Hace ahora 75 años que uno de los últimos genios del cine, Walt Disney, decidió producir su primer largometraje de dibujos animados dirigido a todos los públicos. Los inversores de su época no entendían qué interés podían tener los adultos en entretenerse con unos dibujos infantiles (y encima en formato de largo) que cantaban tontas canciones. Pero es que esos inversores eran gente que movía dinero (financieros, una de las especies más peligrosas del mundo) y por tanto no encuadrables en la categoría de seres humanos, los cuales no sólo experimentan emociones sino que sienten necesidad de ellas. Además, la historia escogida, Blancanieves y los Siete Enanitos, no es cualquier cosa.
Aunque para muchas personas no sea más que "uno de esos cuentos para niños pequeños que contaba mi abuela para ir a dormir", este fascinante relato esconde claves maravillosas para entender la vida, igual que otras ciertas películas del viejo Walter (no todas, es verdad) hoy, como entonces, menospreciadas por los mismos inversores como simples maneras de perder el tiempo (y llenar de paso sus bolsillos). Hablo de películas que todo el mundo debería no sólo ver sino paladear y exprimir internamente como Pinocho, Fantasía, La Bella Durmiente o La Bella y la Bestia y que tanto contrastan con lo que los herederos del mago destrozaron después con, éstas sí, naderías absurdas como Aladin, Lilo y Stitch o El jorobado de Notre Dame.
Cuenta la leyenda que la verdadera Blancanieves existió realmente y que no fue un simple fruto de la imaginación de aquellos dos legendarios cuentistas alemanes, los hermanos Jacob y Wilhem Grimm, que redactaron la versión más conocida de lo ocurrido a finales del siglo XVIII. Eckhard Sander, un historiador también germano, afirmó hace ya algunos años que su verdadero nombre era Margarethe Von Waldek (en el cuento, tampoco conocemos su nombre real: lo de Blancanieves es un apodo por la blancura de su piel) y que había sido una bella condesa que vivió en la primera mitad del siglo XVI. Lo más grande es que según Sander el príncipe del caballo blanco también existió y se trataba nada menos que de cierto heredero vallisoletano de noble porte, rubio como la cerveza, preciosos ojos azules y arrolladora personalidad que en aquella época viajaba por Flandes y Alemania para conocer los inmensos límites del reino que estaba a punto de empezar a gobernar con el nombre de... Felipe II.
Según la versión de Sander, el príncipe quedó prendado de la belleza de la condesa hasta tal punto que incluso la propuso en matrimonio, pero el hombre que iba a heredar el imperio más grande del mundo desde el de la Antigua Roma, el primer imperio con características globales, estaba sometido a muchos intereses y no podía disponer de su propia vida ni siquiera para casarse con quien deseara. Le esperaba su prima María Manuela de Portugal, quien fue su primera esposa oficial durante un corto período de tiempo pues murió poco después de parto. Sus consejeros (y su padre Carlos V probablemente también) intentaron en consecuencia que desistiera de su amor por Margarethe y, al no conseguirlo, la mandaron envenenar, aunque no se sabe si para ello enviaron una bruja que utilizara una manzana o algún método más corriente como por ejemplo una copa de vino con un "añadido especial".
Felipe II tuvo mucho poder pero no parece que entre sus facultades estuviera la de revivir a los muertos a base de dar besos al cadáver, ni siquiera al de su amada belleza envenenada. Roto por el dolor, regresó a la península ibérica y jamás volvió a salir de allí. Pero los siete enanitos de la historia también existieron, según el historiador germano, quien asegura que se trataba de unos niños, envejecidos por el trabajo esclavo y la desnutrición, que laboraban en las minas de hierro de la familia Von Waldek y que a pesar de su pobreza que se refleja en la indumentaria que aparece en la versión Disney, pudieron ayudar a la pareja a desarrollar su pasión en un "nidito de amor" tan escondido a los ojos ajenos como su residencia comunal.
Sobre estas bases históricas habrían trabajado los Grimm y luego Disney, según Sander.
Pero hay mucho más detrás de todo esto. Walt Disney pertenecía a cierta discreta sociedad secreta y poseía algunos conocimientos interesantes que quiso transmitir, a la manera de los antiguos juglares, en sus en apariencia inocentes cuentecillos cinematográficos. De hecho, muchas de las narraciones "para niños" que hoy conocemos y que se remontan a tiempos inmemoriales (los mismos hermanos Grimm aparecen como autores de numerosos relatos que nunca inventaron sino que se limitaron a recopilar de las tradiciones populares) esconden algo más que historias divertidas o enseñanzas obvias ante las exigencias de la vida.
Desde el punto de vista simbólico, Blancanieves es el alma humana y el príncipe es el espíritu que ha de salvarla de los rigores y peligros de la vida material. Los siete (siete es el número mágico por excelencia) enanitos representan las fuerzas de la Naturaleza y/o las virtudes del alma que le ayudan en su lucha contra el mal representado por la horrenda bruja quien no por casualidad utiliza una manzana, símbolo del conocimiento, para envenenarla mostrando de esta manera que la persona curiosa que accede a una sabiduría que no está capacitada para digerir puede morir por su atrevimiento (como aquella vieja historia del insensato que se atrevió a desnudar a Isis sin estar preparado para contemplar a la diosa en todo su esplendor y de inmediato falleció consumido en una hoguera espantosa).
Hay otras claves en esta historia..., que debe encontrar cada cual, aunque a nivel inconsciente las conocemos todas. Por eso la película tuvo tanto éxito: tocó ciertas fibras sensibles en el interior de las personas, rozó su propia alma..., aunque el público no llegó a entender lo que había ocurrido, tan sólo reconocía que se había sentido conmovido por lo que había visto.
Después de tres años de trabajo, el estreno de 1937 de la versión Disney fue un auténtico éxito y se convirtió en la película más taquillera de la historia en aquel momento. Y un cuento tan viejo como el de Blancanieves, con todos sus secretos, se aseguraba un lugar en el futuro en lugar de quedar arrinconado como tantas otros en los anaqueles polvorientos de tiempos olvidados.
Grande, sonriente, optimista Walter..., que a lo mejor ni siquiera te llamabas así. Recientemente un investigador norteamericano llamado Theodore Thomas ha producido un documental titulado A través del espejo en el que se especula sobre una teoría que lleva mucho tiempo serpenteando bajo las biografías oficiales de este hombre genial. Una teoría según la cual una mujer española abandonó Mojácar, Almería, en 1901 para viajar a Estados Unidos y buscar allí un futuro que no tenía a este lado del Atlántico. Una mujer soltera pero madre, que no podía ocuparse de su pequeño hijo y que en consecuencia lo dejó en adopción a la familia apellidada Disney. El verdadero nombre de ese niño era José Guirao Zamora.
Cuando el biógrafo oficial de Walt Disney le preguntó a éste si los rumores que corrían eran ciertos y él era de origen español, éste se limitó a sonreír y contestó, en español: "¿Quién sabe?"
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