En el año 525 antes de Cristo, el rey de los persas Cambises II, del linaje aqueménida fundado por Ciro II el Grande quien gobernó su imperio, envió un gran ejército, compuesto según diversas fuentes por unos 50.000 guerreros para sojuzgar a los amonios, habitantes del remoto y misterioso Oasis de Siwa, en Egipto.
Ésta es la misma y famosa localidad de Siwa donde radicó uno de los oráculos más conocidos del mundo antiguo, dedicado a la gloria del Divino Amón, el Eterno Padre Solar al que aún recuerdan sin saberlo aquéllos que en nuestros días finalizan sus oraciones cristianas con el "Amén" de rigor (pues, como sabe cualquiera que asista a la clase de Dioses, Semidioses y Héroes en la Universidad de Dios, el verdadero Cristianismo -no la versión edulcorada que creó Saulo de Tarso, alias Pablo, y que hoy tanta gente considera como auténtico- bebe, como lo hizo el propio Jesús, de la antigua y real sabiduría que durante milenios albergaron los crípticos templos del Antiguo Egipto). La misma Siwa donde el propio Alejandro el Grande fue designado "hijo del dios Amón", es decir, fue iniciado en los Misterios de esta deidad, y por ello se ganó el derecho a portar los cuernos de la sabiduría en los retratos que le hicieran a partir de entonces.
Pero lo de Alejandro sucedió mucho después de que Cambises II mandara a sus tropas y éstas, al atravesar el desierto, se vieron sorprendidas por una poderosa tormenta de arena..., y desaparecieron de un momento a otro. Todos. No sobrevivió ni uno solo de los 50.o00. Nadie ha sabido explicar muy bien lo que ocurrió, pues resulta difícil pensar que unas tropas rudas y acostumbradas al desierto (los persas llevaban ya tiempo en Egipto, contaban con el apoyo y la guía de contingentes nómadas y locales, e incluso estaban acostumbrados a las travesías desérticas tras su paso por las estériles estepas de la península arábiga) se dejaran engullir por la Naturaleza de esa manera, pero Heródoto, el viejo cuentista, lo relataba de esta manera: "Un viento del sur muy violento se desató sobre los persas mientras almorzaban y, arrastrando grandes torbellinos de arena, los sepultó en el desierto".
Encontrar los restos del ejército de Cambises II es uno de los grandes premios por descubrir en el mundo de la Arqueología, como la tumba de Gengis Khan o la del propio Alejandro. El calor del desierto podría haber conservado en buenas condiciones las armas, la ropa, la cerámica, los arreos de las monturas y tantas otras cosas que llevaban consigo aquellos infortunados soldados. Por esa razón, muchos arqueólogos y exploradores han intentado encontrar esos fascinantes restos; entre ellos, el conde Lászlo von Almásy (el personaje real sobre el cual se inspiró el personaje interpretado por Ralph Fiennes en su aburridísima y sobrevalorada -y, oh sí, tan romántica, según dicen los que no tienen idea del romanticismo...- película de El paciente inglés) y su colega Hans Joachim Von der Esch, quienes aparte de descubrir la tribu de los magyarabs en el curso de sus viajes tuvieron en 1935 la oportunidad de experimentar la tortura de las tormentas de arena en pleno desierto, si bien ellos no fueron sepultados por la arena sino que lograron llegar a Siwa.
Toda esta historia ha vuelto a salir a la luz gracias a dos hermanos gemelos de origen italiano. No se llaman Rómulo y Remo, sino Angelo y Alfredo Castiglioni. Ambos han anunciado recientemente el descubrimiento de lo que en su opinión son los restos del ejército de Cambises II. Y para demostrarlo han ofrecido algunas imágenes de sus hallazgos, como una daga de bronce, un brazalete de plata, un pendiente o algunas puntas de flecha. Nada muy espectacular, pero todo ello fabricado de acuerdo con los cánones de facturación de la dinastía aqueménida. Los Castiglioni afirman haber invertido 13 (vaya, el famoso numerito...) años en sus investigaciones junto con un geólogo egipcio llamado Alí Barakat (Baraka significa Fortuna, ahora que lo pienso). Según su tesis, los persas cometieron un error porque en lugar de seguir la ruta de los oasis yendo directamente hacia el norte decidieron sorprender a los amonios internándose en el desierto del oeste hasta la mesta del Gilf Kebir. Desde allí, deberían subir al norte y tomar desprevenidos a los habitantes de Siwa. Luego pasó lo que pasó.
La Arqueología es un sector lleno de gentes suspicaces y envidiosas (supongo que como todos, en el fondo) porque cuando uno descubre algo importante enseguida se le plantean todo tipo de objeciones por parte de los expertos (que suelen ser colegas de profesión a los que la diosa Fortuna no ha sonreído todavía a la hora de encontrar algún hito importante de la Antigüedad). Esto es lo que les ha ocurrido exactamente a los gemelos italianos, cuestionados por todo el mundo y con su descubrimiento hibernado mientras se le somete a todo tipo de exámenes no ya con lupa sino con microscopio.
A la espera de que se resuelva la historia y sepamos si es cierto que los restos encontrados por los Castiglioni son los que dicen ser, creo que ha llegado la hora de revelar un pequeño secretito. Total: ya han pasado tantos siglos... El caso es que en aquella época yo era uno de los sacerdotes de Amón en Siwa. Todos los amonios nos habíamos rebelado contra el imperio persa porque Cambises II, como todos los reyes de su estirpe, era un esforzado materialista que sólo creía en la riqueza y la gloria materiales. Buena muestra de su impiedad fue el ultraje que llevó a cabo sobre la momia de Amasis y otros sagrados iconos de la religión egipcia. Como todos esos seres miopes que sólo creen en la carne y los huesos, incapaces de ver más allá de su nariz, jamás pudo sospechar que el cuerpo sacerdotal de Amón poseían ciertas..., capacidades, como la visión a distancia para saber en todo momento dónde estaba su ejército y tenerlo bajo control. O el dominio sobre los elementos, como por ejemplo el viento del desierto.
Qué sencillo fue inducir un sueño el día antes de partir al comandante del ejército, para que escogiera la ruta que se adentraba en el Mar de Arena al objeto de "sorprendernos". Qué fácil invocar a Qibli, espíritu del viento, para que enterrara luego bajo un océano de arena a los invasores.
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