Todo está contado, todo lo ha dicho alguien alguna vez en algún momento, no existen secretos de verdad. La única diferencia entre lo que pueda escribir una persona a día de hoy respecto a lo que pudo escribir otra a día de ayer, por importante que pueda parecernos a primera vista, es meramente estilística: las palabras que usemos, el tono que le demos, el enfoque que escojamos... Pero, como dijo hace mucho el Gran Thoth, mi tutor en la Universidad de Dios, "no hay nada nuevo bajo el Sol" y basta leer a los clásicos -a los de verdad- para comprenderlo: en esta misma bitácora se ha comentado más de un ejemplo en ese sentido. El problema es la falta de autoconciencia del ser humano a lo largo de su periplo de cientos de miles de años; seguramente, de millones de años... Lo siento, pero sigo sin creerme el dogma de que la civilización existe como tal sólo desde hace 5.000 años y que en ese margen de tiempo hemos pasado del hombre mono vestido con pieles y cachiporra, arrastrando a su hembra del cabello, a la física cuántica y la carrera espacial, mientras que durante todo el tiempo anterior permanecimos en un estado animalesco. No, insisto, no lo creo. Me parece mucho más correcto decir que la Historia oficial sólo recuerda la civilización desde hace 5 milenios.
Un ejemplo obvio: las gentes que pintaron las cuevas de Altamira hace varias decenas de miles de años necesariamente tuvieron que tener un grado elevado de civilización para dejarnos semejantes pinturas que en ningún caso pudieron ser elaboradas por homínidos analfabetos (y esto lo dicen expertos en Bellas Artes) pero lo cierto es que nada sabemos hoy día acerca de esa civilización: el homo sapiens ha olvidado por completo quiénes fueron, qué crearon, hasta qué altura llegaron antes de ser sometidos por la inexorable ley de la vida que marca un punto máximo de desarrollo y su posterior decadencia, destrucción y desaparición de los escenarios de la (en este caso) prehistoria. Y, antes de Altamira, a la fuerza, tuvo que haber otras culturas y otras civilizaciones hoy perdidas en nuestra memoria racial y por tanto en nuestro recuerdo cultural. Por eso tantos historiadores formales en el fondo no se diferencian mucho de aquellos aldeanos medievales para quienes el mundo se reducía a la comarca donde nacían, vivían y morían, sin salir jamás ni siquiera del reino al cual pertenecían, sin tener idea de lo grande -y, al mismo tiempo, de lo pequeño- que es nuestro planeta.
Así que está todo dicho ya, incluso repetido, y a pesar de ello la mayor parte de lo importante se olvida de generación en generación (¡ay, la ley del Eterno Retorno...!) y así es como el Conocimiento se hace secreto: no por su propia naturaleza, sino porque el homo sapiens le da la espalda, ignorándolo, como si no supiera reconocerlo, como si siempre fuera a estar ahí a su capricho, como si en realidad no tuviera importancia porque dispone de todo el tiempo del mundo. De esta manera deja un rato de lado la lámpara mágica para entretenerse con las joyas, las sedas, las monedas de oro y otras cuentas brillantes que hay en la cueva donde entró y salió con bien Aladino y, cuando quiere darse cuenta, la ha perdido de vista, enterrada bajo otros tesoros -que no lo son de verdad, no como la lámpara-. Aún peor, se ha perdido a sí mismo de vista. Y sólo cuando le queda muy poca vida de repente se acuerda de quién es, de la lámpara, de lo que pensaba hacer al acceder a la cueva..., y se da cuenta con gran sorpresa de que el tiempo ha pasado a una velocidad supersónica, ya es viejo y está incapacitado. Y comprende el porqué de tantos esqueletos desparramados aquí y allá entre las riquezas materiales: no eran guardianes sobrenaturales como pensó en un primer instante cuando accedió a la cueva, sino advertencias. Como las estatuas de piedra, en verdad guerreros petrificados, que adornaban la entrada al palacete de Medusa. Y sabe con tristeza que él engrosará esa legión de fracasados...
Carlos Castaneda fue uno de esos tipos extravagantes que supo ciertas cosas y las contó, a su manera, en unos libros fáciles de leer pero complicados de entender, con revelaciones de sumo interés camufladas entre un montón de pistas falsas e incluso delirantes. Es una manera clásica de presentar ciertos conocimientos que no pueden, por diversas razones, ponerse negro sobre blanco al alcance de cualquiera. Sin embargo, la persona en posesión del adecuado tamiz, puede cribar la arena y quedarse con las pepitas de oro. Investigadores modernos le han acusado de ser un fraude como antropólogo, de inventarse literalmente sus aventuras, de tiranizar a sus seguidores y vivir a su costa, de aprovecharse sexualmente de sus discípulas... Bueno, siempre que alguien triunfa, no importa en qué campo sea (si bien en el del pensamiento se da mucho), aparecen más pronto que tarde los autodenominados "desmitificadores", encargados de contar que el triunfador no es trigo limpio, que hizo tal o cual cosa mal, que no llegó tan lejos como parece, etc., y mientras "iluminan" al público ganan un montón de dinero con sus libros, sus apariciones en tertulias televisivas y demás.
