Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 22 de abril de 2013

Desubicado

Decían los gnósticos antiguos que el infierno no estaba bajo tierra ni en una dimensión paralela sino aquí mismo, en la Tierra, en este mismo momento. Según su forma de verlo, el orden aparente que rige la existencia sólo es una mala imitación del Orden verdadero imperante en el universo de lo Real. Una simple emulación diseñada por un diosecillo de baja estofa y capacidades limitadas que conocían con el nombre de Demiurgo y que en su opinión se pasaba el día intentando (y fracasando) la hazaña de recrear o reproducir en su laboratorio particular las condiciones de vida del auténtico mundo del Espíritu. Para los gnósticos, no hay más que rascar 
un poco en el barniz de las impresiones que nos dejan nuestros sentidos para desvelar la mala calidad del material que hay debajo. Algo peor todavía que las malas imitaciones de artículos de lujo que se fabrican en los países asiáticos para ser vendidos en los mercadillos occidentales. Por establecer una comparación poco sutil sería como comparar al David esculpido por un dios llamado Miguel Ángel con el muñeco de madera articulado construido por un deminurgo llamado Fulanito de Tal.

La verdad es que, cuando uno se pone a mirar alrededor con los ojos bien abiertos, es fácil que sienta la tentación de darles la razón a los gnósticos. Personalmente, estoy un poco cansado de que me digan que vivimos en la mejor época de la historia de la humanidad, porque nunca más gente ha vivido más y mejor que en la actualidad, con comodidades generalizadas e impensables en siglos precedentes. Un argumento habitual es el de que cualquier ciudadano occidental de clase media con una vida corriente vive hoy mejor que, por ejemplo, un faraón o un rey de la Edad Media. Posee coches y aviones para desplazarse a su gusto, televisión y videojuegos para entretenerse todas y cada una de las horas de su vida, comida y bebida en cantidades anormales en cualquier otro momento histórico, calefacción y aire acondicionado para disfrutar siempre de la temperatura ideal y un sinfín de comodidades por las que debería estar agradecido. Ese argumento suele obviar que esos mismos coches y aviones han generado unos problemas de contaminación tremendos (por no mencionar que han destruido el placer del viaje en sí, ya que el personal ahora sólo tiene en cuenta la meta, olvidando que lo importante del viaje no es tanto la llegada sino lo que sucede desde que uno echa a andar hasta que llega), que esa televisión y esos videojuegos están matando la creatividad y la inteligencia (dejando aparte el adocenamiento, la vulgaridad y la confusión de valores que generan), que esa comida y esa bebida han multiplicado el número y la importancia de las enfermedades (en los sobrealimentados y obsesos occidentales por un lado, y en los muertos de hambre del Tercer Mundo que se quedan sin buena parte de sus alimentos para que éstos lleguen a los mercados de los primeros), que esa calefacción y ese aire acondicionado han debilitado al ser humano (haciéndole más blando y menos resistente a los cambios, más vulnerable a las incertidumbres no sólo meteorológicas sino por extensión de la vida misma) y que, en fin, las comodidades en exceso son peores que las penurias en exceso, al reducir al homo sapiens corriente a la calidad de mero animalillo mal educado, egoísta, exigente con los demás (pero no consigo mismo), miedoso y autolimitado.

Nunca más personas han disfrutado de tantas comodidades, cierto. Pero también es cierto que nunca más personas han sido más infelices y han vivido con más estrés, incapaces de darle un sentido superior a su vida: un sentido más allá de la satisfacción de sus deseos y caprichos corrientes y pasajeros. Vivimos en la era de la banalidad y de las modas fútiles, de la impermanencia, en la que hoy resulta cool vestir camisas verdes y uno en consecuencia debe comprarse camisas en todo tipo de tonalidad verde..., sólo para descubrir que mañana el verde se ha convertido en un color detestable y lo que hay que hacer es vestir camisas amarillas. El escaparate de productos es interminable y por definición inabarcable, sometiendo a los consumidores a un eterno estrés por intentar cumplir todos los estándares sociales al precio que sea. Todo se mide en términos financieros, que no económicos, porque el dinero se ha  
convertido en el dios absoluto. Es la encarnación del temible Mammón. Eso de lo que hace años nos reíamos cuando hablábamos de los estadounidenses y nos creíamos superiores a ellos ("no tienen más dios que el dólar") es hoy una realidad entre los europeos, entre todos los occidentales. La Navidad ya no es la Navidad sino el-día-en-el-que-hay-que-comer-mucho, la Semana Santa ya no es una fecha para una celebración religiosa íntima sino una excusa para irse a una playa, el día de la madre o del padre hace tiempo que dejaron de ser una jornada de homenaje a los progenitores para pasar a convertirse en sendos sorteos de un montón de millones de euros. Y así todo.

