He leído todo tipo de opiniones acerca de "la fórmula". La de escribir best sellers, me refiero. Hay cierta unanimidad respecto a los ingredientes que debe contener un relato destinado al éxito: mucha acción, su dosis de sexo, uno o varios misterios, países lejanos, personajes con los que se pueda proyectar el lector... Ésta es la teoría, pero en realidad no funciona así porque si "la fórmula" dependiera sólo de ello tendríamos muchos más best sellers de los que ya nos ofrece cada temporada literaria. Cualquiera podría escribir uno y hacer realidad su sueño: ése que anida en lo más hondo de todos los juntaletras, que no es otro que el triunfo profesional. Existe una relación directamente proporcional entre la cuenta corriente de un escritor y el desprecio que éste siente (de puertas para afuera) por esa necesidad de éxito. Cuanto menos dinero le proporcione su actividad literaria, mayor tendencia tendrá a gritarle a los cuatro vientos que él es un artista que escribe para sí mismo y al que le importa una higa tener muchos lectores, gozar del reconocimiento ajeno o cobrar suculentos adelantos por su siguiente obra. Siempre que escucho ese tipo de argumentos me acuerdo de la fábula de la zorra y las uvas.
Como es obvio, lo ideal sería escribir sólo acerca de lo que a uno le gustase y que encima ese tema nos convirtiera en favoritos del público pero rara vez se consigue eso sin otros ingredientes de "la fórmula" que no suelen citarse, porque resulta incómodo tenerlos en cuenta: pequeñas cosas como la paciencia, la experiencia o la técnica. Y algunos otros que aún sigo buscando porque todavía no los he encontrado. Cuando lo haga será fácil demostrarlo: lo pondrá en una faja amarilla que rodee la portada diciendo: "¡Más de cien mil ejemplares vendidos!" o algo similar. Recuerdo a una persona que en cierta ocasión me dijo que el oficio de escritor era una "tontería" porque para escribir una novela "basta con enfrentar al bueno y al malo, acompañándolos con una chica, el amigo del bueno, los esbirros del malo y algún personaje más para rellenar", así que concluía que se iba a poner a escribir su propia novela y a presentarla por ahí a cualquier editorial para que se la publicasen. ¿Qué le iba a decir? Que sí, que tenía toda la razón y que me parecía estupendo: que se pusiera a escribir y que estaría encantado de leer su novela. La que nunca llegó a escribir, claro.
En la búsqueda de los ingredientes desconocidos para completar "la fórmula" me he encontrado con un empresario norteamericano llamado Robert Gunning. Este hombre de negocios estaba convencido de que cuanto mejor fuera la comunicación con sus clientes mejores resultados económicos obtendría, así que desarrolló un método destinado a medir la legibilidad de un texto y por tanto la facilidad de su comprensión para un elevado número de personas. Le llamó Gunning Fog Index o, lo que es lo mismo, el Índice de Niebla Gunning. La niebla representa, lógicamente, la mayor o menor dificultad para leer y comprender lo que se ha escrito.
Desde 1952, cuando Gunning lo diseñó, el término es bastante conocido en el mundo anglosajón, pero no tanto en el español. Quizá porque no nos interesa tanto la lingüística, ni la cultura en general. No hay más que escuchar una conversación cualquiera en cualquier parte del país: repleta de tópicos, de frases hechas, de "yocreoque" y de construcciones absurdas o directamente sin terminar. Esta misma mañana, un señor diputado con muchos años de experiencia a sus espaldas y en pleno debate parlamentario ha dicho, textualmente: "¡No me hable de excomulgación!". Supongo, viendo el contexto en el que ha soltado esta patada a la lengua, que quería decir excomunión. Aunque en su defensa hay que tener en cuenta que pertenece a cierto partido político obsesionado con marcar el presunto "hecho diferencial" que hace "mejores" y "más valiosos" a los ciudadanos que viven en su región respecto al resto de los españoles, lo que significa que probablemente en su pueblo habrá ganado muchos puntos al demostrar su escaso nivel de la lengua común: ésa que sólo hablan 400 millones de personas...
Volviendo al amigo Gunning, el objetivo de su invento tiene indudables usos prácticos para escritores, pero también para periodistas, políticos, publicistas, sindicalistas y otras subespecies humanas cuyo negocio precise, para ser exitoso, de convencer al resto de la sociedad con sus palabras. Se trata de ser capaces de construir textos muy fácilmente comprensibles para el mayor número posible de personas. Se considera que para alcanzar una buena audiencia estos textos deben ofrecer un índice de menos de 12. Y si el objetivo es conseguir una comprensión casi total por parte de todos los que hablan nuestro idioma, el índice debe ser aún inferior: de menos de 8.
