Robert Venditti alcanzó la fama a velocidad meteórica gracias a su primer comic serio, dibujado por Brett Weldele y que tuvo versión española publicada por Glenat. El título: The Surrogates (Los sustitutos), un relato de Ciencia Ficción ambientado en un muy cercano (por el atrezzo, aparte del calendario) año 2054 con una evidente influencia de Philip K. Dick, tanto en la estética como en el fondo de la historia e, incluso, en parte de la idea de los personajes protagonistas: auténticos clones perfeccionados de los seres humanos, manejados por éstos a distancia.
Los puristas cuentan que el germen de la idea se remonta a 1969 cuando el autor chileno Hugo Correa publicó Los títeres, uno de cuyos fragmentos llegó a ver la luz traducido al inglés y por tanto pudo ser leído también por Vendetti..., pero todo esto me parece apurar ya demasiado en un mundo como el nuestro donde cada vez que alguien triunfa con algo siempre aparece otro alguien al grito de "yo lo pensé primero".
Sobre el éxito del tebeo de Venditti se ha rodado este interesante largometraje que, en las manos adecuadas, podría haberse convertido en un título de culto. Quizá para evitarlo, la industria puso el proyecto en manos de un artista de brocha gorda, Jonathan Mostow, cuyo mayor éxito (mira tú) es Terminator 3: la rebelión de las máquinas, lo cual garantiza tiros, persecuciones y entretenimiento palomitero (sobre todo si está por medio Bruce Willis, el actor al que más y mejor le "duelen" los puñetazos de ficción después de Harrison Ford)..., y poco más. Bueno, sí: como guiño para los fans de la saga de Terminator, cuando los agentes protagonistas penetran en el edificio sede central de VSI, la empresa que construye los clones sustitutos, se puede apreciar en los monitores de la sala la cabeza de un modelo de T-800 girando.
Como ya habrá deducido el lector inteligente, la peli va de robots o, mejor dicho, androides, interactuando con humanos y los problemas que ello genera. Ya en los créditos iniciales se distingue a uno de los científicos más insensatos que han llegado a los medios de comunicación en los últimos años: el japonés Hiroshi Ishiguro de la Universidad de Osaka, junto con su egocéntrica creación Geminoid, un androide calcadito a él. El argumento nos cuenta que en el año 2017 (en la versión cinematográfica se ha adelantado el año en el que sucede la acción para no gastar demasiado ingenio ni recursos en inventar una sociedad futura diferente) la gente ya no vive la vida ella misma sino que lo hace a través de los sustitutos: androides orgánicos que les representan igual que los avatares a los jugadores de Second Life. Cada cual puede elegir cómo será su sustituto pero obviamente la mayoría de los hombres eligen machotes musculados y viriles más o menos parecidos a ellos mientras que la mayoría de las mujeres elige a estupendas y neumáticas versiones de sí mismas (también hay alguno que opta por cambiar de sexo y aspecto). Estos androides son los que salen a la calle y trabajan, se divierten, se emborrachan y hasta hacen el amor mientras sus respectivos controladores permanecen en sus lujosas y blindadas casas, en calzoncillos y "a salvo de todo lo que hay ahí fuera" (esto me recuerda el comentario de ayer en este mismo blog).
Hay también una comunidad de humanos tecnófobos, que viven en su propio espacio ciudadano liderados por un gesticulante, desaseado y nada probable líder negro que con sus rastas y sus camisas hawaianas brama contra el mundo surgido del uso y abuso de los sustitutos: un mundo sin crímenes, sin riesgos, sin miedos..., y también sin humanidad. Un mundo donde, por primera vez en muchos años, se produce un asesinato con un arma desconocida que no sólo puede matar al sustituto sino al controlador que lo maneja desde casa y que nunca se había visto amenazado por cualquier cosa que le ocurriera a su androide personal. El encargado de investigar el asunto es el agente Greer del FBI, un Bruce Willis al que todo el mundo gusta en criticar por los defectos en sus Junglas de cristal (eso sí, después de haberlo pasado en grande con sus tortazos y tiroteos) aunque de cuyas virtudes en Doce Monos, El Sexto Sentido u otras nadie quiere acordarse.
Con este sabrosón argumento, Mostow y sus guionistas destrozan lo que podría haber sido una película inolvidable (del calibre de Blade Runner) basándose en las más que sugerentes consecuencias filosóficas que se derivan del planteamiento inicial para convertirlo en otro policíaco, que parece ser la única forma con la que ciertas mentes limitadas creen que pueden llevar la Ciencia Ficción al gran público.
Así que nos encontramos ante una gran ocasión perdida, sobre todo porque estamos hoy muy cerca de conseguir lo que aparece en la pantalla. De hecho, a nivel virtual prácticamente se ha conseguido ya, pues la tecnología más novedosa a nuestra disposición (a la de la gente con mucho dinero, quiero decir) nos ofrece en este momento trajes completos que con ayuda de un casco y unos guantes permiten a la persona introducirse en un simulador virtual en tres dimensiones que supone el acceso a un auténtico mundo paralelo. Exportar eso a androides físicos de aspecto humano es cuestión de tiempo. Y no mucho: la tecnología marcha a una velocidad impresionante, cada vez más deprisa. ¿No estamos hablando ya de los DVDs como "elementos de archivo obsoletos" cuando desembarcaron en nuestra vida hace muy pocos años (y aún tengo una tonelada de vídeos que no he podido pasar al nuevo formato y que por supuesto jamás se editarán en DVD -teniendo en cuenta además que los vídeos caseros personales son ellos mismos también relativamente recientes-)?
Aunque ahora que lo pienso: ¿y si Los Sustitutos no fuera una película sobre lo que puede pasar en el futuro inmediato, sino sobre lo que está sucediendo ahora mismo, hoy día, cuando mandamos nuestra imagen a pasearse por el mundo y a representarnos en el gran baile de máscaras social, mientras nuestro verdadero Yo se queda "en casa" desconectado, solo y triste, añorando una vida que debería ser suya pero que le ha sido usurpada por..., una máquina de carne y hueso?
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