Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 17 de abril de 2013

Túneles norteamericanos

Nuestro planeta tiene más agujeros que un queso de gruyere y nosotros no tenemos ni idea de lo que hay dentro. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que conozcamos mejor la minúscula fracción del universo que rodea a la Tierra que su propio interior, sobre el que sólo cabe la especulación científica, porque con todos nuestros modernísimos artefactos tecnológicos apenas hemos sido capaces de arañar su superficie. Con asombrosa mansedumbre aceptamos las teorías hoy imperantes acerca de la presunta constitución de éste o de cualquier otro cuerpo planetario del Sistema Solar e incluso más allá: pero no sabemos lo que hay aquí dentro..., como para saber qué hay en el interior de Marte o Júpiter..., por no hablar siquiera de la propia Luna. Ésa fue una de las razones que impulsó la creación de mi novela Islas en el Cielo (en Alberto Santos Editores) sobre la teoría de la tierra hueca. Y que sigue motivando mi interés por cualquier historia al respecto que circule por ahí acerca de extraños descubrimientos subterráneos, sobre los que, paradójicamente, se echa tierra siempre que se puede.

Una de las viejas y conocidas historias al respecto que parece haberse vuelto a poner de moda estos días en Internet es la de la expedición que a principios del siglo XX organizó el Instituto Smithsonian al Gran Cañón del Colorado. Justo por estas fechas hace poco más de un siglo, en abril de 1909, un diario de Arizona, La Gaceta de Phoenix, daba cuenta de un extraño descubrimientos en medio de uno de los escenarios naturales más impactantes de los Estados Unidos. El artículo contaba la historia de un explorador y cazador llamado G.E. Kinkaid, que había hallado una ciudadela subterránea en la región. Lo llamativo de la información era el tamaño de la susodicha ciudadela y el hecho de que no contuviera restos de nativos indios o incluso de colonos blancos..., sino de inspiración y presunta procedencia oriental. El descubrimiento de Kinkaid era de tal calibre que había justificado la financiación posterior de una expedición  comandada por el profesor S.A. Jordan, representando a una de las instituciones científicas más prestigiosas de los Estados Unidos y en cuyos almacenes seguramente se almacena más de un objeto digno de una buena novela de misterio.

Los datos facilitados por el diario norteamericano hablaban de una caverna ubicada aproximadamente a kilómetro y medio bajo la tierra, con un pasadizo principal que conducía a una cámara "gigantesca" de la cual salían varios pasillos "como los radios de una rueda". La expedición de Jordan, que se mostraba literalmente "entusiasmado" (enthused) con el hallazgo, había encontrado "cientos de habitaciones" con artículos "jamás conocidos como oriundos de Estados Unidos y con un origen indudablemente oriental"
A pesar de que el adjetivo precisaba que los objetos eran de origen "egipcio", la descripción de una escultura concreta descubierta por los exploradores aleja más hacia el Este el posible origen de este tesoro: "... en la sala se encuentra el ídolo o imagen del dios de esta gente extraña, con las piernas cruzadas y una flor de loto o lirio en cada mano. El aspecto del rostro es oriental. El ídolo se asemeja a Buda, aunque los científicos no están seguros del culto religioso al que representa. Tomando en cuenta todos los detalles recogidos hasta el momento, es posible que tuviera más relación con el antiguo pueblo del Tibet". Interesante..., sobre todo cuando sabemos que los tibetanos poseen varias leyendas acerca del Rey del Mundo que mora en cavernas secretas en los Himalayas, que estarían conectadas con otros emplazamientos subterráneos ubicados en diversos puntos del planeta. Cierto mito incluso sugiere que existe un acceso directo desde el Potala o palacio del Dalai Lama con la residencia de este misterioso personaje. 

