Eso de que vivimos en el mundo de las postverdades y las fake news y que ya no podemos fiarnos de nadie no es exactamente cierto. Es decir, sí..., pero no es que haya pasado en nuestra época contemporánea sino que ha sido así siempre. Llevamos toda la vida -o sea, toda la Historia- viviendo y actuando en un mundo de mentira, hábilmente disfrazado para parecer como si fuera de verdad. Pensamos que las cosas son de una manera y creemos que han sucedido como nos las cuentan, pero si uno se toma la molestia de comprobarlo por sí mismo termina descubriendo -y más pronto que tarde- que en realidad esas cosas son de otra manera muy diferente y que mucho de lo que nos han contado pasó exactamente al revés. El show de Truman es la película que conviene recordar en este caso. Con el tiempo, se acaba descubriendo que ni siquiera uno mismo es quien toda la vida ha pensado ser. Ése es el grado de inflexión definitivo para los discípulos aventajados en la conspiranoia, como mi gato Mac Namara sin ir más lejos. Y, en ese momento, una de dos: o tu cabeza explosiona y tu vida sale disparada como un cohete sin rumbo que terminará quemándose como parte del espectáculo general de fuegos artificiales o tu cabeza implosiona y tienes una -frágil, pequeña y limitada, pero la tienes- oportunidad de averiguar quién eres y qué estás haciendo aquí. El camino de la Sabiduría es, ciertamente, peligroso pero eso ya nos lo contaron Jasón, Orfeo, Herakles y tantos otros, así que deberíamos sabernos a lo que nos exponemos.
No, no podemos fiarnos de nadie, se lamenta el coro de homo sapiens, y la prensa nos ofrece una tras otra, la larga lista de evidencias que así lo demuestra. El último caso, este mismo mes de marzo, ha sido el de Francisco Sanz, un tipo que se dedicaba a lloriquear por las redes sociales lamentándose de los "dos mil tumores" que le aquejaban y amenazaban su vida desde hacía un par de años así como de la inmensa cantidad de dinero que necesitaba reunir para curarse. Decía padecer Síndrome de Cowden, una enfermedad genética que amenazaba con matarle en cualquier momento por cáncer, y consiguió conmover el corazón de algunos famosetes como los actores José Mota y Santi Rodríguez o los presentadores Jesús Vázquez y Pedro Sánchez Aguado, que le apoyaron en distintas campañas para recaudar donaciones. "No quiero perder la esperanza en la solidaridad de la gente", repetía como un mantram mientras se llenaba los bolsillos con dinero ajeno para poder, decía, someterse a una terapia experimental en EE.UU. que le permitiera tratar su dolencia y curarse. Le detuvieron hace unos días acusado de estafa, blanqueo de capitales y apropiación indebida.
Llovía sobre mojado, porque el pasado mes de diciembre se descubrió la presunta estafa organizada por los padres de la niña Nadia Nerea con los mismos elementos -y uno más para añadirle dramatismo al caso: se trataba de una menor de edad, que eso agita aún más las conciencias-: afectada por una enfermedad genética, la tricotiodistrofia, que le abocaba a una muerte inminente a no ser que lograra reunir una cantidad astronómica de dinero para ser tratada por eminentes médicos extranjeros. Como muchos medios de comunicación, especialmente los televisivos, andan desesperadamente a la caza de personajes vendibles para incrementar su audiencia (y hay que ver lo que vende -y engaña- todo lo relacionado con la solidaridad, o lo que la gente cree que es la solidaridad), el caso se hizo un hueco en varios de ellos y permitió recaudar, según el propio padre de la pequeña, Fernando Blanco, 153.000 euros en cuatro días. También contó con el apoyo de otro grupo de famosetes como Belén Esteban, Ana Pastor o Alejandro Sanz. Y eso que el caso en sí no era nuevo: Blanco viene contando su historieta en los medios desde 2008. Periódicamente, ha reaparecido pidiendo más fondos para los tratamientos y operaciones que aseguraba necesita su hija y, a medida que ha ido pasando el tiempo, ha complicado aún más el guión en un intento por darle credibilidad..., aunque bastaba con fijarse un poquito para darse cuenta de que ha conseguido justamente lo contrario.
