Lo divertido de haber vivido distintas reencarnaciones es encontrarte de vez en cuando con gentes que ya conoces de épocas pasadas, da igual que te hayas llevado bien o mal con ellos, que hayan sido amigos o enemigos..., pero que los otros no te reconozcan y tú sí a ellos. Se pone en marcha así un juego desconcertante ("yo te conozco de algo, pero ¿de qué?") en el que tienes el mando de la situación porque puedes decidir resolver -o no- cuando a ti te parezca. Aunque, más allá de los ratos de entretenimiento que este tipo de situaciones pueda deparar, ciertamente resulta triste comprobar cuán frágil es la memoria humana y cómo tantos hechos notables, tantas conquistas, tantos sufrimientos, tantas victorias y derrotas..., incluso tantos actos heroicos se desvanecen con facilidad del alma ingenua que los vivió y no supo atesorarlos para sí, sino que perdió todo aquel alimento existencial que a la hora de la verdad fue a parar al estómago de Otros, implacables y hambrientos, allá en las esferas superiores. En ese sentido, también es una enseñanza y un recordatorio de que uno nunca puede dormirse en este parque de atracciones si pretende de verdad sacarle todo el provecho.
Por eso prefiero encontrarme con antiguos compañeros de aventuras, colegas de la Universidad de Dios que, como en mi caso, no ingresaron en esta vida (o sí, pero sólo aparentemente, porque en realidad sólo re-ingresaron, sólo re-ingresamos en esta peculiar institución) pues, como decía el viejo Arístokles: "no aprendemos, recordamos". Grande es mi regocijo cuando, a la vuelta de cualquier esquina, me encuentro con alguno de ellos (o de ellas..., y, en mi caso, creo que más de ellas que de ellos; entiéndase esto de la manera correcta) y podemos no sólo charlar para recuperar aquellos tiempos pretéritos sino intercambiar información, pistas y advertencias sobre lo que todos tenemos por delante y la mejor manera de enfrentarnos a ello. Sabemos que estamos haciendo el mismo camino, sólo que cada cual va por su rodada, como atletas que corren la misma carrera cada uno por su calle y, esto no habría ni que recordarlo, compitiendo no entre ellos sino contra sí mismos.
Uno de estos viejos colegas es Antonio. Bueno..., Antonio responde a ese nombre sólo en la actualidad. Cualquiera que se cruce con él por la calle no vería nada más extraño que un alegre y simpático señor de mediana edad y buena forma física, pero es también alumno de la Universidad de Dios. Sin embargo, cuando le conocí hace unos pocos miles de años, se hacía llamar Orfeo. En esa época navegábamos en el Argos en busca del vellocino de oro. La idea era echar una mano al pelmazo de Jasón, obsesionado con recuperar el trono de su padre. Total, para nada, porque después de un montón de aventuras, al final Jasón lo mandó todo a paseo para fugarse con Medea, la hija de Eetes..., a la que más tarde cambiaría por Creusa, lo que acabó como una verdadera tragedia griega, y nunca mejor dicho.
Para mi gusto, Medea era más guapa que Creusa, pero Jasón siempre fue un tipo inconstante. De todas formas, aún guardo un recuerdo agradecido hacia su persona porque gracias a él pude conocer a gente fascinante en aquel viaje irrepetible en el que aprendí mucho sobre la naturaleza humana. Herakles, Cástor, Asterión, Zetes, Meleagro..., todos aquellos héroes fueron también mis camaradas y, aún más, mis amigos. He reencontrado a más de uno en esta vida, pero sin duda con quien mejor me llevé durante nuestras peripecias por el país de los bébrices, y el de los doliones, y el de los mariandinos..., y por supuestísimo en la Cólquida, fue con Orfeo/Antonio. Recuerdo aquellas largas noches de guardia junto al timón del Argos, hablando largo y tendido de poesía y prosa, de nuestras Mneiae favoritas: Clío, Melpómene, Erato, Talía y Polimnia. Y Calíope, a quien algunos hicieron madre de Orfeo/Antonio, pero en realidad fue la "madre" inspiradora de sus composiciones...
Hace unos años, en 2003, mi colega quiso escribir un recuerdo de aquellos argonautas que fuimos, pero lo hizo no sobre las identidades que entonces poseíamos (no, no he revelado cuál fue la mía..., eso me lo reservo, pero no me parece tan difícil de adivinar para quien me conozca un poco) sino sobre aquéllas con las que nos disfrazamos en la actualidad. Guardo en un cofre de siete llaves una copia de aquel texto, que tituló Arquitecturas e interiores, y que me conmovió por el amor y por el detalle que imprimió en las sucesivas descripciones, tratando de explicar su visión personal.
Cada página de su manuscrito estaba dedicada a uno de nosotros y todos tenían su nombre en español..., menos el mío, que aparecía como Peter Paul en lugar de Pedro Pablo. La explicación está en el retrato que hizo de mí y que aún hoy me despierta una sonrisa entrañable cada vez que lo hojeo. Dice así (lo copio textualmente):
"Es un aniquilador de los convencionalismos, como el gazpacho con berberechos. Dalí derritiendo en relojes el tiempo. Caricaturista de la realidad, con sentido del humor alargado y compacto, siempre me aporta sorpresa.
PP se engalana de guasón, heterodoxo, galopín, encantador de comadrejas, iconoclasta, original, faulkneriano. Su conversación son greguerías enanas en una sonrisa golfante. La normalidad le abruma, tanto como a la turba le calma. Su sentido del humor es perfumado y chispeante como el sifón con gaseosa.
En sus pesadillas viste gabardina de tergal y labora en el despacho de correos poniendo sellos. En la tarde estudia contabilidad y en el cine le ponen las de Alfredo Landa. ¡Oh, Dios, escucha discos de Raphael en vinilo, en un tocadiscos naranja sin marca!
De pequeño, sufrió el doble tormento de orondo y gafotas (seguro que lo ponían de portero/castigado). En estos atardeceres, por los redobles persistentes de la voluntad, se le ha puesto cogote de cisne, como un jersey de cuello alto. El carácter lo aplica también a las artes marciales con éxito. En una operación de aderezo le han quitado las gafas de buzo.
A PP se le detecta una veta mefistofélica. Para probarle los adentros, habría que tocarle con una tiara y darle mucho poder. Por ver si se redime, o se envenena.
Siempre quise tener un amigo famoso, escritor y excéntrico."
Amigo Orfeo/Antonio, sólo falta un retrato en tu Arquitecturas e interiores: el tuyo. Aunque, bien pensado, tampoco es así. No se te ve de frente, como a los demás, pero apareces reflejado en cada una de las veintiuna "fotos sentimentales" de argonautas que escribiste..., y en el simbólico, lírico, poderoso prólogo del texto que sólo un puñado de afortunados hemos tenido oportunidad de leer y disfrutar desde hace ya catorce años. En verdad, eres El Loco, entre los Arcanos Mayores. Y yo te saludo y te aprecio por ello.
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