Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 1 de abril de 2013

La "necesidad" de controlar las armas privadas

Hace algunas semanas, un uruguayo de 18 años sembró el pánico en una clínica privada de la localidad de Paysandú, ubicada a unos 400 kilómetros de Montevideo, al disparar tres veces con su arma. No causó heridos, por fortuna, aunque no ha quedado muy claro, al menos desde este lado del Atlántico, por qué decidió actuar en plan John Wayne desencadenado... El comunicado formal de las autoridades relacionó el suceso, como suele pasar en estos casos, con la matanza previa de la localidad norteamericana de Newtown, en la que pereció (en circunstancias por cierto un tanto extrañas, sepultadas bajo el acostumbrado informe oficial lleno de flecos sin resolver) una treintena de personas. Y, también como suele suceder en estas ocasiones, el médico que examinó al joven tras lo ocurrido certificó que padecía una "crisis de delirio severa" que incluía diversas versiones sobre el móvil de su acción. De hecho, según uno de los policías que intervino en su detención, "cada vez que le interrogas te da una explicación distinta". Por supuesto una de ellas hacía referencia a la "vocecilla interior" que le animaba a imitar a Adam Lanza, el presunto tirador solitario de la escuela de Newton.

Cualquier aprendiz de la asignatura de Conspiranoia en la Universidad de Dios ha oído hablar (aunque sólo sea porque hemos citado el asunto en esta bitácora en varias ocasiones) acerca de los proyectos de control mental del estilo MK Ultra, combinados con la aplicación de técnicas de presión social y manipulación de la información para conducir a las masas adormecidas y enceguecidas hacia el interior del redil o directamente del matadero, según las necesidades puntuales de los Amos del Mundo. Uno de los principales objetivos de estos simpáticos señores (y señoras) en este momento, al objeto de poder dar una vuelta de tuerca a sus planes de dictadura mundial es desarmar a los civiles norteamericanos como en su día lo hicieron con los civiles europeos (aunque les costó un par de guerras mundiales, entre otras cosas). Para ello llevan años empeñados en una campaña que sataniza la libertad de la que disfrutan los yankees para reforzar su defensa personal (y garantizar de paso que una posible estructura corrupta infiltrada en el Estado no pueda imponerse con facilidad sobre los individuos que integran la sociedad) y en la que sistemáticamente, sin que a nadie le extrañe, se repite regularmente el patrón de tipo-muy-inteligente-pero-introvertido-y-sin-amigos-conocidos-que-un-día-sin-saber-por-qué-y-sin-venir-a-cuento-se-lía-a-tiros-con-los-vecinos. Un tipo que además suele escoger un colegio o una hamburguesería, o cualquier otro escenario de esta clase en el que puede cobrarse con mayor facilidad un número interesante de víctimas preferentemente jóvenes, que siempre impresionan más.

Dentro de esa campaña, no sólo organizaciones especializadas como la Asociación Nacional del Rifle, sino cualquier persona medianamente interesada en el uso o el conocimiento de las armas es automáticamente etiquetada como filofascista, agresiva, violenta y potencialmente asesina. Poca gente se para a pensar que, si el mero hecho de tener una en las manos incitara al personal a utilizarla indiscriminadamente, en este momento no quedaría nadie vivo en los Estados Unidos. Es más, las estadísticas disponibles son bastante reveladoras. Resulta que en el coloso norteamericano se calcula que existen 90 armas de fuego por cada 100 habitantes, lo que equivale a unos 200 millones de pistolas, revólveres, fusiles, etc., en circulación, y que de los 14.000 asesinatos que se cometieron el año pasado, unos 10.000 son achacables a ellas. En Estados Unidos viven en este momento 314 millones de personas. Pues bien, en España, con 47 millones de ciudadanos, el número de asesinatos y homicidios (prácticamente sin el concurso de armas de fuego, que aquí están prohibidísimas y controladísimas..., pero no importa: los españoles tenemos una gran imaginación a la hora de idear muertes ajenas) es de poco más de unos 1.000 al año. Echemos cuentas y veremos que los porcentajes no son muy disímiles que digamos.

Por mucha máscara de santurrón que quiera lucir ese Nobel de la "Paz" llamado Obama, un análisis detenido de los hechos invita a pensar que las intenciones reales en el proceso de control y desarme de los ciudadanos corrientes son muy diferentes a las que Washington, con ayuda de diversos organismos "independientes" dice defender. Los propios norteamericanos con dos dedos de frente llegan a conclusiones parecidas y por eso se necesitan asesinos múltiples y despiadados del estilo de Adam Lanza, a fin de tratar de convencer a la gente que opina como el actor Samuel L. Jackson (al que hemos visto en películas por cierto muy violentas como las del trastornado Quentin Tarantino) que, en declaraciones a Los Angeles Times lo decía con bastante claridad. Le preguntaban por la masacre protagonizada por Lanza, con la idea
de recibir una respuesta de apoyo a la campaña del presidente norteamericano, pero el hombre se salió por la tangente y dijo: "No creo que la solución sea un control de armas. Yo crecí en el Sur, con armas por todas partes, y nunca disparamos a nadie (estas palabras son especialmente significativas, teniendo en cuenta que Jackson, como podemos apreciar en esta imagen cinematográfica, es negro). Esta matanza trata sobre otra cosa: sobre gente a la que no se le ha enseñado el valor de la vida."