Lo cierto es que no es nada fácil comprobar si las acusaciones son ciertas o no, porque el propio Castaneda se encargó personalmente de "borrar" todos los datos que pudo de su vida, su familia y hasta su propio origen porque, según contaba, los verdaderos brujos trabajan por sistema en la destrucción de su importancia personal para poder avanzar en su camino, más allá de la personalidad y lo material (lo cual, por otra parte, es cierto). Tampoco se dejaba fotografiar (la de arriba es una de las pocas fotos que existen de él) o grabar fácilmente, ni participaba en conferencias o actos públicos siempre que podía evitarlo. De hecho, hay quien duda de que muriera de verdad en 1998 y sugiere que lo que hizo fue simplemente "quitarse de en medio".
De sus libros, siempre me parecieron los mejores, por coherencia y por contenido de conocimiento, los cuatro primeros: Las enseñanzas de Don Juan, Una realidad aparte, Relatos de poder y, en especial, Viaje a Ixtlán que, aunque lo nombro aquí en último lugar es el tercero por orden de publicación y para mí tiene un significado muy especial. En ellos, contaba las enseñanzas del chamán yaqui Don Juan Matus y sus colegas de brujerías como Don Genaro (los investigadores "desmitificadores" dudan de que existieran estos chamanes y los consideran meros recursos literarios, pero lo dicen ellos que nunca tuvieron ocasión de conocerlos personalmente), y cómo le iniciaron en el camino de la "hechicería". Los textos siguientes nunca me parecieron a la misma altura y algunos de ellos me dieron la impresión de ser demasiado pobres e incluso superficiales, como si hubieran sido escritos por otra persona. O acaso como "camuflaje", para hacer más densa la nube de la tinta del calamar y ayudar a ocultar ciertos conocimientos expuestos con demasiada claridad.
Aún así, en el libro publicado el mismo año de su muerte, El lado activo del Infinito, incluyó uno de los relatos de terror más espeluznantes que he leído jamás y en el que sin duda se inspiraron después algunos famosos autores anglosajones de corte conspiranoico (y algún que otro escritor de ciencia ficción) para explicar cómo actúan ciertas presencias invisibles a los ojos físicos. El escenario, como tantas otras veces, muestra a Castaneda con Don Juan, quien le enseña a reconocer mirando "sin enfocar la mirada, sino como con el rabillo del ojo" unas "sombras fugaces" que viven entre los hombres y que con un entrenamiento adecuado pueden ser vistas durante el crepúsculo. Según su descripción: "me parecían peces negros y gordos, peces enormes. Era como si gigantescos peces espada volaran por el aire (...) la visión me asustó". El brujo yaqui le explica que los chamanes del México antiguo fueron los primeros que las vieron y descubrieron en ellas "algo trascendental" y es que "tenemos un compañero de por vida, un predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control sobre nuestras vidas. Los seres humanos son sus prisioneros. El predador es nuestro amo y señor. Nos ha vuelto dóciles, indefensos (...) tomaron posesión de nosotros porque para ellos somos comida y nos exprimen sin compasión porque somos su sustento. Así como nosotros criamos gallinas en gallineros, así también ellos nos crían en 'humaneros'."
Castaneda se rebela ante semejantes "afirmaciones monstruosas" pero es incapaz de irse y continúa escuchando las explicaciones de don Juan: "los predadores nos han dado nuestros sistemas de creencias, nuestras ideas acerca del bien y el mal, nuestras costumbres sociales. Ellos son los que establecieron nuestras esperanzas y expectativas, nuestros sueños de triunfo y fracaso. Nos otorgaron la codicia, la mezquindad y la cobardía. Es el predador el que nos hace complacientes, rutinarios y egomaníacos". Y hacen todo eso de una manera eficaz, organizada y..., espantosa: "Nos dieron su mente. ¿Me escuchas? Los predadores nos dieron su mente, que se ha vuelto nuestra mente: barroca, contradictoria, mórbida, llena de miedo a ser descubierta en cualquier momento. Aunque nunca has sufrido hambre, sé que tienes unas ansias continuas de comer, pero no son sino las ansias del predador que teme que en cualquier momento sus maniobras serán descubiertas y la comida le será negada."
