El otro día tuve oportunidad de ver Maléfica, la película estrenada en 2014 por Disney: una compañía que ya poco tiene que ver con el maravilloso proyecto que puso en marcha el viejo Walter, delaque por desgracia apenas conserva el apellido..., y eso por razones comerciales. Confieso que sentía cierta curiosidad por verla pero en su día me negué en redondo a ir al cine y pagar una entrada para financiarla. Sabía que más pronto que tarde estarían "inyectándonosla en vena" de forma gratuita a través del televisor (esa "arma definitiva del doctor Göbbels", como diría el genial Bonvi), que ofrece toneladas de películas y series con los mensajes que la gente común "debe" recibir (para acatar sus mandatos subconscientes sin rechistar) y racanea, cuando no esconde descaradamente, aquellas otras que contienen ideas que pueden hacer reflexionar a los reos de pensamiento o, simplemente, animarles con sentimientos positivos.
Ni que decir tiene que Maléfica respondió a mis expectativas. Es decir, estaba concebida y ejecutada con tanta habilidad técnica como cargada de propósitos dañinos e impulsos de muerte. Un auténtico bombón envenenado. No, mejor, ya que hablamos de Disney: una auténtica manzana envenenada. No hace tantos años, un ataque tan burdo y descarado como éste a la enorme sabiduría que esconden los viejos cuentos de hadas (escritos hace mucho más tiempo de lo que suele creerse y que Walt Disney supo revitalizar y adaptar al lenguaje contemporáneo, igual que Perrault lo hiciera en el XVII o los Grimm en el XIX) me hubiera enfurecido y mucho, como de hecho sucedió en alguno de los artículos que publiqué en los primeros tiempos de esta bitácora...
A día de hoy, me lo tomo con más calma. Se ve que mis estudios en la Universidad de Dios han tenido al menos el efecto benéfico de tranquilizarme al respecto, pues he comprendido que por muchos mesías que se presenten en la Tierra, nadie lo va a salvar nunca. No está hecha para eso. Este planeta es perfecto tal y como fue diseñado y tal como está funcionando, con sus conflictos, sus enfermedades, sus torturas, sus traiciones, sus corrupciones y el resto de ingredientes del catálogo de aventuras y desafíos que han de enfrentar los, en realidad, escasos guerreros que se ponen a prueba por entre estos bien trabajados escenarios y decorados, a veces "hermosos" y a veces "horribles", compartiendo el teatrillo de la vida con los homo sapiens y con algunos otros seres extravagantes disfrazados de homo sapiens.
Así que recordemos que Maléfica en La Bella Durmiente, la película de 1959, era una hechicera tan poderosa como siniestra. De hecho, los connoisseurs de la factoría Disney (al menos, de la época original) la consideran una de las villanas más importantes jamás creadas en sus talleres. Su propio nombre da, de entrada, idea de su carácter, aunque los guionistas de la cinta de 2014 se encojan de hombros. Y es que a nadie en su sano juicio a lo largo de la historia de la creación literaria (o cinematográfica), a excepción de en estos tiempos decadentes que hemos elegido vivir en los que el sano juicio se ha convertido en un producto más escaso que el oro, se le ha ocurrido bautizar a una heroína que lucha por el bien, la bondad, la alegría o la justicia con un nombre al que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define como propio de aquella persona que 1) "perjudica y hace daño a alguien con maleficios", 2) "ocasiona o es capaz de ocasionar daño", 3) "practica hechicerías".
Para reforzar ese carácter, la representación gráfica de esta terrorífica bruja la dotaba de un vestido negro largo (sí, biempensantes del mundo: el negro es el color del mal, siempre lo ha sido y no, no es porque las personas de raza negra sean malas sino porque está asociado a la falta de luz, a la oscuridad, que conduce al ser humano al desastre) con detalles morados (el púrpura es, por tradición, el color de la nobleza y el poder, con lo que se sugiere que Maléfica es un personaje "bien situado" en los círculos infernales) y cuernos (que están originalmente relacionados con el conocimiento y la iluminación -ya venga del Cielo o del Averno-, no específicamente con el demonio; al que no se lo crea le recomiendo revisar la escultura antigua, como el famoso Moisés cornudo de Miguel Ángel en San Pietro in Vincoli). Además, se rodea de diversos elementos que subrayan todavía más su naturaleza: un bastón de poder mágico, una legión de servidores diabólicos y un cuervo como ayudante (aunque aquí aparece en su aspecto maléfico, el cuervo en sí mismo no es un animal "malo" como simbólicamente se ha considerado a, por ejemplo, la rata o el escorpión, pero sí un psicopompo, asociado a la muerte y al viaje entre este mundo y el otro).
En 1959, Maléfica es coherente consigo misma y odia la prosperidad y la felicidad de los reinos humanos. Actúa contra ellos no por una razón específica, sino por su propio carácter, y lo hace con ocasión del nacimiento de la princesa Aurora como lo podría hacer con motivo de una buena cosecha o la celebración de una boda por amor, eso es lo de menos. Teniendo en cuenta que el color de su piel es de un tono verdoso, probablemente maldice a la princesa por envidia, con la cual está asociado ese color. La envidia, el odio, la traición y demás vicios del alma se manifiestan generalmente en compañía unos de otros aunque alguno lleve la voz cantante y sea más visible en primera instancia. El pacto de los dos reyes para enlazar a Aurora (otro nombre simbólico) con el príncipe Felipe (uno de los más importantes nombres de rey en la historia de Europa, que significa "amante de los caballos", en tanto en cuanto el caballo es junto con el toro el principal animal sagrado de la antigüedad en nuestra cultura) es una representación, como en muchos otros cuentos "infantiles", de la boda alquímica en la que el alma se desposa con el espíritu para salvarse ambos y no una "expresión del heteropatriarcado machista y dominante en el que la mujer es una muñequita pasiva" y otras estupideces semejantes que he leído por ahí. Para destacar la protección que Aurora posee por parte de la Naturaleza (que es la parte femenina de Dios), ésta cuenta con la ayuda de tres hadas cuyos nombres también hablan por sí solos: Flora, Fauna y Primavera.
En fin, todo el largometraje original es un sabroso compendio de símbolos que sería largo entrar a explicar aquí, aunque constituyen un festín de significados ocultos para quien sepa leerlos: desde el caballo blanco de Felipe hasta el pavoroso dragón de la parte final, pasando por el estado de sueño del reino, el huso de la rueca con el que Aurora se pincha por culpa de la maldición de Maléfica o el mismo beso del despertar. Walt Disney incluso añadió sus propios códigos internos, como el hecho de que la princesa se pinche justo al cumplir los dieciséis años (en lugar de a los quince o a los diecisiete, por ejemplo), siendo así que La Bella Durmiente fue su decimosexto largometraje animado y, por cierto, la última película que creó basada directamente en un cuento de hadas antes de su muerte.
Ahora examinemos brevemente la historia de la Maléfica de 2014. Resulta que en realidad es, copio el resumen de la propia compañía Disney, "una hermosa joven con un corazón muy puro que pasa una infancia idílica en un pacífico reino del bosque hasta el día en que un ejército ataca su tierra y pone en peligro su armonía". En otro lugar se la describe incluso como un hada..., aunque las alas que luce (hasta que se las corta el ambicioso arribista del que ella se ha enamorado para satisfacer al rey y que termina, él mismo, siendo el rey; el robo de sus alas es lo que amarga su vida y la convierte, no en una bruja mala malísima, sino en una pobre víctima humillada con ansias de venganza) no tienen nada que ver con la representación habitual de las alas de las hadas, francamente. "¿Qué tendrá que ver si son de una manera u otra?", preguntará alguien. Pues..., todo. Lo importante de estas películas no es tanto lo que se ve, sino lo que el consciente no ve pero el inconsciente sí: el aspecto simbólico de lo que se está mostrando. Por ejemplo, en la película, todos los seres humanos son unos brutos ignorantes y violentos que destruyen la Naturaleza sin compasión, con lo que subrepticiamente se suma al mensaje del radicalismo ecologista (no al del verdadero ecologismo) según el cual lo mejor que podría pasarle a la Tierra es que la especie humana desapareciera por completo.