Además de la sorprendente imagen, los exploradores del Smithsonian encontraron momias envueltas "en tejido de cáñamo" y todas de sexo masculino, herramientas diversas, espadas rotas, jarrones y vasos de cobre y oro, graneros con semillas de diversos tipos y tabletas de piedra talladas, igual que "todas las urnas y paredes sobre las puertas", con "misteriosos jeroglíficos" cuya clave esperaban descubrir y analizar los científicos.
 Tras recorrer el laberinto subterráneo, llegaron a la conclusión de que éste no era otra cosa que una auténtica ciudad subterránea en la que "más de 50.000 personas podrían haber vivido cómodamente". Una ciudad al estilo de las excavadas, y no totalmente exploradas, urbes bajo tierra de la Capadocia, como la muy famosa de Derinkuyu, un mapa de la cual podemos apreciar en esta imagen. Los científicos plantearon la teoría de que las tribus indígenas locales de Arizona pudieran ser "descendientes de los siervos o esclavos de los pueblos que habitaron la cueva", de lo cual deducimos que las momias no eran de indios precisamente ya que se menciona también una leyenda de los Hopi en la que estos indígenas refieren que en tiempos antiguos vivieron en el inframundo en aquella región. Como en todas las buenas historias de aventuras, hay un final abierto, al citar una cámara con un pasillo tan oscuro que la luz que llevaban se mostró insuficiente para alumbrarlo. Cuando los expedicionarios se acercaron detectaron "un olor mortal" y temieron que en su interior hubiera productos químicos en estado de descomposición que pudieran resultar peligrosos, motivo por el cual no fueron más allá. La descripción es digna de un relato de Poe: "la imaginación puede deleitarse en conjeturas y fantasías impías teniendo en cuenta los siglos que han transcurrido." 

La historia es completamente fascinante, pero aparte de esta información, el diario nunca volvió a publicar nada más acerca de los resultados de la expedición. Tampoco tengo referencia de que lo hiciera ningún otro diario. ¿Por qué? Es frustrante y en cierto modo incomprensible para una mentalidad contemporánea, acostumbrada a ver a través de Internet no sólo el texto sino las imágenes (e incluso las imágenes en movimiento y a todo color) de casi cualquier hecho que sucede en el otro punto del planeta al poco de suceder y hasta en el momento mismo de hacerlo. Pero estamos hablando de principios del siglo XX, un momento en el que aún estaba lejos de producirse la revolución tecnológica (y también de pensamiento) que conduciría al mundo saturado de informaciones en el que vivimos hoy día. Un momento en el que resultaba muy fácil todavía censurar una noticia de este tipo, por espectacular que pudiera llegar a ser. La respuesta a por qué nunca más se supo sobre lo que había exactamente en el interior de la cueva y quién, cómo y cuándo lo deposito en ella figura en el propio informe de Kinkaid que recoge La Gaceta de Phoenix. El explorador y cazador explica que encontró el lugar prácticamente por casualidad cuando buscaba vetas minerales y se topó con la boca de la cueva "casi inaccesible (...) en la pared del escarpado cañón". Y a continuación añade, un tanto ingenuamente, que "se encuentra en terrenos propiedad del gobierno y a ningún visitante sin permiso se le permitirá el acceso (...) Un viaje ahí sería inútil y cualquier curioso sería enviado de vuelta."

Es curioso, porque Estados Unidos registró, entre mediados del XIX y mediados del XX varias historias parecidas, quizá porque, aparte de la ausencia de la susodicha revolución tecnológica y su adecuado control, el país era demasiado grande y demasiado despoblado para que ciertos personajes encargados de ocultarnos aspectos digamos interesantes del mundo en el que vivimos pudieran extender con rapidez sus tentáculos. Una historia parecida a la relatada en Arizona sucedió en California, donde un ingeniero de minas llamado G. Warren Shufelt descubrió un laberinto de túneles similar a unos 75 metros de profundidad bajo la conocida como colina de Fort Moore, no lejos del famoso Sunset Boulevard en Hollywood. Su historia fue publicada en enero de
1934 en el diario Los Angeles Times. El ingeniero y su equipo descubrieron no sólo este laberinto sino, al igual que el caso anterior, todo tipo de esculturas, joyas, objetos y, en lugar de tablas de piedra grabadas, planchas doradas con inscripciones irreconocibles. También en este caso encontramos por medio una leyenda Hopi que hablaba acerca de los presuntos habitantes de aquel reducto subterráneo hoy abandonado, con el inquietante detalle de que en esta ocasión los indios aseguraban que había sido el asentamiento de una antiquísima civilización de hombres lagarto... Cuando empezaron a aparecer cosas demasiado extrañas, intervinieron las autoridades y se acabaron las excavaciones. O, quizá sería mejor decir, se acabaron las excavaciones públicas

Y naturalmente no volvió a publicarse nada al respecto. Si alguien pretende seguir la pista hoy día, la respuesta oficial es la acostumbrada: risas condescendientes y palmaditas en la espalda con un comentario del estilo  "Amigo, ¿no es usted un poco mayorcito para seguir viendo series como 'Expediente X'?"...





 

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