La rabia, la tristeza, la envidia, la ira o el miedo son cadenas poderosas y eficientes a la hora de engrilletar al homo sapiens y por ello los Amos las emplean un día sí y otro también mientras sus víctimas creen actuar con plena libertad. Hoy día no existe prácticamente ningún programa de televisión, película, videojuego, obra de teatro, concierto, libro o actividad comunicativa o cultural en general que no albergue una dosis más o menos oculta de sentimientos negativos -algunas de estas obras son la pura esencia de la negatividad, en sí mismas- para hundir un poco más el estado de ánimo generalizado. Quizá por ello cada día consumo menos "productos" contemporáneos y dedico mis siempre escasas horas libres a la obra de autores a veces muy alejados en el tiempo.
Confieso que me resulta difícil soportar la mayoría de los personajes, supuestamente reales o supuestamente imaginarios (pues nunca nada es lo que parece), que nos ofrecen hoy los modernos creadores. Y es que en las historias actuales, los héroes (cuando los hay, que no sucede siempre) tienen por defecto un fondo oscuro que les roba su poder ejemplarizante. Los villanos, por malos que sean, deben ser perdonados e indultados porque en realidad ellos no querían serlo y se vieron empujados a la mala vida (por cierto, ésta es una actitud tan infantil como idiota que se ha puesto muy de moda entre nuestros políticos y otros famosetes: hacer algo mal y luego, en lugar de responsabilizarse por ello y compensarlo, limitarse a pedir perdón y seguir como si tal cosa; no saben que la Naturaleza siempre pasa factura). Las familias que funcionan nunca son las naturales (entendiendo como tal las que han garantizado la supervivencia de la Humanidad desde tiempos inmemoriales, o sea padre, madre e hijos) sino las constituidas de las formas más exóticas posibles (barajando sexos, edades, razas, culturas y hasta alienígenas en la ecuación). El propósito de la vida nunca debe estar relacionado con ideales elevados y espirituales, sino exclusivamente con lo material (uno es exitoso sólo cuando es materialmente exitoso). La felicidad se confunde con el hedonismo y el grado de satisfacción se mide por la cantidad de dinero disponible. Las personas de mayor edad nunca son valoradas y su experiencia vital se considera basura. Es mil veces más deseado un smartphone de última generación que un fin de semana en la Naturaleza. Las obras de nuestros ancestros, las que nos hicieron ser como somos, son desechables y odiosas, mientras que cualquier idiotez ajena es ensalzada. Nadie trabaja por la comunidad, ni siquiera por su propia familia, sino sólo por su interés personal. Y así llenaríamos pantallas y pantallas y pantallas...
Ah, que no se me olvide. El mandamiento inolvidable de las nuevas creaciones es obedecer a lo políticamente correcto sin protestar. En alguna red social leí en cierta ocasión que los que se quejan ahora de la dictadura de lo políticamente correcto son cuando menos sospechosos de haber actuado de forma dictatorial en tiempos pasados. Gran argumento, digno de aquéllos que se informan exclusivamente por los medios de comunicación oficiales y que estudian en la Wikipedia...
Francamente, con éstas y otras ideas con las que nos bombardean una y otra vez, cada día me resulta más difícil encontrar un encaje en este parque de atracciones que llamamos "nuestro mundo". Me consuelo recordando aquel aforismo de Hermann Hesse de que "quien no encaja en el mundo, está más cerca de encontrarse a sí mismo"... Aunque después de los años que llevo ya como alumno en la Universidad de Dios sería un tanto deshonesto no reconocer que me encontré hace un tiempo largo y que desde entonces estoy metido en otra aventura diferente, de la cual los profesores de la Universidad no me permiten decir ni pío. Así que tal vez deba tomar mejor como guía aquella otra frase del cineasta Billy Wilder, cuando comentó:"dicen que no encajo en el mundo, pero esto es un halago..., ¿quién demonios quiere encajar en estos tiempos?"
