Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 16 de noviembre de 2018

La conspiración, para el que la conspira

Una de las películas más sugerentes de Mel Gibson, un cineasta que a día de hoy continúa crucificado por los popes de Hollywood a pesar de sus rituales peticiones de perdón y de sus recientes intentos de volver a primera línea, se titula Conspiracy Theory (La teoría de la conspiración, aunque en España llegó a los cines con el título recortado de Conspiración, sin más): fue rodada por Richard Donner y estrenada en 1997. Relata la historia de un taxista neoyorquino llamado Jerry Fletcher (Gibson) que está verdaderamente obsesionado por las conspiraciones, hasta el punto de rozar la paranoia. Es su tema favorito de conversación con sus clientes (uno de ellos es, precisamente, Donner quien aparece haciendo un cameo) y el contenido de un boletín que distribuye entre un puñado de suscriptores. Pero Jerry tiene otra misión en la vida: la protección, sin que ella lo sepa, de una abogada llamada Alice Sutton (Julia Roberts), que trabaja en el Departamento de Justicia de los Estados Unidos y de la que está enamorado. Ella piensa que el taxista está simplemente desequilibrado pero acaba descubriendo que las tramas secretas de las cuales él le habla, o al menos una de ellas, son muy reales. Y, además, le afectan directamente...

Para el recién llegado al mundo de las conspiraciones la película puede resultar un thriller un tanto bizarro y bastante exagerado, pero un público más veterano en la materia como mi gato Mac Namara o como más de un lector habitual de esta bitácora sabrán reconocer ciertos guiños y detalles del guión (sin ir más lejos, en los primeros cinco minutos del largometraje) y no podrán evitar asentir con una sonrisa en algunas escenas concretas. Las turbias maniobras de la CIA, las armas sísmicas, los efectos de la fluorización del agua, los misteriosos helicópteros negros que aparecen en escenarios complicadosla implantación de microchips en los seres humanos, el programa MK-Ultra, el mítico 'disparador' de El guardián en el centeno, el Nuevo Orden Mundial... Temas todos ellos que hoy resultan muy reconocibles por el connoisseur de lo conspiranoico, pero que a finales de los 90 no eran todavía muy conocidos entre el público español (a pesar de que por esas fechas ya había triunfado en la televisión la popular serie Expediente X). La película cuenta además con alguna sorpresa añadida como el hecho de ver a Patrick Stewart interpretando un papel de "malo": el del doctor Jonas. 

A día de hoy, todavía no tengo muy claro si esta película se rodó para ridiculizar a los conspiranoicos o para defenderlos. O tal vez para ambas cosas al mismo tiempo. Como explican todos los cineastas que han tenido la oportunidad de sobrevivir a la experiencia para contarlo posteriormente en sus memorias o en alguna entrevista en profundidad, Hollywood es un nido de víboras manipuladoras. Y como detallan todos los conspiranoicos de pata negra, su principal misión es la de fabricar el mayor número posible de cuidadas dosis de programación mental que serán posteriormente insertadas en el público bajo una apariencia cultural o de entretenimiento. Esta programación está destinada a forzar a la sociedad a pensar en lo que quienes pagan la "fábrica de sueños" (nuestros viejos conocidos: los Amos) quieren que el público piense, de manera que actúe de manera previsible y así pueda seguir esclavizado sin darse cuenta.

En ocasiones, algunos productores y guionistas de lo que yo llamo "la Resistencia" consiguen introducir unas notas discordantes en la sinfonía general de sueños y firman unas películas sorprendentes que alteran la nana predominante y pueden llegar a despertar a los espectadores de sueño más ligero. Lo hacen porque esa gente de la Resistencia tiene ciertos conocimientos acerca de lo que está sucediendo de verdad y luchan a su manera disfrazados de sirvientes de Hollywood, boicoteando desde dentro mismo de sus entrañas su secreta misión de control social. Hemos comentado algunas de esas películas tan "especiales" en esta bitácora: MatrixEl show de TrumanBraveEnemigo públicoProyecto BrainstormDark CityLa Bella y la BestiaLa misiónCuando el destino nos alcance, Están vivos... Y tantas otras. Lo que las diferencia de lo que los eruditos a la violeta llaman mainstream no es el formato (algunas se presentan como un thriller, otras como inocentes dibujos animados, a menudo son de ciencia ficción...), ni la época en la que se desarrollan (cualquier lugar del pasado o del futuro, un instante del presente, un tiempo alternativo...), ni los protagonistas principales (un chico, una chica, un chico y una chica, un grupo de amigos, un animal...), ni mucho menos el equipo cinematográfico (un director concreto, unos actores particulares, un compositor famoso de bandas sonoras...). No, el meollo de la cuestión está en el guión: en lo que cuenta la película y, a menudo, sobre todo en lo que no cuenta pero sugiere.

