Decía Aristóteles que el hombre es, antes que nada, un zoon politikon, o sea un animal político, un ser que no puede ser si no es socialmente y en compañía de otros, con los que se siente obligado a relacionarse para poder vivir sin angustias. Estoy de acuerdo en que el hombre, en general, es un animal (no hay más que ver las noticias de cada día), pero yo lo definiría más bien como de costumbres, antes que político. Hay que ver lo que le gusta al homo sapiens permanecer encerrado en su cuadrícula personal y lo díficil que se le hace afrontar cualquier cambio, sea éste el que sea y en la edad que sea. Lo pasa muy mal cuando es niño (etapa en la que todos los expertos recomiendan la implantación de rutinas para darle seguridad, aunque los mismos especialistas reconocen que entre el nacimiento y los 3 años de edad es el momento de la vida en el que más cosas aprende: mucho más que desde entonces hasta su muerte), lo pasa muy mal cuando es adolescente (y no sabe muy bien hacia dónde mirar o encaminarse, de quién fiarse o qué quiere en su propio interior), lo pasa muy mal cuando es adulto (y tiene que enfrentarse a multitud de problemas que desearía ver desaparecer con un chasquido de dedos para simplemente vivir tranquilo sin que nada ni nadie lo angustie) y lo pasa muy mal cuando llega a la vejez (especialmente cuando mira hacia delante y se percata de que el mayor cambio de todos está a la vuelta de la esquina). Como bien reconoce la famosa sentencia (incluida como tantas otras en mi libro favorito para orientarme en este planeta: El refranero popular, permanentemente instalado en mi mesilla de noche): "Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer".
Esto es una realidad incuestionable: el homo sapiens le tiene verdadero pánico al cambio, siendo así que, como advierte la sabiduría china en uno de sus textos imprescindibles, el I'Ching o Libro de las Mutaciones, el cambio es lo único que no cambia en la vida. Es decir: sólo hay una cosa segura y es que nada es permanente. Como ya comentamos en cierta ocasión en esta misma bitácora, la actitud errónea a la hora de afrontar esta existencia plena de aventuras grandes y pequeñas que elegimos experimentar en su día es precisamente la más adoptada por la mayoría de la población y consiste en pasársela construyendo una fortaleza presuntamente impenetrable que mantenga "las cosas como están". Como en el chiste aquél de "Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy", muchas personas sólo se atreven a buscar (o a aceptar) el cambio sólo si su situación es verdaderamente desesperada. Por ejemplo, he conocido a multitud de insatisfechos con su puesto laboral (y no sólo en esta época de crisis sino durante el último medio siglo, sin remontarme más allá) que, sin embargo, son incapaces de mover un dedo para intentar mejorar su posición. A pesar de sus quejas, su trabajo les da para vivir medianamente bien y sin crearles demasiados problemas y no están de verdad dispuestos a sacrificar la tranquilidad de su monótona y mediocre seguridad ni aunque tengan a la vista el empleo de sus sueños. Igual sucede con sus ruinosas relaciones sentimentales, su decadente estado físico o sus frustrados proyectos vitales en general. La frase que más veces he oído en ese contexto es: "Me gustaría mucho intentarlo pero..." y a continuación se añade la excusa favorita de cada cual.
Y ahí siguen: acumulando ladrillo sobre ladrillo en la construcción de sus inútiles fortalezas que, en cualquier momento y de forma inesperada, se vendrán abajo con estrépito en cuanto la Vida decida regalarles un terremoto aunque sea de baja intensidad. O, quién sabe, tal vez tengan "suerte" y puedan construir un castillo poderosísimo y enorme, que les libere de peligros externos..., y que les ahogue y aplaste bajo su peso. O que acabe petrificándoles, invirtiendo el orden de lo ocurrido en la leyenda del Golem y convirtiéndoles en seres de piedra.
No será porque todo a nuestro alrededor no deje de hablarnos de cambio, empezando por el día corriente: cada momento de la jornada es muy distinto del siguiente. No nos encontramos igual al levantarnos por la mañana que al desarrollar actividad al mediodía o al acostarnos por la noche, de la misma forma que tampoco vivimos de la misma manera el tiempo caluroso que el frío o el lluvioso. Gentes con las que nos relacionábamos hace muy poco tiempo de pronto han dejado de tener influencia e incluso presencia en nuestra vida y otras de las que nunca antes habíamos oído hablar se convierten en referentes indiscutibles para bien o para mal. Sufrimos un esguince en el tobillo y ya no podemos movernos como lo hacíamos hasta entonces. Se muda un vecino insoportablemene ruidoso al piso de al lado y empezamos a echar de menos al discreto vecino anterior. Un pantalón se nos queda viejo y se descose y hemos de tirarlo y comprarnos otro...
