exageraciones de costumbre. No hay que tener tanto miedo a los avances tecnológicos, ni a los robots... Después de todo, es fácil diferenciar una máquina de un ser humano. Estamos muy lejos todavía del Nexus-6 de 'Blade Runner'..." comenta todavía por ahí algún ingenuo. Pues no. Ya hemos señalado en otras ocasiones los últimos y abracadabrantes avances con robots físicos, pero es que cada vez son más impactantes, como el caso de Sophia, presentada por Hanson Robotics hace un par de años: no sólo tiene capacidad para reconocer a la persona que tiene delante y mantener con ella una conversación lógica sencilla, sino que puede utilizar más de 60 expresiones faciales para apoyar sus palabras con comunicación no verbal. El resultado es muy perturbador. 

Un reportero norteamericano le preguntó durante una prueba qué quería hacer en el futuro con su "vida" y Sophia contestó: "Espero poder hacer cosas como ir a la escuela, estudiar, hacer arte, iniciar un negocio, incluso tener mi propio hogar y una familia, pero como no se me considera una persona jurídica, no puedo tener acceso a estas cosas..." Luego el reportero le hizo la pregunta "divertida": "¿Quieres destruir a los humanos?" Y la máquina contestó: "De acuerdo, destruiré a los humanos." Es obvio que esta máquina jamás estará en condiciones de destruir a nadie, pero acabamos de ver una vez más un ejemplo de la velocidad con que avanza la tecnología. Y la tecnología puede ser programada de igual manera por una persona bondadosa e incluso santurrona que por un sinvergüenza sin escrúpulos... En el siguiente video se puede contemplar este incómodo momento. Y también la cara de loca con la que puede llegar a expresarse Sophia.




Sumemos a eso otro tipo de tecnologías, cada vez más desarrolladas, con las cuales resulta ya muy sencillo engañar a los humanos. Nvidia Corporation -otra de esas multinacionales cuyo logo incluye un ojo- ha desarrollado hace poco su GAN o Generative Adversarial Network (que puede traducirse como Red generadora de adversarios), un programa capaz de inventarse rostros humanos nuevos, empleando para ello bases de datos que contienen caras de personas reales. Es la sublimación
del retrato robot, y nunca mejor dicho, que utiliza IA para diseñar esos rostros y, al mismo tiempo, garantizar que tienen calidad suficiente como para ser considerados realistas y proporcionados. El resultado es espectacular, como se puede ver en la imagen adjunta. Si nos fijamos en ella con atención, seguro que nos suena más de una de las caras que estamos viendo, aunque no terminemos de recordar de qué. ¿Estamos ante una actriz famosa? ¿Un cantante de moda? ¿Un conocido político norteamericano? 

La verdad es que ninguna de esas caras es de verdad. Todas han sido generadas por GAN a partir de una base de datos de famosos de Hollywood. Aunque esta tecnología está aún en sus inicios y según sus creadores sólo funciona con fotografías de baja resolución, es cuestión de tiempo y de dinero -como todo- conseguir un programa de mayor calidad e incluso de procesamiento de video de modo que podamos, por ejemplo, entablar una supuesta conversación por Skype con alguien que no existe, porque es un rostro generado y animado por ordenador. Y para los que piensen que una cosa es engañar con una imagen y otra con una conversación, recordemos las conversaciones con Sophia..., y con muchos otros robots que ya conviven con nosotros y funcionan y nos hablan.

Es el caso de los asistentes personales del estilo de Siri en Apple o Cortana en Microsoft que, por cierto, van acumulando información sobre nuestras opiniones y gustos a medida que nos facilitan la existencia. Pero aparte de ellos, un buen puñado de diseñadores de chatbots participa periódicamente en una competición basada en el juego propuesto en 1950 por el famoso matemático británico Alan Turing, The Imitation Game (El juego de la imitación), que consiste en intentar que, durante una conversación, una máquina le haga creer a un ser humano que ella es otro ser humano. Hay más de 60.000 libras esterlinas en juego y lo cierto es que todavía nadie ha conseguido el objetivo de engañar a los jueces, si bien algunos se han acercado bastante. 