Y es que esta gente de la Resistencia comprende que la idea de la conspiración no es ninguna estupidez, como se intenta presentar cada vez más a menudo en los medios "serios" de comunicación, colonizados hoy por nuevos inquisidores que defienden implacablemente la fe en lo cotidiano, como profetas soberbios de todo-aquello-que-no-se-sale-ni-debe-salirse-de-lo-normal, a no ser que forme parte de lo que se conoce como disidencia controlada (por ejemplo, puedes y debes tatuarte cuanto más mejor, envenenando así tu piel a largo plazo, y además puedes mutilarte con piercings..., pero no se te ocurra pensar más allá de las opciones políticas formales). La conspiración, como deduce en poco tiempo cualquiera que haya estudiado la Historia a fondo, da igual en cualquier época, es una de las realidades recurrentes y mejor comprobadas a lo largo de los siglos de los que guardamos memoria. 

Conspiradores (cada uno a su estilo y por sus propias razones) fueron los que asesinaron a Julio César, los que organizaron la Revolución Francesa o los que desataron la Primera Guerra Mundial con el asesinato del archiduque Francisco, por citar sólo tres ejemplos. Y actividades secretas protagonizadas por gobiernos las ha habido a cientos, incluso en tiempos modernos y por ejecutivos supuestamente democráticos y defensores de sus ciudadanos que en realidad utilizaron a éstos como si fueran su propiedad privada. Esto se ha demostrado hasta la saciedad, aunque nunca suele citarse en los artículos de los estudiosos "escépticos" y "racionales" que se ríen de la "ingenuidad" e "ignorancia" de los "creyentes en conspiraciones". En esos artículos se habla reiteradamente de tonterías como la Tierra plana o los extraterrestres de todo tipo y tamaño que nos invaden, rodean y meriendan..., pero brillan por su ausencia hechos demostrados y publicados como los despiadados experimentos del gobierno de Estados Unidos con la sífilis en ciudadanos negros de Tuskegee (Alabama) o los que llevó a cabo el del Reino Unido en el metro de Londres desparramando en secreto la bacteria Bacillus globigii para estudiar posibles efectos de la guerra biológica en la capital británica. De ambas experiencias, y de otras aún peores, hemos hablado aquí.

Por estos motivos, la conspiranoia no deja de ser un comportamiento lógico de personas bien informadas frente a la actitud hipócrita, cínica y canalla (y en nuestros días cada vez más desvergonzada) de los gobernantes habituales (los que se ven y también de los que no se ven) del homo sapiens. Son capaces de mentir, engañar, robar, manipular, estafar, traicionar y cometer en general cualquier tipo de crímenes imaginables, hasta los más abyectos, incluso contra los ciudadanos que pagan sus sueldos como funcionarios del Estado (hasta un presidente del gobierno o de una república, hasta un rey en una democracia parlamentaria, no son en el fondo más que funcionarios, si bien con enorme poder), con tal de permanecer en sus respectivas poltronas y seguir disfrutando de los privilegios que les suponen.