¿Cómo se consigue eso? Un ejemplo fácil: el relato de un locutor deportivo durante un partido de fútbol. "Saca Fulano. Balón en corto para Zutano. Mengano intenta cortar. Va a entrarle por la derecha. Cuidado, Zutano... Fallaaaaa. No pudo frenarle y ahora Zutano se marcha en profundidad hacia la frontal del área. Ahí lucha con Perengano. Ojo a la entrada de Perenganooooo... Eso debería ser tarjeta amarilla por lo menos. El árbitro dice que no ha visto nada pero Zutano se recupera. Sigue adelante. Cuidado con Zutano. Ha driblado a Mengano otra vez... Cuidado que se va, que se vaaaaaaaaa... ¡Gol! Gooooooool. Impresionante jugadón de Zutano. Y como decía el sabio: fútbol es fútbol y gol es gol." Este brillante ejemplo de literatura futbolera tiene un Índice Fog de prácticamente 9; es decir, resulta extremadamente comprensible para todo el mundo, con independencia de los estudios de quien lo escuche, y por eso es a pesar de su simplicidad tan atractivo, tan "bestsellero".
¿Cómo se obtiene el Índice Fog de un texto? Con una sencilla (aunque pesada) operación matemática. Primero hay que tomar un fragmento de unas cien palabras como éste del locutor deportivo, y dividir el número de palabras entre el de las oraciones que hemos empleado para agruparlas. En este caso nos sale 5,26. Después hay que contar cuántas palabras "complejas" hemos empleado en el texto, entendiendo como "compleja" la que tiene tres o más sílabas (no cuentan las que empiecen con mayúscula, que se entiende son nombres, ciudades, países, organizaciones..., ya conocidas). En nuestro caso, quitando nombres, hay 18. A continuación hay que sumar los dos totales: 5,26 + 18 = 23,26. Redondeamos a 23 para facilitar los cálculos. Después, dividimos esta cantidad entre 10 y la multiplicamos por 4. Esto es, 23/10 = 2,3 x 4 = 9,2. Redondeando, 9.
Algunos ejemplos más nos ayudarán a entenderlo. Los especialistas han calculado que Reader's Digest, la "biblia de las revistas de divulgación" tiene un Índice Fog de entre 8 y 9 (¡aún menor que el relato deportivo!), mientras la revista Time, que no es especialmente sesuda, sube a 11. Los discursos de Winston Churchill, harto populares en su época (y hoy también, habida cuenta la ausencia de oradores de su potencia) se movían en un Índice Fog de entre 3 y 4.
Después de conocer todo esto, no pude por menos que echar mano de alguno de mis propios textos. Tomemos por ejemplo el tercer párrafo de esta misma entrada del blog. Entre "En la búsqueda de los ingredientes..." y "...lo que se ha escrito." hay 102 palabras, lo que nos permite hacer un cálculo más o menos comparable al del locutor deportivo. Así pues, primer paso: dividir esas 102 palabras entre el número de oraciones empleadas, cuatro, luego el resultado es 25,5. De momento, cinco veces más que en el ejemplo del fútbol. Sigamos con el número de palabras "complejas": 34, si no he contado mal. Así que, 25,5 + 34 = 59,5. Seguimos bastante por encima. Terminemos los cálculos. 59,5/10= 5,95 x 4= 23,8. ¡El Índice Fog del tercer párrafo de esta entrada es de casi 24: el doble del máximo permitido para tener un amplio público lector! Mi texto es demasiado..., técnico por así decir para las mayorías.
Así que quizás éste es el Grial del best seller. Para alcanzarlo no sólo hay que emplear los ingredientes conocidos más los antipáticos a los que nadie quiere tener en cuenta sino además un estilo casi infantil, por lo sencillo, a la hora de organizar las palabras. Y si nos fijamos en las novelas que más venden suelen estar escritas así: con oraciones cortas, muchos puntos y seguido, escasísimas subordinadas y muy muy muy lejos de la forma de escribir de, digamos, un Kant.
Claro que siempre podemos mirarlo desde otro punto de vista: todo aquél que haya conseguido llegar hasta el final de este texto con un Índice Fog tan elevado y lo haya comprendido (a pesar de su densidad neblinosa) necesariamente debe poseer un nivel cultural elevado, ergo ¡soy tan bueno escribiendo que sólo me leen los mejores!
Y el que no se consuela es porque no quiere, por supuesto.
El índice para esta entrada, redondeado, corresponde a 16.
ResponderEliminarPor cierto, ese índice no tiene validez en el idioma español... http://legibilidad.com/home/acercade.html
ResponderEliminarEn castellano tiene su equivalente....
EliminarDificil de leer por lo pequeño de la letra.
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