Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 2 de marzo de 2012

Nosotros

El “homo sapiens” tiene una espantosa habilidad para echar balones fuera, herencia de su carácter de mono en proceso de evolución hacia ser humano (pero más cerca del mono que del ser humano). Estoy seguro de que si hubiéramos podido escoger, habríamos preferido encarnar físicamente en cuerpos de gatos o delfines, animales infinitamente más elegantes e inteligentes, que en los de estos torpes primates especializados en depredar, engañar y tumbarse a la bartola. Pero éstas son las reglas del juego y a ellas hemos de ceñirnos: supongo que debe tener más mérito elevarse hacia las alturas partiendo de un nivel más primario.

En estos días interesantes en los que escogimos vivir y en los que todos hablan de crisis, de paro, de corrupción…, de tantos males que convierten la supuesta democracia en la que vive Occidente en una parodia criminal de sí misma (y me voy a ceñir al Occidente desarrollado porque, si me pongo a mirar lo que hay más allá en las tres cuartas partes restantes del mundo, corremos el riesgo de caer en la depresión más absoluta), sería especialmente instructivo que fuéramos capaces de detenernos un momento a reflexionar por qué el gobierno de nuestras naciones está en manos de una clase política desprestigiada, una elite financiera intocable y unos agentes sociales (desde los jefes de fila sindicales hasta los líderes de opinión de los medios audiovisuales pasando por los “pastores de almas”) con tanta cara dura como escasa credibilidad.

Nos gusta protestar contra ellos, organizar manifestaciones y protestas con cartelitos originales (“¡A ver si nos sacan en la tele!”), destrozarlos en nuestras conversaciones privadas y, si es posible, en el cada vez menor espacio que los grandes mass media conceden a la opinión particular del ciudadano anónimo. Les acusamos de corruptos, de chorizos, de sinvergüenzas…, y les achacamos todos y cada uno de nuestros males. No tenemos trabajo por su culpa, no llegamos a fin de mes por su culpa, no hay seguridad en las calles por su culpa..., todos nuestros problemas son por su culpa.

Son el perfecto chivo expiatorio.

Pero si pudiéramos detenernos un momento a pensar de verdad (no a ser pensados, a defender banderas ajenas como si fueran nuestras), igual nos llevábamos una sorpresa al comprender que ellos están ahí y hacen lo que quieren porque nosotros les ponemos ahí y les dejamos hacer lo que quieren. Porque ellos son nosotros, con la única diferencia de que están en el poder.

Nosotros, los mismos que inventamos esa expresión en teoría jocosa pero que define el estado de ánimo que nos domina habitualmente en el puesto laboral de “a mí me pagan por venir; por trabajar ya me tienen que dar un plus”. Nosotros, que si no nos vemos obligados a fichar tratamos de llegar lo más tarde posible al trabajo e irnos lo antes posible a casa y, durante las horas en las que deberíamos estar trabajando, buscamos constantemente la manera de colocarle la tarea a otros compañeros y gandulear con una de las innumerables excusas del cajón de los “itos”: “echar un cigarrito”, “tomar un cafetito”, “desestresarnos un poquito”… Nosotros, que si alguien de nuestro entorno destaca (y no necesariamente porque sea brillante…, basta con que se dedique a aprovechar su tiempo), en lugar de animarle, apoyarle y pegarnos a su rueda para aprovechar el tirón, le despellejamos vivo, sugerimos su ilícita relación con el jefe de turno y le acosamos laboralmente (todo ello además sin que se note mucho, porque somos tan cobardes que ni siquiera nos atrevemos a hacerlo a cara descubierta). Nosotros, que si somos jefes descargamos toda la responsabilidad y las críticas sobre nuestros subordinados y, si somos subordinados, descargamos toda la responsabilidad y las críticas sobre nuestros jefes.