Un ejemplo de los nuevos inquisidores lo tenemos en la serie de artículos publicados por cierta revista en su día muy vendida en papel que hoy lucha como puede (como todas) para mantenerse en pie tratando de adaptarse a los nuevos tiempos de Internet y el "todo gratis". En esos textos, se descalifica sin más a los investigadores de conspiraciones y a aquellas personas interesadas en los resultados de su trabajo por admitir la posible veracidad de "retorcidas teorías sin pruebas" equiparando algunos hechos ciertamente muy sospechosos de ser el resultado de una conspiración verídica con otros que no son más que inventos de gente con mucho tiempo libre. Y es que ya sabemos que mezclar verdades con falsedades es una técnica muy vieja para esconder la realidad pues, al descubrirse la parte falsa del hecho relatado, se descalifica sin más la parte real por considerarla también falsa.

En uno de estos artículos, la susodicha revista define al conspiranoico como compulsivo, autodidacta y capaz de memorizar los detalles más nimios de la teoría a la que se entrega. Afirma que nunca cambia de opinión respecto a sus creencias y que "siempre encuentra pruebas de que su hipótesis tiene visos de realidad" (esta última frase me ha hecho reír un rato..., es evidente que si uno no encontrara "visos de realidad" en una teoría no estaría dispuesto a darle crédito, sea conspiranoica o no). Interesarse por las conspiraciones no sólo puede llevarle a uno a "convertirse en un paranoico", sino que ¡oh, anatema! puede catapultarle, si adquiere poder, a la categoría de "tirano" dispuesto a desencadenar "procesos muy destructivos" como supuestamente le sucedió a Hitler, Stalin, Lenin o Mao Tse Tung. 

Como esta descripción resulta un tanto endeble hasta para el autor del texto, a continuación echa mano de un estudio italiano basado en Facebook: durante dos años los investigadores colgaron más de 4.700 noticias falsas, algunas con un aire científico y otras conspiranoicas puras y duras, para ver cómo reaccionaban los lectores. Según sus conclusiones, el 91 % de los defensores de las teorías de la conspiración eran incapaces de distinguir una broma absurda de una postura excéntrica pero argumentada. Vale, podríamos creernos el estudio italiano, si no fuera porque le pasa exactamente lo mismo a la inmensa mayoría de consumidores de Facebook, con independencia de que sean conspiranoicos o no. Y para demostrarlo, sin ir más lejos, tenemos el famoso caso de la influencia que nos cuentan tuvieron las fake news en los votantes de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Nuestra revista insiste: no, esa investigación de los italianos confirma otros trabajos similares que aseguran que los conspiranoicos carecen de habilidad para el pensamiento crítico, tratan de evitar contacto fuera de su círculo de interés y son incapaces de advertir cuándo se burlan de ellos. Vaya, parece que también es exactamente lo mismo que sucede con otros grupos de personas que nada tienen que ver con las conspiraciones, como los fanáticos de un club de fútbol, de un movimiento religioso o de sectas políticas como los independentistas que han ensuciado con churros amarillos buena parte de Cataluña.

Sí le doy la razón a la revista cuando dice que, de momento, hay pocos estudios sobre la conspiranoia. Bueno, le doy la razón en parte, porque hay pocos estudios publicados. Hace ya unos años, en este mismo blog, dejé por escrito algo que me explicó tiempo atrás cierta persona con conocimiento de causa: existen bastantes más investigaciones de las que podríamos imaginar (y es lógico, desde el punto de vista de los Amos) para tratar de averiguar por qué algunas personas poseen una fuerte capacidad de resistencia a ser "engullidas" por la masa y seguir el camino del rebaño como todos, sin preguntarse "cosas raras". Hay un interés evidente en conocer si estos librepensadores lo son por algún raro motivo biológico o por un condicionamiento diferente o por ambas razones o por qué, en cualquier caso, y si es posible reeducarlos para devolverlos al redil.


El resto del artículo va en el mismo tono, con afirmaciones y argumentos tan flojos como los ya descritos. Por ejemplo: "sus webs y foros se nutren de medias verdades" y las campañas para desacreditarlos consiguen "justo lo contrario: reforzar su creencia en una maquinación". Como si fuera una conducta humana muy diferente de la descrita en otros colectivos, como los citados un par de párrafos más arriba. Por cierto, el texto contiene algunas inexactitudes flagrantes, escritas sin sonrojo alguno. Entre ellas, calificar la hoy demostrada influencia de ciertas sociedades secretas como la francamasonería o el iluminismo en la Revolución Francesa como una simple "historia creada con éxito" pero no real. O referirse al "hoy casi desaparecido mundo de la ufología" cuando no han dejado de registrarse casos de avistamientos no aclarados durante los últimos años y esta misma semana conocíamos uno de los últimos con declaraciones de pilotos de distintas líneas aéreas en Irlanda. Pilotos: gente formada técnicamente, no aldeanos sin conocimientos científicos.

