Reconoce Álvaro Lozano con preocupación en su El Holocausto y la cultura de masas (Ed. Melusina) que hoy día "no hay mejor negocio que el negocio del Holocausto", palabras tomadas del historiador judío Yaffa Erlich. Este pequeño ensayo afirma que los avispados empezaron a hacer caja en los años 90 del siglo XX después de que el asunto lograra asumir la categoría de fenómeno popular de alcance global con el estreno de La lista de Schindler en 1993. No es momento ahora de analizar la película de Steven Spielberg (extraordinariamente rodada pero también inmensamente tramposa en un guión que sacrifica la realidad histórica en el altar de la emotividad), pero sí parece cierto que su espectacular éxito y promoción coincidió con, según palabras de Lozano, el desarrollo de "una auténtica industria del Holocausto compuesta por novelas, poemas, documentales, comedias, canciones de pop, películas, páginas web, museos, cursos universitarios, libros, e incluso un libro de recetas de dudoso gusto." El resultado de todo ello es que "la cultura occidental se ha saturado" con el tema, lo que "es especialmente visible en películas que lo utilizan como trama, hasta el punto de que el novelista Phillip Lopate ha afirmado que el Holocausto se ha convertido en el segundo argumento más utilizado tras la infidelidad" en la industria cinematográfica y televisiva.
Este último dato es verdaderamente brutal, si nos paramos a pensarlo. De hecho, el abajo firmante es un gran aficionado al género bélico: veo todas las películas que puedo sobre la guerra en diversas culturas y épocas de la humanidad y, en el caso de las ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, es cierto que hace ya muchos años que resulta prácticamente imposible ver un largometraje en el que de una forma u otra no aparezca el Holocausto, si es que no es uno de los factores determinantes de la historia e incluso el asunto central del argumento.
En realidad, el fenómeno no es nuevo y comenzó incluso antes de lo que apunta Lozano. Se remonta al año 1978, cuando se emitió la serie de la NBC titulada precisamente así, que sirvió como primera gran sacudida social para llamar la atención a nivel mundial sobre este asunto. Su principal protagonista, Meryl Streep, no sólo recibió el premio Emmy a la mejor actriz por su papel de sufrida madre de familia judía perseguida por sus sanguinarios vecinos arios, sino que a partir de ese momento su carrera en Hollywood despegó hasta situarla en las alturas estelares que a día de hoy sigue disfrutando. Aunque en aquel momento Holocausto alcanzó una audiencia asombrosa (con una cuota de pantalla de hasta el 49 % entre los televidentes españoles) vista ahora, casi cuarenta años después, pierde mucha fuerza y rechina por todas las costuras.
Sí es cierto es que hoy día cualquier autor (ya sea un escritor, un músico, un cineasta, un dramaturgo, un...) que desee llegar a la fama con rapidez tiene una buena oportunidad de conseguirlo si crea una obra sobre este asunto, con independencia de su exactitud o rigor. En el campo del pensamiento y la investigación, por ejemplo, ha sucedido (y sigue sucediendo) con sucesivos textos históricos que se han publicado en los últimos años y que se han convertido en best sellers a pesar de sus inexactitudes, generalizaciones e incluso mala fe en su redacción que los convierten en libros verdaderamente infumables por mucho que una inmensa colección de ignorantes sobre el tema se hayan gastado sus buenos dineros en conseguir un ejemplar y a partir de ese momento se crean capacitados para opinar sobre un asunto tan complejo como fue la persecución de los judíos durante el III Reich.
Un ejemplo: la satanización del Papa Pío XII, calificado alegremente por autores maledicentes como un pontífice al servicio de los deseos hitlerianos y en ese sentido acusado no sólo de mantener una actitud ambigua sin proteger a los judíos sino de ayudar aun indirectamente a su acoso, caza y entrega para su envío posterior a los campos de concentración. Así lo cuentan autores como Rolf Hochnuth, autor en 1963 de El Vicario, una ficción literaria que fue posteriormente llevada al cine con el título de Amén y donde se mezcla impúdicamente a personajes y situaciones reales con gentes ficticias y hechos que nunca sucedieron para mejor manipular a la audiencia, de acuerdo con la implacable regla (inexplicablemente desconocida o ignorada por la mayoría de la sociedad) según la cual la mejor manera de hacer que alguien acepte algo que no es real es mezclar verdades (sobre todo si son muy obvias) con mentiras en el grado adecuado.
