Mi tutor en la Universidad de Dios suele decir que si los seres humanos fuéramos capaces de hablar con un lenguaje matemático se acabarían los problemas en el mundo, ya que casi todos los malentendidos nacen del diferente significado que le damos a las mismas palabras (como en el famoso chiste en el que un amigo se encuentra con otro y, cuando le saluda con un amistoso “¿Cómo estás?”, el segundo le responde con un agresivo “¡Pues anda que tú!”) y eso es imposible en el caso de los números porque son siempre los mismos, los use quien los use. Sin embargo, para nadie es un secreto que los números y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien. De hecho, es que casi ni nos llevamos: demasiadas reencarnaciones consecutivas dedicándome a las letras y las espadas…
Además, cada vez que pienso en números me acuerdo del relato que en su día nos contó el mulá Nasrudin acerca de su encuentro con el Pueblo de los Matemáticos. Mi profesor de Misticismo y Paradojas es un viajero infatigable que dedica todo su tiempo libre a caminar por el mundo y visitar nuevos países, en un afán desmedido por tratar de conocer hasta la tribu más recóndita y extraordinaria del planeta. Merced a su afición ha logrado recopilar las más variadas y extravagantes informaciones acerca de la vida y costumbres de los dani kurelu de Melanesia, los wichi del Gran Chaco, los antakarana de Madagascar y otras gentes aún más raras.
En el caso del Pueblo de los Matemáticos, su fama se debía como bien puede deducirse a su habilidad con los números, sin parangón en ningún otro lugar de la Tierra. Allí los niños pequeños aprenden a decir “Dos más dos igual a cuatro” antes que “mamá” o “papá”, la gente se entretiene resolviendo de memoria complicadas ecuaciones y todos y cada uno de los objetos, enseres y recursos con los que cuenta (nunca mejor dicho) la comunidad están perfectamente registrados y catalogados. Cuando Nasrudin llegó a la localidad, por cierto de reducidas dimensiones, su alcalde le dio la bienvenida y le alojó en su propia casa. Luego le invitó a cenar con su familia pero sólo le ofreció vino para beber.
- ¿No tenéis agua? –preguntó el mulá- ¡No querría emborracharme consumiendo exclusivamente vuestro por lo demás excelente vino!
- Se nos ha agotado el cupo de hoy –contestó el alcalde y, ante la mirada interrogadora de su invitado, explicó: - Carecemos de un pozo en el pueblo, así que las familias del pueblo se turnan y todas las mañanas un miembro de una diferente es responsable de suministrar el agua de la jornada para todos. Por lo general, cada familia se encarga de enviar a uno de sus chavales con un burro y garrafas de agua vacías hasta el río que hay a una hora de camino de aquí. Allí, las llena y luego las trae de vuelta. Se reparte equitativamente el agua y cada cual consume su parte hasta el día siguiente. Como se nos dan muy bien los números tenemos perfectamente calculadas la garrafas que precisamos y la cantidad para cada cual.
Cuando Nasrudin se enteró de que el Pueblo de los Matemáticos llevaba toda la vida operando igual, preguntó asombrado si no sería mejor que dispusieran de su propio suministro de agua en lugar de tener que organizar esos pesados viajes diarios. El alcalde le contestó:
- Por supuesto. El agua cuesta dos horas de trabajo diarias para el chaval y el burro, lo que hace 730 horas al año para cada uno o lo que es lo mismo un total de 1.460 teniendo en cuenta a ambos. Si pudiéramos dedicarles a trabajar en el campo durante todo ese tiempo se podría plantar por ejemplo otro campo de calabazas además de los que ya tenemos y cosechar, lo tenemos calculado, 502 calabazas más al año. Se podrían hacer muchas otras cosas. Como se nos dan muy bien los números, hemos especulado con el rendimiento que podríamos obtener en diversos proyectos si pudiéramos disponer de ese esfuerzo extra...
- En ese caso, dejad de desaprovechar semejante fuerza de trabajo y construid un canal desde el río para traer el agua al pueblo.
