Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 7 de octubre de 2016

Supervivencia: quién sobrevive, quién muere y por qué

Todo el que me conoce un poco sabe que soy de profundidades más que de alturas, pero en los años de mi existencia actual (en otras, fui más aguerrido y llegué más arriba) he tenido la oportunidad de visitar algunos de los puntos más altos de la geografía conocida: los Pirineos, los Alpes y los Andes. La verdad es que lo más alto que he llegado en persona ha sido el Teide y la experiencia no fue especialmente agradable. A medida que subía pasito a pasito me ponía más enfermo y no porque tuviera miedo de despeñarme por la (aparente) suave ladera sino, al revés, porque crecía en mi interior el irracional pavor a caer hacia arriba. Es lo malo de tener mucha información: el subconsciente empieza a trabajar por su cuenta y escapa de tu control. Dudo mucho de que un hombre de la antigüedad (que pensaba no sólo que la Tierra fuera plana sino que estaba en el centro de todo) pudiera plantearse algo parecido. Sin embargo, el impresionante horizonte curvado, cada vez más presente a mi alrededor, y el conocimiento de que vivimos en una esfera que cae permanentemente en el universo, donde en realidad no existe un arriba y un abajo definidos, me hacía temer que en cualquier momento la gravedad dejara de funcionar y de pronto me viera proyectado hacia el cielo sin control y sin poder agarrarme a nada.

(Entre paréntesis, después de leer el párrafo anterior queda claro por qué llevo años suspendiendo la asignatura de Viajes conscientes con cuerpo astral en la Universidad de Dios...)

Me gustan las montañas, me gustan mucho, pero nunca he podido disfrutar de ellas todo lo que he deseado porque tengo ese problemita con las alturas (de la misma forma que adoro el mar, pero nunca he podido disfrutar de la navegación porque me mareo como un pato en cuanto piso una cubierta). Me sorprendió una reflexión sobre ellas que leí este verano durante mi estancia en Walhalla en un libro ciertamente curioso: Supervivencia. Quién sobrevive, quién muere y por qué, firmado por el norteamericano Laurence Gonzales. Y es que solemos percibir los macizos montañosos como sólidos, robustos y estables, hitos poderosos de la Naturaleza ante los cuales los seres humanos resultan insignificantes, como hormigas ante un inmenso promontorio de..., tembloroso merengue a punto de desplomarse sobre sí mismo.

¿La montaña tiene la solidez del merengue? Si lo piensas bien, incluso menos, comparativamente. Sólo llegamos a intuir esto ante las impresionantes imágenes de los aludes invernales (pero aún entonces solemos pensar que las avalanchas sólo contienen nieve) o los trágicos derrumbes de toda una ladera sobre algún lugar habitado, como sucedió hace ahora un año a las afueras de la capital de Guatemala. Lo cierto es que una montaña se puede romper con relativa facilidad y de hecho se está desmoronando continuamente delante de nosotros como puede dar fe cualquiera que haya paseado a los pies de una de ellas, salpicados de lascas, tierra e incluso grandes bloques de piedra sueltos. No somos capaces de apreciarlo porque nuestras vidas humanas son mucho más fugaces, de la misma forma que una mosca que vive 20 días durante un seco y caluroso verano morirá sin comprender qué es la lluvia, ni imaginar siquiera que existe algo así. Gonzales utiliza este ejemplo para indicar que "pensamos que creemos en lo que sabemos pero en realidad sólo creemos en lo que sentimos". Porque lo interesante de este libro es que el autor, por lo demás un especialista en la materia. no se limita a recoger casos más o menos curiosos de supervivientes en circunstancias extremas (senderistas perdidos, aviadores novatos aterrizando cazas en portaaviones, navegantes más o menos solitarios, pilotos de moto demasiado audaces, piragüistas inconscientes...) sino que los analiza a la luz de los últimos descubrimientos psicológicos y neurológicos para definir el perfil del superviviente.