Nosotros, que cuando somos empresarios buscamos la manera de explotar a la gente que contratamos y cuando somos sindicalistas buscamos la mejor manera de defender los derechos de…, los sindicalistas (exclusivamente). Nosotros, que acusamos de corrupción (con razón) a un personaje público que se lleva millones de euros a su casa pero consideramos normal gastar teléfono de nuestra propia empresa en llamadas personales, gastar fondos de la tarjeta de crédito de la empresa en gastos personales o robarle a nuestra empresa los bolígrafos, el papel, los calendarios y cualquier otro material que nos han dado para trabajar en ella, no para que usemos de él para nuestros fines personales. Nosotros, que si no tenemos trabajo preferimos culpar a las autoridades los lunes al sol (y los martes, los miércoles y el resto de la semana) en lugar de trabajar buscando trabajo de verdad o formándonos para una actividad nueva si es que la nuestra se ha quedado obsoleta. Nosotros, que nos espantamos ante la perspectiva de tener que asumir un trabajo “de segunda categoría” o que no se corresponde con nuestra presunta capacitación porque es bien sabido que nacimos para mandar desde un despacho lujoso ganando un montón de dinero simplemente por nuestra cara bonita.

Nosotros, que sólo ejercemos de “estudiantes” y nos sentimos bien como tales cuando participamos en una fiesta o en una manifestación; y, si hay bronca y saqueo, mejor, más divertido. Nosotros, que carecemos del nivel personal y, lo que es más grave, del compromiso personal a la hora de superar ese nivel, para aprovechar unos estudios que nuestros padres nos están pagando a menudo con gran esfuerzo y nos limitamos a hacer lo justo para aprobar e “ir tirando”. Nosotros, que lucimos nuestra licenciatura y nuestros cuatro o cinco masters cuando somos incapaces de utilizar el comando básico de cualquier sistema educativo: aprender a pensar por nuestra propia cuenta. Nosotros, que bramamos contra la telebasura pero todos los días nos enganchamos varias horas a ella. Nosotros, que carecemos de entusiasmo, optimismo y espíritu emprendedor para afrontar los mil y un retos de la vida y exigimos a los demás que suplan esas deficiencias nuestras con sus propias virtudes; que nos salven…, pero eso sí: respetando nuestra sacrosanta independencia y nuestra “capacidad de decidir”.

Nosotros, que como consumidores buscamos engañar al vendedor bajando en exceso el precio de sus productos y como vendedores buscamos engañar al consumidor subiendo en exceso el mismo precio. Nosotros, que acaparamos todo tipo de artículos no por necesidad sino por el afán de aparentar más que los demás, de acallar la angustia interna que nos atenaza por la soledad y el egoísmo que padecemos o, aún peor, sin más razón que la de ser simplemente empujados por el rebaño ciego. Nosotros, que exigimos a los demás que sean alegres, corteses y educados sin pararnos a pensar que a nadie le apetece portarse así con gente que siempre está triste y se muestra maleducada. Nosotros, que como hombres decimos apoyar y comprender a la mujer porque suena bien y está de moda pero en realidad sólo nos interesa acostarnos con ellas y que nos hagan la casa y como mujeres decimos apoyar y comprender al hombre pero en realidad sólo nos interesa acostarnos con ellos y encontrar un protector de por vida. Nosotros, que como hombres “amamos” a las mujeres negándoles su libertad y capacidad de decisión propias, considerándolas seres inferiores y sometiéndoles a violencia física “si es preciso para ponerlas en su sitio” y como mujeres “amamos” a los hombres tratando de encarcelarlos bajo nuestro control, considerándoles seres inferiores y sometiéndoles a violencia psicológica que la sociedad es incapaz de ver y nos permite actuar siempre como víctimas. Nosotros, que exigimos a gritos amor y consideración, los mismos gritos con los que negamos ambas cosas a quienes nos las piden.

