Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 24 de marzo de 2017

La ingenuidad de Robert Clayton Dean

Tony Scott rodó en 1998 una película de la que ya algo se ha comentado por aquí con el título de Enemy of the State (Enemigo del Estado, literalmente) y que se estrenó en español con otro nombre menos sólido: Enemigo público. Es uno de esos largometrajes que rara vez programan en las parrillas televisivas donde proliferan sin embargo las cintas de violencia gratuita, pesimismo vital o simplemente sin sentido. Y es atractiva porque relata muy bien el despertar de un homo sapiens corriente a la realidad del país y del mundo en el que vive, tan alejada de lo que había supuesto hasta el momento. El protagonista es Robert Clayton Dean (interpretado por un Will Smith sobseactuado, como de costumbre), un abogado de Washington D.C. de trayectoria modélica, vida familiar y acomodadas preocupaciones pequeñoburguesas. Este hombre conservador, que obedece fielmente las normas de su sociedad, desestima con paternalismo las dudas y críticas de su esposa Carla -otra profesional reconocida- hacia el creciente control ciudadano, que se manifiesta de múltiples formas. "No me importa que tengan mis datos o me controlen. No he hecho nada malo y nadie va a venir a detenerme" dice, iluso él, mientras sonríe condescendiente a su mujer.

Pero... Un día se ve involucrado por azar en un asesinato de Estado cometido por agentes de la NSA (atención: esta película se rodó hace casi 20 años, cuando muy poca gente hablaba de la NSA o conocía incluso la existencia de esta superagencia secreta que, por lo demás, sigue siéndolo a fecha de hoy, entre otras cosas gracias a la cantidad de noticias que periódicamente se generan para desviar la atención hacia la CIA). Estos individuos matan en un parque a un congresista de los EE.UU. y una inoportuna cámara camuflada para el seguimiento de aves capta el dramático momento Por una serie de peripecias, la grabación del asesinato acaba -sin saberlo él- en el bolsillo del amigo Robert, que empieza a ser perseguido por toda la ciudad pues los agentes de la NSA quieren recuperar las imágenes para evitar que lleguen a la prensa y se monte el gran escándalo... Lo cierto es que, aunque en este tipo de películas todo se solucione llevando "las pruebas" de lo que hacen "los malos" a "los periódicos" para que alguien indefinido -¿el sistema? ¿la justicia? ¿el presidente de los EE.UU.?- les castigue, en la vida real esto da exactamente lo mismo, y cada vez más. En la prensa diaria de los últimos años hemos visto diferentes tipos de sinvergonzonerías protagonizadas por servicios secretos de varios países y no ha pasado nada, más allá de algún que otro cambio puntual del alto cargo de turno. Los ciudadanos contemplan estas historias como las vacas ven pasar los trenes, sin darle la menor importancia y terminar de entender su significado. En el mejor de los casos, se entretienen viéndolas en la tele como si estuvieran en el cine con sus palomitas y sus refrescos disfrutando de una historieta de 007.

El caso es que el bueno de Robert tiene que huir de su casa, dejando a su familia, y poner tierra por medio mientras la NSA se inventa toda una historia sobre él, le acusa públicamente de cuanto se le ocurre y le persigue con todo tipo de material de inteligencia que, en la época en la que se estrenó esta película, podía sonar casi a ciencia ficción pero hoy parece obsoleto a ratos: ¡pocas escenas cinematográficas resisten peor el paso del tiempo que aquéllas en las que podemos ver los teléfonos o los ordenadores que usan sus protagonistas y los comparamos con los que usamos en la actualidad! Cuando vi esta película pro primera vez, todavía estaba en fase de construcción la mitología de Osama Ben Laden y Al Qaeda. De hecho, ese mismo año de 1998 se le achacaron los atentados simultáneos con bomba a las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar es Salaam, que costaron más de 220 muertos y miles de heridos. Recuerdo que pensé, sonriendo, lo sencillo que debería ser localizar al ya entonces enemigo público número 1 de EE.UU. empleando sólo la parte de la tecnología que aparece en la película que ya se sabía que existía.

