Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 23 de octubre de 2009

Aparece Mac Namara

Tengo un gato siamés de color canela y chocolate, con los ojos muy azules, que no es, por supuesto, un gato corriente. En realidad, no estoy muy seguro de que sea siquiera un gato, aunque lo parezca.
Su nombre es Arannan Fergus Mac Namara, o simplemente Mac Namara para los amigos. Vive conmigo en la Residencia de Estudiantes de la Universidad de Dios, porque todos los alumnos están obligados a tener un animal, necesario para las clases de Chamanismo, Lenguas Animales y otras asignaturas. Y no fui yo quien lo eligió a él, sino al revés (aunque eso lo podría decir cualquiera que tenga gatos, sin necesidad de ser alumno en la carrera de Dios). La verdad es que podría haberme llevado a mis lobos Geri y Freki aunque a última hora preferí dejarlos en casa porque pensé que se aburrirían en las estériles praderas del césped universitario, demasiado diáfano para lo que ellos están acostumbrados (son animales magníficos y grandes amigos, pero necesitan bosques para vivir, corretear, acechar y disfrutar). Los echo de menos a menudo, porque sólo puedo verlos cuando me dan vacaciones. Mac Namara es muy peculiar, como todos los animales que comparten habitaciones en la Residencia con los alumnos, porque lo sorprendente no es que sea capaz de pensar y hablar sino que piensa y habla mejor de lo que lo hago yo o cualquier otra persona que conozco. Nunca me ha querido explicar cómo posee semejantes capacidades. Corre la especie entre los estudiantes de que estos animales no son tales sino alumnos de cursos avanzados (quizá de Décimo o de Undécimo) que adoptan esta forma para no mostrarse con la suya verdadera y de esta manera poder tutelar mejor a los que estamos en los inferiores (recuerdo que yo estoy en Segundo). Aunque la obligación de tener animales, que yo sepa, incluye a los trece cursos. Lo que sí es cierto es que se trata de un gato, o lo que sea, muy entretenido. Muy social y gran conversador, se sabe todos los cotilleos de la Universidad de Dios, conoce muchas historias raras y sobre todo tipo de personajes, populares o no, y es capaz de tenerme despierto durante toda la noche con sus relatos. Siempre insiste en que no me fíe de lo que ven mis ojos y capten mis sentidos en general, sino que antes de juzgar sobre un suceso o situación concreta debo pararme a meditar sobre ello y descubrir qué hay debajo de las apariencias, qué mensajes me está mandando el entorno sin que me dé cuenta de ello. - ¿Conoces a Madeleine Albright? -me preguntó el otro día con su ronroneo particular. - Me suena a política estadounidense con cara de uva pasa -le contesté. - Fue Secretaria de Estado del entonces presidente de EE.UU. Bill Clinton, alias el Pringado -aclaró con un tono que, si fuera humano, reflejaría una sonrisa cínica en su rostro-, un cargo verdaderamente importante. Fue la primera mujer en hacerse con ese cargo. - ¿Y? - Era una mujer muy temida y respetada en todos los foros internacionales. Hecha a sí misma. Uno de esos ejemplos de norteamericanos que no lo son, porque en realidad nació en una familia judía de Checoslovaquia, de donde tuvo que salir huyendo cuando llegaron los nazis primero y los comunistas después. Su nombre real es Marie Jana, pero su abuela le llamaba Madlenka, en francés Madeleine, y acabó poniéndose ese otro nombre. Y no, no fue porque desayunara muchas madalenas. - ¿Qué me quieres contar con todo esto? - Durante el primer mandato de Clinton, fue embajadora de EE.UU. ante la ONU y allí tuvo sus más y sus menos con los representantes del Irak de Sadam Hussein. Se cuenta que éste, muy irritado por los constantes ataques de Albright contra su régimen en los diversos foros internacionales, la rebautizó un día diciendo que era una Serpiente sin igual. Ella lo escuchó y dijo: '¿Ah, sí? Se va a enterar este fulano'... Y a partir de entonces cada vez que se reunía con un representante iraquí o aparecía en algún seminario internacional con alguno de ellos lucía un siniestro y desafiante broche de serpiente en su vestido. Pero no se limitó a eso, sino que empezó a usar distintos adornos en función de con quién se entrevistaba, para mandar mensajes de advertencia. Por ejemplo, si se reunía con el mandatario de algún país con el que EE.UU. tenía cuentas pendientes, se colocaba un broche de araña o de avispa o de cualquier otro bichejo. Pero si la entrevista era con algún amiguete, lo sustituía por soles o mariposas... Una vez fue a Suráfrica a ver a Nelson Mandela y se puso una cebra. Hasta el mismo presidente ruso Vladimir Putin confesó en cierta ocasión a Clinton la incertidumbre que le causaban los broches de su secretaria de Estado por no saber qué mensaje contenían y a quién iba dirigido. - ¿Cómo sabes todo eso? - Oh, yo lo sé desde hace mucho, pero ahora ya lo sabe todo el mundo, porque Albright acaba de publicar un libro titulado 'Read my pins' ("Lea mis insignias") parafraseando aquel famoso 'Read my lips' ("Lea mis labios" y el 'No more taxes' o "No más impuestos" que iba después) del expresidente George Bush senior, en el que cuenta cómo utilizó su caja de joyas como almacén de códigos. Y ¿sabes qué es lo más interesante? Busca imágenes de Albright durante esa época: sus fotos, sus videos, sus apariciones televisivas... Tienes esos llamativos broches en casi todos sus modelitos, incluso en la fotografía oficial de la Wikipedia aparece con un águila norteamericana de alas desplegadas que por cierto casi parece la de la Luftwaffe. Quiero decir: durante años y años todos hemos visto a la secretaria de Estado norteamericana con sus mensajes puestos ante nuestras narices y nadie ha sido capaz de verlos, menos los diplomáticos de otros países que sí estaban al corriente de ello. - Ya entiendo. ¿Quieres decir que en este momento existen muchos mensajes a nuestro alrededor que no interpretamos como tales pero podríamos verlos si supiéramos que lo son? De pronto me vi a mí mismo mirando alrededor intentando descubrir las informaciones secretas que alguien había podido esconder y que tenía ante mis ojos sin saberlo. ¿Por qué había exactamente tres vasos en la estantería de la cocina y sólo uno estaba boca arriba? ¿Qué significaba que justo debajo de la ventana de mi habitación hubiera un tipo de gabardina sentado leyendo una revista en un banco? ¿Era casualidad que cada vez que miraba por azar al reloj digital me encontraba con una cifra terminada en número impar? Sentí como la paranoia empezaba a reptar por mi columna vertebral, desenrrollándose como la serpiente kundalini..., y entonces Mac Namara sentenció: - Sigues sin entender los mensajes. ¿No escuchas los gruñidos de mi estómago? ¡Quiero mis sardinas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario