En el fondo sólo hay un tema. El Tema. Da igual cómo se exprese o cómo se manifieste en las distintas tradiciones culturales, religiosas o sociales de las civilizaciones que se han sucedido en este planeta: aquéllas que recordamos y aquéllas que no (porque su recuerdo es ya tan tenue debido a su ancianidad..., o porque directamente lo robaron los Amos para ocultarlo y convencer así más fácilmente a los perezosos espirituales con una versión falsa de la Historia). Este Tema no está superado. Nadie ha sido capaz de inventar todavía algo nuevo, algo diferente, por más que supuestos creadores y supuestos críticos contemporáneos estén empeñados en darnos lecciones de superioridad sobre "eso que está superado desde hace tiempo". Todos los cuentos, todas las novelas, todas las películas, todas las pinturas, todas las canciones, todas las esculturas..., todas las obras de arte (arte de verdad: fuego frío que anima la creación y que está conectado con el mundo de allá fuera, al otro lado de los barrotes de esta divertida prisión) tratan en el fondo de lo mismo. Y la situación, hoy, es la misma que hace mil o cinco mil o quinientos mil años, la misma que será dentro de cinco millones de años. Y los que somos hoy, lo somos de la misma forma que lo fueron nuestros más lejanos ancestros, por más que traten de engañarnos diciendo que estamos más "evolucionados" y por tanto somos mejores que ellos.
Ésta es de las pocas certezas que siempre me han acompañado, incluso antes de ingresar en la Universidad de Dios, porque además se me ha hecho muy clara tantas veces... Una de las que mejor recuerdo ahora mismo es aquella luminosa y ya lejana mañana en las ruinas de Pompeya, cuando me quedé petrificado delante de aquel paso de cebra de hace 2.000 años. Un paso de cebra exactamente igual que los actuales, sólo que en lugar de estar pintado en el suelo estaba semi enterrado en la tierra de la calle (a nadie en su sano juicio y con un poco de conocimiento sobre el aspecto eminentemente práctico del antiguo mundo romano se le ocurre creer que las piedras estaban completamente al aire, como se pueden ver hoy día, con el único objetivo de "reducir la velocidad de los carros") de manera que señalara un paso seguro para los peatones. Y no sólo para obligar a frenar a cabalgaduras, carromatos o bigas, sino para permitir que aquéllos pudieran cruzar la calle sin chapotear entre el lodo y los charcos en los días de lluvia.
Pompeya, como otras ruinas antiguas que tanto tienen que enseñarnos, aunque sólo queden de ellas un par de columnas, una estatua mutilada y una pared agujereada por el tiempo, da testimonio de que nuestros antepasados, incluso desde el punto de vista físico, material, eran muy parecidos a los orgullosos e inconscientes necios que habitan hoy este planeta. En esta ciudad de la Campania está también el fabuloso mosaico con la advertencia tan generalizada a los amigos de lo ajeno en las casas con guardas caninos: Cave canem (cuidado con el perro). Y hay tiendas, o restos de ellas, en absoluto muy diferentes de las que encontramos en nuestras calles. Y bares, que entonces se llamaban tabernas. Y tantas otras cosas...
Lo que mueve a los homo sapiens actuales es exactamente lo mismo que lo que movió a los que les precedieron en generaciones anteriores: comer bien varias veces al día; tener una pareja (o muchas, según los gustos) y, a ser posible, una familia; vivir tranquilamente; no trabajar demasiado; ganar dinero, posesiones materiales y posición social..., adquirir todas esas cosas con las que, en el fondo, sólo buscan una sola: la felicidad (ahhh, ignorantes de la vida..., la felicidad no es un asunto de este mundo, por más que os empeñéis). Lo único que nos diferencia de las gentes que vivieron en siglos anteriores es la tecnología de la que disponemos (nuestros coches frenan hoy delante de los pasos de cebra cuando pasa un peatón -¡o deberían!- igual que los carromatos de los antiguos romanos) y eso no es decir gran cosa. Aquello que hoy tanto nos deslumbra y entretiene, básicamente todo lo relacionado con el mundo digital y las nuevas tecnologías, quedará obsoleto más pronto que tarde y nuestros hijos (para qué decir nuestros nietos) se preguntarán cómo pudimos sobrevivir con artilugios tan limitados, de la misma forma que hoy miramos atrás y nos preguntamos cómo pudieron los vikingos cruzar el Atlántico sin brújulas, sólo con la ayuda de su rudimentaria Solarsstein, su piedra solar.