El alcalde sonrió, complaciente, antes de contestar:
- Eso no es rentable, puesto que como te habrás percatado en tu camino al pueblo hay una colina empinada justo entre el río y nosotros. Si el chaval y el burro se pusieran a construir un canal en lugar de enviarlos a por agua, tardarían aproximadamente 435 años en terminarlo. Se nos dan muy bien los números y lo sabemos a ciencia cierta. ¡Así que es más barato y eficaz mandarlos diariamente al río!
- Pero hombre: os podriais poner de acuerdo todas las familias del pueblo. Teniendo en cuenta que vivís aquí en torno a un centenar de familias, si cada una enviara dos horas diarias a su burro y su hijo, el canal podría terminarse en muchísimos menso años. Y si trabajaran todos diez horas diarias, a lo mejor lo tendriais terminado en un solo año. ¿Por qué no lo organizas, como alcalde que eres?
Sin perder la compostura, el hombre negó con la cabeza y argumentó:
- En el Pueblo de los Matemáticos somos muy precisos y por eso se respeta mucho las reglas de educación. Cada vez que convoco a alguien para hablar de cosas importantes, he de invitarle a casa, ofrecerle té y pastas, hablar con él de su familia, de la mía, de nuestras cosechas, del tiempo, de la marcha del país..., luego la hospitalidad manda que comamos con tranquilidad y, tras descansar un poco, finalmente podemos pasar a hablar de lo que nos interesa. Tardo prácticamente un día entero..., y eso sin garantizar que lleguemos a un acuerdo. Aún en el mejor de los casos, tardaría 100 días en hablar con los cien responsables de las cien familias del pueblo. No tengo recursos para dejar mis actividades y dedicarme a festejar a tantas personas tanto tiempo seguido. Ni para hacerlo con todas a la vez. Como mucho podría invitar a un cabeza de familia por semana. Como el año tiene 52 semanas, tardaría casi 2 años en hablar con todos, en una primera ronda. Aún en el caso de que no hubiera nadie que se opusiera al proyecto, tardaría otros 2 años en volver a entrevistarme con todos para decir que podemos sacar adelante el proyecto.
A estas alturas, el mulá Nasrudin estaba ya más que mareado y sentenció:
- Aún así, el esfuerzo merecería la pena. Cuatro años de negociaciones y un año de trabajo y a partir de entonces se acabarían las estrecheces en el suministro del agua que lleváis padeciendo desde tiempos inmemoriales...
- Sí, pero... -ante la desesperación de mi profesor, el alcalde aún tenía algo más que objetar- Si construimos el canal, cualquiera podrá ir por agua, tanto si contribuyó al trabajo común como si no lo hizo. Imagínate que un listillo eludiera su responsabilidad y al final se beneficiara del esfuerzo ajeno... Peor, imagínate que todo el mundo se dejara tentar para escabullirse calculando cada uno qué cantidad de recursos podría ahorrarse sustrayéndolos al proyecto. Uno diría que su chaval se ha puesto enfermo, otro que su burro se ha roto una pata, otro que el mal tiempo le levanta dolor de cabeza y le hace llegar tarde al trabajo... Como en el fondo somos todos unos listillos, porque se nos dan bien los números, aunque tengamos la buena intención de ponernos a construir el canal la verdad es que lo más probable es que al final ninguno cumpliera su parte. Y como sabemos que los demás no trabajarán lo que deben aunque se comprometan, tampoco lo haremos nosotros..., con lo que al final creo que no se cavaría ni medio metro del canal.
Queriendo cerrar el tema ante la cerrazón del alcalde, Nasrudín llegó a decir:
- Al otro lado de la colina, más allá del río, encontré un pueblo exactamente igual al tuyo. Tenía el mismo problema, pero hace ya veinte años construyeron su canal...
- Sí, lo sé -cortó el alcalde con una sonrisa de triunfo- ¡pero a ellos no se les dan bien los números!
No hay comentarios:
Publicar un comentario