Khalil es un gran amigo mío. Es bastante mayor que yo y está en Cuarto o en Quinto (no lo sé exactamente, porque esto de los grados en la carrera de Dios es muy difuso y depende de la rama por donde te la saques: yo estoy en la de Cielos Europeos Célticos y Germánicos y Khalil está en Cielos Orientales, así que...) por lo que sabe bastantes más cosas que yo.
En consecuencia, a veces intento sonsacarle, aprovechando nuestra amistad, para que me revele algunas enseñanzas superiores que me pudieran ser de utilidad, bien para mis estudios o incluso para la vida diaria. Por ejemplo, estoy deseando aprender el truco ése de abrir la palma de la mano boca arriba y que salga una llamarada instantáneamente. Es muy efectista y creo que en Cielos Infernales lo enseñan incluso en Primero de carrera. Imagínate que alguien te viene pidiendo fuego y tú dices: "sí espera" y zas, llamarada al canto.
Sin embargo, mi amigo no suelta prenda con facilidad. Cada vez que le pregunto por algo en concreto sonríe beatíficamente y, como mucho, me cuenta una historia con cara de decir: "ahora búscale tú la moraleja". Hoy, en el descanso de mediodía le hablé acerca de cierta persona, otro amigo mío que él no conoce: un científico visionario y con una capacidad extraordinaria de trabajo aunque el pobre sufre de ateísmo (no se cree que yo esté en la Universidad de Dios, piensa que estoy intentando tomarle el pelo; en realidad, la mayor parte de la gente piensa lo mismo, no sé por qué).
- Ya sé que no nos está permitido, pero me gustaría hacer un pequeño milagro para demostrarle que los dioses existen, ¡existimos!, y que deje de atormentarse por la estúpida idea ésa de que no hay nada después de la muerte -le dije a Khalil.
- ¿No es un científico? Él debería saber que en el Universo nada se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma -me contestó con lógica.
- Sí, pero ya sabes cómo son los de Ciencias. Emperrados en que dos y dos son necesariamente cuatro. ¿No crees que habría alguna forma de sacarle de su error?
Khalil sonrió, miró al cielo limpio de otoño en el campus universitario y luego me dijo:
- Una vez tres hormigas se encontraron sobre la nariz de un hombre que dormía una siesta. Después de saludarse entre ellas según las costumbres de sus respectivas tribus de hormigas, se pusieron a conversar. La primera hormiga comentó que aquellas colinas y llanuras sobre las que se encontraban eran las más áridas que había recorrido en su vida porque había pasado todo el día buscando algo que comer y no había hallado nada. La segunda hormiga confirmó la impresión de la primera y dijo que las de su pueblo llamaban a aquélla la "tierra blanda y movediza donde nada crece". La tercera hormiga alzó su cabeza, carraspeó y dijo, muy seria: "amigas, en este momento estamos sobre el mismo rostro de la Hormiga Suprema, la Poderosa e Infinita Gran Hormiga cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcarla, cuya voz es tan potente que no podemos oírla; ella es omnipresente." Cuando la tercera hormiga terminó su breve discurso, las otras dos se miraron entre sí y se pusieron a reír a carcajadas. Y en ese momento, el hombre se movió y, medio despierto, levantó su mano y se rascó la nariz. Y aplastó a las tres hormigas.
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