 Las noticias que se publican en los grandes medios de comunicación abundan en este absurdo modelo de ¿cultura? y ¿civilización? en el que vegetamos hoy por hoy. Si despojamos de los titulares las informaciones destinadas a meter el miedo en el cuerpo a la gente para mejor poder manejarla o las dedicadas a distraerles con tonterías como los enfrentamientos deportivos (¿cuántos partidos del siglo hemos visto ya entre eternos rivales en esas estresantes competiciones que duran meses y meses pero no resuelven nada porque tras el paréntesis veraniego vuelven a empezar?) y la información basura (Fulanita se ha desnudado en tal sitio, Menganito ha roto con su pareja, Zutanito ha dicho que le gustaría hacer una película con el director de moda...), nos encontramos con un montón de naderías que no conducen a ninguna parte.

Pongo tres ejemplos, tomados al azar durante la última semana:

* La Federación de Usuarios Consumidores Independientes (FUCI) ha elaborado y publicado un estudio que cifra el coste medio de un hijo durante el primer mes de su vida en 1.910 euros, aunque la cantidad total puede llegar a los 2.500 en el caso de que la familia adquiera productos "no completamente necesarios" como un humidificador o unos intercomunicadores. Un bebé "cuesta tres veces el Salario Mínimo Interprofesional". ¿Sólo a mí me parece absolutamente demencial no ya que a alguien se le haya ocurrido redactar un estudio semejante sino que una importante organización de consumidores se haya prestado a materializarlo de verdad? Pero ¿en qué cabeza humana cabe valorar el "coste" de un hijo? ¿No se supone que habíamos dejado atrás la época de la esclavitud en la que los homo sapiens se compraban y vendían a precio de mercado? Y ya puestos a valorar, ¿por qué no se incluye en su precio el coste emocional que supone su cuidado, las horas que "pierden" los padres al estar pendientes de él o el dinero que dejan de ingresar los establecimientos como bares, gimnasios, teatros o cines a donde solían ir sus progenitores antes de que naciera y a los que por razones obvias tienen que renunciar por el momento?

* La agencia oficial de noticias china Xinhua está muy preocupada por "la atención psicológica" que hubo que facilitar a varios osos panda en la zona de la provincia de Sichuan donde un seísmo de 7 grados en la escala de Richter dejó unos 200 muetos y más de 11.000 heridos. Según un centro de creía de pandas de la región, ningún ejemplar de la reserva sufrió herida alguna e incluso "los pandas más valientes mantuvieron la calma" pero "varios quedaron traumatizados" y tuvieron que recibir "atención especial". De acuerdo con que los osos panda son unos animales preciosos, muy simpáticos y entrañables pero ¿de verdad necesitaban psicólogos, teniendo en cuenta que son animales acostumbrados a los procesos naturales (y un terremoto no deja de ser un proceso natural) y que a lo mejor había bastantes más seres humanos necesitados de esa misma atención y con mayor razón, habida cuenta el desastre provocado por el movimiento de tierras? La "humanización" de animales tan característica de los dibujos animados ha hecho mucho, pero mucho daño...

* Uno de los programas televisivos de moda en medio mundo, a pesar de ser una auténtica nimiedad como concepto y un aburrimiento absoluto en su desarrollo, se titula Splash: consiste en que una serie de famosillos se tiran a la piscina (con un estilo a menudo patético) desde trampolines de distintas alturas y presentan la experiencia casi como si estuvieran participando en una osada acción de comando contra un campamento de guerrilleros maoístas en algún remoto paraje del Nepal. Éste es un ejemplo de cómo los medios de comunicación incumplen claramente uno de los tres mandatos clásicos para los que fueron diseñados en teoría: el de formar, además del de informar y entretener. ¿Alguien sabe qué utilidad real, que tipo de formación, ofrece al televidente contemplar a esos personajillos tirarse al agua? Cuando veo este tipo de programas aferrados como piojos a los mejores horarios de las cadenas de televisión me acuerdo siempre de aquel divertido tema de Les Luthiers en el que la maravillosa pandilla de músicos y cómicos argentinos parodian las parrillas de programación y, en cierto momento, anuncian el programa "Cultura para todos" describiéndolo como lo más interesante, lo más erudito, lo más fascinante..., e insistiendo a sus oyentes a que lo escuchen "en su horario habitual de las tres de la mañana". Para colmo, en esta semana hemos sabido que en la versión china del programa ha muerto uno de los asistentes de un concursante, al ahogarse en la piscina de los saltos. Y que en la versión americana ya son cinco los concursantes que han tenido que ir al hospital tras participar en el programa.


Con todo esto, supongo que resultará comprensible que a menudo me sienta en este mundo como si fuera Michael Smith, uno de los personajes del gran Robert Heinlein en su épica e inolvidable Forastero en tierra extraña.



 

 
 

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