Los curiosos pueden probar chatbots de este tipo en sitios como el de Alice, que no es el nombre de Alicia en inglés, sino el acrónimo de Artificial Linguistic Internet Computer Entity o Entidad de lengua artificial informática para Internet (¿no es curioso que el nombre remita al desagradable País de las Maravillas con el que se encontró cierta chica que perseguía un conejo?).

Aunque todas estas tecnologías se presentan como una manera de hacer más cómodas nuestras vidas, la realidad es que suponen un paso más en la invasión y destrucción de la intimidad personal. Por si no estuviéramos ya lo bastante vigilados y controlados, el hecho es que en muy pocos años dispondremos de nuestro propio asistente robótico personalizado encargado de facilitarnos todas las tareas de gestión informática y nos dirigiremos a él de palabra, como si fuera nuestro esclavo. Y será sólo cuestión de -poco- tiempo -sobre todo si adquiere una forma lo bastante humana para relajar nuestra atención- que, además de pedirle que nos reserve mesa en un restaurante, nos conteste un correo electrónico o nos busque el taller más próximo a nuestra casa, empecemos a usarlo para desahogarnos contándole nuestras neuras e intimidades.

No es una elucubración gratuita. Las nuevas generaciones aceptan sin tapujos lo que para los que ya tienen unos años -y ya no digo nada de los que somos inmortales- es una aberración absoluta: esa creciente desaparición de la privacidad que se manifiesta en forma de exhibicionismo constante ante redes sociales, cámaras y cualquier otra nueva tecnología y que nos presentan como algo deseable, en el sentido de que después de todo no importa cómo sea uno porque debe mostrarse como tal y ser aceptado así. Como siempre, una cosa es predicar y otra dar trigo, porque a medida que uno elimina capas de intimidad lo que hace es quedar más y más indefenso ante cualquiera con malas intenciones. Y no sería extraño que el día de mañana muchos hoy partidarios de esa destrucción de lo privado se lamentaran al descubrir que los mayores impulsores de esa idea son precisamente los más malintencionados.

El proceso de aniquilación de la privacidad está bastante avanzado. Hace poco, tuve una experiencia significativa con unos veinteañeros que se pasaban alegremente sus contraseñas en un correo electrónico -ni siquiera como adjunto y, desde luego, no encriptado-, sin darse cuenta de que los emails no equivalen a los antiguos sobres cerrados con sello -o lacrados, si nos remontamos a tiempos anteriores- sino a las postales que cualquiera podía leer desde el momento en el que uno la depositaba en el buzón hasta que llegaba a su destinatario. Cuando les alerté sobre el hecho de que esa manera de pasarse las contraseñas era como si las gritaran en público a los desconocidos, me contestaron con cierta inocencia y sin ningún rubor que, particularmente, no usaban contraseñas si podían evitarlo. 

Esto me recordó la desoladora lista de las más populares y utilizadas en el mundo que elabora anualmente SplashData y que, en el informe de 2017, el último publicado hasta ahora, no se diferencian mucho respecto a años anteriores. Entre las más usadas, por increíble que parezca, figuran 123456, password (en inglés, contraseña), qwerty, admin, abc123, y, en el colmo de la ironía, hasta trustno1 (un juego de palabras que, en inglés, significa no confíes en nadie). Esto, por si alguien se preguntaba cómo es posible que los hackers revienten cada vez más sitios web y programas de correo y los parásitos y usurpadores de identidad se multipliquen por doquier.

Por supuesto que hay parásitos mucho más peligrosos que los que nos usurpan la identidad en Internet pero, como decía el clásico, ésa es otra historia y hablaremos de ello otro día.








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