De hecho, varios detalles de sus últimas apariciones en los media hacían que su historia oliera muy mal, aunque casi todo el mundo pasó por encima de ellos porque, cuando uno se para a reflexionar en lo que significan la "luces rojas" que nos encontramos a veces en el camino, se ve obligado a despertar y, por lo general, la gente prefiere vivir arrobada en sus dulces sueños antes que enfrentarse a la dura e implacable realidad. Por citar sólo un par de esos detalles, recordemos cuando Blanco contaba que la operación a que debía someterse la niña "haciéndole varios agujeros por la nuca" estaba "prohibida en España" (!) o cuando insistía en su peregrinaje internacional para "fichar a los mejores especialistas" en países tan dispares como Guatemala, India, Rusia, Brasil, Cuba, Chile... En ellos habría reclutado un "grupo secreto" de científicos de vanguardia incluyendo, cómo no, algunos investigadores militares y liderado por un médico de la NASA supuestamente llamado Ed Brown que ahora se reunían periódicamente para tratar el caso de su hija. ¡Incluso se había trasladado a Afganistán, donde decía haber pasado un mes "bajo las bombas" con objeto de encontrar la cueva donde se escondía uno de los principales especialistas del mundo! Si llega a decir que ese especialista se llamaba Osama Ben Laden hubiera colado igual, porque cuando el homo sapiens se desborda emocionalmente está dispuesto a creer en cualquier tontería y, cuanto más grande, con mayor facilidad.
El constante recurso a los supuestamente importantísimos especialistas internacionales, generalmente norteamericanos, que se emplea para adornar este tipo de historias demuestra un brutal desconocimiento, tanto por parte del timador como por parte de la audiencia que se deja timar, del elevado nivel del que goza la sanidad española. No necesitamos irnos a ninguna parte. Disponemos aquí de una sanidad que, con sus problemas y sus defectos, no sólo se encuentra entre las mejores del mundo sino que además lo es también desde lo público. Justo ahí, por cierto, radica su gran talón de Aquiles puesto que no sólo padece un grave problema de recorte financiero en sus presupuestos sino, aún peor (aunque no se puede insistir en esto en voz alta porque la-secta-de-los-políticamente-correctos te llama de todo si lo haces), una sobresaturación que debemos a nuestra "simpática" clase política, empeñada en construirse una imagen humanitaria a base de derrochar una cantidad indecente de millones de euros en tratar de resolver los problemas de todos los desposeídos del mundo, antes que atender a los propios nacionales.
Por cierto, no sólo hay caraduras en España. Hay muchos jetas sueltos por el mundo viviendo de la solidaridad o, mejor dicho, de la credulidad ajena. Ahí está el caso del venezolano Frank Serpa, acusado de estafa y falsedad documental tras embolsarse al menos 12.000 euros en España con otra historia de falso cáncer. O el del británico Eli Stewart que, con sólo 19 años (habiendo empezado tan joven a timar a sus semejantes, este tipo promete), fingió padecer otro cáncer terminal que iba a poner fin a su vida en apenas unos meses por lo que, ohhhh qué lamentable, no podría cumplir su "sueño de ser un cantante". O el de la australiana Belle Gibson, que se inventó un cáncer cerebral del que se habría curado gracias a terapias alternativas como la medicina ayurvédica y una dieta sin azúcar y sin gluten (!), y a la que los jueces de su país han condenado ya por engañar a la opinión pública y multarán en breve con una cantidad que podría alcanzar los 156.000 euros.
Detrás de todos estos casos se ocultan razones económicas, claro, las de los timadores..., pero también algo más profundo: la proyección ajena y el miedo a la muerte. La mayoría de las personas que donaron alguna cantidad de dinero a los protagonistas de estas estafas lo han hecho, seguramente, con la esperanza de que a ellos les suceda lo mismo si algún día se ven en esa situación. "Eh, yo he sido solidario. Sedlo vosotros conmigo cuando lo necesite, 'quid pro quo'...", piensan en su interior (y no suelen hacerlo precisamente en un nivel consciente). Es una especie de pacto sobreentendido, como cuando llega una ambulancia con la sirena puesta y las luces parpadeando: ¿cuántos de los conductores se apartan por verdadera compasión y respeto hacia la persona en riesgo grave de salud que es transportada a bordo y cuántos lo hacen para mantener la costumbre de que todos los conductores lo hagan siempre, pensando en que si a ellos les llega el momento de viajar como paciente también serán respetados y les franquearán el paso? Estamos ante una pura proyección.
Y es, también, miedo a la muerte. La inmensa mayoría de cuentos que utilizan los profesionales de la "venta de penalidades" giran en torno a la muerte como gran amenaza. "Ayudadme, porque si no me voy a morir sin poder cumplir mis sueños". Como si los donantes, como si todo el resto del mundo, no fuera a morir también en algún momento, quizás incluso antes que la persona a la que entregan ese dinero, y, en un porcentaje abrumador, sin cumplir sus propios sueños. En esos casos queda bastante a la vista la ceguera interior y la falta de educación moral y espiritual -no religiosa- de tantas personas que se han creído el cuento de que la vida física es el mayor bien a su disposición.
En la Universidad de Dios, mi tutor el Gran Thoth suele repetirnos, entre otras, una sentencia muy aplicable en estos casos: "Haz bien..., pero mira muy bien a quién."
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