No es extraño que este escritor, nacido en Missouri pero de inequívoca ascendencia hispana (ese González transmutado en un casi paródico Gonzales, como si fuera "el ratón más veloz de todo México"), se interesara por estos asuntos dado que su padre, un oficial de bombarderos durante la Segunda Guerra Mundial, vivió una asombrosa experiencia a finales de enero de 1945. Su avión fue alcanzado por la artillería antiaérea durante una misión sobre Alemania y cayó desde 8.200 metros de altura, con la mayor parte de la tripulación ya muerta en su interior. La fuerza centrífuga le impidió saltar en paracaídas y, milagrosamente, el hombre no murió en el impacto aunque quedó gravemente herido en el interior de la cabina, con los brazos, manos, pies, piernas y nariz rotos. La brutal campaña de bombardeos de terror sobre la población civil germana mpulsada personalmente por Churchill y Roosevelt en los últimos años de este sangriento conflicto había convertido a los aviadores angloamericanos en los enemigos más odiados por los ciudadanos alemanes, por lo que matar a los que se salvaban gracias al paracaídas o los aterrizajes forzosos era la (única) forma de venganza de estos civiles. El padre de nuestro autor fue encontrado junto a los restos de su bombardero por un campesino, que quiso dispararle..., pero se le encasquilló la pistola. Y, como no hay dos sin tres, antes de que decidiera rematarle a pedradas o estrangulado o de cualquier otra forma más primitiva, llegó al escenario un oficial alemán que le salvó de nuevo la vida al tomarle prisionero y tras echar al campesino. Trasladado y curado en un campo de prisioneros, tras la guerra se reincorporó exitosamente a la vida corriente. El recuerdo de este singular episodio, contado tantas veces a familiares y amigos, impactó al joven Laurence que, inevitablemente, quiso vivir sus propias aventuras y escribir luego sobre ellas.

Supervivencia. Quién sobrevive, quién muere y por qué contiene informaciones muy interesantes sobre el comportamiento humano y sobre el funcionamiento del cuerpo, y también de la mente, ante situaciones de gravedad en las que se demuestra la falacia de muchas de las creencias que nos mueven en el día a día. Por ejemplo, explica cómo cada acto humano genera nuevos enlaces entre neuronas, de manera que nuestro cerebro, el que usamos ahora mismo para recordar algo que nos sucedió en el pasado, no es el mismo cerebro que formó el recuerdo inicial, lo que inevitablemente termina por alterar nuestra memoria y por supuesto nuestra percepción..., con todo tipo de efectos generalmente desagradables. Y cómo, según la neurociencia moderna, el cuerpo controla al cerebro tanto como el cerebro controla al propio cuerpo, de forma que la mayoría de las decisiones que asumimos a diario no las tomamos usando la lógica, aunque estemos convencidos de ello. En otras palabras: "las operaciones inconscientes del cerebro son (...) la regla más que la excepción e incluyen casi todo lo que hace". No controlamos nuestra propia vida en absoluto, puesto que no nos controlamos a nosotros mismos. Así que vivimos, como las montañas, en medio de frustraciones, fracasos y desmoronamientos constantes de nuestra realidad, aunque la mayoría de estos reveses no tiene consecuencias (al menos, graves) y por ello no les damos ninguna importancia. Es curioso cómo el mismo hecho de caminar se puede interpretar como una sucesión de fallos constantes, reconducidos en el último momento, justo cuando estamos a punto de caer al suelo, lo que evitamos al mover la otra pierna y proyectarla hacia delante para seguir caminando...