Cada segundo de nuestra vida nos trae cambios y no podemos evitarlos. Al contrario, están ahí para aprender de ellos y para aprovecharlos.
Un ejemplo del miedo que provoca en el homo sapiens la palabra "cambio" lo tenemos en la nueva religión laica del cambio climático. Una serie de científicos a sueldo y un grupo de ecologistas que deberían aprender un poco de verdadera Ecología llevan años metiéndole el terror en el cuerpo a la mayor parte de la población más o menos informada respecto a las "terribles consecuencias" de ese presunto gran desbarajuste que se va a producir en breve en nuestro planeta y al que se supone la Humanidad está contribuyendo de manera inevitable. Como si la Tierra hubiera sido un idílico paraíso durante miles de años hasta que en los últimos dos siglos se nos ocurrió construir ciudades cada vez más grandes y conducir coches cada vez más contaminantes. No es que esto último sea muy recomendable, pero precisamente lo que sabemos (que es bien poco) acerca de la evolución de este planeta nos dice todo lo contrario a lo que suele creer el común de los mortales: que su estabilidad y su continuidad como marco adecuado para el desarrollo humano no son otra cosa que un mito. Y que en absoluto dependen del ser humano. Hay demasiados factores que gobiernan este mundo que están fuera de su alcance (y que, lo siento por el narcisismo de tantos científicos actuales, me da la impresión de que siempre van estar fuera de su alcance). De hecho, la historia de la Tierra es la historia de sucesivas convulsiones de todo tipo, incluidas las climáticas, a las que el ser humano se ha visto obligado a adaptarse continuamente para sobrevivir como ha podido. Nuestras comodidades contemporáneas nos hacen perder la perspectiva con rapidez, pero la última glaciación, en términos planetarios, fue hace un par de días. Y los trabajos de muchos investigadores (casualmente, los que no están a sueldo de la ONU) apuntan a que la próxima está al caer.
Por lo demás, deberíamos afrontar la llegada del cambio climático con alegría, por la oportunidad que supone. Es al menos la conclusión que se deduce de un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona, en colaboración con la de Cardiff y el Museo de Historia Natural de Londres, que acaba de publicar la
revista Nature Communications. Según este trabajo, fue justo un cambio brusco de clima con la llegada masiva de precipitaciones lo que propició los importantísimos avances tecnológicos y culturales del homo sapiens hace entre 40.000 y 80.000 años. Los firmantes del estudio recuerdan que a lo largo del último millón de años el clima global ha oscilado entre períodos glaciales e interglaciales (nosotros estamos ahora mismo en uno de éstos, que suelen ser más breves respecto a los primeros) con cambios climáticos "abruptos, a veces en tan sólo unos decenios, con variaciones de hasta 10 grados en la temperatura media en las zonas polares" y no precisamente por culpa del ser humano sino por razones naturales como por ejemplo cambios en la circulación de las corrientes oceánicas.
Esta conclusión no debería sorprendernos mucho. La civilización se ha desarrollado con mayor rapidez y eficacia en momentos de crisis que en períodos de calma. Y en lugares con temperaturas extremas y difíciles condiciones de vida, con mayor facilidad que en otros donde se puede vivir bien sin tomarse demasiadas molestias. Por eso, por ejemplo, los europeos conquistaron América a partir del siglo XV en lugar de ser los americanos los que conquistaran Europa. Otro ejemplo muy próximo lo tenemos en la Segunda Guerra Mundial, donde la necesidad obligó a agudizar el ingenio, de manera que durante los escasos pero dramáticos años que duró el conflicto armado se generaron más avances teóricos y prácticos en cuestiones tecnológicas de todo tipo que en todos los años que han pasado desde que terminó la guerra hasta el día de hoy.
Claro que lo del cambio climático es lo de menos. Hay otros cambios en lontananza más interesantes (aunque ninguno como el cambio interior: desgraciadamente, éste se haya todavía al alcance de muy pocos). O, como advertía Bob Dylan en Times they are a changing:
Venid gentes de todas partes
de donde quiera que seáis
y admitid que las aguas
a vuestro alrededor han crecido.
Y aceptad que pronto
estaréis empapados hasta los huesos.
Si valoráis en algo
vuestro tiempo,
es mejor que empecéis a nadar
u os hundiréis como una piedra.
Porque los tiempos están cambiando...
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