Las redes sociales son un excelente observatorio del grado de atontamiento general que nos induce de manera sistemática hacia el pesimismo y la melancolía permanentes, que nos empuja hacia el nihilismo para el que nada tiene realmente valor y la vida no merece la pena de ninguna de las maneras. Es como una nueva y aún más absurda versión del este-mundo-es-un-valle-de-lágrimas-al-que-venimos-a-sufrir. Esta semana me encontré con una convocatoria organizada a través de Facebook por un individuo que estudia Sociología para quedar a llorar en el madrileño parque del Retiro, por acompañar a los que estaban organizando una cita similar en Barcelona. ¿Ein? Se trataba de reunirse el pasado jueves a las siete de la tarde, precisamente junto a la fuente del Ángel Caído, la única estatua del mundo dedicada al desplome de Lucifer. ¿¿Ein?? Más de 4.200 personas se apuntaron para asistir y otras cerca de 6.000 dijeron estar interesadas, pero es que en la convocatoria de Barcelona había cerca de 18.000 que habían expresado su intención de acudir. ¿¿¿Ein???
A la hora de la verdad y, como suele ser habitual en este tipo de circos, había más reporteros para obtener fotografías e imágenes de televisión que verdaderos participantes: en torno a una veintena de personas de las cuales, además, la mayoría había acudido con más ganas de fiesta que de llorar. Pero lo más importante no es esto sino el estado de ánimo que uno debe tener dentro de sí no ya para encontrarse mal en su interior -tan mal como para convocar a llorar públicamente- sino para que ésa sea tu aportación más impactante al mundo en el que vives, en lugar de plantearte algo útil para la sociedad o simplemente que aporte belleza. Viendo las cuentas de Facebook, Twitter o Instagram de tantos usuarios uno se encuentra ese decadente estado de ánimo por todas partes y, especialmente, en gente joven que se supone es la que más vida debería tener y más ganas de aprovecharla.
La promoción constante y gratuita de lo negativo se multiplica también en los medios de comunicación, donde no descubrimos nada nuevo al recordar que sólo importan las malas noticias. Llevo suficientes años -suficientes decenios, mejor dicho- trabajando en la profesión periodística para conocer a ciencia cierta los criterios de selección que emplean en general los responsables de elegirlas y continúa asombrándome el papel que desempeñan en ese proceso los mecanismos inconscientes que manejan a esas personas, que sin embargo creen actuar por propia voluntad. Uno de los últimos ejemplos me lo encontré a mediados de febrero de este mismo año con un estudio elaborado por un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford y publicado por la revista Journal of Consumer Research en el que se recomienda ¡no sonreír si uno quiere parecer competente! Según estos expertos, hay que evitar la sonrisa (o, si no se puede aguantar, que sea lo más imperceptible posible) tanto en el ámbito profesional -incluyendo médicos, abogados, servicios...- como en las ventas y en las mismísimas fotos del curriculum vitae. Y es que según ellos una sonrisa amplia transmite sensación de poca experiencia y por tanto de menor competencia, por muy cálida que resulte. Aseguran también haber analizado webs con donaciones para causas benéficas y, cuando el perfil del creador de la página mostraba una sonrisa amplia, la cantidad de dinero recaudado disminuía "visiblemente hasta más de un 50 %". Por eso los ingleses dicen que sólo se debería sonreír ampliamente en "escenarios de escaso riesgo" como imágenes para anuncios de artículos de consumo básico o promociones de muestras gratis...
Todo lo cual me parece una tontería de tal calibre que no puedo hacer otra cosa que, no ya sonreír, sino reírme a carcajadas como hace esta simpática colega que reproduzco en la imagen fotográfica aquí a la izquierda. Si sonreír fuera tan "peligroso" laboralmente como dicen estos "expertos" británicos (cuyas identidades y formación y, sobre todo, la identidad de sus financiadores, no se incluyen en la noticia, como suele ser costumbre) un servidor de ustedes jamás había encontrado trabajo en ninguna parte porque la risa me ha acompañado desde que llegué a esta existencia (y seguramente en las anteriores, pero no me acuerdo bien) como saben las personas que más me han tratado. Aún a riesgo de repetirme más que una cebolla, recuerdo de nuevo que la pregunta que más veces me han hecho en la vida es "pero tú ¿de qué te ríes?" (y la segunda pregunta, que suele venir a continuación, es "¿te estás riendo de mí?").
