Cierto experimento científico llevado a cabo hace pocos años demostró lo sencillo que resultaba educar a un grupo de primates para que hicieran lo que los investigadores deseaban que hicieran, habiendo educado previamente sólo a uno de ellos. Por resumirlo mucho, se trataba de introducir un chimpancé nuevo en un grupo de cuatro o cinco acostumbrados a reaccionar de una manera determinada ante un estímulo concreto. El nuevo aprendía de los anteriores y, en muy poco tiempo, estaba haciendo lo mismo por absurdo que fuera el comportamiento. Luego se le dejaba solo y seguía respondiendo de la misma manera. La última etapa del experimento consistía en introducir otros chimpancés diferentes que, a su vez, aprendían del primero. Recuerdo esto ahora porque el otro día vi un video que contenía la misma experiencia científica pero ahora aplicada a primates "superiores", vulgo homo sapiens. Se trataba de una mujer que llegaba a una consulta médica donde había otras personas esperando. Se sentaba ella también pero entonces sonaba un timbre y todos los que estaban allí se levantaban un momento y volvían a sentarse, sin dar más importancia al hecho. Al principio, la mujer se queda muy sorprendida, pero pronto empieza a imitar al resto de los presentes (todos ellos, por supuesto, son ganchos que colaboran en el experimento) que, poco a poco, empiezan a ser llamados a la consulta y se van. En un momento dado, la mujer se queda sola en la sala de espera pero sigue levantándose cuando suena el timbre. Entonces, empiezan a llegar nuevas personas (que no son ganchos) que, a su vez, imitan a la primera mujer. Cuando ella finalmente es llamada a consulta, los nuevos siguen haciendo lo mismo: levantándose con el timbre.
Mucha gente se ha tomado a risa este video, aunque refleja muy bien la eficacia de las respuestas condicionadas. Son incapaces de comprender su verdadera importancia puesto que ésa es exactamente la forma con la que somos educados y, desde hace tantas generaciones, que ya lo hemos olvidado. Actuamos, reaccionamos, incluso pensamos, de manera mecánica, según nos han enseñado a actuar, reaccionar y pensar aquéllos que nos precedieron, a los que tampoco podemos culpar de nada porque a su vez lo aprendieron de los que vivieron antes que ellos, quienes a su vez...
Aún más. Contemplando lo sencillo que resulta condicionar y acostumbrar a alguien a comportarse de una forma determinada, el panorama que enfrentamos en la actualidad es todavía más pavoroso que el de nuestros ancestros pues, al fin y al cabo, su forma de adaptarse a la vida la desarrollaron a lo largo de la experiencia de los siglos, por transmisión de conocimiento de padres a hijos, y, si la mantuvieron, fue precisamente porque les funcionaba. Desterremos ya de una vez esa delirante idea moderna de que nuestros antepasados eran idiotas por el mero hecho de haber vivido antes que nosotros (lo he dicho ya muchas veces, pero lo repetiré las que haga falta). No es así. Los antiguos serían antiguos, pero no eran idiotas ni, desde luego, más analfabetos que nosotros, por más que no supieran leer o escribir, pues entendían otros lenguajes útiles para la supervivencia, de los cuales la mayoría de nosotros no conoce ni su existencia.
De hecho, un inmenso porcentaje de nuestros antepasados podía arreglárselas para sobrevivir de una manera u otra en medio de la Naturaleza, mientras que nosotros somos cada vez más débiles, más llorones, más pasivos, más infantiles..., y si nos dejaran abandonados en medio del campo para ver cómo salimos de la situación, lo primero que haríamos sería ver si nuestro teléfono móvil tiene cobertura para pedir que alguien venga a buscarnos. Siempre he admirado la épica del colono norteamericano, abandonado a su suerte en un rancho en medio de la nada, con el vecino más próximo a no sé cuántas millas a caballo, y con la obligación de resolverse sus propios problemas. Hoy, la inmensa mayoría de los ciudadanos occidentales se pasa el día llamando al electricista, al fontanero, al pintor, al técnico del gas, al..., para que le arregle lo que se siente incapaz no ya de arreglar sino de intentar aprender a arreglar.
Decía antes que el panorama hoy es más pavoroso, porque el patrón de pensamientos y comportamientos de nuestros ancestros había sido construido al fin y al cabo por las generaciones anteriores: éramos lo que nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos y el resto de familiares habían hecho de nosotros. Pero ahora no sucede así. El patrón que nos esclaviza hoy día nos ha sido impuesto desde fuera. Y desde fuera se puede cambiar las veces que haga falta, con mucha más sencillez que nunca. Nos han cambiado los hilos de la marioneta por chips ultrarrápidos. No vemos los hilos y pensamos que por primera vez en la Historia somos por fin libres..., cuando en realidad estamos más robotizados y bajo control que nunca.
