Uno de los cuentos más antiguos que conozco de mi profesor de Misticismo y Paradojas en la Universidad de Dios, el mulá Nasrudin, tiene tantos años que la primera vez que lo escuché me lo contaron como un chiste protagonizado por un borracho y me pareció una solemne tontería. Creo que hoy lo entiendo un poco mejor.
Es muy tarde por la noche y Nasrudin está dando vueltas alrededor de una farola buscando algo en el suelo. Entonces aparece un vecino y le pregunta:
- ¿Qué te pasa? ¿Has perdido alguna cosa?
- Sí, la llave de mi casa. Estoy buscando a ver si la encuentro.
El vecino le echa una mano pero la llave no aparece. Al rato, aparece otro vecino.
- ¿Qué os sucede, que estáis rastreando como si fuerais perros en busca de un hueso?
Le cuentan lo sucedido y el segundo vecino se pone a buscar con ellos.
Aparece entonces una vecina y se repite la historia. Al cabo de un rato, hay ocho o diez personas dando vueltas alrededor de la farola sin encontrar nada. Al final, uno de ellos se planta y dice:
- Oye, Nasrudin. Somos muchos buscando la llave. Si estuviera aquí sin duda la habríamos encontrado. ¿Estás seguro de que la perdiste junto a la farola?
- No -contesa el mulá-, en realidad creo que la perdí en el callejón que baja desde el zoco.
- ¿Entonces por qué la estamos buscando aquí? -pregunta, asombrado, el vecino.
- Es que en el callejón está muy oscuro y no se ve nada, y aquí hay una farola.
En este mundo tan caótico en el que vivimos, en especial durante estos días tan entretenidos, distintos elementos de muy diversa catadura -algunos incluso puede que bien intencionados- nos invitan constantemente a ir a la farola a buscar. Pero la llave sigue estando en el callejón oscuro. ¿Cuántos serán capaces de encontrarla?
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