De hecho, de todos los personajes humanos que aparecen sólo uno, Aurora, es digna de relacionarse con los del mundo mágico. Y, ojo, en un plano de inferioridad: Maléfica la llama "cariñosamente" con el apodo de "animalillo" y la trata más como una mascota que como a un ser racional..., lo cual por cierto me recuerda al tratamiento que los Amos suelen dar a los homo sapiens, tanto en privado como, cada vez más, a través de los comentarios públicos de sus portavoces en los medios de comunicación. En cuanto al resto de protagonistas, el cuadro es desolador. Las tres hadas -éstas sí lo son- que en 1959 representaban los aspectos protectores y benéficos de la Naturaleza en 2014 son descritas como tres marujas mal avenidas, caprichosas e irresponsables. Y el príncipe..., sí, aquí el príncipe sí responde al prototipo de torpe y arrogante machista que a los autores de la película les hubiera gustado que fuera desde el primer momento. De hecho, el beso que despierta a Aurora no se lo da él sino... ¡Maléfica! Con esto, la película también se suma al gigantesco alud de producciones audiovisuales destinadas a ensalzar y promocionar la homosexualidad, pues al final la impresión que queda -si tenemos además en cuenta que la voz en off que relata la historia es la de la propia Aurora- es que el "amor" que siente la hechicera por su "animalillo" en realidad es una pasión meramente carnal y mal disimulada que ambas podrán desarrollar sin problemas en el "idílico" reino de "fantasía" que a partir de ese momento queda unido con el reino humano.
Al igual que sucede con la versión antigua, podemos diseccionar en profundidad la moderna y encontrar en Maléfica otros símbolos escondidos detrás de personajes, objetos y situaciones que se muestran en ella sin que el público desinformado respecto a ciertos códigos de significado sea capaz de captarlos..., pero esto convertiría un artículo ya de por sí largo en un pequeño libro. Y ya sabemos que en Internet hay que escribir textos breves, según los gurúes del asunto.
Tan sólo añadiremos algún detalle más. El productor de este desguace de la historia original es Joe Roth, un especialista en destruir cuentos de hadas con la excusa de "vamos a actualizarlos". Lo hizo por ejemplo con Oz el poderoso o Blanca Nieves y el cazador. Y el director de la película es Robert Stromberg, compadre de Roth en producciones como las citadas. De Angelina Jolie, qué voy a contar que no sepan ya o que no hayan averiguado por su cuenta los lectores habituales de este blog... Estos tres personajes forman parte del ejército de remodeladores de la realidad sobre las bases de lo políticamente correcto que en los últimos tiempos están machacando un día sí y otro también a la sociedad, con objeto de convencer a la gente de lo que se supone que es bueno y lo que es malo creer y con la indicación expresa de qué hay que respetar y qué hay que atacar. Muchos de los "intelectuales" que militan en esta horda son completos ignorantes respecto al verdadero significado que esconden los cuentos y, por supuesto, no perdonan ni respetan el marco cultural y social en el que fueron creados y empezaron a ser transmitidos, en una época en la que los valores sociales eran diferentes a los que ellos quieren imponer. Claro que hay elementos aún peores: aquéllos que sí saben de qué tratan los cuentos de hadas y aún así cargan contra ellos basándose sólo en su apariencia externa.
Otro ejemplo de este tipo de ingenieros sociales (hay quien les llama SJW o Social Justice Warriors, un nombre rimbombante para designar a aquellos "policías del pensamiento" que se pasan el día en Internet buscando supuestas ofensas en textos publicados por medios de comunicación, instituciones o particulares, para denunciarlas con el mayor escándalo posible -y, a menudo, cobrar por su silencio-) es la psicóloga neoyorquina Jennifer L. Hardstein, que defiende en un texto infumable la existencia de lo que ella llama "el síndrome de la princesa". Según esta individua, las películas basadas en cuentos de hadas como por ejemplo La Bella y la Bestia (entre paréntesis, una de mis películas Disney favoritas de siempre, con mucha más simbología aún que La Bella Durmiente) producen un "impacto negativo y peligroso" que puede llegar a derivar en trastornos mentales en los más pequeños, especialmente en las niñas, al transmitir "los valores patriarcales" que se supone dejan a la mujer en inferioridad de condiciones y blablabla.
Hardstein al menos pone su nombre y su cara delante para que todo el mundo sepa quién dice la tontería de turno, pero hay algunos defensores de este "cambio del paradigma" que son muy cobardes, como el anónimo (o la anónima) profesor (o profesora) británico (o británica) que publicó en Internet un texto para su descarga (cuenta con más de 600) y uso en las aulas (en una web ya con más de 11.000 visitas) en el que acusa a películas como La Bella y la Bestia de defender el machismo y promocionar la violencia doméstica o a Blancanieves (otra joya del simbolismo, y otra de mis favoritas) de servir para la promoción de que las mujeres tienen que limitarse a ser amas de casa y servir a un hombre, que es el que va a dar sentido a su vida. Creo que el autor (o autora) de esta argumentación destinada a confundir al alumnado no se atrevió a firmarla por temor a quedar en ridículo.
La destrucción de la herencia cultural es un arma mucho más eficiente para derrumbar una civilización que el sitio y ataque directo contra sus fronteras.
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