Sí, ya sé que mis lectores más acérrimos (no son muchos pero sí muy fieles: muchas gracias) me han echado de menos en esta bitácora. Sí, ya sé que McNamara ha hecho mutis por el foro y no se ha dignado hacer acto de presencia por aquí (ni siquiera estaba en el apartamento del campus, cuando he regresado esta semana de mi última estancia en Walhalla). Sí, ya sé que tres meses parecen muchos para estar por ahí de vacaciones rascándose (aparentemente) la barriga. Pero... En realidad, de vacaciones han tenido poco, demasiado poco. No voy a airear mis penas por aquí. Sólo repetiré algo que creo que he dicho una docena de veces y es que no termino de entender a la gente que dice que su vida es aburrida. O sí: si alguien tiene la osadía de decirme algo parecido, suelo preguntarle si está muerto. A veces se me ofenden mucho cuando digo eso pero es que no se me ocurre cómo alguien puede aburrirse en esta vida con lo entretenida que es.
Como cada vez dispongo de menos tiempo, especialmente para mis cosas, he dedicado buena parte de lo que me queda a uno de mis vicios favoritos: leer. Estas últimas semanas he leído algunos textos curiosos, otros apenas entretenidos y algunos francamente desechables. Entre todos ellos, me he encontrado con una sorpresa deliciosa: el libro del filósofo británico Peter Kingsley titulado En los oscuros lugares del saber.
Confieso que lo conocía desde hace tiempo pero nunca le había hecho ni caso. De hecho fue editado por Atalanta nada menos que en 2006. Su peculiar portada en tonos azules con la efigie de un kuros dotado de su característica y mefistofélica sonrisa arcaica es muy llamativa y había visto el libro en varias de mis innumerables visitas a esos antros de perdición que para mí son las librerías (las califico así porque cada vez que entro en una salgo con varios textos bajo el brazo y luego MacNamara me llama la atención, y con razón, porque no caben en el apartamento donde vivimos). Sin embargo, nunca llegué a interesarme por el libro. Quizá porque este tipo de esculturas nunca me han gustado demasiado y la portada me echaba para atrás, quizá porque intenté hojearlo un par de veces pero no hubo manera de hacerlo pues la editorial lo ponía a la venta enfundado en un fino plástico que hacía imposible echarle un vistazo a gusto, quizá porque acababa de comprar algún otro texto ese mismo día y no quería castigar más mi economía, quizá porque...
No, en realidad, no me interesé por él porque no era el momento de interesarme por él. Es lo que suele suceder siempre: todo llega cuando uno está dispuesto para recibirlo. No antes.
Un compañero de clase en la Universidad de Dios me lo recomendó encarecidamente justo antes del verano. "Acabo de leerlo y me ha gustado mucho. Léelo, estoy seguro de que te va a encantar", me dijo totalmente convencido. Y, según recibí su consejo, ni siquiera me tomé la molestia de acercarme físicamente a una librería. Lo encargué vía Internet y lo compré. No es que yo haga mucho caso a lo primero que me dice un amigo..., es que en este caso estoy hablando de un compañero especialmente querido, al que admiro a título personal, y que lleva más tiempo que yo de alumno en este centro universitario tan especial, aunque ambos coincidimos en la actualidad en el mismo curso (ya he contado en otras ocasiones lo complicado que resulta progresar en la carrera de Dios). Confío por completo en su criterio porque le conozco muy bien y él, a mí. Somos muy parecidos. Así que adquirí el ensayo de Kingsley y me lo llevé a Walhalla para leerlo con tranquilidad.
