Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 9 de octubre de 2015

El circo del doctor Lao

Conocí al doctor Lao hace unos años ya. Fue a raíz de la película de George Pal Seven faces of Dr. Lao (Las siete caras del dr. Lao) rodada en 1964 y en la que Tony Randall interpretaba el papel de este misterioso y extravagante maestro chino. Randall fue uno de esos actores "de toda la vida" que hemos visto en mil y una películas norteamericanas, aunque su mayor popularidad la obtuvo gracias a sus apariciones en series televisivas. En realidad, la cinta tenía que haberse llamado Las Siete Caras de Tony Randall puesto que, en uno de esos alardes actorales estilo a-ver-si-me-reconoces-con-lo-bueno-que-soy-disfrazándome, interpretó nada menos que siete papeles diferentes: el del propio Lao y también el del Mago Merlín, el del dios Pan, el del abominable Hombre de las Nieves, el de Medusa, el de la Serpiente Gigante y el de Apolonio de Tiana. 

Es curioso porque en aquel mismo año se estrenó otra película con el número 7 y con Randall incluido: Robin and the Hoods, haciendo un obvio juego de palabras con el mítico Robin Hood inglés, donde interpretaba el papel de uno de los Hoods. Sin embargo, aquí tuvo menos oportunidades de brillar porque estaba perdido en medio de una constelación de estrellas entre las que figuraba el Rat Pack prácticamente al completo, con Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Bing Crosby, Peter Falk..., incluso ese "malvado" tan inimitablemente feo como eficiente en pantalla que fue Edward G. Robinson.

La película resultaba atractiva dentro de su estrafalario pero simple y fantástico guión: un chino misterioso llega a un pueblo del más árido y solitario Lejano Oeste llamado Abalone donde hace tiempo que las guerras entre "indios y vaqueros" se terminaron y la vida es mortalmente aburrida. De hecho, la localidad está tan lejos de todas partes y tiene tan poco futuro que hay un personaje en apariencia filantrópico y en realidad un canalla (bueno, lo de en apariencia es aplicable sólo para los irrealmente inocentes habitantes de Abalone) que anima a los vecinos a venderles sus propiedades para que puedan marcharse de allí y establecerse en otros lugares más prósperos. El único que se opone a los oscuros tejemanejes del "malo" es un bravo periodista (de ésos que sólo existen en las películas) que no sabe muy bien lo que está ocurriendo pero que sospecha de tan supuestas buenas intenciones y escribe libelos contra el filántropo aunque sin saber muy bien de qué acusarle. En ésas llega el doctor Lao y monta un circo, aunque el concepto de su espectáculo se parece más bien a una de esas ferias de monstruos o freaks tan características de principios de siglo XX en EE.UU., donde se veía a la mujer barbuda, el hombre pez y ese tipo de pobres gentes, marginadas entre los marginados, cuyo único modo de vida era exhibir sus deformidades físicas ante un público de deformes mentales.  La diferencia es que el show del enigmático chino está lleno de criaturas pintorescas y/o mitológicas que parecen un fraude pero resulta que no lo son. Todas y cada una de ellas son verídicas y tienen su propia curiosa historia detrás. Como es lógico, los habitantes del pueblo, ansiosos por ver algo que les saque de su monotonía, acuden al circo. Y allí está el plato fuerte de la historia: en la comparación entre la galería de personajes realistas y la de los personajes fantásticos, hasta que empiezan a confundirse unos con otros.

Al final se descubre el chanchullo del "malo": sabe que Abalone será una de las estaciones del nuevo ferrocarril que se está construyendo entre la costa este y la costa oeste de los EE.UU., lo que elevará hasta la estratosfera el valor de sus tierras. Lo que está haciendo es lo mismo que tantos especuladores a lo largo de la historia: comprar bajo para luego poder vender alto y hacerse rico rápidamente y sobre la marcha, aprovechándose de la ignorancia de los vecinos. Gracias al circo del doctor Lao, su gozo quedará en un pozo..., como debe ser en los finales felices.

La primera vez que vi esta película me quedó un sabor extraño. Algo me quería decir, pero no entendía el qué, como si el guión, algo confuso, no estuviera bien rematado o hubiera sido recortado. Pero había algunas pistas curiosas: por ejemplo, resultaba muy peculiar el nombre del pueblo, tan similar fonéticamente al Avalon de las leyendas arturcélticas... Y contaba con varias escenas especialmente interesantes. Dos de ellas me llamaron especialmente la atención. Una en la que Lao discute sobre la vida y su filosofía con el periodista mientras tiende su caña en un río completamente seco ante la incredulidad y las burlas de su contertulio..., y ante su asombro termina pescando una hermosa y combativa trucha en el cauce sin agua. Es decir: todo es posible, hasta lo aparentemente imposible, para aquel que trabaja de la 
manera adecuada y sabe esperar resultados. La otra escena muestra en acción al adivino oficial del circo: nada menos que Apolonio de Tiana. Hoy casi nadie conoce a Apolonio, pero es uno de los personajes históricos más fascinantes de la antigüedad, cuya vida recogió Filóstrato en un texto muy curioso lleno de aventuras y milagros y al que la Tradición relaciona directamente con la etapa de formación de Jesús el Cristo. En la secuencia de la película, una viuda presuntuosa de Abalone pregunta a Apolonio si volverá a conocer a algún hombre, a casarse o a encontrar petróleo en sus tierras..., y a todo le contesta él negativamente. Ella se enfada pero él le dice que sólo puede decirle la verdad. Y la verdad es que su vida está condenada a repetirse un día tras otro exactamente igual todos ellos hasta el momento de su muerte, sin ningún impacto sobre la sociedad, sin hacer nada por lo que pueda ser recordada, ni muy bueno, ni muy malo. Es la vida de la persona corriente, que no se conoce ni se gobierna a sí misma y por tanto vive sin sentido, aunque autoengañándose constantemente con el pensamiento de que en cualquier momento puede pasar algo extraordinario que le saque de la estulticia..., como tanta gente en nuestro mundo de hoy.