Así que el continente puede cambiar de forma llamativa, incluso espectacular, pero el contenido no: sigue siendo el mismo. Siempre es el mismo, porque la tarea es la misma. Este juego es, desde el punto de vista humano, eterno.
Y la labor de los que consiguen abrir los ojos, la de los que logran apoderarse de Udjat, también es idéntica hoy a la que fue ayer y a la que será mañana. Yo soy quien soy, quien siempre ha sido y quien eternamente será..., advertía la madre Isis al recién nacido, con unas palabras tan hermosas que el Gran Impostor robó, como tantas otras cosas, para pretender luego que las había pronunciado él. Qué bellísima imagen, la del templo de Dendera, por cierto con la presencia de mi tutor en la Universidad de Dios, el Gran Thoth, encargado no por casualidad del Ojo de Horus, "la alegría de tu corazón". Isis, Thoth, Horus y los demás dioses siguen ahí, aunque por desgracia el número de aquéllos que pueden tener acceso hasta sus estancias, que pueden llegar a conocer e incluso a forma parte de la Áurea Catena, se ha reducido drásticamente. Pero no han desaparecido, en absoluto. Es sólo que los homo sapiens, cegados por la niebla densa, son incapaces de ver el océano, aunque esté delante de ellos, y achacan el canto del oleaje al rugido de monstruos de fantasía inventados por sus miedos y sus vicios.
Marco Aurelio, el emperador, formó parte de esa cadena de oro, y por eso tantos de los pasajes del maravilloso texto que escribió para sí (o quizá, lo supiera él o no, también para otros que buscaban los eslabones del conocimiento que él tuvo la fortuna de aferrar durante su existencia) suenan tan familiares cuando uno ha tenido oportunidad de leer otros libros inspirados de distintas épocas y distintos puntos de la geografía, sin ir más lejos, las propias reflexiones de mi profesor de filosofía, Epicteto. El tono vital de fondo es el mismo y requiere de cierta capacidad de profundización personal. Un libro de este estilo es como uno de esos licores añejos, que es preciso saborear a sorbos, disfrutando de cada instante. No es un refresco que se pueda consumir en un par de minutos. Por ello no creo haber llegado tarde a la lectura de A sí mismo (también publicado con el título de Meditaciones y a veces Reflexiones) sino en el momento adecuado para poder comprenderlo bastante bien, máxime en esta buena edición de Edaf. Por ello, también, estoy convencido de que este es un libro incómodo para mucha gente pues el lector debe asumir su filosofía vital: "El objeto de la vida no es estar con la mayoría, sino escapar de encontrarse a uno mismo entre las filas de los locos."
Hay muchos fragmentos de A sí mismo que han hecho vibrar ciertas cuerdas en mi interior. Transcribo sólo un puñado de ellos, porque es imposible citar aquí todos so pena de cortar y pegar el texto íntegro. Pero si estas reflexiones despiertan verdaderamente algo en el interior de los lectores de esta bitácora, mi consejo es que adquieran el libro y se encierren con él a solas.
Una de las ideas en las que más insiste es la Muerte: su inevitabilidad, su lógica, su necesidad. Es una compañera de Vida. De hecho, es la otra cara de ella. Yo sé que en el momento adecuado recibiré la visita de la Walkiria y sé exactamente cómo es porque he viajado con ella desde éste a otros mundos muchas veces. Me pregunto quién se encargó de ir a buscar a Marco Aurelio al final de sus días..., aunque, teniendo en cuenta que murió en Vindobona, en lo que hoy llamamos Viena, quién sabe: tal vez recibiera la visita de otra hija de Wotan.
