El sol se pone lentamente sobre el mar, con su halo melancólico de siempre, y la visión del crepúsculo me avasalla, más metafórica que nunca. Me quedo aún más hundido de lo que estaba, sentado en el sofá de mimbre de la terraza, sin tocar siquiera el gintonic. Me lo he preparado meticulosamente hace por lo menos quince minutos y lo he dejado en la mesita baja de cristal. Pensaba degustarlo mientras reflexionaba y trataba de ordenar mis pensamientos, pero ni siquiera lo he tocado. A estas alturas seguro que se ha recalentado y ya ni siquiera me apetece. No me apetece nada...
Pienso en lo difícil que hacemos las cosas fáciles. O acaso no sean tan fáciles como creemos y es justamente por eso por lo que fracasamos. Es posible..., no, ahora estoy seguro, estoy seguro de que sólo hay una manera de actuar correctamente. Sólo una. Entre las millones de posibilidades que tenemos todos los días para vivir nuestra vida, sólo una es la buena. Y por eso es tan difícil tener éxito. Uno tiene cierto instinto y puede ir avanzando por el campo de pruebas, recorriendo esta gymkana gigante en la que vivimos, superando un desafío tras otro, pero habría que ser un verdadero superdotado para triunfar en todos ellos. Se te puede dar bien arrastrarte por el barro debajo de alambradas mientras te tirotean a centímetros de la cabeza, por ejemplo, y luego ser una completa nulidad para trepar cuerda. No poder subirla ni con ayuda de una escalera.
A mí se me da bien el trabajo. Siempre he tenido buenos trabajos. Soy un científico serio, un tío eficiente. Me ha ido muy bien en la universidad -eso me dio prestigio- y también en los laboratorios -eso me dio dinero-, así que en lo material no me puedo quejar. Vivo estupendamente. Pero soy incapaz de mantener una vida sentimental en condiciones. Cuando me casé con Cristina hace cinco años pensé que había superado por fin esa prueba, también. Pero hace seis meses apareció Ángela en mi trabajo. No sé qué sucedió. Aún ahora, a estas alturas, no tengo ni idea de por qué me eché en brazos de Ángela, cuando no he dejado de querer a Cristina -incluso hablábamos de quedarnos embarazados en breve-. Desde el punto de vista lógico, no tiene sentido ninguno. No se puede querer a dos mujeres a la vez. A no ser que seas mormón o musulmán, supongo, y que además tengas dinero para mantenerlas a ambas con holgura. Y que ellas estén culturalmente preparadas para compartir al mismo hombre. Ninguna de esas condiciones se cumple en mi caso.
Ha sido todo muy complicado. Estaba con Cristina en casa y me consumía el deseo por Ángela. Me veía en secreto con Ángela y mientras gemía en mis brazos no hacía más que pensar en Cristina. Horrible. Hasta que sucedió lo que tenía que suceder, cuando mi mujer supo lo que estaba pasando y me mandó a paseo. Me merecía el numerito que me montó. Menuda bronca. Creo que nadie nunca me había hablado con tanta dureza. Pero tras el sofoco inicial, detrás de la vergüenza de haber sido pillado con las manos en la masa, comprobé con gran asombro que no sentía nada, no tenía ningún sentimiento que pudiera considerarse verdaderamente serio. Como el niño que aguanta el chaparrón cuando su madre descubre que ha sido él quien se ha comido los chocolates a hurtadillas y sólo espera que ella se desahogue y luego le perdone, sin más. A mí Cristina no me ha perdonado, claro: me ha echado de casa. Y me he tenido que venir al apartamento de la playa, a pensar en nosotros... O, mejor dicho, a pensar en mí porque creo que el "nosotros" ya pertenece al pasado.
Peor ha sido lo de Ángela. Pensé: "bueno, aún me queda una bala en la recámara, ya no tengo que decidir nada: me voy con ella". Pero resulta que me presenté en su casa, antes de venir al apartamento, y me la he encontrado con otro. "Hijo, qué quieres... Tú no estabas dispuesto a dejar a Cristina y yo me canso de ser sólo una buena amante. Quiero a alguien que esté a mi lado siempre, no sólo para calentarme la cama". Y me ha cerrado la puerta en las narices. Ha sido preocupante constatar que no me ha afectado más que la bronca de mi mujer. Y me he quedado vacío, sin saber qué hacer.
Ojalá pudiera empezar de nuevo. Tomar otras decisiones. No actuar como lo hice sino de otra forma. Tratar de superar la prueba de la gymkana de otra manera. Por supuesto, no es posible.