Y así vivimos en una falsa sensación de normalidad pese a que "la gente no se da cuenta de que el que no suceda un accidente no supone garantía alguna de que no vaya a suceder" en cualquier momento, cuando menos se lo espera, porque "todo el tiempo están sucediendo cosas que no han sucedido antes". Ello nos hace vivir de manera temeraria, como si fuéramos turistas tomando el té tranquilamente sentados en un cafetín cuando en realidad estamos al borde de un precipicio sin darnos cuenta de que en cualquier momento podríamos resbalarnos y caer y morir. Gonzales cuenta la historia de un montañero que fue rescatado en el Parque Nacional de Yosemite, en California, donde había quedado indefenso, víctima de la insolación. Fue necesario que acudiera un helicóptero del ejército con expertos a bordo que necesitaron 120 metros de cuerda para salvarle. Seis meses después, en la ladera de enfrente, fue necesario rescatar otra vez al mismo tipo, aunque lo que padecía en esta ocasión era hipotermia. En esta segunda oportunidad no tuvo tanta suerte y acabó muriendo... No es un caso raro. Estamos ciegos y sordos ante los avisos de la Naturaleza. Recuerdo ahora a una persona que conocí: joven, fuerte e inteligente, mas de personalidad despótica, ambiciosa y maltratadora, que sufrió un grave problema de corazón que requirió una intervención quirúrgica y largos meses en tratamiento. Pensé que una experiencia tan dura le haría recapacitar sobre su comportamiento hacia los demás (qué simbólico fue que su duro corazón fuera la parte más afectada del cuerpo) pero no fue así. Al regresar a su vida normal volvió a comportarse igual o peor que antes. Leyendo el caso del montañero de Yosemite no pude evitar recordarle, aunque deseo sinceramente que tenga tiempo de recapacitar y reconciliarse con la vida antes de que la Naturaleza decida que no le da una segunda oportunidad...

En su libro, Gonzales apunta que los supervivientes suelen serlo porque descubren una relación profunda, íntima, incluso espiritual, con el mundo en el que vivimos. Y a menudo tienen su propio talismán para conectar con él. Hay una historia muy bonita acerca de una mujer, Debbie Kiley, que naufragó con otras cuatro personas en una experiencia tan dura que tres de ellas murieron. Durante las primeras horas tras el desastre, a bordo de una balsa a la deriva en el inmenso océano, Debbie recordó la historia que, en cierta ocasión, le había contado un viejo marinero y, según la cual, si uno sale a la mar, debe llevar consigo una perla negra porque es una especie de seguro de vida. En caso de perderse navegando, podría cambiársela a Poseidón, el dios marino, por su propia vida. Como la mujer trabajaba en transporte marítimo, la historia le resultó simpática y en efecto se compró un pendiente con una perla negra. En la balsa tras el naufragio, se palpó la oreja y descubrió que todavía lo llevaba, así que se lo quitó y lo lanzó al agua, haciendo un pacto mentalmente consigo misma y con el mar. Tras cinco largos y dramáticos días a la deriva y sin agua, ella y el otro superviviente fueron al fin encontrados y recogidos por un carguero. En su caso, los expertos determinaron que había logrado sobrevivir gracias a la actitud positiva derivada entre otras cosas de su "pacto". Entrevistada por Gonzales, afirmó que en una circunstancia similar "nunca debes olvidar que no puedes depender de nadie y que lo quieres conseguir debes llevarlo dentro de ti"

Para el autor, la clave y el misterio central de la supervivencia está en alcanzar cierto estado interior de conciencia, en el que la mente esté tranquila y en orden pues "la vida es, a fin de cuentas, orden dentro del caos. Todo lo demás se reduce a entropía". Y cita un texto siempre recomendable, el Tao Te King, que explica el acto de supervivencia de acuerdo con su poético y críptico estilo con estas palabras: "Aquél que preserva bien la vida/no teme a tigres y rinocerontes/cuando se adentra en la espesura;/tampoco se viste de armadura o se pertrecha/cuando entra en combate./ El rinoceronte no tiene dónde hincar su cuerno,/ el tigre no tiene dónde hincar sus garras,/ un arma no tiene dónde hincar su filo./¿Por qué?/Porque en él no hay flancos mortales." Se trata, pues, de ver el mundo con claridad, apreciando sus cambios y modificando el comportamiento propio en consecuencia. Eso nos dará más probabilidades de vivir pero "no salvará a todos de todo. Nada lo hará, aunque servirá de gran ayuda en la mayoría de las situaciones".