Ésta es de las pocas certezas que siempre me han acompañado, incluso antes de ingresar en la Universidad de Dios, porque además se me ha hecho muy clara tantas veces... Una de las que mejor recuerdo ahora mismo es aquella luminosa y ya lejana mañana en las ruinas de Pompeya, cuando me quedé petrificado delante de aquel paso de cebra de hace 2.000 años. Un paso de cebra exactamente igual que los actuales, sólo que en lugar de estar pintado en el suelo estaba semi enterrado en la tierra de la calle (a nadie en su sano juicio y con un poco de conocimiento sobre el aspecto eminentemente práctico del antiguo mundo romano se le ocurre creer que las piedras estaban completamente al aire, como se pueden ver hoy día, con el único objetivo de "reducir la velocidad de los carros") de manera que señalara un paso seguro para los peatones. Y no sólo para obligar a frenar a cabalgaduras, carromatos o bigas, sino para permitir que aquéllos pudieran cruzar la calle sin chapotear entre el lodo y los charcos en los días de lluvia.
Pompeya, como otras ruinas antiguas que tanto tienen que enseñarnos, aunque sólo queden de ellas un par de columnas, una estatua mutilada y una pared agujereada por el tiempo, da testimonio de que nuestros antepasados, incluso desde el punto de vista físico, material, eran muy parecidos a los orgullosos e inconscientes necios que habitan hoy este planeta. En esta ciudad de la Campania está también el fabuloso mosaico con la advertencia tan generalizada a los amigos de lo ajeno en las casas con guardas caninos: Cave canem (cuidado con el perro). Y hay tiendas, o restos de ellas, en absoluto muy diferentes de las que encontramos en nuestras calles. Y bares, que entonces se llamaban tabernas. Y tantas otras cosas...
Lo que mueve a los homo sapiens actuales es exactamente lo mismo que lo que movió a los que les precedieron en generaciones anteriores: comer bien varias veces al día; tener una pareja (o muchas, según los gustos) y, a ser posible, una familia; vivir tranquilamente; no trabajar demasiado; ganar dinero, posesiones materiales y posición social..., adquirir todas esas cosas con las que, en el fondo, sólo buscan una sola: la felicidad (ahhh, ignorantes de la vida..., la felicidad no es un asunto de este mundo, por más que os empeñéis). Lo único que nos diferencia de las gentes que vivieron en siglos anteriores es la tecnología de la que disponemos (nuestros coches frenan hoy delante de los pasos de cebra cuando pasa un peatón -¡o deberían!- igual que los carromatos de los antiguos romanos) y eso no es decir gran cosa. Aquello que hoy tanto nos deslumbra y entretiene, básicamente todo lo relacionado con el mundo digital y las nuevas tecnologías, quedará obsoleto más pronto que tarde y nuestros hijos (para qué decir nuestros nietos) se preguntarán cómo pudimos sobrevivir con artilugios tan limitados, de la misma forma que hoy miramos atrás y nos preguntamos cómo pudieron los vikingos cruzar el Atlántico sin brújulas, sólo con la ayuda de su rudimentaria Solarsstein, su piedra solar.
Así que el continente puede cambiar de forma llamativa, incluso espectacular, pero el contenido no: sigue siendo el mismo. Siempre es el mismo, porque la tarea es la misma. Este juego es, desde el punto de vista humano, eterno.
