Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 20 de octubre de 2017

El rubí

Parto de la base de que de que Jim Carrey es un actor que nunca me ha interesado demasiado. Como profesional, siempre me pareció muy amanerado, histriónico y sobreactuado en exceso. Y sus películas, demasiado banales. Quizá por eso me sorprendió tan agradablemente su interpretación en El show de Truman, un largometraje más que recomendado en la filmoteca de la Universidad de Dios, aunque no tanto por su papel protagonista como por la historia en sí, que en el fondo es la de prácticamente cualquier homo sapiens contemporáneo. No olvido que se trata de una de las contadas obras dirigidas por Peter Weir, un tipo muy interesante que ha firmado entre otros títulos recomendables El club de los poetas muertos o Camino a la libertad, y que cuenta también como aliciente con uno de mis actores favoritos, Ed Harris. No olvido tampoco que el guión es de Andrew Niccol, otro autor a seguir de cerca, con historias como las de Gattaca o In time.

En El show de Truman, Carrey fue capaz de dotar a su papel de la necesaria credibilidad a medida que su personaje, Truman Burbank, se va dando cuenta de que cuanto le rodea no es como se lo han contado -y él se creyó sin más- durante toda su vida. Descubre así que su existencia no es otra cosa que una farsa televisada desde incluso antes de que él naciera, un gigantesco reality show -no sé si es la primera referencia pública explícita y masiva a este tipo de programas que después surgirían como hongos en las televisiones europeas- que dura ya treinta años y que está dirigido por un demiúrgico productor ejecutivo llamado Christof que transmite las 24 horas de su día a día gracias a miles de cámaras estratégicamente situadas a su paso. De hecho, la ciudad en la que vive y que nunca ha podido abandonar, Seahaven, es un inmenso decorado. Su padre muerto o su novia mudada a otra población son simples personajes que se han quedado sin papel y por ello se les ha eliminado del guión. La comida con que se alimenta, la ropa que viste, los objetos que usa..., son patrocinios publicitarios. Todo, absolutamente todo, es falso.

El doloroso proceso de descubrimiento del gran engaño en el que vive inmerso (ese parque de atracciones tan similar al que paseamos nosotros, los espectadores de la película) es un necesario paso del héroe por el infierno antes de poder ascender al cielo que, en el caso de Truman, supone escapar de Seahaven y acceder por primera vez al mundo normal y corriente como un true man (en inglés, un hombre de verdad) y no un simple personaje... Esta película es un ejemplo del curioso movimiento de despertar que sacudió Hollywood a finales de los años 90 con guiones en apariencia diferentes pero que hablaban de las mismas cosas. El show de Truman es de 1998, igual que Dark City, mientras que Matrix y Nivel 13 son de 1999, por citar las más conocidas.

Aún me impresionó gratamente Carrey como protagonista en otra película, bastante menos conocida pero también curiosa: El número 23, basada como el título indica en este número cuyos enigmas fueron difundidos especialmente por el gran Robert Anton Wilson, del que ya hemos hablado en alguna ocasión, y cuya obra más conocida (no necesariamente la mejor) es la trilogía The Illuminatus!, un dato que conviene recordar a medida que avance este artículo. Por resumir mucho la historia, la idea es que el 23 es una cifra tan especial, incluso tan potente desde el punto de vista mágico, que está, de una u otra forma, relacionada con todo lo que es en verdad importante en el mundo. Eso incluye desde los 23 pares de cromosomas del ADN hasta los 23 grandes maestres que tuvo la Orden del Temple, pasando por las 23 letras del alfabeto latino clásico o..., la propia productora de Carrey, que se llama JC23 Entertainment. Ni qué decir tiene que la película empezó a filmarse un 23 -de enero de 2006- y se estrenó otro 23 -de febrero de 2007-.

En El número 23, Carrey es Walter Sparrow, un anodino empleado municipal encargado del control de animales que empieza a leer un libro cuyo protagonista, el detective Fingerling, se enfrenta a una serie de turbios y acontecimientos con muertes incluidas que giran en torno al famoso número. Sparrow descubre coincidencias entre su vida de Sparrow y la de Fingerling y se obsesiona también con el 23. No faltan las referencias bíblicas, tan queridas por los productores de Hollywood como la división de 2 entre 3, que es igual a 0,6 periódico o lo que es lo mismo 0,666 (aaaah..., ya tardaba en salir el deseado Número de la Bestia, con un cero y una coma por delante) o a la referencia final al versículo 23 del capítulo 32 en el veterotestamentario libro de Números... 