Aunque según José Manuel tal vez lo fuera. En la cafetería, durante la pausa en el trabajo para nuestro pincho de tortilla diario, mi compañero me hablaba justo hace unos días sobre el tema de los universos paralelos. Esas supuestas realidades que coexisten una al lado de la otra y que tantas veces se han utilizado en la Ciencia Ficción pero que nadie cree que existan de verdad. O nadie lo creía. Ahora resulta que hay cada vez más especialistas que plantean la posibilidad de que sí haya múltiples universos paralelos, un número indefinido de ellos, formando un gigantesco multiverso. José Manuel me hablaba de física cuántica -ahora la usan para todo-, de la pesadez del gato de Schrödinger, de la teoría de cuerdas, de la teoría del todo y no sé de cuántas teorías más.
"No sólo existen, sino que se condicionan entre ellos", insistía José Manuel ante mi incredulidad. "Hace poco, unos investigadores de California y otros australianos coincidían en esa premisa: que cada universo paralelo interactúa con los otros y se retroalimentan de alguna forma, condicionan su desarrollo unos a otros a través de una sutilísima fuerza de repulsión. Es decir, en un universo existimos nosotros y en otro no, y en otro existes tú pero yo no, y en otro existo yo pero tú no, y en otro tú eres mujer, y en otro no se ha inventado la televisión todavía, y en otro los marcianos nos han conquistado, y en otro tenemos dos lunas en lugar de una, y en otro... Las posibilidades son infinitas. Eso explicaría entre otras cosas un montón de resultados extraños que se han encontrado en la mecánica cuántica y que violan la ley de causa y efecto a escala macroscópica", argumentaba mientras yo trataba de calcular el porcentaje de huevina de mi pincho. "Esto es fabuloso, ¿no te das cuenta? Estamos ante las puertas de algo novísimo, algo que puede estar más allá, no ya de la teoría newtoniana, que ha sido más que superada en los últimos años gracias a la teoría cuántica, sino incluso más allá de la cuántica..."
Yo no entendía cómo era posible que coexistieran distintos universos uno junto al otro -sigo sin entenderlo- y además, como le argumenté con total seriedad: "Eso es un fenómeno claramente antieconómico..., podría creer en universos muy diferentes unos de otros que pudieran evolucionar al mismo tiempo pero ¿qué sentido tiene tantos universos diferentes sólo en pequeños detalles?"
Mientras decía esto, pensaba en un universo paralelo en el que Ángela sería mi esposa y Cristina mi amante. Hubiera terminado igual, supongo... Me complacía más pensar en otro universo paralelo en el que ambas serían mis esposas y, además, pudiera haber una tercera mujer. O más. José Manuel me sacó de mis divagaciones: "Pero hombre, ¿qué importancia tiene si hay mil millones o cincuenta mil millones de universos? No creo que la vida se rija por parámetros económicos: eso es un invento humano para distribuir los recursos limitados de este planeta pero en la escala que estamos manejando puede haber infinitos universos. Incluso aunque la teoría del Big Bang fuera cierta, algo que está por demostrar, este universo podría tener un principio y por tanto un final pero otros universos podrían ser eternos. Estamos hablando de algo a una escala inimaginable para nuestra cabeza..."
Me mareaba. José Manuel me mareaba y no sabía cómo quitármelo de encima. Por suerte apareció Raúl y se puso a hablar del fútbol. De la Liga de Campeones. Otra vez la semifinal Real Madrid-Atlético de Madrid. Hubiera preferido que fuera la final, claro. No duramos mucho tiempo hablando del tema. El fútbol también me aburre. Terminamos enseguida y volvimos al trabajo.
Si existiera de verdad un multiverso, me encantaría disponer de una máquina como las de las películas fantásticas, de ésas para viajar en el tiempo, pero para moverme entre los distintos universos. Para largarme de éste y llegar a otro donde existieran Cristina o Ángela o ambas pero yo no, y poder tener así la oportunidad de volver a empezar. Hacerlo de otra forma. No sé cómo, pero sin volver a destrozar mi vida y la de otras personas de forma gratuita.
Pero no existen los universos paralelos y yo estoy aquí, hundido en el sofá de mimbre...
Contemplando cómo el Sol rojo se hunde en el mar una tarde más, mientras el Sol amarillo sigue su mismo camino, unos pocos grados a la izquierda, y también se ocultará tras el horizonte en unos veinte minutos más. Tendría gracia que existiera un universo paralelo igual que éste, en el que la única diferencia fuera que en lugar de dos Soles sólo hubiera uno. Así anochecería antes.
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