El anciano miraba por la ventana como si sus ojos vidriosos pudiesen distinguir realmente algo más allá de aquel cristal necesitado de una limpieza urgente, y no sólo por el vaho que lo impregnaba por completo. Cualquiera que examinara su rostro ajado y tembloroso se daba cuenta enseguida de que su mirada contemplaba una dimensión diferente: otro tiempo y otro espacio muy alejados del plano y nevado horizonte de Massachusetts que se extendía fuera de la residencia Salomon para mayores.
- Hoy hace cincuenta años -musitaba una y otra vez.
Me sorprendió oírle hablar y oírle hacerlo tanto rato, aunque fueran siempre las mismas palabras. Por lo general, el paciente John (en la residencia, llamábamos de la misma forma a todos los internos: el paciente y a continuación su nombre; según los psicólogos de la dirección, semejante familiaridad desterrando los apellidos debe hacerles sentir más acogidos, aunque personalmente creo que a esas alturas de su vida ya todo les da igual) era un hombre silencioso capaz de pasar horas sentado sin moverse. Podías ponerle delante de un televisor o colocarle un periódico en la mano o incluso un vaso largo de bourbon. El tipo simplemente adoptaba la postura y se quedaba ahí como si se hubiera petrificado, sin importarle el paso del tiempo o de la gente a su lado.
- ¿Hoy cumples cincuenta años, John? -bromeé, mientras barría alrededor de su sillón.
- ¿Hubert? -preguntó de pronto, aferrándome el brazo con su mano huesuda-¿Eres tú? ¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar?
No sé qué es lo que más me sobresaltó: si el hecho de que me agarrara inesperadamente o la mirada de desesperación que me dedicó, buscando en mi rostro alguna huella de su pasado.
- Tranquilícese, John -le dije con suavidad-. Sólo soy Barnie, su enfermero.
- ¿Barney? -me miró como si no me reconociera, aunque yo llevaba ya casi un año trabajando en la residencia Salomon, pero enseguida continuó hablando-: Hoy hace cincuenta años que mataron al presidente.
- ¿A qué presidente? -pregunté, siguiéndole el juego por curiosidad, y también con creciente incomodidad.
- A Nixon, al presidente Richard Nixon. Dick. Dickie. No era mal tipo, ¿sabes? Era republicano pero no era mal tipo. Oh, Dios, aún puedo oír los disparos en la Plaza Dealey de Dallas, en Texas...
Me encogí de hombros.
- Bueno..., hace mucho de eso -le contesté-. Yo ni siquiera había nacido. ¡Qué digo? No sé ni si mis padres se conocían ya entre sí en aquella epoca...
Sin embargo, fui incapaz de frenar a John que a partir de ese momento empezó a hablar como si alguien hubiera encontrado la llave del grifo que había cerrado su boca durante todo aquel tiempo y la hubiera dejado abierta a chorro para limpiar bien las cañerías.
- Era un buen chico, Dickie... Pero estaba mal aconsejado. Estaba rodeado de enemigos. Unos se los buscó él y otros, los peores, se los impusieron. Le dijeron que serían sus más leales amigos y consejeros, que le ayudarían en todo momento... Y fueron los primeros que le traicionaron. Hernry Kissinger, por ejemplo. ¿Le suena? Uno de los peores bichos que he conocido en toda mi carrera... Yo me enfrenté a Dickie en las elecciones de 1960. Fue la primera vez que se televisó un debate. Fueron tres debates, y los gané sin problemas. Yo era mucho más joven, más apuesto, más dinámico... Mírame ahora... -estudió sus propias manos, descarnadas y llenas de manchas- Las encuestas me favorecían. Mis discursos eran mucho más brillantes; mi equipo de campaña, más profesional; mi candidatura, una estrella rutilante que iba a abrasar la tierra de los valientes... Yo iba a ser el presidente de los Estados Unidos de América, el primer presidente católico.
- Pero no lo fue, ¿eh? -apunté, irónicamente.