Nosotros, que nos quejamos de todo al mismo tiempo que reprochamos a los demás que se quejen de algo. Nosotros, que juzgamos a los demás implacablemente y luego pedimos justicia pero sólo consideramos que se ha hecho cuando las circunstancias se resuelven a nuestro favor y con independencia de que tengamos o no razón: pedimos justicia sin darnos cuenta de que si realmente la hubiera quizá recibiríamos una patada tan grande en el culo que no volveríamos a abrir la boca durante el resto de nuestra vida. Nosotros, que exigimos nos paguen un montón de dinero, reconocimiento y poder social por las cosas que hacemos pero no estamos dispuestos a pagar a otros que piden lo mismo por lo que hacen ellos. Nosotros, que nos preocupamos tanto por la deforestación del Amazonas, la contaminación de las energías fósiles y el cambio climático pero maltratamos el arbolito que acaban de plantar en el barrio, usamos el coche hasta para ir a comprar el pan y despilfarramos todo tipo de recursos naturales. Nosotros, que nos quejamos de nuestros padres, pero no hemos hecho nada que nos permita ser considerados mejor que ellos, y nos quejamos de nuestros hijos, pero el ejemplo que les damos continuamente es todavía peor que el que nos dieron a nosotros.

Sí, nosotros, que decimos querer cambiar el mundo, la sociedad entera…, hasta que de pronto alguien nos da la oportunidad de cambiar algo pequeñito pero de verdad, algo de nuestro entorno, algo de lo que realmente sí podemos cambiar porque está a nuestro alcance hacerlo…, y resulta que “no tenemos tiempo”, “justo ahora me viene un poco mal” o “mira, yo quería, pero se me han complicado las cosas”.

Y luego aún tenemos el cinismo de preguntarnos públicamente qué hemos hecho mal.

Es de este nosotros, de donde surgen los ellos a los que ponemos encima de nosotros. Si nuestra sociedad es ladrona, es lógico que nos gobiernen ladrones. Si nuestra sociedad es mediocre, es lógico que nos gobiernen mediocres. Si nuestra sociedad es cobarde y débil, es lógico que nos gobiernen cobardes y débiles. ¿Tenemos derecho a quejarnos? ¿O es que en realidad nos estamos quejando por envidia, porque no estamos entre los elegidos para subir? Nosotros somos ellos con la diferencia de que nosotros podemos estafar sólo por valor de diez mientras ellos, que están allí arriba porque les colocamos con nuestro empuje, pueden estafar por valor de mil…, aunque, ¿quién sabe?, tal vez si estuviéramos en su lugar descubriríamos que tenemos la habilidad para estafar por valor de dos mil.

Lo único que se puede hacer (¡lo único que nunca hacemos nosotros, porque nos aterra!) es comprender lo que ocurre e imponernos una autodisciplina eficaz y constante que nos obligue a centrarnos en nuestro propio interior y, una vez allí, a depurarnos sistemáticamente, a limpiar nuestros propios defectos y potenciar nuestras virtudes, a elevarnos sobre nuestros propios hombros hasta el punto de que algún día podamos llegar a autogobernarnos de verdad. El hombre que ha encontrado al dios que es en sí mismo, no necesita arrodillarse ante dioses ajenos.

Sin embargo, aquél que ha logrado autogobernarse cae invariablemente ante nosotros en la categoría de anormal (es decir, fuera de lo normal..., pero no como subnormal sino como hípernormal, como auténtico Übermensch) y por esa razón suele acabar perseguido o, peor, adorado por nosotros hasta ser completamente aniquilado. Una gran cantidad de seres humanos con capacidad de autogobernarse sí lograrían transmutar una sociedad..., si fueran capaces, primero, de formarse a sí mismos y, después, de agruparse alrededor de este objetivo común y lanzarse al asalto. ¿Sucederá esto algún día? Sinceramente lo dudo: por lo que he podido aprender durante todos estos años en la Universidad de Dios, cuando uno alcanza cierto nivel, suele volcarse hacia propósitos superiores, mucho más trascendentes que gobernar a Nosotros.







2 comentarios:

  1. A cuenta de la viñeta anterior, tenemos esto y ya "antiguo" del genial humorista Perich:
    “Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil y un corrupto, sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco”.(j&A):

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