Después de esto, Carrey se esfumó de mis intereses particulares hasta finales de 2014, cuando protagonizó un hecho muy particular. El 13 de noviembre de ese año participó en un programa de la cadena ABC, uno de esos característicos talk shows de la televisión norteamericana, presentado por Jimmy Kimmel, también actor, además de guionista y productor televisivo. Había acudido para promocionar la película que había terminado entonces: Dos tontos todavía más tontos, una banal secuela de otra producción de título muy similar y contenido completamente prescindible, coprotagonizada con Jeff Daniels. Todo iba bien hasta que,
de pronto y sin previo aviso, Carrey se puso
a despotricar contra..., los Illuminati. Y soltó ideas como éstas: "La gente de la televisión ha sido contratada por el gobierno para despistar a la población, para distraerte, hacerte reír, feliz y dócil, para que no sepas lo que está pasando realmente". Ante el despiste de Kimmel  Carrey dijo estar "enfermo y cansado de los secretos y las mentiras" que trataban de convertir a las masas en "drones de consumo". Luego empezó a hacerles burla colocando sus manos en forma de triángulo y sacando la lengua entre ellas, a lo que el presentador se sumó sin saber muy bien que hacer y entre las risas del público que pensaban que todo era una broma. ¿Lo era? Finalmente, el actor dijo que le llamaban por teléfono y tras atender durante unos segundos volvió a hablar con Kimmel con una voz robótica y un gesto distinto, como si hubiera sido puesto "bajo control" y dijo que ya sólo quería hablar de la película y "del nuevo iPhone 6 plus". Nuevas carcajadas y nuevos aplausos de un público convencido de estar ante la versión más alocada de su extravagante ídolo cinematográfico.

Desde luego, como estrategia publicitaria para que se hablara de él, funcionó muy bien. Estados Unidos es la patria de la conspiranoia, como suele repetirme a menudo Mac Namara, mi gato -justamente- conspiranoico. Eso es lo bueno de muchos yankees: siguen sin fiarse de la burocracia y las administraciones, a las que los europeos sin embargo nos rendimos con armas y bagajes hace ya tanto tiempo que se nos ha olvidado la época en la que no éramos esclavos de funcionarios oscuros con sus propios intereses al margen del bien común. La grabación de la intervención televisiva de Carrey en el programa de Kimmel corrió como la pólvora en las páginas de internet y es fácil de encontrar. Y le granjeó un inesperado apoyo popular de muchos que empezaron a defender la idea de que el actor era una especie de "luchador por la verdad para desenmascarar a los malos". Pero, ¿lo es?


Cierto suceso luctuoso ocurrido más tarde pareció dar la razón a los defensores de esta teoría. Diez meses después del programa televisivo, la novia de Carrey, Cathriona White apareció muerta en su apartamento de Los Ángeles. Dos amigas se encontraron el cadáver y unas píldoras a las que se achacó su muerte, que habría sido un suicidio por exceso de medicamentos o ingesta de drogas. El actor sería uno de los encargados de portar el féretro de la mujer el día de su entierro. A día de hoy, aún existen dudas y sombras sobre lo que pasó realmente, aunque la explicación oficial (¿es la real?) dice que la frágil Cathriona no soportó por más tiempo el difícil carácter y los vaivenes emocionales de su novio, quien la trataba alternativamente como a una reina y luego como a un trapo. El propio actor ha reconocido que sufre, entre otros problemas personales, de depresiones extremas. El hecho de que la mujer muriera el 28 de septiembre de 2015, a la edad precisamente de 28 años y justo con una luna de sangre (cuando nuestro satélite se ve de color rojo durante un eclipse lunar, al situarse la Tierra entre ella y el Sol) en lo alto del cielo estrellado no ayudó precisamente a serenar los ánimos. Más bien fue la "confirmación" de que el "asesinato" de Cathriona era el "castigo" infligido por los Illuminati por su insolencia al reírse de ellos en público. Y el hecho de que durante un tiempo largo el actor desapareciera literalmente de escena sin participar en ninguna película fue la guinda del pastel para "corroborar" esta hipótesis.

Recuerdo que, cuando comentamos este suceso, Mac Namara no quiso darle demasiada credibilidad a la teoría del Carrey valiente-luchador-contra-el-Mal y se inclinaba más bien por la del Carrey controlado-mental-empleado-para-desinformar-ingenuos.

- Si los Illuminati tuvieran que ir castigando a todos los que hablan mal de ellos en público ahora mismo, el mundo se llenaría de muertos y se convertiría en un infierno -dijo, con rotundidad.

- Bueno, ¿y no sucede así? -le contesté, casi sin pensar, y tuve la inmensa satisfacción de callarle la boca por una vez, a él, que tanto le gusta quedar por encima; giró la cabeza muy dignamente y desapareció por el pasillo adelante.

Más tarde, sin embargo, me acordé de un símil que mi gato conspiranoico me había planteado en otra ocasión acerca de la estrategia que los Amos y sus sociedades secretas/discretas vienen empleando en los últimos años con bastante éxito, ante la imposibilidad de seguir manteniendo la misma estrategia de silencio, en boga hasta la segunda mitad del siglo XX, antes de que se produjera la gran revolución de las telecomunicaciones...