Para los aficionados a las listas, el libro contiene dos inventarios de sugerencias. El primero, está orientado a evitar problemas y accidentes y, por tanto, limitar al mínimo el riesgo de tener que luchar por la propia vida. Se basa en un dicho de aviadores: "Hay pilotos temerarios y hay pilotos viejos, pero no hay pilotos temerarios y viejos". El segundo, indica cómo intentar salir adelante y convertirse en un superviviente en caso de haber fracasado con la primera lista. La mayoría de las recomendaciones en una y otra son básicas. Entre las primeras, por ejemplo, figuran evitar el comportamiento impulsivo, nunca apresurarse o practicar la modestia -"un comandante de las fuerzas especiales de la Armada contó (...) que la gente tipo Rambo es la primera que cae porque suele pensar que como es buena para algo también lo es para otras cosas"-. También incluye la idea de "confabular con los muertos" que parte de la base de que "si pudieras reunir a tu alrededor a los muertos y sentarte junto a ellos junto a un fuego de campamento para escuchar sus historias, estarías en la mejor escuela de supervivencia" pero como eso no es factible, "léete los informes de accidentes de la actividad que decidas hacer" antes de hacerla, porque es otra manera de aprender de aquéllos que erraron gravemente antes que tú. Entre las segundas recomendaciones, cita mantener siempre la calma, utilizar tanto el humor como el miedo para concentrarse, agradecer el hecho mismo de estar vivo, cantar o jugar con la mente -un tipo que se perdió durante semanas en la selva boliviana "tuvo alucinaciones de que estaba con una hermosa compañera con la que dormía todas las noches mientras viajaba..., todo lo que hizo lo hizo por ella" y logró sobrevivir porque pensaba estar salvándola a ella, además de a sí mismo-, tener fe en su propia persona y, lo más importante: no tirar nunca la toalla. 

Respecto a esto último, los supervivientes "no se frustran fácilmente (...) aceptan que el entorno cambia continuamente (…) mantienen alta su moral mediante el desarrollo de un mundo alternativo hecho de recuerdos gratos al que puedan escapar (…) abrazan el mundo en el que se encuentran y ven oportunidades en la adversidad..."

En los próximos días se cumplirán 7 años desde que arrancó Fácil para nosotros. Hoy es viernes, el primero de octubre, y por tanto toca publicar, de vuelta ya del Walhalla. Y resulta que es día 7. Sin duda, hablamos de un número mágico.

A estas alturas, creo que puedo definir la experiencia de los últimos años como algo sumamente interesante en muchos sentidos, si bien ha estado a punto de finalizar en varias ocasiones y siempre por la misma razón: tantas cosas por hacer y por aprender, tantos lugares a donde ir y conocer, tantos proyectos por afrontar y culminar, tantos amigos por comprender y por amar, tantos enemigos por combatir y por vencer, tantos libros por leer y por escribir..., y tan poco tiempo para hacer todo eso. Si una persona te dice alguna vez que está aburrida, ten por seguro que hablas con un muerto, por muy abiertos que tenga sus ojos y por mucho que parezca estar respirando: nadie en su sano juicio, ni con una vida sana, puede admitir la existencia del verbo aburrir entre su vocabulario habitual. 

Es completamente cierto que tempus fugit, aunque la mayoría de las personas no se dan cuenta de ello hasta que es demasiado tarde y, de repente, su oportunidad ya se ha terminado. En ese sentido, los inmortales tenemos una ventaja obvia. Quizá por eso continúa adelante Fácil para nosotros, como un auténtico superviviente.

Los comienzos de curso en la Universidad de Dios siempre me dejan el alma melancólica...








3 comentarios:

  1. Me gusta tu blog y las cosas que cuentas, me atrae mucho lo de otras vidas pasadas, parece que tu lo tienes claro, jejeje. Saludos!!

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  2. Que bueno volver a leerte! Realmente a leer una nueva entrada, ya que para no faltar a la verdad he ido leyendo post anteriores al azar (si es que existe)...
    Gracias por compartir el nuevo curso (y el tiempo que eso implica) con todos nosotros. Deberían tener en cuenta en la facultad el trabajo extra que supone dejar registro de la experiencia para quien quiera pueda algún día ingresar en tan peculiar institución.

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  3. Años después vuelvo a re leer este grandioso articulo. Siempre agradecido por este espacio que creaste !

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