Úrsula era una mujer sencilla y casi analfabeta pero poseía un don sorprendente. Lo tenía desde muy pequeña y consistía en ver las manifestaciones en nuestro mundo de los seres que habitan en otros planos más sutiles. Estas presencias gráficas solían pasar inadvertidas para los demás..., hasta que ella las descubría, las señalaba y las explicaba con detalle a las gentes de su entorno. Éstas quedaban de inmediato fascinadas por aquellas imágenes que revelaban la presencia de fuerzas ocultas, ya fueran angélicas o diabólicas, que hasta entonces les habían acompañado en silencio, camufladas entre los pliegues de la realidad. Fue una de las primeras personas en ver las caras de Bélmez, el rostro demoníaco en el incendio de las Torres Gemelas, la figura de cuerpo entero de Jesús en el tronco de un árbol, la faz de Alá en una granada, la aparición mariana en una tostada requemada, el perfil de un indio con un ipod en una montaña canadiense..., y muchas más.
Los científicos decían que, en realidad, el único don de Úrsula era una gran imaginación, que aplicaba creando pareidolias: esto es, asimilando ideas y formas reconocibles por la memoria con lo que eran simples impresiones, vagas y aleatorias, que en verdad carecían de sentido. A ella, que no le creyeran le daba igual. Estaba convencida de su don.
Hasta el día en el que le pareció ver un político honesto. Y dudó de todo lo que había visto hasta ese momento.
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