- No, claro que no... Por culpa de Johnson. El maldito Lyndon B. Johnson y sus malditos contactos y planes secretos. Tan grande físicamente y al mismo tiempo tan pequeño en su alma ennegrecida. Nunca me perdonó que le ganara en las primarias para candidato del Partido Demócrata. Ni tampoco me perdonó que fuera católico: ¿cómo iba a consolidarse un candidato católico en la presidencia de los Estados Unidos WASP? Él, rencoroso y vengativo, me organizó la trampa.
- ¿Qué trampa?
- Johnson sabía de mi..., de mi "debilidad" por el sexo femenino. Siempre me han gustado mucho las mujeres y siempre he tenido éxito con ellas. Ese tipo sin escrúpulos utilizó a su propia mujer, a Claudia. Lady Bird le llamaban sus amigos y conocidos... Lady Buitre le rebauticé yo, y no precisamente por su nariz... Johnson me citó urgentemente en su mansión para estudiar unos documentos importantes respecto a la candidatura electoral. Dijo que corríamos un gran riesgo por un asunto delicado que había encontrado y que no podía contarme por teléfono. Como un idiota, me presenté allí y me recibió Claudia, con un vestido demasiado alegre, que mostraba un escote generoso. No era una mujer especialmente guapa, no lo era. Pero podía resultar encantadora cuando quería. Me dijo que su marido había ido a la oficina a recopilar los documentos y que no tardaría en llegar, que me haría compañía en un saloncito privado mientras le esperaba. Yo estaba estresado por los ajetreos electorales y sólo quería sentarme un rato y relajarme. Ella entonces me ofreció un trago y, juro que no sé cómo ocurrió, pero de pronto... De pronto yo estaba con la copa en la mano, mis pantalones bajados y ella empleándose a fondo con..., con mi miembro..., mientras yo miraba incrédulo. Y dejándome hacer: eso tengo que reconocerlo.
- Vaya con John -le interrumpí, silbando-. Fuiste un chico muy malo.
- Estaba todo preparado, maldición. En ese momento entró Johnson con varios asesores de campaña y un periodista. ¡Un fotógrafo! ¿No está claro que todo era una trampa? Se supone que los documentos que íbamos a estudiar eran confidenciales. ¿Qué hacía allí un periodista, y fotógrafo además? Un fulano que llevaba la cámara cargada y que estaba lo bastante advertido de lo que iba a encontrar en el salón como para tomar un par de imágenes antes de que me diera tiempo a reaccionar. Johnson montó un gran escándalo, por supuesto. Exigió todo tipo de satisfacciones, me amenazó con divulgar las fotos y hundirme. Tuve que prometerle todo tipo de cosas, aparte de pedirle excusas mil y una veces... Todo fue en vano. Tras varias horas de tensas negociaciones llegamos a un acuerdo para mantener lo ocurrido en secreto con tal de no perder las elecciones. A cambio le compensaría de muchas maneras. Pero tres días más tarde las dos fotografías se habían filtrado a la prensa. Johnson nunca reconoció que lo había hecho a posta. Fue un desastre, todo aquello: arruinó mi carrera política para siempre. Perdí las elecciones de 1960 ampliamente, como era de suponer.
- Y Nixon ganó sin más problemas -intervine.
- Sí, pero eso me salvó la vida y Dickie pagó muy cara su victoria...
- Fue un completo inútil, John. Por muy bien que te cayera. Fracasó en la invasión de Cuba, se dejó ganar por los rusos en la carrera espacial, le dieron en los dos carrillos en la guerra de Vietnam...
- Sí, pero había una medida que él y yo compartíamos: la más importante de todas. Dickie y yo eramos amigos. Rivales políticos, pero amigos desde hacía muchos años. En cierta ocasión, cuando todavía no sabíamos siquiera si lograríamos ser los candidatos de nuestros respectivos partidos en las elecciones presidenciales, intercambiamos ideas sobre ello durante una cena. Nos conjuramos..., tiene gracia cuando lo recuerdo ahora..., nos conjuramos para imponerla en cuanto pudiéramos si uno de los dos llegaba a ser presidente.
- ¿Y qué medida era ésa?
El paciente miró para un lado y otro, me indicó que me acercara a él y bajó la voz.
- Ellos gobiernan de verdad, ¿sabes? Ellos. No el presidente, ni los secretarios de Estado, ni los generales, ni nadie más.