Buscando al autor de esta rara película, descubrí que no era un guión original sino la adaptación de una novela, cuyo título original era El circo del doctor Lao, publicada por Charles Grandison Finney por primera vez en 1935. Finney es uno de esos escritores oscuros, en el sentido de que en apariencia se sabe más o menos todo lo que hay que saber sobre su vida pero da la impresión de que oculta algo. Algo interesante. Lo cierto es que combinó dos experiencias vitales en apariencia contrapuestas: la vida de militar (acostumbrado a mandar y ser mandado) y la vida de periodista (que, especialmente en aquella época y en su país, podía considerarse en cierto modo un marchamo de individualismo y falta de ataduras). Vivió dos años en China, entre 1927 y 1929, como uno de los efectivos del 15º regimiento de infantería del ejército norteamericano y fue justo entonces cuando concibió la historia de esta novela. Tras regresar a su país, trabajó en un periódico de Tucson (Arizona) y escribió diversos relatos, que se publicaron en revistas tan importantes como Harper's o The New Yorker, además de varios libros. Sin embargo, el único que le reportó éxito, dinero y gloria para la posteridad fue el del doctor Lao que a partir de entonces ha sido incluido en diversos cánones de la literatura fantástica y ensalzado por autores de la categoría de Ray Bradbury.

Con semejantes credenciales, se hacía imprescindible leer la novela original y es verdad que resulta mucho más interesante y recomendable aún que la película, pese a que apenas cuenta con algo más de un centenar de páginas (lo que de paso demuestra que no es en absoluto necesario escribir esos rollos de seiscientas o setecientas páginas en cada uno de los libros de trilogías, pentalogías o excesivologías en general a los que tan aficionadas son las editoriales contemporáneas). La novela es también más sencilla que la película y mucho más poética. Abalone es un lugar igual de tranquilo y rutinario, pero en la época de la Gran Depresión, y lo único que sucede es la llegada del circo y el encuentro de los habitantes del pueblo con los personajes fantásticos. No hay más argumento, pero el texto es apasionante. Y cuenta con un epílogo que, a modo de bestiario, prolonga o sugiere el destino de la espectacular panoplia de caracterizaciones que describe: desde el unicornio hasta la quimera, pasando por el perro verde y muchos otros que no aparecen por ningún lado en la película y cuyas historias son aún más interesantes. Existe también un personaje celebérrimo que aparece encadenado en un carromato y que al final ni el propio lector sabría decir si es un oso o un ruso... Todo forma parte del mismo juego: el de la confusión de la persona corriente ante lo que se le aparece por sorpresa y su incapacidad para procesarlo. Vivimos tan acostumbrados a "lo normal" que la llegada de lo extraordinario a nuestras vidas es prácticamente imposible, porque no lo reconoceríamos ni aunque lo tuviéramos delante de nuestras narices..., simplemente no creemos que pueda existir y por tanto no existe. Y entonces nos sucederá como a la vieja bruja que está casada con uno de los habitantes de Abalone y que, incrédula ante la presencia de la temible Medusa, exige llevarse la gloria de destapar el "fraude" y acaba convertida en piedra, destruida por el poder de lo maravilloso, que existe con independencia de que ella se lo haya negado a sí misma.

Como diría el propio chino cuando le pregunta el niño:

- Doctor Lao, ¿es usted un acróbata?

- Sólo filosóficamente.

Y luego desaparecería hacia el horizonte cabalgando en su mulo, como un moderno Nasrudin.















2 comentarios:

  1. Gracias por descubrirme tan maravillosa novela, tras leerla me siento como un habitante de Abalone, se que me encuentro ante una maravilla que tiene mas lecturas de las que parece, pero el sueño en el que me encuentro trata de adaptar la novela a la distorsionada realidad en la que me tiene. Pero lo intento y lo intento aunque no consigo quitarme este sabor de todo lo extraordinario que se que se me escapa.
    Gracias.

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  2. Gracias por descubrirme tan maravillosa novela, tras leerla me siento como un habitante de Abalone, se que me encuentro ante una maravilla que tiene mas lecturas de las que parece, pero el sueño en el que me encuentro trata de adaptar la novela a la distorsionada realidad en la que me tiene. Pero lo intento y lo intento aunque no consigo quitarme este sabor de todo lo extraordinario que se que se me escapa.
    Gracias.

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