Hochnuth podría justificar su, por lo demás, aburrido texto afirmando que después de todo se trataba de una obra de ficción (de un autor de ficción que, si bien ha escrito muchísimo desde entonces, nunca ha vuelto a publicar nada de verdadero interés), pero no sucede así con "respetables" investigadores como James Carroll y su La espada de Constantino o John Cornwell y su El Papa de Hitler. Para comprobar hasta qué punto se puede confiar en estos escritos, podemos examinar la portada del de Cornwell. En ella se ve una fotografía de Eugenio Pacelli abandonando una recepción presidencial en Berlín y saludado por dos soldados alemanes con su casco característico. La imagen, ilustrando el título de la obra, es
una "prueba" demoledora: el Papa colaboracionista sale tan contento después de decir que "sí a todo" al Führer, quien ni siquiera se ha tomado la molestia de viajar al Vaticano sino que le ha ordenado desplazarse a su cancillería... Ahora bien, el año en el que fue tomada esa foto fue 1927. ¡En aquella época, Pacelli era sólo nuncio papal en la capital alemana y en la imagen en realidad está abandonando una recepción ofrecida por Paul von Hindenburg, entonces presidente electo de la república de Weimar! Los soldados que se ve en la foto de guardia llevan cascos y uniformes parecidos, no los mismos, a los empleados años después por el Ejército alemán (de hecho, si fueran guardias de la cancillería, deberían llevar uniformes de las SS). En la edición inglesa, el engaño es aún más descarado pues cuenta con el siguiente texto falso: “La fotografía de portada muestra al cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII, abandonando el palacio presidencial de Berlín en marzo de 1939”. En la edición americana, el texto no aparece pero la foto se distorsiona con un efecto óptico que resalta la figura de Pacelli y deja borrosos a los soldados, para que no se pueda reconocer bien el uniforme... El subtítulo de la obra en la edición española que vemos aquí muestra el sentido del humor (prefiero pensar que es eso) del diseñador de la portada al indicar que ésta es "La verdadera historia de Pío XII".
una "prueba" demoledora: el Papa colaboracionista sale tan contento después de decir que "sí a todo" al Führer, quien ni siquiera se ha tomado la molestia de viajar al Vaticano sino que le ha ordenado desplazarse a su cancillería... Ahora bien, el año en el que fue tomada esa foto fue 1927. ¡En aquella época, Pacelli era sólo nuncio papal en la capital alemana y en la imagen en realidad está abandonando una recepción ofrecida por Paul von Hindenburg, entonces presidente electo de la república de Weimar! Los soldados que se ve en la foto de guardia llevan cascos y uniformes parecidos, no los mismos, a los empleados años después por el Ejército alemán (de hecho, si fueran guardias de la cancillería, deberían llevar uniformes de las SS). En la edición inglesa, el engaño es aún más descarado pues cuenta con el siguiente texto falso: “La fotografía de portada muestra al cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII, abandonando el palacio presidencial de Berlín en marzo de 1939”. En la edición americana, el texto no aparece pero la foto se distorsiona con un efecto óptico que resalta la figura de Pacelli y deja borrosos a los soldados, para que no se pueda reconocer bien el uniforme... El subtítulo de la obra en la edición española que vemos aquí muestra el sentido del humor (prefiero pensar que es eso) del diseñador de la portada al indicar que ésta es "La verdadera historia de Pío XII".
Otro hábil manipulador es Daniel Jonah Goldhagen quien en 1996 hizo realidad su apellido (Gold=Oro) al ingresar en su cuenta corriente astronómicas cantidades de dinero por los derechos de su tan exitoso como impresentable Los verdugos voluntarios de Hitler, de cuya lectura parece deducirse que según Goldhagen habría que exterminar a todos y cada uno de los alemanes que a día de hoy siguen vivos en el mundo. Profesor en su día nada menos que de la universidad de Harvard (lo que demuestra una vez más que las enseñanzas universitarias están sobrevaloradas), Goldhagen escribió otros artículos y libros tremendos como La iglesia católica y el holocausto, una deuda pendiente en el que plantea que la iglesia católica debería ser abolida. Imagino lo que le podría ocurrir a cualquier profesor católico de Harvard o de cualquier otra universidad que pidiera la abolición del judaísmo y la desaparición de sus sinagogas... Este escritor es un auténtico especialista a la hora de crear textos "llenos de errores, malas interpretaciones históricas, supresiones de pruebas que contradirían sus argumentaciones" e interpretar el antisemitismo de una manera "rudimentaria, simplista, irresponsablemente deshonesta y confusa".