El caso de esta revista no es único, en absoluto. La versión española de cierto diario on line supuestamente prestigioso pero que (al menos en nuestro país) no se puede decir que haya alcanzado el nivel de influencia que esperaban sus impulsores, publicó hace unos pocos años un artículo advirtiendo soterradamente de lo peligrosos que son "los que creen en tramas ocultas". Su descripción insistía en que "tienden a ser personas muy inteligentes" que "sienten que sus capacidades no han sido adecuadamente reconocidas y se enorgullecen al encontrar fallos en los razonamientos de otros". ¿Muy inteligentes? ¿No habíamos quedado en que eran una pandilla de crédulos ignorantes? Este diario decía que los rasgos característicos del conspiranoico son (agarrémonos, que vienen curvas) "ansiedad, falta de control sobre la propia vida, extremismo político, pesimismo, tendencias paranoides subclínicas, sesgos de razonamiento, escasa confianza en la ciencia y las autoridades y un vínculo con otras creencias marginales como las paranormales". Le faltaba añadir que, además, prefieren la tortilla con cebolla y la pizza con trocitos de piña. 

Lo más divertido es que después de soltar esta andanada de descalificaciones que casi parecen describir a un mad doctor de película, el diario hace referencia a un experimento científico publicado en Psychological Science, según el cual "los conspiranoicos no son tan diferentes del resto" de personas de la sociedad (!). Es más,  el propio equipo de investigadores que lo elaboraron sugería analizar el perfil de los llamados escépticos, los que descartan absolutamente la existencia de cualquier tipo de contubernio de importancia, ya que en su opinión esto tampoco tiene sentido: "¿Acaso confían ciegamente en las autoridades y los medios?", se preguntaba.

Otro diario online de más reciente creación publicaba en febrero de este mismo año el enésimo artículo crítico contra la conspiranoia que, al mismo tiempo y de forma completamente contradictoria, ¡incluía "ocho teorías de la conspiración que resultaron ser ciertas"! (aunque sólo en parte, según advierten). Entre otras, reconocía el uso de drogas psicodélicas por parte de la CIA para experimentos de condicionamiento mental. Este diario llega a citar (¡oh, milagro de la divulgación conspiranoica!) nada menos que al proyecto MK-Ultra, que para tantos ciudadanos (muchos periodistas supuestamente informados incluidos) suena a organización secreta enemiga de James Bond. También recuerda la conspiración de las empresas tabaqueras para ocultar a la sociedad el daño a la salud de sus productos, sobre todo en forma de cáncer, disfrazando el consumo de cigarrillos, puros y demás variantes en un signo de elegancia, distinción y buen gusto, con ayuda de la publicidad. Y, en el mismo sentido, la conspiración de las empresas azucareras para ocultar que el consumo excesivo de azúcar provoca importantes trastornos de salud como los cardiovasculares, llegando a "subvencionar" estudios "científicos" para "demostrar" que los problemas de dieta había que achacarlos sólo a las grasas saturadas (por cierto, hablando del azúcar, ahí va una sugerencia: la próxima vez que cualquiera de los lectores se acerque a un supermercado, tómese la molestia de leer las etiquetas de los productos procesados que ofrece a la venta y verá qué sorpresa... ¡Prácticamente todos los productos -yo he llegado a encontrarlos hasta en el pan integral o las bolsas de patatas fritas- llevan azúcar en su composición! ¿Por qué? ¿Y qué relación tiene eso con la auténtica epidemia de diabetes que sufrimos en Occidente?).

Hablar libremente es ya casi una utopía en nuestras democracias contemporáneas. Pensar va por el mismo camino. Pero, en el fondo, ¿no hace eso más interesante la vida?

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