Al final, Robert se ve obligado a recurrir a la única persona que le puede ayudar a resolver el entuerto: Edward Lyle, alias Brill (un seudónimo ambiguo, puesto que en inglés igual puede referirse al diminutivo de brillante que al rodaballo), que vive obsesionado por evitar la vigilancia de la NSA, enclaustrado en una extravagante residencia al estilo del personaje de Mel Gibson en Conspiracy Theory (otra película que hay que ver y analizar con detalle). Brill (cuyo papel corre a cargo de un excelente Gene Hackman) es un ex agente, sabe cómo funcionan sus antiguos colegas y, en uno de sus diálogos, explica al abogado perseguido que en el mundo contemporáneo "la única privacidad que queda es la que está en nuestras mentes". Esta idea, que en aquel momento algún crítico reseñó como una "exageración", ya no lo es en absoluto. Probablemente no lo fuera incluso en 1998. Ah, se me olvidaba..., el "malo" está interpretado por John Voight, padre de Angelina Jolie y asociado en algunos mentiremos con ciertos grupos de poder en la sombra... En cuanto al final de la historia, no es muy difícil predecir lo que sucede: a Hollywood le chiflan los finales felices o, al menos en aquella época, todavía le chiflaban.

Hay una serie más moderna, producida por el canal de televisión norteamericano CBS y que ha sido emitida en España con frecuencia y horarios irregulares, en distintos canales, que trata temas parecidos: Person of Interest (Persona de interés, si bien por aquí se emitió con uno de esos títulos forzados medio en español, medio en inglés, que fue Vigilados: person of interest). Con guión de J.J. Abrams y Jonathan Nolan y protagonizada por Jim Caviezel (en el papel de John Reese, ex boina verde y ex agente de la CIA, dado por muerto pero reclutado por ) y Michael Emerson (que asume el papel del misterioso millonario Harold Finch, con un excepcional talento para el desarrollo de software y que de hecho ha desarrollado un programa informático fabuloso con el cual se puede predecir quién será víctima y quién agresor en un crimen por suceder), duró apenas cinco temporadas pese a su creciente número de fans..., quizá porque contaba demasiadas cosas.

El programa de Finch permite acceder a la Máquina, otro nombre para el sistema Echelon -u otro similar que estén empleando en estos momentos las principales agencias norteamericanas-. Es decir, una especie de Gran Hermano o sistema de vigilancia programado para registrar datos de todo el mundo y analizarlos a nivel masivo. En la serie, a los servicios secretos sólo les interesa los datos recogidos por la Máquina relacionados con el terrorismo y el resto se eliminan, pero Emerson con su programa tiene acceso a estos otros actos criminales y se dedica a resolver los casos que generan, con ayuda de Reese. Y entonces surge una conspiración gubernamental, conocida como El Programa...

(Entre paréntesis: ya en 1995, antes del estreno de Enemigo público, Irwin Winkler había rodado y estrenado una película más modesta protagonizada por Sandra Bullock con el título The Net -La Red- en la que advertía contra lo que se nos venía encima. Bullock interpretaba a Angela Bennett, una aburrida analista informática especializada en detectar virus y anomalías en los sistemas, que descubre un programa de acceso a bases de datos secretas. Se ve así envuelta en la trama conspirativa de rigor, en la que pasa por una experiencia similar a la del Robert del largometraje de Scott: con sus tarjetas inutilizadas, su imagen empañada con crímenes que nunca cometió pero que se le achacan oficialmente, etc. Una denuncia temprana del poder de las interconexiones informáticas que tampoco fue tomada como tal, sino como simple entretenimiento.)

Hace un par de años, leí una breve entrevista al alemán Udo Helmbrecht, por entonces director ejecutivo de ENISA, la agencia Europa de control y seguridad de redes informáticas y comunicaciones electrónicas, en la que se refería a asuntos como las medidas adoptadas por varios países de la UE para vigilar de manera masiva y extrajudicial las comunicaciones privadas con la excusa del control antiterrorista. Helmbrecht reconocía que tras lo del 11-S se tomaron tantas medidas que "si comparamos la Europa de 1995 con la de 20 años después, ha cambiado" aunque la privacidad y la seguridad a nivel europeo estaban, a su juicio, "equilibradas". Eso sí: "no existe una seguridad al cien por cien" porque, por aparentemente sólido que sea un sistema criptográfico "estoy perfectamente seguro de que alguien encontrará algoritmos para vulnerarlo" porque "matemáticos inteligentes hay por todos lados". Preguntado por lo que aconsejaría a un ciudadano europeo para resguardar sus comunicaciones electrónicas legales, se mostraba tajante: "si quiere seguridad, no utilice internet"...

