Ser un dios es como ser un superhéroe. Uno tiene poderes especiales, pero también responsabilidades y preocupaciones especiales. Los mortales corrientes siempre tienen en cuenta lo primero pero nunca lo segundo.
- Ah, claro, para vosotros es todo muy fácil... No tenéis grandes problemas. Después de todo, con sólo chasquear los dedos podéis disponer de superinteligencia, superfuerza, superintuición o supercapacidaddebebercerveza para resolver cualquier situación que se presente, y punto. Así, yo también iría tan tranquilo por la vida, me parece a mí...
Claro, háblales de que si, a cambio de disponer de estas ventajas, tienes que andar salvando el mundo un día sí y otro también, enfrentándote con monstruos y demonios a todas horas, sin poder ver a tu familia o amigos tanto como quisieras e incluso sin librar ni un solo día aunque en tu identidad "normal" estés oficialmente de vacaciones y lo único que te apetezca sea desaparecer del mapa y que dejen de molestarte un ratito, por lo menos el tiempo que tardas en jugarte un Tetris. Nadie cae en la cuenta de que, en una guerra, si un soldado comete un error le puede caer un castigo gordo pero si es el general (de quien dependen todos los soldados) el que lo comete le pueden fusilar por ello.
- No me cuentes películas. Los dioses os quejáis de vicio (concluyen, muchas veces con cierto aire despreciativo y como si supieran de qué están hablando).
Y lo más grande del caso es que en realidad todavía no soy dios sino alumno de la Universidad de Dios. En calidad de tal, tengo algunas obligaciones como la necesidad de aguantar todo tipo de críticas y maledicencias de los mortales, empleando grandes dosis de estoicismo (y, sobre todo, de buen humor) puesto que al fin y al cabo nadie te obliga a cursar estos peculiares estudios. Es una opción personal y ya cuando te dan el visto bueno al matricularte para ingresar a las clases te lo advierte el ordenanza feérico que da curso a la documentación:
- Muchos son los llamados y pocos los elegidos..., y tal y tal. Abróchate el cinturón que no sé si sabes dónde te has metido, machote.
A pesar de todo esto, la carrera de dios es muy atractiva. Son trece cursos: sí, bastante por encima de lo prescrito en el Plan Bolonia, y además cada uno de ellos es ciertamente duro porque hay muchas materias y hay que aprobarlas todas con nota alta o si no los tutores no te dan el visto bueno..., pero si eres capaz de terminarla, tienes trabajo ya para toda la eternidad.
El proyecto de fin de carrera es la creación de tu propio universo y anda que no me voy a reír poco cuando sea yo el que fije las reglas. Bueno, si es que soy capaz de terminar algún día, porque llevo unos veinte años metido en esto y todavía estoy en Segundo Curso (mmmh..., a una media de diez años por curso voy a necesitar un par de reencarnaciones más para terminar).
Además, los dioses (quiero decir: los alumnos de dios) no podemos hacer las cosas de la misma forma que los mortales. Por ejemplo, no me han dejado empezar este blog cuando yo quería: un fin de semana, tranquilito y con tiempo para pensar lo que iba a escribir... Qué va. Tenía que comenzar por fuerza el primer día de Luna Creciente para garantizar un largo y fructífero recorrido a este proyecto y además coincidiendo con miércoles, día de Mercurio (la divinidad de la comunicación), que es otro nombre de mi tutor personal: el GranThoth.
Que sea lo que los dioses quieran.
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