- ¿Quiénes son "ellos"? -pregunté, confundido.
- Y su arma es el dinero -continuó, sin contestar-. A través de la finanza, lo controlan todo. "Dadme el control de la moneda de un país y no me importará quién haga las leyes". Eso dicen. Y eso hacen. A través de la FED. Sí, la condenada Reserva Federal, el supuesto banco central de los EE.UU.: ¡ja! Un banco privado, en realidad. Y su base de operaciones y control. Cada vez que el gobierno quiere imprimir billetes de dólar tiene que solicitarlo previamente a la FED y recibir su permiso: sin él, no es posible. Además, debe pagar fuertes intereses por obtener ese permiso. El permiso de una entidad que nunca en toda su historia se ha sometido a una auditoria... ¿Puedes creerlo? Con eso queríamos terminar Dickie y yo, y lo planeamos muy bien para que, si cualquiera de nosotros lograba la presidencia, pudiera asestar un golpe de gracia para aniquilar con rapidez a esa mafia corrupta de
financieros. Ahora escucha bien: a primeros de junio de 1963, Dickie, el presidente Nixon, firmó una orden ejecutiva, la número 11110, que devolvía al gobierno norteamericano la facultad de emitir moneda, sin tener por qué pedirla prestada a la FED. Fíjate cómo son Ellos: les gustan las cábalas, las extrañas coincidencias. Hay dos onces en esa orden: 11+11+0. El once es el número del castigo en la numerología... Pues bien, esta simple pero poderosa iniciativa ponía punto final a la FED, la destruía por completo y permitía así recuperar el control de la deuda al devolver a la administración estadounidense la posibilidad de crear su propio dinero respaldado con la plata y el oro en poder del Estado: dinero libre de interés. Si esa medida se hubiera mantenido en el tiempo, jamás hubiéramos padecido la crisis financiera que azota el mundo desde 2008... Ni muchas otras servidumbres Algo más de 4 millones de "dólares Nixon" fueron puestos en circulación. Y pocos días más tarde de firmar esa orden ejecutiva, el presidente fue asesinado a tiros en pleno centro de Dallas.
- Sí, por Lee Harvey Oswald...
- Ese pringado sólo fue un cabeza de turco. Pero lo más interesante es que sólo cinco meses después de ser asesinado el presidente, dejaron de emitirse esos dólares. La orden 11110 nunca ha sido derogada. Sigue siendo legal, pero ni un solo presidente ha vuelto a usarla jamás, a pesar de que sigue siendo un arma tremenda para terminar con la crisis financiera.
- ¿Y qué hizo usted después de perder las elecciones, John?
- Mi vida fue de fracaso en fracaso. Mi mujer me dejó por un millonario, un armador griego bastante feo. Me lié con una actriz de cine pero mi hermano también estaba enamorado de ella y acabamos compartiéndola..., la pobre no sabía por cuál de nosotros dos decidirse y terminó mal. Emocionalmente inestable, se suicidó con pastillas. Poco después traté de montar un negocio con un activista negro que conocía, Martin Luther, al que llamaban el Rey de las Hamburguesas en Memphis: teníamos intención de crear una cadena de comida rápida a escala nacional, pero le mataron en un crimen que nunca se aclaró... Todo fue de mal en peor... Y de repente mi vida ha pasado, esto se termina y, cuando miro atrás, veo que nada de lo que he hecho pervivirá. Nada es importante. Mi recuerdo se perderá como cenizas aventadas por un temporal y mi vida habrá sido un absurdo total.
El paciente John finalizó su parlamento con tanta brusquedad como lo había comenzado. Por más que le pregunté, le comenté y le insistí, no volvió a abrir la boca. Parecía que había dicho todo lo que quería decir y no deseaba, ni podía tampoco, añadir nada más. Regresó a sus miradas perdidas hacia la ventana. Y a su mantra, repetitivo:
- Hoy hace cincuenta años...
Murió esa noche.
Por curiosidad, comprobé los datos que me dijo. Todos eran ciertos, incluido el de la existencia de la orden ejecutiva 11110.
No hay comentarios:
Publicar un comentario