Noruega es uno de los lugares más hermosos del mundo. Hace casi dos años busqué allí, en el punto más al norte del contintente europeo, en su región de Finnmark, una de las Grandes Puertas a la Tierra Interior. La falta de presupuesto me detuvo al borde mismo del Ártico, un océano oscuro como si fuera de hierro líquido, alumbrado apenas en aquel mes de febrero por la luz mortecina de un Sol renqueante que servía para poco más que para distinguir la senda cubierta de nieve y hielo, barrida por el omnipresente y gélido viento del Norte. Hay tan poca luz en el Círculo Polar Ártico que los descendientes de vikingos que allí residen carecen de cortinas y hasta de persianas en sus casas para aprovechar el más mínimo rayo solar. Contemplando el horizonte salvaje me lamentaba de no disponer de un submarino para continuar viaje hacia la Tierra Misteriosa, la Hiperbórea mítica en la que residen, aún hoy, lejos de la estupidez y la locura de esta civilización en ruinas, los Padres de los Dioses. Me consolé pensando que si no podía llegar más lejos era una suerte para mí pues debía ser que aún no estaba preparado y habría arriesgado en vano mi existencia si hubiera seguido adelante. Pues los Padres de los Dioses son los únicos que dan permiso para llegar hasta las Grandes Puertas y traspasarlas y cualquiera que lo intenta sin su beneplácito perece.
Por fortuna, y a pesar de la sucesión de días nublados durante el tiempo que pasé recorriendo la región, una noche pude asistir al milagro de la Aurora Boreal: la Luz de la Tierra Interior. Es sin duda el más impresionante de los espectáculos naturales que he tenido ocasión de disfrutar a lo largo de esta reencarnación y se produjo en un momento realmente simbólico: una noche, tras una sauna, en un baño al aire libre en el que la temperatura caliente del agua contrastaba con fuerza con el frío bajo cero de los bosques oscuros que rodeaban el establecimiento de hielo y madera en el que me alojaba. Así, casi desnudo, como debe presentarse uno ante la Diosa Isis, tuve la oportunidad de contemplar por primera vez la majestuosa y silenciosa danza de la Aurora: una cortina de tonos verdes que aleteó sobre las cabezas de los hombres, ajena a ellos, concentrada en sí misma y naciendo no en las capas altas de la atmósfera, como insisten los que se dedican a engañarnos, sino en un tronco luminoso claramente visible que partía de detrás del horizonte. La Aurora emergía, lo sé, lo vi, de la Tierra Interior. Y su contemplación fue para mí la promesa de que algún día llegaré más allá del borde del océano Ártico, hasta el lugar iluminado por el Sol Negro.
Hasta entonces, me limito a soñar con ello y, hoy, asombrarme ante las noticias que me llegaban desde Tröndelag, más al sur de adonde llegué hace dos años, pero desde donde también se puede apreciar habitualmente la belleza de las Auroras. Por eso entiendo la alarma de los cientos de testigos que llamaban a las autoridades para denunciar la existencia de un misterioso fenómeno que poco antes de las ocho de esta mañana provocó asombro y temor durante los dos o tres minutos que pudo apreciarse en el oscuro cielo invernal noruego. Era una especie de foco suspendido en el espacio, formado por una espiral luminosa que arrojaba un rayo verde sobre la Tierra. O seguramente tal vez al revés: una proyección sobre el espacio de un rayo que surgía desde nuestro planeta. El extraño suceso preocupaba y conmovía de manera especial a las fuerzas militares y de seguridad noruegas, habida cuenta del viaje del presidente norteamericano Barack Obama que mañana jueves llega a Oslo por lo del Premio Nobel que comentábamos ayer.
Como de costumbre en estos casos, se buscó la explicación fácil de "será un cohete lanzado por los suecos o los rusos..." pero ni unos ni otros habían disparado nada y así lo hicieron constar de inmediato. A esta hora, ni los militares, ni los astrónomos, ni los meteorólogos, ni los científicos en general ni, por supuesto, los políticos tienen idea de qué era esa espiral, de dónde venía y por qué estaba ahí. La única "explicación" de algunos ocurrentes informadores noruegos es que se trata del aviso de Papa Nöel a Rudolf y el resto de sus renos, para que dejen de retozar libremente por ahí y regresen cuanto antes a su casa, dispuestos a engancharse en su mágico trineo que recorrerá el mundo entre Nochebuena y Navidad.
Mañana más.
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