Esas palabras no las digo yo, sino..., un rabino judío. Concretamente, David G. Dalin, ordenado por el Seminario Teológico de América y doctor universitario (esta vez en Florida, aunque licenciado en Berkeley -California-), que es autor y coautor de varios importantes trabajos sobre la presencia judía en los EE.UU., y cuyas publicaciones han aparecido en lugares como American Jewish History o The Weekly Standard. Este hombre publicó en 2005 un breve pero enjundioso estudio titulado El mito del Papa de Hitler que nunca recibió la apabullante publicidad que los libros antes citados pese a que demostraba sin lugar a dudas cómo la iglesia católica en general y Pío XII en particular fueron prácticamente las únicas instituciones no judías que se preocuparon por el destino de los judíos en aquella época. Y no sólo protestaron enérgicamente a las autoridades germanas por lo que sucedía en Alemania y en los países ocupados por sus tropas, sino que ocultaron, facilitaron dinero y documentos falsos y salvaron a miles, decenas de miles, quizá a cientos de miles de judíos gracias al empeño personal del Papa.
En una imprescindible semblanza histórica previa, Dalin explica cómo, en contra de la creencia popular, son numerosos los papas que han protegido a los judíos, casi desde un primer momento, amenazando con la excomunión a quien les llevara la contraria y se atreviera a perseguirlos. Gregorio I (Gregorio Magno) fue el primero, ya a finales del siglo VI con su famoso decreto Sicut Judaeis (Respecto a los judíos) y muchos otros le siguieron imponiendo órdenes específicas de protección, como Calixto II, Gregorio X, Clemente VI o Bonifacio IX. Éste último fue el primero que, en el siglo XIV, concedió a los judíos romanos la ciudadanía de pleno derecho y él mismo se puso en manos de un médico judío. La lista siguió después, durante el Renacimiento, con Papas como Sixto IV en el siglo XV, el primero que empleó copistas hebreos en la Biblioteca Vaticana, o Alejandro VI, el famoso papa Borgia, corrupto, escandaloso, padre de cuatro hijos pese a su dignidad papal…, que fue “uno de los pontífices más projudíos de la historia” llegando incluso a crear la primera cátedra de hebreo en la universidad de Roma. La lista es interminable. Ya en el siglo XX, Pío X se entrevistó en enero de 1904 con nada menos que Theodor Herzl, que buscaba apoyos para su implantación de su estado sionista en Palestina. “El sólo hecho de que hubiera recibido a Herzl representó una contecimiento históricamente significativo”, recuerda Dalin, pero es que además el mismo Herzl reconoció luego que el Papa le trató "muy cariñosamente" y le habló entre otras cosas de la posible reconstrucción del templo de Jerusalén y la renovación allí de los servicios religiosos judíos. En 1916, Benedicto XV condenaría expresamente el antisemitismo en un documento con amplia dirusión redactado a petición del Comité Judío Americano para protestar contra los progromos en Polonia.
Con todo este curriculum previo no es de extrañar que el Reich viera en el Vaticano no precisamente a un aliado. El propio Eugenio Pacelli fue denostado a menudo durante los años 30 por la prensa nacionalsocialista que le calificaba despectivamente de “amigo de los judíos”. La biografía de Pacelli está de hecho repleta de relaciones con ellos, incluso a nivel de amistad personal, como en el caso de Guido Mendes, desde su infancia, o de Bruno Walter, director de la orquesta de la Ópera de Munich. Existen numerosos testimonios escritos suyos criticando a Hitler y a su equipo, como la carta abierta al obispo de Colonia en marzo de 1935 en la que los llamaba "falsos profetas con la soberbia de Lucifer” (esto le hubiera encantado a Otto Rahn, seguramente). Ese mismo año, en un discurso ante una multitud de peregrinos en Lourdes atacó las ideologías “poseídas por la superstición de la superioridad de raza o de sangre”. Y existen numerosos casos en los que intervino incluso personalmente para salvar judíos. Así, cuando Mussolini publicó su Manifiesto de la Raza en julio de 1938 imitando a Hitler, mandó poner en marcha varias leyes antijudías como la que les prohibía estudiar o enseñar en escuelas o universidades. Cientos de judíos fueron separados de sus cargos en gobierno, universidades y otras profesiones. Pío XII, recién nombrado papa, otorgó entonces cargos en la Biblioteca Vaticana a varios de los eruditos judíos rechazados por el régimen italiano como el cartógrafo Roberto Almagia o el profesor de derecho civil e internacional Giorgio del Vecchio.
En fin, existen numerosos testimonios de gratitud posteriores a la guerra por la labor personal de Pacelli. En 1955 por ejemplo, cuando Italia celebraba el décimo aniversario del final del conflicto, la Unión de las Comunidades Judías de Italia estableció la jornada del 17 de abril como “Día de gratitud por la ayuda prestada por el Papa en tiempo de guerra desafiando al poder nazi”. Docenas de católicos italianos, incluyendo algunos sacerdotes y monjas, fueron galardonados con medallas de oro por su labor. En 1958 cuando falleció Pío XII, la entonces ministra de Asuntos Exteriores de Israel, la emblemática Golda Meir, envió un sentido mensaje de condolencia al Vaticano y, antes de comenzar el concierto de la orquesta filarmónica de Nueva York, su director Leonard Berstein pidió un minuto de silencio por su fallecimiento. Durante las semanas siguientes, muchas organizaciones y periódicos judíos lamentaron su muerte y le rindieron tributo por el rescate de judíos durante la guerra. William Zuckerman, antiguo columnista del American Hebrew publicó en la edición del Jewish Post de Winnipeg que ningún otro líder “hizo más por ayudar a los judíos en las horas de su mayor tragedia, durante la ocupación nazi de Europa, que el último Papa”.