Lo primero que me llamó la atención al abrir el libro fue la encuadernación interior, con un par de esfinges en los mismos tonos azules abriendo camino hacia el texto, como si fueran las guardianas de un templo de papel. Y, nada más comenzar la lectura, en su segundo párrafo, el autor desvela sin ambages que su obra "trata, sobre todo, del engaño: del engaño absoluto del mundo en que vivimos, así como de lo que hay detrás". Un comienzo prometedor, pensé, antes de encontrarme con la siguiente declaración de intenciones: "Esta vida de los sentidos no puede satisfacernos, aunque el mundo entero nos diga lo contrario. Su propósito nunca fue satisfacernos. La verdad es sencilla, de una hermosa sencillez: si queremos crecer, convertirnos en verdaderos hombres y mujeres, tenemos que enfrentarnos a la muerte antes de morir. Tenemos que descubrir lo que es para poder escabullirnos entre bastidores y desaparecer." ¡Caramba! Kingsley hablaba como un alumno de la Universidad de Dios. Y, un poco más adelante, defendiendo esa acertada idea de que los europeos que aspiran a seguir un camino espiritual no necesitamos peregrinar al Tíbet ni consumir peyote ni dibujar mandalas orientales ni someternos a ninguna otra cháchara ajena, "lo que no se nos ha dicho es que, en las mismas raíces de la civilización occidental reside una tradición espiritual confeccionada por unos místicos que paradójicamente eran intensamente prácticos. Tan prácticos que hace miles de años sembraron las semillas de la cultura occidental y dieron forma a la estructura del mundo en que vivimos".
Después de esto, el amigo Kingsley me tenía ya en el bote. Me leí el libro de un tirón y, como otros textos que he recomendado en el blog, me limitaré ahora a reproducir algunos fragmentos que me han gustado sobremanera. Ha sido una selección difícil porque querría haber incluido unos cuantos más. Sin embargo, me he forzado a refrenar mis ansias porque, si no, al final tendría que incluir aquí prácticamente un pdf del libro entero y eso no tiene ninguna gracia. Si un autor ha escrito algo interesante, o lo ha filmado, o lo ha grabado, o lo ha reproducido de la manera que sea, debe ser recompensado por ello a través de la compra de su obra. Así que, sin más, aquí van estas píldoras extraordinarias:
* "En general, lo que no tenemos delante de los ojos es más real que lo que vemos. Eso es así en todos los niveles de la existencia. Pero la ausencia es demasiado difícil de soportar de manera que en nuestra desesperación inventamos cosas para echarlas de menos (...) el mundo nos llena de sucedáneos e intenta convencernos de que nada falta, pero nada tiene la capacidad de llenar el vacío que sentimos en nuestro interior, de manera que tenemos que ir sustituyendo y modificando lo que inventamos mientras nuestro vacío proyecta su sombra sobre nuestra vida..."
* "Parménides, conocido como 'el padre de la filosofía', escribió un poema (...) la última parte del poema empieza con las palabras de la diosa: 'ahora voy a engañarte' y a continuación pasa a describir en detalle el mundo en el que creemos vivir..."
* "Para la sabiduría, es una combinación perfecta ocultarse en la muerte. Todo el mundo huye de la muerte, de manera que todo el mundo huye de la sabiduría, excepto quienes están dispuestos a pagar el precio e ir contra la corriente (...) morir antes de morir exige un valor tremendo. Nuestros anhelos pocas veces son gran cosa, apenas consisten en ir de un deseo a otro, nos dispersamos por todas partes buscando una cosa u otra, satisfacer nuestros deseos sin satisfacernos a nosotros mismos. Y nunca podemos estar satisfechos..."
*"'Kuros' es una palabra antigua, más incluso que la lengua griega (...) no se refiere sólo a un joven, a alguien menor de treinta años, sino al héroe, al hombre de cualquier edad que todavía veía la vida como un desafío. Al que se enfrentaba a ella con todo su vigor y pasión, que todavía no se había retirado para ceder el paso a sus hijos. La palabra indicaba la calidad del hombre, no su edad. Y estaba también estrictamente relacionada con la iniciación, pues el 'kuros' se encuentra en la frontera entre lo humano y lo divino, tiene acceso a ambos mundos, ambos lo aman y reconocen. Sólo como 'kuros' pueden superar los iniciados la prueba del viaje al más allá (...) Descender a los infiernos cuando se está muerto es una cosa. Ir allí mientras se está vivo, preparado y consciente, y aprender de la experiencia, es otra bien distinta."