Y la labor de los que consiguen abrir los ojos, la de los que logran apoderarse de Udjat, también es idéntica hoy a la que fue ayer y a la que será mañana. Yo soy quien soy, quien siempre ha sido y quien eternamente será..., advertía la madre Isis al recién nacido, con unas palabras tan hermosas que el Gran Impostor robó, como tantas otras cosas, para pretender luego que las había pronunciado él. Qué bellísima imagen, la del templo de Dendera, por cierto con la presencia de mi tutor en la Universidad de Dios, el Gran Thoth, encargado no por casualidad del Ojo de Horus, "la alegría de tu corazón". Isis, Thoth, Horus y los demás dioses siguen ahí, aunque por desgracia el número de aquéllos que pueden tener acceso hasta sus estancias, que pueden llegar a conocer e incluso a forma parte de la Áurea Catena, se ha reducido drásticamente. Pero no han desaparecido, en absoluto. Es sólo que los homo sapiens, cegados por la niebla densa, son incapaces de ver el océano, aunque esté delante de ellos, y achacan el canto del oleaje al rugido de monstruos de fantasía inventados por sus miedos y sus vicios.
Marco Aurelio, el emperador, formó parte de esa cadena de oro, y por eso tantos de los pasajes del maravilloso texto que escribió para sí (o quizá, lo supiera él o no, también para otros que buscaban los eslabones del conocimiento que él tuvo la fortuna de aferrar durante su existencia) suenan tan familiares cuando uno ha tenido oportunidad de leer otros libros inspirados de distintas épocas y distintos puntos de la geografía, sin ir más lejos, las propias reflexiones de mi profesor de filosofía, Epicteto. El tono vital de fondo es el mismo y requiere de cierta capacidad de profundización personal. Un libro de este estilo es como uno de esos licores añejos, que es preciso saborear a sorbos, disfrutando de cada instante. No es un refresco que se pueda consumir en un par de minutos. Por ello no creo haber llegado tarde a la lectura de A sí mismo (también publicado con el título de Meditaciones y a veces Reflexiones) sino en el momento adecuado para poder comprenderlo bastante bien, máxime en esta buena edición de Edaf. Por ello, también, estoy convencido de que este es un libro incómodo para mucha gente pues el lector debe asumir su filosofía vital: "El objeto de la vida no es estar con la mayoría, sino escapar de encontrarse a uno mismo entre las filas de los locos."
Hay muchos fragmentos de A sí mismo que han hecho vibrar ciertas cuerdas en mi interior. Transcribo sólo un puñado de ellos, porque es imposible citar aquí todos so pena de cortar y pegar el texto íntegro. Pero si estas reflexiones despiertan verdaderamente algo en el interior de los lectores de esta bitácora, mi consejo es que adquieran el libro y se encierren con él a solas.
Una de las ideas en las que más insiste es la Muerte: su inevitabilidad, su lógica, su necesidad. Es una compañera de Vida. De hecho, es la otra cara de ella. Yo sé que en el momento adecuado recibiré la visita de la Walkiria y sé exactamente cómo es porque he viajado con ella desde éste a otros mundos muchas veces. Me pregunto quién se encargó de ir a buscar a Marco Aurelio al final de sus días..., aunque, teniendo en cuenta que murió en Vindobona, en lo que hoy llamamos Viena, quién sabe: tal vez recibiera la visita de otra hija de Wotan.
* "Como si estuvieras a punto de dejar la vida: así has de actuar, decir y pensar en todo momento. Marcharse de entre los hombres, si existen los dioses, no es en absoluto terrible, ya que no te pueden sumir en ningún mal. Y, si no existen o no se preocupan por las cosas de los hombres, ¿para qué vivir en un mundo vacío de dioses y providencia?"
* "Siempre hay que tener estas dos cosas presentes: una, que todo ha sido siempre semejante y ha estado sujeto a ciclos y no importa si es en cien años, doscientos o durante un tiempo indeterminado cuando uno vuelve a ver lo mismo; la otra, que el que ha vivido más años y el que ha tenido la más breve de las vidas pierden lo mismo pues sólo se pierde el presente, ya que es lo único que se tiene."
* "Quien se preocupa por si tendrá fama póstuma no se da cuenta de que todos y cada uno de los que puedan recordarle morirán pronto. Luego, también morirán sus sucesores..., hasta que todo recuerdo se extinga en la marcha de vidas que se encienden y se apagan. Pero imagínate que los que recuerdan son inmortales y que sea inmortal el recuerdo, ¿qué más te da? Y no me refiero a que al muerto ya no le pueda importar nada sino ¿qué puede importarle al vivo que lo alaben?"