Hay muchos motivos para sonreír (y para reír) en la vida, incluso en los momentos en apariencia más tensos y dramáticos. Es una actitud que (ahora lo sé) está muy relacionada con ciertos conocimientos y con la visión del mundo tal y como es, no tal y como nos lo muestran. Por eso para los Amos es tan importante erradicar esta muestra de humanidad como se explica en la (para mí) mejor novela con diferencia de Umberto Eco: El nombre de la rosa. El hombre que ríe no teme y, por tanto, no puede ser manejado. Como ejemplo ad hoc, véase lo que algunos han hecho con el verdadero Jesús el Cristo (y en lo que volverán a insistir, durante los próximos días, como todos los años), al que han escondido y transmutado para mostrarnos la imagen que ellos prefieren. Así, le han despojado de fuerza, de voluntad, de amor, de bondad, de inteligencia..., para convertirlo en la encarnación del dolor, la angustia, la pesadumbre y el desconsuelo, relacionándolo constantemente con el tormento, la sangre, las lágrimas y la aflicción. Incluso su enseñanza se viste de gravedad y se resalta de manera sistemática el aspecto del castigo, de la severidad, de la austeridad..., como si en vida no hubiera reído, no se hubiera divertido, no hubiera aprendido, no se hubiera distraído, no hubiera amado, no se hubiera alegrado, no hubiera disfrutado del placer. Si el gran mensaje judeocristiano es la resurrección tras la muerte y la vida gloriosa en compañía de Dios, ¿por qué el símbolo que se utiliza es el de un instrumento de tortura? ¿No hubiera sido más coherente emplear una imagen más acorde con ese mensaje (un sol naciente, por ejemplo, que parece "renacer" de la "tumba" del horizonte)?
Particularmente, siempre le he visto sonriendo, a la manera de Buda o de la Mona Lisa de Leonardo. Incluso durante su tortura y cuando le clavaron en la cruz, debía reírse en secreto del mundo de las apariencias y de tanta tontería a su alrededor. El buen humor es una condición sine qua non para sobrellevar la sabiduría, cuya gravedad la hace tan difícil de transportar con uno mismo. Por ello, de todos los evangelios apócrifos que he tenido oportunidad de leer, el más interesante con diferencia es el de Judas y recomiendo encarecidamente leerlo a todos aquéllos que no lo conozcan. Es un texto muy breve porque apenas se conservan algunos fragmentos. En él se defiende que Judas no fue el malvado traidor que denuncia el resto de evangelios (canónicos o no) sino el mejor amigo de Jesús y el único que conocía sus planes, que incluían ser entregado y crucificado (no necesariamente muerto en la cruz) como parte de su misión en la Tierra, nunca bien entendida por un populacho enceguecido. Judas conocía la enormidad del sacrificio que le pedía su maestro: una eternidad histórica de condenación y maldiciones contra su identidad terrestre. Pero comprendía el plan de Jesús y colaboró con él a sabiendas de lo que le esperaba. Sin embargo, lo más interesante de este libro gnóstico es el fascinante tono humorístico e incluso burlón que demuestra Jesús, que se ríe de la visión ignorante de los necios y no duda en tomar el pelo a sus propios discípulos una y otra vez.
Es muy difícil erradicar la risa del mundo, de todas formas, y por ello los Amos han optado por adulterarla, envilecerla y degradarla promocionando un tipo de humor zafio, hiriente y amargo que se suma a las características de los personajes que enumeraba en el segundo párrafo de este artículo. Podría citar a gente muy conocida en los programas de televisión, revistas en papel o digitales, humoristas populares..., pero ¿para qué? Están por todas partes. Aunque te arranque una carcajada puntual, el poso que deja su humor es desagradable, agrio, muy alejado de la visión sencilla y amable de lo que antes se llamaba "humor blanco". De esta manera, los Amos transforman una ametralladora espiritual en una pistolita de agua para niños pequeños.
¿Alguien quiere combatir en serio contra los Amos? Lo primero que debe hacer es aprender a reír de verdad, desde dentro. Les molesta mucho.
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