* "El éxtasis de Apolo era distinto del éxtasis de Dionisos. No tenía nada de desenfrenado o inquietante. Era intensamente privado, personal. Y tenía lugar en una inmovilidad tal que podía no advertirse o podía tomarse por otra cosa (...) uno de los nombres que se daba a esos sacerdotes de Apolo era 'caminantes celestes' (...) Una de las señales que marcaba el punto de entrada a otro mundo es que se oye una profunda vibración producida por un sonido de flauta, silbato o siseo, como el de la serpiente (...) los textos místicos griegos explican que este siseo o sabido, este sonido del silencio, es el sonido de la creación. Es el ruido que hacen las estrellas y los planetas mientras giran en sus órbitas (...) un himno órfico da incluso al Sol el título de 'syriktes', el flautista..."
* "Tiene mérito: hemos conseguido crear la ilusión de que somos más sabios que las gentes de tiempos anteriores (...) El hecho es que estas cosas tienen una manera asombrosa de protegerse. E incluso lo que en algunos momentos podría parecer obvio, al siguiente no lo es en absoluto. Eso es exactamente lo que sucede cuando uno se vincula con una realidad que, como la de los héroes, pertenece a otro mundo."
* "Un 'fata' -en árabe- o 'javanmard' -en persa- es un 'hombre joven' igual que el griego 'kuros' y con el mismo significado de hombre de cualquier edad que ha ido más allá del tiempo y el espacio en un viaje iniciático en el que ha llegado al corazón de la realidad, donde había encontrado lo que nunca envejece ni muere. Entre los sufíes y otros místicos, especialmente en Persia, se decía que estos 'hombres jóvenes' siempre existen en algún lugar de la tierra, sin vinculación a país o religión concretos, por una sencilla razón: porque el mundo en el que vivimos no podría sobrevivir sin ellos. Sólo a través de ellos el hilo que une a la humanidad con la realidad permanece intacto (...) se expresaban en acertijos porque no estaban interesados en dar respuestas fáciles o teóricas. Su objetivo era hacer que uno percibiera dentro de sí mismo aquello sobre lo que otros podrían limitarse a pensar o hacer. Tenían la capacidad de transformar a la gente, de conducirla a través de un proceso de muerte y renacimiento hasta lo que está más allá de la condición humana, de llevar a los huérfanos de regreso a la familia a la que siempre habían pertenecido..."
¿Acaso no bastan estos prometedores párrafos para llamar la atención sobre el pedagógico contenido del libro de Kingsley? Si yo hubiera leído uno sólo de ellos cuando el texto se editó por vez primera, lo más probable es que no hubiera esperado tantos años a leerlo: me lo habría comprado en aquel momento. Pero ya digo: las cosas vienen como vienen.
Aún me gustaría añadir un párrafo más, para terminar, de En los oscuros lugares del saber porque creo que encaja a la perfección con el tiempo en el que vivimos y rearma moralmente a los que llevamos tanto tiempo luchando contra la tiranía ejercida por las hordas del buenismo y lo políticamente correcto. Y es ese fragmento en el que el filósofo británico desmiente la falsedad según la cual es necesario rendirse sin condiciones (como un frágil judeocristiano frente a los hambrientos leones del coliseo) ante culturas y tradiciones foráneas, así como respetar la opinión ajena aunque ésta sea venenosa, malvada y criminal. Kingsley recuerda que los miembros de las antiguas Escuelas de los Misterios, como los pitagóricos (y seguramente como el propio Parménides), "luchaban si era necesario defender su vida, sus leyes y sus tradiciones: contra las tribus locales y también contra la amenaza ateniense (...) La historia del armamento en Occidente se desarrolló gracias a ellos. Inventaron distintos tipos de artillería basados en los principios de la armonía y el equilibrio que se convirtieron en la forma habitual de esas armas durante casi dos mil años. Para ellos, hasta la guerra era una gran armonía que ejecutaba el comandante de artillería y se oía en las cuerdas de la catapulta. En lo que a ellos respectaba, la armonía no era ningún ideal celestial. Y no tenía nada que ver con las ideas sentimentales de dulzura y paz". Eran, en consecuencia, guerreros integrales. En lo físico también, aunque principalmente en lo espiritual.
Saludos. Aquí comienza un nuevo curso en la Universidad de Dios.
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