La técnica para conseguir transferir el control sobre los homo sapiens es sencilla y está explicada en otros artículos de esta bitácora con distintos ejemplos. En resumen, se trata de impulsar cambios pequeños, imperceptibles, a los cuales la gente se vaya acostumbrando lentamente para luego ir apoyándose en ellos y profundizar. Atornillar poco a poco, sin mucha molestia puntual, si bien a la larga el dolor se volverá insoportable. Para romper una gran roca de granito, una vieja técnica de cantería consistía en hacer un pequeño agujero en ella y meter una cuña de madera que, al mojarse, se hinchaba y hacía presión hasta resquebrajarla. Naturalmente, una sola cuña poco daño podía hacer. Pero si se practicaban los agujeros suficientes en los ángulos indicados, se introducían sendas cuñas y luego se mojaban todas, el resultado era que la gran roca se fragmentaba a no mucho tardar y sin más esfuerzo.
Un ejemplo de como funciona esto en nuestra sociedad actual: las autoridades de los distintos países necesitan cada vez más dinero para pagar la trampa de la usura, absolutamente impagable, con la que los Amos dominan hoy a tantos gobiernos a través de la deuda externa (resulta interesante que ningún gran medio de comunicación hable nunca del asombroso hecho de que todos los países del mundo tienen deuda externa y no es entre ellos sino que todos deben al mismo reducido número de personas por lo que, pensando un poco, la solución a este problema podría ser relativamente sencilla...). En consecuencia, es necesario inventar nuevos impuestos constantemente. Pero los ciudadanos están ya esquilmados y no admiten pagar más con facilidad. Así que es necesario inventarse excusas cada vez más imaginativas. Ir, por ejemplo, a por su corazón. Y así, últimamente, funciona bastante bien entre los ingenuos homo sapiens la extorsión basada en las causas "solidarias" y "humanas", como la ayuda a los refugiados de donde sea (en lugar de ayudar a los pobres del propio país, que sería seguramente más barato y eficaz), la salvación del bosque tropical de donde se nos ocurra (en lugar de salvar los ecosistemas locales, que a menudo están en una situación de mayor amenaza por la contaminación, la urbanización o la sobreexplotación), o la educación de los nativos pobres de donde nos parezca (en lugar de dedicar esfuerzos a educar de verdad a los chavales autóctonos, a los que la gente lleva al colegio no a aprender sino "para que sean felices", aparte de a imponerles ciertas ideologías), por poner algunos casos.
Decidida la causa solidariahumana que se quiere utilizar como coartada (como si el dinero recogido fuera a ir destinado ahí realmente o como si fuera a solucionar el problema cuando, tal y como recordaba hasta el mismísimo Jesús en el texto neotestamentario, "pobres va a haber siempre pero a mí no me tendréis mucho más entre vosotros") se impone un pequeño impuesto. Nada oneroso, perfectamente asumible: unos céntimos para cada litro de gasolina, un euro al día para una organización de ayuda a lo que sea... Es algo mínimo. Sin embargo, en el momento en el que se ha instalado ese impuesto, ya no hay vuelta atrás, la gente se acostumbra a pagarlo porque "después de todo, es tan poca cosa..., y se puede hacer tanto bien con lo recaudado..." pero sólo será cuestión de tiempo que vaya aumentando progresivamente hasta que, termine convirtiéndose en confiscatorio e imposible de pagar. La naranja exprimida hasta la cáscara. Véase lo sucedido en España con ciertos impuestos relacionados con el hogar. Nuestros antepasados construían una casa pero no pagaban luego por ella. La vivienda se transmitía después de padres a hijos y era "la casa familiar". Sólo a medida que las gentes fueron agrupándose para vivir en comunidades, los vecinos empezaron a ponerse de acuerdo para aportar conjuntamente a las distintas mejoras de cada grupo de viviendas. Pero hoy existe un Impuesto sobre los Bienes Inmuebles, el IBI, que sube regularmente (o, en las mágicas palabras del Ayuntamiento de turno, "se actualiza") y que, en caso de no poder llegar a abonarlo, puede llevar incluso al embargo de la casa, aunque esté pagada y requetepagada. Lo hemos visto en tantos casos dramáticos de personas mayores con una pensión miserable que no pueden hacer frente a ese pago y se quedan, literalmente, viviendo en la calle. Es un robo legal, muy bien adornado, pero un robo.