* "Lo que te queda de vida transítalo como si hubieras puesto en manos de los dioses todo lo tuyo, de todo corazón, como un hombre que no se presenta como dueño y señor, pero tampoco como esclavo, de nadie."
Otro de sus grandes temas es el ser humano. Su trabajo interno de perfeccionamiento. Su necesidad de desarrollar humildad y estoicismo ante las circunstancias vitales, incluso aunque ellas le lleven a ejercer como emperador. Su comprensión de la idiotez básica y repetitiva del homo sapiens, que hay que saber perdonar..., sin dejar de protegerse ante ella.
* "¿Qué te molesta entonces? ¿La maldad humana? Considera que los seres racionales existen unos por otros, que tener paciencia forma parte de la justicia, que obran mal involuntariamente. Cuántos que se enemistaron, que desconfiaron, que odiaron, que se enfrentaron con lanzas, están ya muertos y no son más que cenizas. (...) Lo que queda, recuerda: la retirada a ese pequeño terreno que es de uno mismo; por encima de todo no te distraigas ni te desazones en esfuerzos, sé libre y mira las cosas como hombre, como ser humano, como ciudadano como animal mortal. Que entre aquellos principios que tienes a mano, aquéllos a los que vuelves tu mirada, estén estos dos: el primero, que las cosas no afectan al alma, sino que ésta permanece al margen e imperturbable y las turbulencias provienen únicamente de la opinión interior; el segundo, que todo aquello que tienes ante los ojos está a punto de cambiar y en un momento no estarás ya. No dejes de pensar en los cambios de los que has sido testigo."
* "Suma a cuantos conoces, uno tras otro. Uno quedó postrado tras los funerales de otro, otro con los de éste y sucesivamente, todo en un corto espacio de tiempo. En breves palabras, mira siempre lo humano como efímero, de poca monta: ayer mocos, mañana embalsamamiento y ceniza. Así que pasa este breve tiempo de acuerdo con la naturaleza y termina alegre, como una aceituna madura que cayera a tierra bendiciendo a quien la produjo y agradecida al árbol que la crió."
* "Uno ha de ser como un promontorio contra el que rompen sin cesar las olas, permanecer firme mientras a su alrededor se calman las turbulencias. De ningún modo pensar o decir 'Desgraciado de mí, porque me ha pasado esto' sino más bien 'Afortunado de mí, porque me ha pasado esto y permanezco libre de pena, sin quebrarme por el presente y sin miedo a lo que venga después'. Pues lo mismo que te ha sucedido a ti podría haberle pasado a cualquiera, pero cualquiera no lo hubiera sobrellevado libre de pena. ¿Por qué habría de ser aquello desgracia o esto fortuna? (...) ¿Lo que te ha ocurrido te impide ser justo, magnánimo, juicioso, sensato, reflexivo, sincero, modesto, libre y todo aquello cuya posesión lleva al pleno cumplimiento de la naturaleza del hombre? De ahora en adelante, en todo lo que pueda llegar a causar dolor, recuerda servirte de esta doctrina: esto no es una desgracia, sino que soportarlo con nobleza es una fortuna."
* "Ofrece todo aquello que está por completo en tu interior: ser honrado, digno, paciente, abstenerte de placeres, estar contento con tu suerte, ser parco en necesidades, de buen carácter, libre, sencillo, discreto, espléndido... ¿No te das cuenta de cuántas cosas eres capaz de aportar para las que no hay excusa alguna de falta de facultades naturales o de disposición, aunque tú prefieres seguir por debajo de ellas? ¿Acaso te sientes obligado a la queja, la mezquindad, la adulación, a echar las culpas a tu cuerpo, a la vanagloria, a maltratar tu alma porque no estás dotado por naturaleza?"