Le explica que los antiguos chamanes llamaron a estas entidades los "voladores" precisamente por su aspecto etéreo y explica qué es lo que comen del ser humano: "los chamanes ven a los niños humanos como bolas luminosas de energía cubiertas de arriba a abajo con una capa brillante (...) de conciencia y es esa conciencia lo que los predadores consumen. Cuando un ser humano llega a adulto, todo lo que queda de esa capa brillante es una angosta franja desde el suelo hasta por encima de los dedos de los pies. Esa franja permite al ser humano continuar vivo, pero apenas." Según el brujo yaqui, el hombre es la única especie en la Tierra que posee esa capa por fuera de su energía luminosa y por eso es una presa codiciada por estos seres. Aprovechando el único punto de "anclaje" con la vida, estos parásitos "crean llamaradas de conciencia que proceden a consumir de manera despiadada (...) nos otorgan problemas banales que hacen crecer esas llamaradas de conciencia y de esta manera nos mantienen vivos para alimentarse". Y cuando Castaneda pregunta qué se puede hacer, cómo puede la humanidad combatirles, viene lo más terrible: "No hay nada que tú y yo podamos hacer (...) -si la gente normal te oye hablar de eso- se reirán y se burlarán de ti y los más agresivos te darán una patada en el culo (...) el hombre, el ser mágico que es nuestro destino alcanzar, ya no es mágico. Es un pedazo de carne. No hay más sueños para el hombre sino los sueños de un animal que está siendo criado para volverse un pedazo de carne: trillado, convencional, imbécil".
Los voladores son "una parte esencial del universo y deben tomarse como lo que son realmente: asombrosos, monstruosos, el medio por el cual el universo nos pone a prueba (...) al ser poseedores de energía con conciencia, somos los medios por los que el universo se vuelve consciente de sí mismo y los voladores son los desafiantes implacables. No pueden ser considerados de ninguna otra forma." La única manera de defenderse de ellos, explica finalmente, pasa por la disciplina individual, pero "no me refiero a arduas rutinas (...) los chamanes entienden por disciplina la capacidad de enfrentar con serenidad circunstancias que no están incluidas en nuestras expectativas (...) es un arte, el arte de enfrentarse al infinito sin vacilar, no porque uno sea fuerte y duro, sino porque está lleno de asombro". Practicar bien esta disciplina convierte la capa brillante en "desabrida para el volador (...) que así se desconcierta. Una capa brillante de conciencia que sea incomible no es parte de su cognición, supongo. Una vez desconcertados, no les queda otra opción de dejar su nefasta tarea" y si se consigue mantener alejados a estos parásitos el tiempo suficiente la conciencia crecerá más allá del nivel de los dedos de los pies y se desarrollará hasta su tamaño natural. A medida que esto sucede, "tremendas maniobras de percepción se vuelven cosa corriente" y el ser humano desarrolla cierto poder. Don Juan explica que es posible agotar al predador "con silencio interno" de manera que llega un día en el cual el volador deja de interesarse en uno y desaparece para siempre. Es interesante recordar aquí que todas las tradiciones espirituales e incluso mágicas han insistido siempre en la adquisición y el mantenimiento de un especial estado interno de quietud y silencio internos como medio de enfrentarse adecuadamente a la existencia y poder extraerle sus secretos...
Paradójicamente, el día en el que el volador nos deja en paz de una vez por todas se convierte en un día "triste" pues "no hay nadie que te diga que hacer, no hay una mente de origen foráneo que te dicte las imbecilidades a las que estás habituado" y esa jornada se convierte en la más dura de la vida del chamán "pues la verdadera mente que nos pertenece, la suma total de nuestras experiencias, después de toda una vida de dominación, se ha vuelto tímida, insegura y evasiva. Personalmente puedo decirte que la verdadera batalla de un chamán comienza en ese momento. El resto es mera preparación". Es la cruda realidad: somos esclavos porque no sabemos ser de otra forma y todos aquéllos a los que se les llena la boca exigiendo libertad no sabrían qué hacer si fueran libres. De hecho, lo más probable es que ellos mismos se volvieran a meter en la celda cuya puerta se les abrió, pues no desean enfrentarse al reto de tomar la responsabilidad sobre su propia vida. En ese sentido, Don Juan recuerda que "la revolución de los chamanes es que se rehusan a honrar acuerdos en los que no han participado. Y nadie me preguntó si consentía ser comido por seres de otra clase de conciencia. Mis padres me trajeron a este mundo para ser comida, sin más, como lo fueron ellos. Fin de la historia".
Se puede considerar la historia de los voladores como un mero cuento de terror..., o no. Todo depende de si ha "resonado" o no en el interior del lector. La verdad es que todo esto es más profundo de lo que parece y merece una reflexión pausada. Aunque perturbador, el relato de Don Juan explica bastantes cosas acerca de lo que ocurre en nuestro planeta...
Castaneda fue un autor muy popular durante la segunda mitad del siglo XX, un auténtico icono de la contracultura y el misticismo. Hoy, es un perfecto desconocido para los jóvenes encadenados a las pantallas de sus móviles. ¿Habrá quizás un Castaneda del siglo XXI escribiendo ya, sin que todavía lo sepamos, la nueva versión -la actualización- de los voladores, y de todo lo demás?
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