Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 5 de abril de 2013

Como leones

El hambre, el paro y la falta de perspectivas vitales generó un creciente malestar en el Reino Unido tras el final de las guerras napoleónicas. Como suele suceder al final de un conflicto bélico, y a pesar de la propaganda lanzada en cada momento, para el ciudadano de a pie casi da un poco igual estar en el bando vencedor que en el perdedor porque las penurias suelen ser generalizadas. El 16 de agosto de 1819 varios grupos lograron organizar con la excusa de una petición de reforma parlamentaria a una muchedumbre de más de sesenta mil personas en St. Peter's Field (el Campo de San Pedro), en Manchester. 

El invitado estelar del mítin era Henry Hunt: un conocido orador radical de la época que quería aprovechar el mal ambiente general para impulsar cambios políticos concretos. Asustados por el cariz que estaban tomando las cosas, sobre todo por lo masiva de la concentración, las autoridades locales exigieron la intervención del ejército, ya que la policía de la época era mínima e ineficiente. La idea era arrestar a Hunt y dispersar a las masas. De acuerdo con la tradicional arrogancia y el característico desprecio por la vida humana que han demostrado a lo largo de toda su Historia los mandos militares británicos, los de aquella época ordenaron desenvainar los sables y tocaron a la carga directamente. Resultado: al menos 15 muertos y unos 500 heridos. La fina ironía inglesa rebautizó los hechos como la batalla (posteriormente se cambió la palabra por la más adecuada de matanza o masacre) de Peterloo, por sarcástica comparación con Waterloo, batalla que estaba todavía reciente en la mente de todos, y teniendo en cuenta el escenario de los acontecimientos. 

Aunque hoy casi nadie se acuerde de estos hechos ni de los desdichados que perecieron en ellos, en su época generaron un gran escándalo que acabó forzando al gobierno de Londres a aprobar efectivamente las conocidas como Six Acts o Seis Actas, importante (en aquel momento) reforma parlamentaria. Además, desembocó en la fundación de uno de los diarios británicos de referencia: The Manchester Guardian o, como lo conocemos en la actualidad, por su denominación recortada de The Guardian. Y también inspiró unos versos muy especiales, firmados por uno de los más grandes poetas que ha dado el idioma inglés: Percy Bysshe Shelley. Estos versos están incluidos en uno de sus textos más políticos: La máscara de Anarquía. A pesar de que
han pasado casi dos siglos desde su muerte, Shelley sigue siendo un escritor por descubrir. Más allá de la poesía pura y dura posee un alma prometeica (nunca mejor dicho del autor de Prometeo liberado) muy sugerente que hace pensar estaba al corriente de ciertos argumentos tratados más de una vez en esta bitácora. No hay más que leer algunos versos de algunos de sus libros más famosos como en Ozymandias (Y en el pedestal se leían estas palabras:/"Yo soy Ozymandias, el rey de reyes:/Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad."/No queda nada a su lado, pues alrededor de las ruinas/de ese naufragio colosal, desnudas e infinitas/se extienden las arenas, llanas y solitarias".) o estudiar ciertos interesantes episodios de su vida: desde su amistad con otros dos monstruos líricos como Lord Byron y John Keats hasta la relación con su esposa Mary Shelley, autora del clásico Frankenstein, pasando por su temprana y trágica muerte en un naufragio (era un auténtico romántico: "vive y muere rápido y harás un bonito cadáver"). 

Por cierto que, recuperado su cuerpo, fue incinerado en una playa italiana, en la misma costa frente a la que se hundió el barco en el que viajaba por culpa de una tormenta. Cuando el fuego terminaba de devorar el cuerpo y en uno de esos actos sólo comprensibles entre místicos o poetas, su amigo Edward Trelawny, presente en la ceremonia, se quemó la mano sacando el corazón con intención de guardarlo como una especie de reliquia. Leigh Hunt, otro de sus amigos, se lo disputó. Entonces su viuda expresó su deseo de quedárselo y ambos hombres cedieron a su petición. Mary Shelley lo conservó, envuelto en un pañuelo de seda, durante el resto de su vida. Cuando la mujer falleció, entre sus pertenencias apareció el corazón reseco y..., lleno de alfileres.

Pero regresemos a los acontecimientos de Peterloo... Shelley, como tantos otros británicos de su época, especialmente los comprometidos en lo político (y en algo más) como él, quedó muy impresionado por lo ocurrido. Y por ello escribió unas palabras que, leídas hoy, podrían hacernos reflexionar un poco puesto que no han perdido ni su fuerza ni su sentido. Veamos:




¿Qué es la Libertad?
Podéis preguntar de la misma forma qué es la esclavitud...
Porque su nombre real ha crecido
hasta ser un eco de vosotros mismos.

Es trabajar para un sueldo que sólo os permite tirar adelante 
en vuestros hogares en el día a día, como si estuvierais en una celda,
dejando que los tiranos disfruten todos los placeres de la vida.

Y así, para ellos aceptáis la sumisión, y queráis o no os curváis 
sobre el telar o el arado o la espada o la pala,
 para su defensa y alimento.

Es ver a vuestros hijos débiles
con sus madres sufriendo y languideciendo
cuando los vientos invernales soplan melancólicos;
vuestros hijos están muriendo ahora mientras hablo.

(...)

Es dejar que el Fantasma del Oro robe del Trabajo mil veces
más de lo que correspondería a su riqueza
en las tiranías del pasado.

Los billetes..., esta falsificaciónde títulos de propiedad, 
a los que atribuís algo de valor de la herencia de la Tierra.

Es sentirse esclavos por dentro. 
Y no tener un control firme de la propia voluntad.
Sólo ser como a uno le hacen ser los demás.

(...)

¿Qué eres, Libertad? 
¡Oh, pudieran los esclavos responder a esta pregunta desde sus tumbas!
Los tiranos huirían si así fuera como sombras horrorosas.

Hágase una gran Asamblea de los intrépidos y de los libres
en alguna parte del territorio inglés
 donde las llanuras se extienden ampliamente.

El cielo azul en lo alto,la verde tierra sobre la que camináis
todo lo que es eterno
sea testigo de la solemnidad.

Vosotros, que sufrís penas indecibles  porque sentís o porque véis
vuestro miserable país comprado o vendido
y pagado con sangre y oro...

Hágase una gran asamblea donde, con gran solemnidad, 
se declare con palabras ponderadas
que sois, tal y como Dios os hizo: libres.

Y estas palabras se convertirán entonces 
en un destino estruendoso para la Opresión
que late en cada corazón y cerebro
más..., más..., y más...
 
Humanos, levantáos como los leones
después de un sueño profundo en un número invencible,
dejad caer al suelo vuestras cadenas,
que durante el sueño se hayan posado sobre vosotros, como el rocío.
Vosotros sois muchos, ellos son pocos.

 


No fue posible ayer, en la época de Shelley. No parece posible hoy, pese a todo. ¿Será posible mañana? ¿Algún día? Como leones...










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