A pesar de todo esto, siguen publicándose barbaridades periódicamente en forma de artículos y críticas elogiosas a libros manipulados en medios de comunicación presuntamente prestigiosos como The New York Times o como Il Corriere della Sera, donde un periodista e historiador llamado Alberto Melloni (que, aunque muchos lectores probablemente lo ignoraran, se autodefine políticamente ubicado en la izquierda y el anticatolicismo) publicó en diciembre de 2004 que en 1946 Pío XII dió instrucciones explícitas a su nuncio papal en
Francia para que no devolviera los niños judíos que habían sido ocultados por
familias católicas francesas durante la guerra, si es que éstos habían sido bautizados
mientras estaban acogidos por esas familias o dentro de alguna institución católica. Resulta que ese nuncio era Angelo Roncalli, el futuro Juan XXIII, quien, tras ignorar las órdenes del “corazón de piedra” de Pacelli, las contradijo de manera que al final las familias judías pudieran reunirse de nuevo.
Todo era una gran mentira, pero ni un solo medio de comunicación del resto del mundo lo comprobó. Al contrario, la mayoría publicaron la noticia aludiendo al periódico italiano con titulares aún más duros y con artículos y críticas brutales contra el Vaticano...
Era cierto que los niños judíos
fueron hechos pasar por católicos, y quizás alguna familia bautizó a alguno, para evitar que fueran deportados junto a sus padres a campos de concentración. Después de la guerra, había en Francia entre 10.000 y 20.000 huérfanos judíos
(otras fuentes dicen que unos 8.000 entre Francia, Polonia, Bélgica y Holanda).
Pero ya en 1946 Isaac Herzog, gran rabino de Palestina, se reunió con Pío XII
para preguntar qué se podía hacer para devolver a esos niños con sus familias y Pacelli contestó que investigaría la situación y ordenaría devolverlos a todos. Cumplió su palabra y León Kubowitzky, del Congreso Judío Mundial, reconoció en 1965 que “apenas
sí sé de un único caso en el que las instituciones católicas se negaran a
devolver a niños judíos”, aunque no especificó cuál. En cuanto a Melloni y el resto de sus corifeos en la prensa mundial, ¿sucedió algo con ellos? No, nadie pidió perdón ni rectificó con el mismo ímpetu con el que se habían subido al carro del tópico en su "valiente denuncia" y muchos articulistas siguen opinando sobre lo divino y lo humano sin que a ellos -ni a sus lectores- les importe lo más mínimo...
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Si la actuación real de Pío XII fue la que fue, ¿por qué sigue habiendo tantos Mellonis por el mundo? Dalin cree que las críticas obedecen al fuerte (y por otra parte lógico) anticomunismo no sólo de Pacelli, sino del Papa que estaba en el poder cuando se escribieron muchos de esos textos difamantes: Juan Pablo II. Muchos de los intelectuales de izquierdas tanto en Europa como en Estados Unidos no supieron digerir la derrota moral y física de la Unión Soviética y su posterior desaparición (a la que contribuyó con bastante habilidad el Vaticano) y se habrían dedicado a escribir este tipo de libelos como venganza.
No creo que sea ésta la única razón, ni siquiera la de mayor peso, para organizar semejante campaña que a día de hoy reaparece esporádicamente. Sólo sé que El mito del Papa de Hitler nunca recibió la apabullante publicidad que los libros antes citados, muchos de los cuales se los sigue uno encontrando con facilidad en librerías mientras que el de Dalin rara vez aparece (yo me topé con él por "casualidad"). Y que tiene dos grandes virtudes, que lo hacen temible para las mentes endebles o acomodadas. Primero, desmonta con paciencia de relojero y una montaña de datos las muchas y falsas acusaciones lanzadas en los últimos años contra Pío XII por Hochnuth, Carroll, Cornwell, Goldhagen y su legión de ignaros seguidores. Segundo, cuando uno lo termina empieza a dudar seriamente de muchas de las "verdades irrefutables" que ha venido escuchando desde hace tantos años sobre lo que verdaderamente sucedió durante la Segunda Guerra Mundial.
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