Sí, es cierto. Un arma de fuego puede matar, pero también puede salvar la vida al ahuyentar a un delincuente violento o a un animal dañino. Es peligrosa, de acuerdo, pero como lo es un cuchillo bien afilado con el cual puedes rebanarle el cuello al vecino..., o cortar jamón para prepararte un sabroso bocadillo. "Pero, claro, luego tienes una pistola en casa y llega un niño pequeño que no sabe usarla y se pega un tiro", es uno de los argumentos tontos que se usa en contra de las armas de fuego..., sin tener en cuenta que de la misma forma el niño pequeño puede meter el dedo en el enchufe y electrocutarse o asomarse a la ventana y caerse desde un décimo piso. Tener un arma implica una responsabilidad personal, como tener un coche (con el que puedes atropellar y matar a otra persona) o una taladradora eléctrica (con la que puedes perforarle el cráneo a alguien, ya puestos a protagonizar historias de terror). El problema no radica en el instrumento, sino en el uso que le dé la persona y lo demás son demagogias. Hay que mirar más allá. ¿Para quién es especialmente peligrosa el arma de fuego? Para el Estado, evidentemente, que no desea perder eso que tan bobaliconamente se ha bautizado como "el monopolio de la violencia"... Un ciudadano apocado, pasivo, acomodaticio y huidizo como por desgracia son en este momento la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos, además desarmados, es mucho más fácil de controlar y dirigir (incluso, por qué no decirlo, de atemorizar con los poderes de las "autoridades") que un ciudadano consciente y responsable de tener en sus manos una herramienta con la que puede defenderse en el mismo momento en el que es agredido sin necesidad de pedir ayuda. 

Tan es así, que en la actualidad no sólo el uso de armas de fuego está penalizado en Europa sino que, cada día que pasa, se dificulta cada vez más la autodefensa del ciudadano en caso de agresión. Por ejemplo, si uno aprende artes marciales en un dojo con un maestro mínimamente preparado, recibirá enseguida la siguiente advertencia que, personalmente, también me fue transmitida por un agente de la ley durante una amistosa conversación que tuvimos al respecto: "ojo, si te ves obligado a emplear tus técnicas en la calle, hazlo y sé todo lo contundente que necesites..., pero no te quedes en el sitio: lárgate, en cuanto termine la pelea." Yo protesté, inocente: "pero si me han atacado y yo me he limitado a defenderme nadie me puede decir nada..."  Y el agente me aclaró: "aunque tú no tengas la culpa, aunque sean delincuentes que tuvieran intención de atracarte, aunque la pelea la haya empezado el otro, o los otros..., si tú empleas artes marciales para defenderte y el caso va a juicio, podrán denunciarte pues el uso de técnicas de defensa de este tipo está considerado como posesión de arma blanca y el número de letrados sin escrúpulos dispuestos a aconsejar y proteger legalmente a todo tipo de criminales, incluso los de poca monta, es asombrosamente elevado". 

Ya se sabe: las ovejas no tienen derecho a morder a los lobos, deben dejarse devorar sin más... Ahí está el sheriff Obama, apoyado por otros fantoches políticamente correctos del mundo mundial para recordárnoslo.


A propósito de este asunto, mi maestro de combate callejero (un auténtico cerdo salvaje o aficionado a las motos, con un montón de danes bien a la vista en su cinturón negro) me contó en cierta ocasión cómo había resuelto el acoso de un delincuente de una manera tan pulcra que no se le pudo acusar de nada. Circulaba por la avenida de la Castellana, una de las calles más grandes y principales de Madrid, en su máquina favorita: una moto grande y pesada (y cara). Un semáforo interrumpió el tráfico y le obligó a detenerse en primera fila, junto a la acera. La ocasión la aprovechó un sinvergüenza que pasaba por allí y pensó en sacarse un dinero fácil robándole la moto y vendiéndola luego en el mercado negro. El tipo se adelantó con rapidez y le colocó una navaja en el cuello, instándole a que se bajara para poder subirse él y llevarse el vehículo. Por supuesto y como suele ser habitual en estos casos, aunque había muchos testigos de los hechos tanto en la acera como en el interior de los coches, nadie acertó a reaccionar. Ni siquiera a llamar por teléfono a la Policía.

- Supongo que le romperías varios huesos -le comenté con ironía, sabedor de las cualidades de mi maestro de combate, no en vano en su juventud campeón de Europa y, todavía en su actual madurez, un luchador temible.

- Sólo dos -dijo él muy serio, pues era muy consciente de las absurdas limitaciones legales y lo único que pretendía era darme una lección de la utilidad de la sangre fría-. Yo me limité a obedecerle.

Ante mi gesto de sorpresa, me aclaró lo ocurrido. Él en efecto se bajó del vehículo, pero no por el lado donde estaba el delincuente, sino por el otro. Con sutil habilidad y rapidez, nacidas del dominio sobre su cuerpo conferido por la práctica de años en las artes marciales, nada más poner el pie en el suelo dejó caer la moto hacia el de la navaja, que no pudo sujetarla. Consecuencia: cayó sobre su pierna, se la aplastó y le rompió la tibia y el peroné. Mi maestro de combate podía haber obtenido el mismo resultado golpeando con una patada, pero dejó que la moto se le "escurriera de las manos" en determinada dirección y con un efecto dirigido. El resultado fue el mismo y nadie podía culparle de haberlo hecho a propósito. Una vez el sinvergüenza en el suelo, muchos testigos se adelantaron insultándole e incluso dispuestos a golpearle (cuando ya estaba indefenso...), y felicitaron a mi maestro de combate por su inteligencia, aunque éste se hizo el tonto y achacó todo a una simple casualidad... Cuando llegó la Policía, había un montón de personas dispuestas a apoyar su versión de los hechos y a negar, si alguien les hubiera preguntado, que se había defendido marcialmente.







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