El libro de Marco Aurelio es un cofre del tesoro, donde se encuentran joyas de todos los colores y de todos los tamaños:
* "Al alba, cuando te dé pereza levantarte, ten esto a mano: 'Me levanto para una tarea de hombre. No me puedo enfadar por levantarme si voy a hacer aquello para lo que he nacido y para lo que he venido al mundo. ¿Es que he sido hecho para estar tumbado caliente entre mantas?' (...) No te amas a ti mismo pues, si así fuera, amarías tu naturaleza y su determinación."
* "Es terrible la vanidad, y mentirosa. Cuanto más crees encontrarte entre cosas serias, más te embauca."
* "Los dioses, aun siendo inmortales, no se irritan porque en toda la eternidad se vean obligados a soportar a hombres sin valor, tales y tantos. Además, se preocupan por ellos de muchas maneras distintas. ¿Y tú, que dentro de muy poco vas a dejar de existir, te quejas? Y eso que eres uno de los hombres sin valor..."
* "Resulta patético no rehuir la maldad propia, lo que es posible, y pasar el tiempo en cambio rehuyendo la ajena, lo que es imposible (...) Cuando tropieces con un sinvergüenza, pregúntate al momento: '¿Es posible que no haya sinvergüenzas en el mundo?' Y verás que no es posible. En consecuencia, no pidas lo imposible. Éste que has encontrado es uno de aquellos sinvergüenzas que tiene que haber en el mundo. Ten a mano este mismo pensamiento para el malvado, el desleal y todo aquél que obre mal."
* "¿Quién teme el cambio? ¿Qué podría existir si no fuera por el cambio? ¿Qué podría ser más amado y más familiar para la naturaleza del universo? ¿Podrías tomar un baño si no fuera porque la madera sufrió un cambio? ¿Podrías alimentarte si no fuera porque el alimento sufrió un cambio? ¿Puede alguna de las cosas útiles llegar a su cumplimiento sin cambio? ¿No te das cuenta de que tu cambio es semejante y de que también es necesario para la naturaleza del universo?"
Y una reflexión que me divierte particularmente, puesto que apela a mi lucha diaria en las mañanas temprano (una lucha, por lo demás, vulgar, pero que de alguna forma reconforta saber que también la sostuvo el emperador):* "Al alba, cuando te dé pereza levantarte, ten esto a mano: 'Me levanto para una tarea de hombre. No me puedo enfadar por levantarme si voy a hacer aquello para lo que he nacido y para lo que he venido al mundo. ¿Es que he sido hecho para estar tumbado caliente entre mantas?' (...) No te amas a ti mismo pues, si así fuera, amarías tu naturaleza y su determinación."
Sólo un manuscrito conserva el texto completo del libro de Marco Aurelio: el conocido como Vaticanus Graecus, fechado a finales del siglo XIV o comienzos del XV. Al final del mismo, se encuentra un poema atribuido por algunos estudiosos al erudito bizantino Aretas, obispo de Capadocia entre el siglo VII y el X (no está claro cuándo vivió). Es uno de los testimonios más antiguos que se conserva de la lectura de Marco Antonio y que muestra cómo en la antigüedad fue un texto conocido, al menos entre aquellas personas con inquietudes profundas. Dice así:
"Si quieres gobernar sobre la pena,
despliega este dichoso libro y comienza a leerlo con fruición.
En él, por una feliz sentencia, verás con facilidad
que de las cosas futuras, de las presentes y de las ya pasadas,
el goce y el sufrimiento no es más que humo."
el goce y el sufrimiento no es más que humo."
Podría transcribir muchos más párrafos del original, pero sería hacer flaco favor a quien quiera disfrutar de él por completo, así que me limitaré a añadir sólo uno más:
"Lo que surge de la tierra, hacia la tierra. Lo que brota del linaje del éter, al círculo del cielo vuelve."
En el éter nos encontraremos algún día, Marco Aurelio, y charlaremos de muchas cosas pues, aunque de cálices diferentes, estoy convencido de que hemos bebido el mismo néctar.
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