A día de hoy, el panorama es aún más orwelliano si cabe, puesto que ya sabemos (y aceptamos, sin darnos cuenta de lo que eso significa realmente) que no es que podamos ser espiados sino que estamos siendo constantemente espiados y ya no sólo por nuestros teléfonos "inteligentes" o nuestros ordenadores, sino por cada vez un mayor número de objetos. Por ejemplo, los televisores. ¿Quién, con un mínimo grado de lucidez paranoica, no ha mirado alguna vez de reojo al televisor de su casa preguntándose si, de la misma forma que desde el salón se podía ver lo que hacía la gente en otros lugares a veces muy lejanos, no habría alguien mirándonos a nosotros desde el otro lado?  Hubo rumores de televisores espía durante varios años hasta que se ha confirmado recientemente que sí a través de los expedientes de Wikileaks, que la CIA puede emplear los sistemas de los televisores "inteligentes" de la marca Samsung -y de alguna más, seguramente- para captar y recibir las conversaciones y quizá las imágenes de sus usuarios. En la clásica novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451, publicada en 1953, ya se explicaba cómo podía funcionar un Gran Hermano de este tipo con el televisor como canal de participación en ambas direcciones. En esta obra, se describía una sociedad estupidizada y manipulada por la imagen en las pantallas, que odiaba y destruía los libros y el proceso de reflexión generado por ellos, de una manera muy parecida a la que estamos viviendo ya en la actualidad.

Y los televisores son el primer paso. No hay más que ver las novedades tecnológicas para apreciar como "nos venden la moto" respecto a lo "maravilloso" que va a ser disponer del conocido como Internet de las Cosas mediante el cual cada vez más y más objetos de nuestro entorno cotidiano "aprenderán de nosotros" y empezarán a intercambiarse información y a cuchichear sobre lo que debemos o no hacer. Estas máquinas llegarán supuestamente para servirnos, realmente lo harán para controlarnos cada vez más. Coches que nos llevarán solos, neveras que decidirán por nosotros lo que comprar, calefacciones que se encenderán cuando lo juzguen oportuno, programas que nos indicarán cuándo salir, a dónde y qué hacer para "facilitarnos" la vida. En verdad, para deshumanizarnos progresivamente, mientras nuestras actividades, nuestros gustos, nuestros placeres, nuestros documentos, nuestras decisiones..., nuestro todo pasa a formar parte de un expediente individual en el que se va construyendo un perfil personal muy detallado que ignoramos quién manejará en el futuro y para qué. Un perfil que, por si fuera poco, nos encargamos de completar voluntariamente facilitando todo tipo de datos en teoría privados a través de nuestro tránsito imprudentemente expansivo por las redes sociales (una web de investigación norteamericana publicaba realmente que Facebook dispone de una media de una docena de proveedores de datos por cada uno de sus usuarios, sin contar las opiniones directas que damos o los simples like que tecleamos). 

Ah, y no olvidemos la huella digital: últimamente se presenta como lo más moderno y lo más cool de todo utilizar smartphones que sólo pueden abrirse y quedan protegidos con la huella de su usuario. ¿Nos damos cuenta de lo que eso significa? Hasta no hace tantos años, que alguien te tomara las huellas equivalía a estar siendo fichado como delincuente y por tanto puesto bajo control policial. Ahora, incluso esa parte tan íntima de nuestro cuerpo (distinta en cada persona, pues no existen dos huella digitales iguales) la entregamos sin más, junto con todo el resto de informaciones que nos definen. "Tranquilos, las huellas no salen del terminal", dicen los fabricantes, y yo me acuerdo del ingenuo de Robert Clayton Dean...

En estos momentos, el gran problema para el espionaje mundial masivo al que estamos siendo sometidos no es recopilar los datos, sino organizarlos. Existe tal volumen de información disponible, que hace mucho tiempo que se convirtió en imposible para un ser humano manejarla, organizarla y analizarla por sí mismo, sin ayuda de las máquinas. Por eso hay tanta gente trabajando en el diseño de nuevos algoritmos y en el manejo de eso que se ha dado en llamar Big Data. Es sólo cuestión de tiempo que alguien consiga la fórmula del Little Data, por así decir -si es que no se ha conseguido y se está empleando ya, por ejemplo en las agencias de inteligencia-. Esto es, la manera no ya de sacar rendimiento a grandes volúmenes de datos obtenidos de un montón de personas, sino a los datos de una sola de ellas.

"No soy tan importante como para ser perseguido por la NSA o la CIA", es el pensamiento burlón que puedo escuchar desde aquí. Pero es que no hace falta que uno sea importante, en ningún sentido. Basta con que uno haya sido radiografiado, evaluado y archivado, como si fuera una cosa en lugar de un ser humano, para que alguien, en alguna parte, pueda utilizarle a discreción en el futuro, en las circunstancias adecuadas. O para ser quitado de en medio, discretamente -"que parezca un accidente"- si resulta molesto. No deja de asombrarme la desmemoria del homo sapiens contemporáneo acerca de las enseñanzas históricas que son, en su mayor parte, enseñanzas acerca de las distintas formas de tiranía que han dominado a esta especie desde que tenemos recuerdo de su existencia...


 



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