Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Los últimos

- Ya está ahí, Mol... -Inc trataba de mantener la entereza pero su advertencia sonó entrecortada, en un tono excesivamente bajo.

- ¡Valor! Hicimos..., lo que pudimos... No pueden..., exigirnos más.  -contestó su compañero, con torpeza.

Ambos observaron espantados la gigantesca tenaza con la que habían destruido sus precarias posiciones durante los últimos días. Era un arma terrible, que arrasaba cuanto tocaba con una facilidad letal y que dejaba tras de sí un rastro de sangre y otros humores. Todos los compañeros que habían sido atrapados por ella desaparecieron de su vista en cuestión de segundos, como si hubieran sido abducidos y desde luego no precisamente para ser llevados a un mundo mejor... La inteligencia extraña que la manejaba había demostrado poseer gran maestría en su uso y se aplicaba a la tarea con un afán obsesivo. 

Ellos eran los últimos de un equipo inicialmente compuesto por más de treinta efectivos. Durante años habían trabajado a la perfección, muy bien coordinados y aguantando la posición, sin ceder ante las enfermedades y los golpes del destino. Pero al final caían por lo mismo por lo que se destruye todo en el mundo basto de la materia: la edad, que los había envejecido y debilitado hasta convertirlos en pálidos y descarnados reflejos del pequeño ejército blanco que un día habían constituido el sonriente orgullo del lugar. Ahora, un contingente de invasores, artificiales y sin alma, les sustituirían.

Inc intentó resguardarse en la oscuridad de la cavidad, soñando con eludir el arma, pero no podía moverse de su sitio. Además, se sentía mareado: el anestésico que habían empleado para reducir su resistencia hacía su efecto poco a poco.

- Mol... -se sentía cada vez más débil- Mol, sólo quería decirte..., que ha sido un honor para mí..., haber podido..., haber podido...

No podía pensar con claridad, y aún menos expresarse. De todas formas, poco importaba porque Mol, silencioso, ya no podía escucharle. No sabía si había sido atrapado por la colosal tenaza o quizá el pánico le había enloquecido privándole de cualquier sentido racional.

Aquello era el fin. Mientras se hundía en la inconsciencia, pensaba: ¿así de fácil acaba todo?


...


El odontólogo arrancó los últimos dos dientes, molar e incisivo, que quedaban en la boca de don Julián. En esta ocasión salieron con sorprendente facilidad: las encías, agotadas tras las extracciones de los últimos días, habían decidido rendirse sin más problemas.

- Bueno, esto ya casi está. Ahora, en cuanto sane un poquito la boca, comenzamos a poner los implantes -comentó con confianza profesional.


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