Otro caso es el del impuesto sobre Sucesiones y Donaciones que, en algunas regiones españolas, se ha convertido en un sangrante pillaje de las administraciones que, se supone, tienen que velar por sus administrados y en lugar de eso prefieren humillarles además de atracarles legalmente. El tema es tan sencillo como el hecho de que los padres de una persona trabajan toda su vida para pagar una casa o un terreno que desean poder dejar a su hijo en herencia y, al morir, el hijo se encuentra con que, si quiere heredar lo que es suyo, lo que es por ley de su familia, debe pagar al gobierno autonómico de turno (las autonomías: otro de esos grandes errores que cometieron los "padres de la patria democrática" que diseñaron la famosa Transición...) una cantidad tan desorbitante que queda fuera de sus posibilidades económicas. Ante su desesperación, se ve obligado a abandonar la casa de sus padres en manos de la susodicha administración...
Volviendo al asunto original que ha motivado toda esta disquisición, el masivo desplazamiento de gente a las ciudades que se dio desde el siglo XIX en Occidente y luego, progresivamente, en el resto del mundo (en España, más del 75 % de los ciudadanos vive ya en núcleos urbanos) en una serie de migraciones (que no sólo llevaron a mucha gente desde el campo a la ciudad sino desde su país a otro muy diferente) produjo el desarraigo necesario para que los Amos pudieran poner en marcha sus experimentos de ingeniería social y alterar así con relativa facilidad (pero a lo largo de años de ejecución, lo que los ha convertido en imperceptibles) los valores, los comportamientos, las ambiciones, los miedos y hasta los pensamientos de la gran mayoría de las personas...
Pero, ¿que ocurriría si las cosas no son como creemos que son? ¿Y si gran parte -quizá la mayor parte, quizá todo- de lo que sabemos o pensamos, lo que nos han enseñado o demostrado que es así, que tiene que ser así, no fuera cierto realmente? ¿Y si la versión de la vida que manejamos estuviera desenfocada o incompleta por razones que ignoramos pero que están perfectamente definidas pues obedecen a ciertos propósitos concretos? Dicho de otra manera, si los homo sapiens tuvieran una enfermedad generalizada que, precisamente por eso, no se considerara enfermedad, ¿cómo podríamos combatirla, si ni siquiera sabemos que la padecemos? Si, digamos, el 95 % de lo que se autodenomina Humanidad no lo fuera sino que imaginara serlo cuando en realidad se trata de una especie diferente, ¿cómo podría saberlo? O, aún desde otro ángulo, imaginemos que a nuestro alrededor vivieran personas invisibles que no pueden tocarnos ni relacionarse con nosotros si no es a través de la palabra..., y ese mismo 95 % de homo sapiens tuviera un defecto auditivo que les impidiera escucharlos y por tanto responderles. ¿Creerían en la existencia de la gente invisible? ¿Qué pensarían del 5 % de personas que sí pueden oír esas voces y relacionarse con personas que no se pueden ver?
Aunque en verdad tiene un sentido perfectamente lógico que se escapa a la percepción de ese 95 % de homo sapiens, el mundo es deliciosamente peligroso e inestable, sigue siendo un inmenso secreto fuera de nuestro alcance, por más que algunos líderes de opinión contemporáneos se engolen intentando convencernos de que nuestra ciencia y nuestra técnica son dignas de tener en cuenta por estar tan desarrolladas y que cada vez sabemos más y mejor acerca de lo que pintamos en medio del Universo (o lo que nos dicen que es el Universo). No es cierto. No sabemos nada. Ésa es la gracia: para eso hemos venido a este parque de atracciones, a descubrir quiénes somos en realidad y a actuar en consecuencia. Y ése es un descubrimiento individual y por completo personalizado. No existen los salvadores ni los mesías. Nadie nunca va a hacer el trabajo que tienes que hacer tú para explicarte tu identidad y tu destino. Jamás caigas en la trampa de esperar que venga alguien a sacarte del barro. Primero, porque hay muy pocas personas (parecen simples personas) que puedan hacerlo. Segundo, porque de nada serviría que te lo dijeran pues ni lo creerías ni les harías caso. Es cierto que existen pistas, luces rojas en la ruta, e incluso algunos caminantes aventajados que pueden darte consejos muy útiles porque ya han pasado por donde estás tú ahora, pero éste es un camino que debes encontrar (y recorrer) solo.
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