- Imagina que posees un gran secreto -sugirió-. ¿En qué cabeza cabe que pueda estar a la vista de todo el mundo, si es tan importante y tan secreto? Y, no obstante, ¿no es el mejor lugar para esconderlo, ya que a nadie se le ocurriría que algo tan notable estuviera a la vista y al alcance de cualquiera? Ejemplo: piensa que posees un exótico rubí, del tamaño de un puño, el más preciado del mundo. Todo el mundo lo desea, en secreto muchos anhelan arrebatártelo. ¿Cómo lo protegerás mejor? Puedes guardarlo en algún lugar supuestamente seguro: un banco, una cámara acorazada..., pero siempre habrá algún plan audaz para apoderarse de él. En cambio, puedes construir diez mil réplicas de plástico del rubí y distribuirlas por el mundo, cada una con una tonalidad diferente -carmesí, coral, vino, tomate, fucsia, etc.- y un tamaño diferente -un puño de niño, un puño de hombre, un puño de mono, un puño de golem, etc.- ¿Quién podrá diferenciar el rubí real del verdadero?

Es decir, ante la imposibilidad de seguir guardando secretos en un mundo donde casi cada persona tiene una cámara y una grabadora (un teléfono "inteligente") en su mano y acceso a una red mundial (internet) donde difundir de inmediato sus revelaciones, lo que hay que hacer es multiplicar los señuelos, las copias, los clones. Que las cosas parezcan algo que no necesariamente han de ser..., aunque en realidad esta idea no es tampoco muy novedosa.

Hace un mes, Carrey reapareció para promocionar la última película en la que ha intervenido: un documental titulado Jim & Andy: the great beyond, producida por Spike Jonze y dirigida por Chris Smith, sobre la película Man on the moon de Milos Forman en la que Carrey interpretaba al cómico Andy Kaufman. Sabiendo lo que sabemos a estas alturas, no deja de llamar la atención tanto el título de la película de Forman (en español, El lunático) como el del documental (en español, Jim & Andy: el más allá..., también título de una de las canciones de la banda sonora. En diversos medios digitales se ha especulado sobre si el actor estaba recuperado e incluso si estaba en sus cabales, habida cuenta algunas de las declaraciones que ha hecho en algunas entrevistas.

Por ejemplo, cargó directamente una vez más contra Apple y concretamente contra Face ID, el nuevo software que equipará el iPhone X, que es capaz de grabar literalmente el rostro del usuario y almacenarlo en su memoria, con el objetivo formal de que sólo la persona dueña del teléfono sea capaz de desbloquearlo y utilizarlo poniéndose simplemente ante su pantalla. En teoría, ese rostro no saldrá del smartphone o, como mucho, de los servidores de Apple pero ¿quién puede garantizar eso en la era del hackeo universal? ¿Alguien puede garantizar si todas las huellas digitales impresas por los respectivos usuarios de otros tantos teléfonos móviles y supuestamente a salvo en el interior de los mismos siguen sólo ahí? Carrey dijo que Face ID era una tecnología diseñada para "esclavizar a la humanidad" e "inaugurar un Nuevo Orden Mundial totalitario" que permitirá "por ejemplo identificar a los manifestantes, averiguar si alguien está deprimido o es un maníaco". Y no se olvidó de lanzar una especial referencia a la genial 1984, lectura obligatoria en el primer curso de nuestra Universidad de Dios. Textualmente: "si George Orwell escribiera '1984' hoy día en lugar de hacerlo sobre comunistas lo habría hecho sobre las compañías tecnológicas que gobiernan un estado totalitario, donde las tiendas serían las plazas de la ciudad y sería obligatorio comprar los teléfonos que leen la cara". Si yo fuera la novia actual de Carrey tendría mucho cuidado con quién me mira mal durante los próximos meses...

Más interesantes fueron otras declaraciones en las que aseguraba que hacer películas es "una oportunidad maravillosa para ser otra persona y darse cuenta de que ninguno de los dos, persona o personaje, es real" porque, al hacerlo, "te preguntas ¿quién eres tú mismo?" A continuación, afirmaba que los seres humanos "somos un conjunto de tetraedros que están programados con ideas de ti mismo" y que "hay que admitir que a lo que estamos mirando es a una realidad virtual. Nada de esto es real, no es más que la conciencia bailando para sí misma (...) cuando alguien de tu familia sufre, cuando parece que nuestra civilización está en riesgo..., me siento tan impelido como cualquier otra persona a jugar mi papel y estar en el lado correcto. Pero nada es real". Y así Carrey parece retomar su carrera como gurú-anti-malvados y gran-guerrero-por-la-verdad-ascendiendo-en-la-senda-espiritual: el bufón reconvertido en caballero andante. Pero, ¿lo es?

Mac Namara me bufa cuando le insisto para que me lo aclare.

- Deberías haberlo averiguado ya tú solito.















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